El campo árabe liberal cree que el fallo de la Corte Internacional de Justícia (CIJ) conducirá a una solución pacífica de la cuestión palestina, mientras que el campo popular ha perdido la fe en las organizaciones internacionales, incluida la CIJ.

Israel quedará manchado para siempre con la etiqueta de genocida y sus partidarios siempre serán acusados de apoyar el genocidio después de que la Corte Internacional de Justicia dictaminara el mes pasado que existían indicios razonables para juzgar a Israel por genocidio.

Incluso a los poderosos grupos de presión extranjeros les resultará difícil eliminar el estigma. Esto no se les escapa a los ciudadanos estadounidenses, que han gastado incontables millones de dólares y han oído demasiadas mentiras como para seguir apoyando una imagen de superioridad moral.

Si hubiera sido un país árabe y no Sudáfrica el que hubiera presentado la acusación de genocidio, Estados Unidos y otros partidarios de Israel la habrían desestimado fácilmente, señalando un sórdido historial de violaciones de los derechos humanos y represión por parte de ese gobierno.

Pero se trataba de Sudáfrica que, dado su propio historial de respeto de los derechos humanos desde el final del apartheid, y los elevados niveles de democracia e igualdad consagrados en la Constitución sudafricana, se ha erigido en líder moral no sólo de los países en desarrollo, sino del mundo.  Sudáfrica es una superpotencia moral, mientras que Estados Unidos ha quedado reducido a un mero matón.

Sudáfrica lidera ahora el «Mundo Libre» y no Estados Unidos, la OTAN y su coalición de antiguas potencias coloniales.  Sudáfrica es la nueva superpotencia, sin armas nucleares. Su poder blando no es el mismo que el de Estados Unidos, que camufla la agresión desnuda y el sometimiento de otros países.

Árabes divididos

En el mundo árabe hay dos bandos respecto a la sentencia de la CIJ. Los intelectuales liberales financiados por los déspotas del Golfo y/o los gobiernos de la OTAN/Soros insisten en que los árabes nunca deben abandonar su creencia en la «comunidad internacional» (palabra clave para referirse al eje genocida de la OTAN) y en el derecho internacional y los derechos humanos.

Para este bando es esencial alejar a los árabes de la creencia en la eficacia de la lucha armada y la resistencia. Quiere socavar los movimientos de resistencia en Oriente Próximo manteniendo que existe un «proceso de paz» y que Occidente –una vez más– se toma en serio esta vez lo de llegar a una solución pacífica de la cuestión palestina. Este bando considera la sentencia de la CIJ como una oportunidad más para alcanzar la justicia de forma pacífica a través de las organizaciones internacionales.

El otro bando, que habla más en nombre de la opinión pública árabe libre, considera que la noción de derecho internacional y derechos humanos son herramientas e incluso trucos de los gobiernos occidentales para solidificar su dominio sobre los pueblos del Sur.

Quieren tranquilizarlos e ilusionarlos haciéndoles creer que se puede restablecer la justicia a través de los foros internacionales. El hecho de que un mes después de la sentencia de la CIJ, Israel continúe su genocidio en Gaza y los gobiernos occidentales sigan respaldándolo y patrocinándolo es testimonio de las limitaciones e incluso de la impotencia de las organizaciones internacionales.

La popularidad de Hamás

El auge del fenómeno Hamás es una manifestación de la popularidad de la creencia en la lucha armada. Los árabes llevan años sufriendo la agresión y la ocupación israelíes mientras se les engaña con la presencia de un supuesto «proceso de paz» que resolvería el problema palestino.

Por otra parte, muchos árabes están celebrando que el Tribunal Mundial denigre a Israel al poner la etiqueta de genocida a su guerra contra Gaza.

Y por primera vez, las declaraciones genocidas de los dirigentes israelíes (esas declaraciones se remontan incluso a antes de la fundación del Estado del apartheid) se utilizan como prueba legal de la intención de cometer genocidio según el derecho internacional.

Pero los árabes están acostumbrados a que Estados Unidos proteja a Israel de toda forma de responsabilidad legal internacional. Desde el Plan de Partición de la Asamblea General de la ONU de 1947 –cuando Estados Unidos intimidó y sobornó a otros países para conseguir el voto deseable (véase Walid Khalidi, From Haven to Conquest)– hasta la reciente orden judicial de La Haya, Estados Unidos suele recurrir al soborno, el engaño, la presión, la intimidación y las amenazas de sanciones contra Estados e individuos para conseguir lo que quiere.

A los árabes no se les escapó que ni un solo Estado árabe se atrevió a presentar la petición ante el Tribunal Mundial porque temían la ira de Estados Unidos y de sus serviles aliados occidentales. En un principio, Jordania se mostró dispuesta a emitir un documento de apoyo en La Haya, pero más tarde pareció recular, según este reportaje.

Incluso la Autoridad Palestina (que depende de la financiación de los gobiernos de la OTAN y de los ingresos fiscales recaudados por Israel) siguió obedientemente las órdenes de Estados Unidos en relación con las repetidas amenazas de la AP de desafiar a Israel en las instituciones y foros internacionales.

Los árabes se han mostrado jubilosos de que Israel se haya ganado por fin la calificación de genocida, aunque el tribunal no haya dictaminado que Israel haya cometido efectivamente actos de genocidio. Pero el hecho de que el tribunal pidiera a Israel que impidiera que se produjeran actos de genocidio y que presentara un informe al respecto al cabo de un mes, indica que un país que fue declarado por David Ben-Gurion «luz para las naciones» es considerado ahora un paria moral, quizá no por los gobiernos occidentales, pero sí por la mayoría de los países en desarrollo y por amplias capas de la opinión pública occidental.

La marea ha cambiado

Cuando llegué por primera vez a Estados Unidos, todos los segmentos demográficos de la población estadounidense se identificaban con Israel frente a los palestinos en una proporción de 6 o 7 a 1. Hoy, los jóvenes estadounidenses están divididos entre Hamás e Israel. Esas cifras eran impensables hace sólo 40 años.

El caso sudafricano contra Israel rompió un grueso muro de protección occidental a Israel. Es un precedente irreversible.  Israel no podrá lavar el estigma del genocidio, por muchas resoluciones que el Congreso de Estados Unidos elabore. La gente de todo el mundo comprende que el Congreso está supeditado al Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos – Israel (AIPAC).

Sudáfrica se levantó contra la hegemonía estadounidense y abrió el camino para que China, más adelante, reúna más valor para enfrentarse al control estadounidense de las organizaciones internacionales.

Sin embargo, es necesario actuar con cautela.  En primer lugar, la sentencia no tiene demasiado sentido. Advierte a Israel de que no perpetre un genocidio, pero no pide un alto el fuego.  Además, deja en manos de Israel la tarea de informar sobre su propio genocidio.  El genocidio es una violación demasiado grave del derecho internacional como para que el tribunal hubiera asignado a una comisión especial externa la tarea de dirimir el asunto y no dejarlo a la buena voluntad de Israel.

A pesar de la valentía de Sudáfrica y de la voluntad de la CIJ de investigar la acusación, Israel fue protegido por la coalición occidental que mantuvo ridículamente que las declaraciones de los funcionarios israelíes (en las que se registraba una clara intención genocida) debían desestimarse porque no representan la política oficial.

Imagínese que en Núremberg se hubieran desestimado las declaraciones de los nazis sobre los judíos porque tal o cual funcionario nazi no representaba la política oficial.  Ciertamente, el presidente de Israel y el ministro de Defensa están mucho más arriba en los escalones de la jerarquía gubernamental de lo que estaba Eichmann en el régimen nazi.

La sentencia es sólo una señal más de que el orden internacional establecido por Estados Unidos tras el colapso de la URSS se está desmoronando ante nuestros ojos.  El sistema de hegemonía e injusticia occidental debe desmantelarse en aras de la paz y la justicia mundiales, y sólo la República de Sudáfrica ha tenido el valor de romperlo. Incluso China y Rusia se quedaron cortas.

Con fines propagandísticos, Estados Unidos lanza la acusación de genocidio contra sus enemigos incluso cuando no existen pruebas.  Ningún árabe, de hecho ningún ser humano razonable, se tomaría en serio la acusación estadounidense de que China ha estado cometiendo genocidio contra los musulmanes.

En Gaza tenemos ahora pruebas fotográficas claras de genocidio. «La reconocemos cuando la vemos», en palabras del juez del Tribunal Supremo Potter Stewart sobre la pornografía.

El fallo preliminar de la CIJ (el fallo final puede tardar meses y años, y Estados Unidos trabajará para asegurarse de que no llegue antes) es un hito político, no jurídico internacional.

Continúa la matanza

El genocidio en Gaza continúa sin tregua tras la sentencia y el gobierno israelí –en virtud del apoyo incondicional de Occidente– no muestra ningún tipo de moderación tras la sentencia.

Pero Sudáfrica demostró que Occidente no es el destino del mundo: el monopolio occidental sobre la moral internacional tiene que terminar por el bien de los pueblos del mundo.  Estados Unidos e Israel (y el resto de la coalición genocida) no están contentos con el veredicto, ya que Estados Unidos sigue oponiéndose oficialmente a un alto el fuego en nombre de la autodefensa israelí.

¿Hará la sentencia que los árabes, y los pueblos de los países en desarrollo en general, se muestren más dispuestos a recurrir a la justicia internacional?

Es muy improbable, sobre todo porque el tribunal no ha ideado un mecanismo para detener la guerra de agresión, aunque no tenga poder para ello. Es la Corte Penal Internacional (CPI) la que se estableció para compensar la falta de poderes de aplicación de la CIJ, y la CPI, en virtud de la intimidación de Estados Unidos, ha permanecido inactiva durante toda esta guerra.

Sudáfrica tomó ejemplo de los valientes palestinos de Gaza.  Su mensaje: ya es hora de cambiar el mundo.

As`ad AbuKhalil es profesor libanés-estadounidense de Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de California, Stanislaus. Es autor del Historical Dictionary of Lebanon (1998), Bin Laden, Islam and America’s New War on Terrorism (2002), The Battle for Saudi Arabia (2004) y dirigió el popular blog The Angry Arab. Tuitea como @asadabukhalil

Fuente: Consortium News

Foto: El presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, llega a El Cairo para una cumbre de paz el 21 de octubre de 2023. (GobiernoZA, Flickr, CC BY-ND 2.0)

Demanda histórica de Sudáfrica vs Israel en la CIJ!: Escenarios Geopolíticos (Alfredo Jalife, 12.01.2024)