Israel, aparte de designar un estado más dentro del magma de fronteras en la que nos vemos sumergidos, evoca también visiones fuertemente contrastadas que remueven emociones profundas. El solo hecho de oír la palabra Israel parece que nos obligue, automáticamente, a adoptar una posición. A colocarnos en uno de los dos bandos bien definidos y, por tanto, aparentemente cerrados en sí mismos. Oímos Israel, oímos Palestina, y corremos hacia el territorio ocupado de las opiniones, bien encarnizadas, como si fuera un patio de escuela. Desafortunadamente no es un juego de niños, aunque haya un papel predominante de los niños. En primer lugar como objetivo de los violentos, cierto, pero también como motor de transformación para la convivencia. Oímos Israel, oímos Palestina, oímos convivencia y nos preguntamos: ¿es posible?
Bruno Hussar, el impulsor
Esta semana se cumplen veinte años de la muerte de un personaje peculiar y carismático, de los que nunca sobran y que toda sociedad debería mimar: Bruno Hussar. Nacido en Egipto en 1911 de familia judía, estudió en Francia, donde se convirtió al catolicismo. En 1950 fue ordenado sacerdote dominico y tres años después se estableció en Jerusalén. Su identidad plural y su espíritu reconciliador le ayudaban a no quedarse hundido en una única perspectiva y así difuminar tópicos. Por ejemplo, alrededor de una palabra cargada como sionismo: «Soy sionista -afirmaba Hussar-. Un término que ha sido distorsionado por las peleas y las polémicas políticas que la han convertido en un estereotipo alejado de su verdadero significado. Incluso las Naciones Unidas identifican sionismo con racismo. Sin embargo, un sionista es alguien que reconoce el derecho del pueblo judío a existir como nación en la tierra de sus antepasados. Todo judío que lo desee encontrará aquí su hogar. Pero en sí mismo el sionismo no es, en modo alguno, contrario al derecho de los árabes palestinos a existir como nación en la misma región. Hay suficiente tierra para todos… Ningún judío que verdaderamente viva en el espíritu de la Torá puede ser indiferente al destino de los árabes palestinos y a sus esperanzas. Esta tierra también es su hogar», recordaba el egipcio de familia judía convertido en sacerdote dominico.
Después de varias iniciativas de diálogo interreligioso desde su llegada a Israel, en los años setenta Bruno Hussar fundó una comunidad que, con el tiempo, se ha convertido en un símbolo: el oasis de la paz. En hebreo Neve Shalom y en árabe Wahat al-Salaam, el oasis de la paz es actualmente un pueblo donde conviven judíos y palestinos (tanto musulmanes como cristianos), todos de nacionalidad israelí.
Situado a medio camino entre Jerusalén y Tel Aviv – Jaffa, las primeras casas, siguiendo el modelo de los kibutz, se establecieron en unos terrenos adyacentes al monasterio de Latroun. Después de cuatro décadas en funcionamiento y una expansión considerable, en la actualidad vive allí una comunidad comprometida con los valores de la convivencia y fuertemente activa para promover la paz en un territorio especialmente delicado, con igual número de familias judías y árabes y una educación bilingüe.
«La idea de crear un marco educativo que pudiera expresar los ideales de coexistencia e igualdad nació con los primeros niños de la comunidad», explican sus promotores. Primero se creó una guardería binacional y luego una escuela de educación infantil y de primaria, la que, años más tarde, se abrió a niños de fuera del pueblo, como por ejemplo de Abu Gosh, la conocida población donde viven muchos árabes musulmanes y cristianos. El profesorado, judío y palestino, se dirige a todos los alumnos en su propia lengua y se respira una atmósfera de tolerancia que anima a los niños a entenderse, aceptarse y quererse. Desde 1979 también funciona la Escuela por la Paz, dirigida a los adultos y con el objetivo de desarrollar la conciencia de los participantes con encuentros entre jóvenes judíos y palestinos de Israel, formación y sensibilización de profesores, periodistas, abogados, trabajadores sociales y estudiantes universitarios, y también cursos anuales para graduados en cooperación con cuatro universidades israelíes. En todo este tiempo, miles de jóvenes han asistido a los encuentros y cientos de adultos han recibido formación en resolución de conflictos. Además, la Escuela de Paz ha establecido un centro de investigación para fomentar la relación entre árabes y judíos.
Centro interreligioso
Uno de los proyectos más especiales de Neve Shalom / Wahat al-Salaam es el Centro Espiritual Plural promovido también por Bruno Hussar junto con Anne Le Meignant. El espacio se inspira en las tradiciones espirituales de Oriente Próximo y de todo el mundo con programas centrados en un diálogo interreligioso e intercultural abierto que fomente la convivencia. Dentro de este complejo está también la Casa del Silencio (Dumia, silencio en hebreo bíblico), para la reflexión y meditación (abierta en los años 80) y la Casa de Encuentro, Oración y Estudio, abierta en 2006.
Hace pocos días, un programa televisivo del Canal 1 de la televisión israelí, dirigido a los jóvenes, entrevistó algunos de los adolescentes que habían crecido en este oasis. Precisamente, una de las dudas que genera una comunidad así es hasta qué punto los niños no crecen en una burbuja aislada, al margen de una sociedad gravemente herida, tomada por el pánico y el odio. Los adolescentes entrevistados, sin embargo, muestran una sensibilidad hacia el respeto que cautiva, sin por ello rehuir el contexto en el que viven. De hecho, todos han estudiado los últimos años del instituto fuera del pueblo y, por tanto, han conocido de primera mano la complejidad. Una chica árabe dice: «Chicos judíos del instituto nos dijeron que si no nos hubieran conocido ahora serían racistas»; otro chico, triste, afirma: «Un compañero con quien tenía mucha afinidad me dijo que nunca podría ser amigo mío por mi origen»… «¿os sentís emisarios?», pregunta la periodista al grupo de chicos y chicas. «Sí!», Responden sin dudar. Ellos y ellas son el ejemplo que puede haber salida, a pesar de todo, enfatizando la convivencia y dejando de correr hacia posiciones enfrentadas, en apariencia seguras pero, en realidad, hoyos oscuros donde no brota vida.