Ha habido muchas críticas deshonestas a aquellos que, como yo, preguntan por qué los medios de comunicación corporativos occidentales han ignorado calculadamente la última investigación del reconocido periodista Seymour Hersh en Siria. Hersh tuvo que publicar su trabajo en un diario alemán, Welt am Sonntag, después de que todos los medios estadounidenses y del Reino Unido rechazaran su artículo. Y no se mencionó su investigación hasta una semana después.
Quienes apoyan, explícita o implícitamente, la intromisión en asuntos de Siria de las potencias extranjeras hostiles están, por supuesto, encantados que las revelaciones de Hersh estén fuera del foco mediático. No quieren que lo oigan los dos lados, sólo uno. Y aquellos de nosotros que esperamos que todas las pruebas sean conocidas, para que no nos acorralen en otra «intervención» desastrosa en Oriente Medio, somos denunciados maliciosamente como fieles de al-Ásad.
Un buen ejemplo de esta tergiversación es el de Brian Whitaker, el antiguo editor de The Guardian en Oriente Medio. En una publicación reciente de su blog, me acusa a mí y a Media Lens, entre otros, de ser «partidarios fieles de Hersh» -y por insinuación del líder sirio Bashar al Asad- de ser «negacionistas del sarin» y de mostrar una flagrante hipocresía aprobando el uso de fuentes anónimas de Hersh cuando nos oponemos a la dependencia de estas fuentes por parte de otros periodistas.
Antes de abordar estas críticas, repasemos brevemente lo que ha encontrado la investigación de Hersh.
Sus fuentes en el establishment de inteligencia estadounidense han contrarrestado una narrativa oficial -propagada por los gobiernos occidentales y los medios de comunicación corporativos- que asume que al-Ásad estaba detrás de un ataque con armas químicas en la ciudad de Khan Sheikhoun el 4 de abril. El informe de Hersh sugiere que Siria utilizó una bomba convencional para atacar una reunión yihadista en la ciudad, provocando explosiones secundarias en un almacén que contenía plaguicidas, fertilizantes y descontaminantes basados en cloro. Se creó una nube tóxica que causó síntomas similares a los del sarín para aquellos que estaban cerca.
Trump estaba tan convencido de que al-Ásad había utilizado sarín en Khan Sheikhoun que violó el derecho internacional y disparó 59 misiles Tomahawk a una base aérea siria como castigo, aunque, según Hersh, su propia comunidad de inteligencia discutió que esto era lo que había pasado. Dado que Vladimir Putin está estrechamente aliado con al-Ásad, el movimiento tenía el potencial de arrastrar Rusia a una confrontación peligrosa con Estados Unidos.
Fiel sólo al debate honesto
Dejadme responder las alegaciones de Whitaker.
1/ Ni yo ni Media Lens somos «partidarios fieles» de Hersh o al-Ásad. Whitaker está proyectando. Ha escogido un lado en Siria, el que de manera simplista llama los «rebeldes», ahora dominados por las filiales de Al Qaeda y ISIS, apoyados por una alianza profunda de Arabia Saudí, Estados Unidos, Europa, Israel y Turquía. Pero no todo el mundo que se opone a extremistas islámicos o al grupo de intervencionistas occidentales de Whitaker ha elegido el lado de al-Ásad.
Se puede elegir el lado del derecho internacional y el respeto a la soberanía de los estados-nación, y oponerse a los estados que fomenten las guerras a través de terceros para desestabilizar y destruir a otros regímenes.
Y aún más, se puede optar por mantener una distancia crítica y, basándose en la experiencia, mantenerse extremadamente cauteloso con las narrativas oficiales y autosuficientes promovidas por los estados más poderosos del mundo. Algunos de nosotros pensamos que hay lecciones a aprender de las mentiras que nos hablaron de las armas de destrucción masiva en Irak o de una masacre supuestamente inminente por parte de Muamar el Gadafi de Libia en Bengasi.
Estos ejemplos de engaños deben ser recordados cuando intentamos evaluar qué probabilidades hay de que al-Ásad quisiera aún más interferencias destructivas en su país de las potencias extranjeras gaseando a su propio pueblo y sin ninguna ventaja estratégica o militar obvia. Si me engañan dos veces, la culpa es mía. Si me engañan tres, sólo podría admitir que soy un tonto culpable.
Yo y Media Lens (si puedo presumir de hablar en su nombre como seguidor hace mucho tiempo) no argumentamos que el informe de Hersh debe ser correcto. Sólo que merece atención, y que debería formar parte del discurso mediático/público. Lo que nos preocupa es la inadmisibilidad de la información relevante en el ámbito público y los esfuerzos concertados para frenar el debate. El pensamiento único fabricado, como se ha demostrado repetidamente, funciona en beneficio de los poderosos, quienes promueven los intereses destructivos de un complejo militar-industrial actualmente global.
Whitaker y los intervencionistas sólo quieren que se permita la narración oficial, la que sirve para su turbia agenda política; nosotros queremos que las voces diferentes sean escuchadas. Esto no nos hace fieles a nadie. Nos hace ser fieles sólo en busca de transparencia y verdad.
¿Quién es realmente inconsistente?
2/ Whitaker sugiere que yo y Media Lens hemos atribuido el fiasco de los medios de comunicación corporativos para informar sobre la investigación de Hersh a una «conspiración». Argumenta que Hersh ha sido ignorado porque «los editores han encontrado inconsistentes [sus últimos informes de Siria]». Ni yo ni Media Lens, por supuesto, afirmamos que la decisión de los medios de comunicación corporativos sea una conspiración. Como la mayoría de los periodistas tradicionales, Whitaker muestra que ignora la crítica más famosa de su propia profesión: Noam Chomsky and Ed Herman’s Propaganda Model. Esto no se debe a una conspiración por parte de los periodistas, sino a factores estructurales que hacen que los medios de comunicación corporativos dependan de la publicidad corporativa, incapaces de permitir un pluralismo significativo que pueda amenazar sus propios intereses básicos. Esto más que declarar una conspiración sería argumentar que las empresas están impulsadas por beneficios. Simplemente, se reconoce la naturaleza de la bestia.
Aparte de eso, Whitaker trata a Hersh como si fuera una persona única: una voz solitaria y no creíble con una agenda oculta a favor de al-Ásad, usando fuentes anónimas del mundo de la inteligencia de Estados Unidos, presumiblemente con la misma agenda oculta. Aquellos como yo que quieren que el informe de Hersh sea visible son rechazados como «negacionistas del sarín», partidarios cegados por nuestro secreto amor a al-Ásad que no queremos admitir la evidencia que tenemos delante.
Però Whitaker está caracterizando incorrectamente la evidencia. Las dudas planteadas por el informe de Hersh son compartidas por ex altos oficiales de inteligencia y seguridad, tales como Lawrence Wilkerson, Philip Giraldi y Ray McGovern, así como periodistas con contactos extensos en el campo de la inteligencia, como Robert Parry y Gareth Porter.
Dudas con la narrativa oficial también han sido planteadas por expertos indudables en temas de armas balísticas y químicas, como Ted Postol y Scott Ritter. Dudan de un ataque sarín por parte de las fuerzas de al-Ásad, en base a cuestiones técnicas para las que están mejor situados para juzgar.
Recuerden que Ritter, un inspector de armas en Irak, advirtió que Sadam Hussein no tenía armas de destrucción masiva, como Estados Unidos y el Reino Unido afirmaban falsamente para justificar la guerra. La voz de Ritter fue excluida de los medios de comunicación corporativos durante el período 2002-03, precisamente cuando podría haber fastidiado los planes de quienes se encontraban en el establishment político y mediático animando la desastrosa invasión de Estados Unidos y el Reino Unido a Irak.
Whitaker y los intervencionistas argumentan, con una cara aparentemente impasible, que esta vez los medios de comunicación corporativos silencian Hersh sólo por una supuesta «inconsistencia» en su periodismo. Entonces, ¿como explican el hecho de que el 2002-03 los mismos medios silenciaran a expertos como Ritter y Hans Blix, ex jefes de la agencia de las Naciones Unidas que controlaba el programa de armas de Irak, mientras que promovían de manera agresiva a individuos completamente inconsistentes como el supuesto «líder de la oposición» iraquí Ahmed Chalabi? Si los medios de comunicación consideraban Ritter y Blix, pero no Chalabi, como inconsistentes en la fase previa a la invasión ilegal de Irak, tal vez es el momento en que Whitaker y los editores como él revaloricen el significado de «inconsistente».
No hay hipocresía sobre las fuentes
3/ Finalmente, ¿quién dice que es hipócrita permitir las fuentes anónimas de Hersh cuando no las aprobamos en otros casos?
En primer lugar, el problema de utilizar fuentes anónimas no debe ser juzgado de acuerdo con nuestros propios estándares, sino con los de los medios corporativos. Los editores principales han demostrado repetidamente que no tienen absolutamente ningún problema en utilizar fuentes anónimas cuando apoyan la narración oficial, que promueve la guerra. La prensa liberal como el New York Times está llena la mayoría de los días con historias de oficiales sin nombre, nos dicen lo que se supone que debemos creer. Las falsas «revelaciones» de las armas de destrucción masiva de Sadam fueron obtenidas durante muchos meses por parte de oficiales anónimos. El propio Whitaker trabajó como editor de The Guardian cuando publicó historias igualmente no verificables a partir de fuentes anónimas.
Por lo tanto, nuestras quejas sobre el tratamiento de Hersh se basan, en parte, en la hipocresía evidente de periodistas como Whitaker. ¿Por qué están bien las fuentes anónimas cuando confirman la narración del estado de seguridad, pero son problemáticas -«inconsistentes»- cuando lo desafían? Whitaker no tiene ningún problema con Hersh para utilizar fuentes anónimas, al igual que el Guardian, New York Times, New Yorker o London Review of Books. Tienen un problema con Hersh utilizando fuentes anónimas cuando estas fuentes dicen cosas que se supone que no deben decir.
Y en segundo lugar, hay una diferencia enorme entre utilizar fuentes anónimas para revelar cosas que los poderosos no quieren que se sepan y utilizar fuentes anónimas que dicen exactamente lo que quiere decir el estado de seguridad, pero de las que no quiere ser responsable.
Los denunciantes y los que desafían a los poderosos a menudo necesitan protección en forma de anonimato ante la posible represalia de los actores estatales. El anonimato nunca es ideal, pero a veces es necesario. Y cuando sea necesario, como en el caso de los denunciantes, se establecerán protecciones. Parece haber sido el caso en la investigación de Hersh. Controladores como Scott Ritter se utilizaron para asegurar que la historia era técnicamente plausible y los editores de Welt dicen que se les daba la identidad de las fuentes de Hersh. Los funcionarios de inteligencia que hablaron con Hersh pueden ser desconocidos para el lector, pero son aparentemente conocidos por los editores que supervisan la publicación de la historia.
En contraste con esto está el anonimato del gobierno, funcionarios militares y de inteligencia que frecuentemente informan a los periodistas de manera anónima, a menudo para difundir lo que resulta ser una desinformación. No hay ninguna razón por la que cualquier funcionario no tenga que ser nombrado cuando actúa como representante de su gobierno. La única protección que confiere este anonimato es la protección de la rendición de cuentas.
Dividiendo a la izquierda
Finalmente, vale la pena señalar que Siria se ha convertido en un asunto muy divisivo en la izquierda, como antes lo fue Libia. Ha dejado a la izquierda totalmente incapaz de promover ningún tipo de crítica del imperialismo occidental y su actual ronda de interferencia violenta en Oriente Medio.
El espíritu que impulsó las marchas mundiales en 2003 contra el ataque a Irak se ha disipado. La confusión de la izquierda permitió que Libia se rompiera con el pretexto de una amenaza inexistente en Bengasi. Y ahora, Siria está siendo destrozada por guerras a través de terceros en que occidente es un actor central, en gran parte oculto.
Nada de esto es accidental. Desde hace mucho tiempo, Estados Unidos tenía un plan para desestabilizar y separar Oriente Medio -a veces mencionado por los funcionarios como «remodelar»- para controlar mejor los recursos de la región. Y este plan va acompañado de los esfuerzos para desestabilizar y separar a los que deberían ser disidentes de los últimos combates del imperialismo occidental.
Jonathan Cook ha ganado el Premio Especial Martha Gellhorn para el Periodismo. Sus últimos libros son «Israel y el choque de civilizaciones: Iraq, Irán y el Plan de remodelación de Oriente Medio» (Pluto Press) y «Haciendo desaparecer Palestina: los experimentos de Israel en la desesperación humana» (Zed Books ). Su sitio web es www.jonathan-cook.net.