Hola a todos,

Soy Déo Mushayidi. Os hablo desde el fondo de mi prisión, en algún lugar de Ruanda. Para aquellos que no me conocen, me gustaría decirles simplemente que soy ruandés, nacido en 1961 en el antiguo municipio de SAKE, en el este de Ruanda. Toda mi familia murió en los trágicos sucesos de 1994 que ensangrentaron mi país y yo soy, en la línea de mis padres, el único superviviente. En otras palabras, soy lo que hoy se conoce como un superviviente tutsi.

No os preocupéis si no encontráis mi nombre en la lista de supervivientes tutsis. De hecho, algunas personas han decidido que no es necesario que yo esté en la lista porque soy, a sus ojos, un mal tutsi. No sabía que había tutsis buenos y tutsis malos, supervivientes reconocidos y otros ignorados, aquellos cuya historia merece ser conocida y los que son olvidados rápidamente.

Me llevó un tiempo entender por qué había este tipo de distinción y discriminación entre las víctimas de la misma tragedia. Creía que todas las víctimas de la tragedia ruandesa merecían ser reconocidas y respetadas. Creía que el cambio de régimen de 1994 en Ruanda traería consigo la igualdad de derechos y de trato para todos los ruandeses. Creía que Ruanda se convertiría en un remanso de paz para todos sus hijos. Creía que por fin íbamos a pasar la página de nuestras obstinadas divisiones históricas. Creía que los ruandeses íbamos a poder expresarnos libremente en nuestro país mostrando, sin violencia y sin odio, nuestros acuerdos y nuestros desacuerdos.

Pensé que los ruandeses habíamos comprendido que la solución a nuestros problemas no estaba en la guerra ni en la discriminación ni en la violencia física, psicológica o verbal. Reconozco que me equivoqué.

Cuando me uní al Frente Patriótico Ruandés a principios de los años 90, fue en primer lugar porque creía en los valores de la libertad y la equidad. Estudiaba teología y filosofía en la Universidad de Friburgo (Suiza). Yo era profesor, pero tomé una decisión importante en mi vida al elegir representar al Frente Patriótico Ruandés en Suiza. No fue una elección fácil y, más aún, no fue una elección trivial. Estaba comprometido con la vida religiosa y la enseñanza, pero dedicaba tiempo y energía al Frente Patriótico Ruandés, por amor a mi país y por la esperanza de cambio que este movimiento representaba a los ojos de muchos ruandeses. En realidad, en el Frente Patriótico Ruandés no todos entendíamos igual la palabra cambio.

Me di cuenta de ello cuando me convertí en presidente de la Asociación de Periodistas de Ruanda y secretario ejecutivo del Centro para la Promoción de la Libertad de Expresión y la Tolerancia en la Región de los Grandes Lagos. Lo entendí definitivamente cuando fui detenido y acusado por las autoridades de mi país de difundir rumores que incitaban a la desobediencia civil y de haber reclutado un ejército para atacar a las autoridades de Kigali.

Estas acusaciones eran evidentemente burdas y falsas, pero algunos se creyeron esta farsa, olvidando muy rápidamente todo lo que yo había hecho por el Frente Patriótico Ruandés y por el respeto de las libertades y la democracia en mi país.

Sabiendo que me enfrentaba a una máquina judicial infernal y que sería objeto de una justicia expeditiva e inflexible, había preparado un pequeño mensaje como solía hacer en toda ocasión solemne. Había planeado leer este mensaje por si me condenaban. Como era de esperar, el 17 de septiembre de 2010, el Tribunal Superior de Justicia de Ruanda me condenó a cadena perpetua.

Mi único error fue haber creído y esperado, a pesar de la masacre de toda mi familia en 1994, que Ruanda cambiaría para todos los ruandeses, que todas las víctimas, tutsis, hutus y twas, serían reconocidas y que la justicia sería igual para todos en un país libre y democrático. Mi sueño y mi esperanza se hicieron añicos. Sin embargo, había luchado por esto. En muchas ocasiones he reiterado el anhelo de verdad y justicia para todos los ruandeses, y creo que he comprendido que esto no convenía a todos.

Para quienes me escuchan hoy sin saber cuáles fueron y son las convicciones que siempre he defendido, les doy aquí el mensaje que leí ante los jueces del alto tribunal que me habían condenado injustamente:

Levántate, pueblo mío. No he pecado. Soy inocente. Si los poderes fácticos piensan que mi muerte o mi encarcelamiento son una solución a sus problemas, se equivocan. Por el bien de mi pueblo, vivo esta detención, la sufro, la soporto. No pido a mi gente que me esté agradecida, no están en deuda conmigo, soy yo quien les debe mucho. Me regocijaré en la alegría que tiene mi corazón por mi compromiso y determinación. No voy a pedirle a nadie que se compadezca de mí, no tienen porque compadecerme. Si me queréis, apoyad la causa que he defendido y defenderé en mi vida, es decir, la libertad, el amor entre ruandeses, el respeto mutuo y la promoción de la libertad para todos.

Si este mensaje os dice algo, hoy os doy otro: ¡Ruandeses, amigos de Ruanda, queridos hermanos y hermanas del Congo y de Burundi, no os desaniméis! Mantened la esperanza de que la verdad, la paz y la justicia brillen algún día en la región del África de los Grandes Lagos. Os abrazo a todos, os quiero.


14:00 – 20:45