Somos de la generación que ha tenido la suerte de ver jugar a los dos mejores jugadores de fútbol de la historia: Maradona y Messi (con el permiso de Pelé, el más elegante que ha habido). Dos jugadores de características físicas muy similares: estatura, velocidad, conducción, toque de balón, zurdos (aunque Pelé dijo de Maradona que un jugador que sólo juega con una pierna sólo es medio jugador). Ejem!
Ahora que a Messi le quedan pocos años de jugador, es pertinente la pregunta sobre cuál ha sido el mejor de los dos. Para la gran mayoría de argentinos la respuesta es contundente, Maradona, al que siempre le agradecerán haber conseguido el campeonato del mundo con la selección de Argentina y, sobre todo, la victoria sobre Inglaterra, en el mismo mundial, producida cuatro años después de la derrota argentina en la guerra de las Malvinas. Maradona, gracias al gol hecho con la mano, «la mano de Dios», vengó el honor perdido por los argentinos, humillados por la armada imperial del Reino Unido, enviada por Margaret Thatcher a expulsar a los argentinos de aquel remoto archipiélago atlántico.
Para los que no estamos condicionados por el patrioterismo argentino, Messi ha igualado o superado Maradona en casi todos los aspectos del juego (¡en qué lío me acabo de meter!). Es mejor en faltas directas, en organización del juego, en asistencias, en capacidad rematadora, en el regateo, en conducción del balón… Y, sobre todo, Messi es mejor en valores deportivos. Aunque esta última virtud no siempre es considerada como tal en el mundo del fútbol. Porque, lo tengo que decir, posiblemente no hay ningún otro deporte tan antideportivo como el fútbol. Todos hemos oído alguna vez la expresión que «tenemos que ganar aunque sea de un penalti inexistente pitado fuera del tiempo reglamentario». Lo que importa es ganar, a cualquier precio, aunque sea marcando un gol con la mano, engañando al árbitro o perjudicando al adversario. Y eso Messi nunca lo ha hecho…, ni siquiera en el último partido con el Barça cuando dedicó un gol a Maradona y tuvo la oportunidad de hacer un gol con la mano, casi igual al de Maradona. Pero Messi, en el último momento, encogió la mano, en un gesto seguramente involuntario; pero que, inevitablemente, se pudo interpretar como un «yo no lo habría hecho».
En esta faceta es en la que Maradona es superior a Messi, en el espíritu ganador, en la capacidad de liderazgo, en la voluntad de ganar a cualquier precio.
En la exaltación póstuma a Maradona, se ha querido separar la persona Diego, de la estrella Maradona. Se ha querido separar la persona (con todas sus debilidades humanas) del jugador triunfador. Pero, ¿cuántos de los éxitos conseguidos por el jugador son atribuibles a la debilidad de la persona? Nunca lo sabremos. Del mismo modo que no sabemos cuántos tours de Francia consiguió Lance Armstrong gracias a los estimulantes. Y no le hemos perdonado. Porque ningún deporte no perdona las trampas como se hace en el fútbol. A la simulación de un penalti inexistente, se le llama picardía; al juego sucio, se le llama virilidad.
Por eso, aunque disfruté con el juego del gran Maradona, mi preferido es Messi, por mucho que seguramente ya no estará a tiempo de convertir a Argentina en campeona del mundo. Porque, además de las jugadas brillantes, eléctricas, de fantasía…, me gusta el «joga bonito», la deportividad, el respeto al adversario… Por este motivo, hoy, veo tan pocos partidos de fútbol.