La poderosa globalización actual, junto con los sorprendentes avances tecnológicos de los últimos tiempos, nos han llevado, como nunca antes, a la toma de conciencia de que todo está profundamente interrelacionado. Es el primero de aquellos que califiqué como Los cinco principios superiores. Si finalmente estalla una gran guerra termonuclear, todos moriremos. Nadie se salvará solo. Ni aún los propietarios de los enormes y lujosos bunkers construidos en las regiones más apartadas del epicentro Ucrania/Rusia o Palestina/Israel. Como muy buenos analistas nos muestran, el poderoso misil ruso Oreshnik también parece estar diseñado para perforar y destruir estos despreciables bunkers de las elites financieras/“filantrópicas” anglo/occidentales, los grandes enemigos de Vladímir Putin.
Si es cierto aquello de Einstein de que “El mundo es un lugar peligroso, no por causa de los que hacen el mal, sino por aquellos que no hacen nada para evitarlo”, entonces el desentendernos de todo cuanto sucede más allá de nuestro limitado entorno familiar/local no solo es inmoral sino también estúpido. Es el mayor error de nuestra civilización supuestamente cristiana. Y este gran error, provocado por nuestro desinterés por el sufrimiento ajeno, conlleva otro igualmente lamentable: el de creer que somos demasiado pequeños para conseguir nada frente a tamaños conflictos globales. Pero es precisamente porque somos pequeños, por lo que podremos conseguir algo. La magnitud de las fuerzas centrífugas/destructivas que se están moviendo en este momento crítico de la historia, el más crítico de ella, es tal, que solo una Fuerza centrípeta/integradora, superior a esas fuerzas centrífugas/destructivas, puede reconducir el proceso.
Si somos egoístas y cobardes, al menos no nos auto justifiquemos con el cuento de que “No podemos hacer nada”. Nadie, por poderoso que sea, puede lograr enfrentar tales fuerzas destructivas. No podría lograrlo por sí solo ni el mismo presidente Putin, alguien socialmente insignificante inicialmente, pero que ahora está derrotando día tras día a esas poderosas elites financieras/“filantrópicas” anglo/occidentales. Multitud de experiencias históricas nos muestran reiteradamente que tal Fuerza solo actúa por medio de pequeños y dóciles instrumentos. Personas en su inicio socialmente insignificantes y seguidas después por unos reducidos colectivos. Ese es el reto para cualquier cristiano: el entender y encarnar la llamada Oración de Paz del pobre de Asís.
“Oh, Señor, haz de mi un instrumento de Tu Paz.
Donde hay odio, que yo ponga Amor.
Donde haya ofensa, que yo ponga Perdón.
Donde haya discordia, que yo ponga Unión.
Donde haya duda, que yo ponga Fe.
Donde haya error, que yo ponga Verdad.
Donde haya desesperación, que yo ponga Alegría.
Donde haya tinieblas, que yo ponga Luz.
Oh, Maestro, haz que yo no busque tanto ser consolado, como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque es dando, que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.”
Aunque los inmemoriales condicionamientos emocionales que actúan en nuestras mentes humanas nos boicoteen tras la lectura de esa preciosa plegaria y se empeñen en decirnos que estos emotivos “rezos” son pura fantasía bienintencionada en un mundo duro y cruel, no por eso dejan de ser absolutamente ciertos y realistas. Y el tiempo, que todo pone en su lugar, nos llevará un día a entenderlo.
Pintura de Francisco de Asís que se encuentra en el monasterio benedictino de Subiaco. Esta pintura de Francisco es la más antiga que se conoce.
Francesco: Deus mihi dixit – Liliana Cavani (Ángel Hache, 03.10.2014)