Los pequeños no somos impotentes frente a la increíble impunidad de la que gozan “nuestras” elites
En la segunda parte y en la tercera he analizado las dos primeros tipos de aquellas exigencias nada fáciles que, si nos atrevemos a aceptarlas y a ponerlas en práctica, podrían convertirnos en un verdadero instrumento de la que, según la no-violencia, es la fuerza más poderosa que podamos imaginar: la Verdad. En esta cuarta parte intentaré analizar los otros dos tipos restantes de exigencias: una decidida entrega absoluta y una incansable esperanza cierta.
Tercer tipo de exigencias: decidida entrega absoluta
A los cristianos que de verdad anhelamos la llegada del Reino de Dios, en el Evangelio se nos exige no tan solo la muerte metafórica que las espiritualidades serias piden al meditador. Es cierto que meditar de verdad es, en gran medida, morir a todo. Pero son nuestras obras, nuestras vidas, las que revelan si en realidad estamos meditando seriamente. A mi entender, la emergencia de la auto renuncia, de la misericordia, de la integridad y de la generosidad es el único verdadero test sobre la autenticidad de un proceso espiritual.
Los héroes
En el extremo opuesto, en el satanismo, domina la búsqueda desenfrenada de placer frente a las renuncias, ya sean las inevitables o las libres y generosas. Y la búsqueda desenfrenada de poder frente a la empatía. Incluido el poder espiritual que nos puede dar la “iluminación” con sus siddhis (término sánscrito para referirse a las facultades extraordinarias que la meditación puede despertar). Reiteradamente encontramos en el Evangelio textos como este:
“En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: ‘Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y me sigue, no puede ser discípulo mío. […] todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío’ (Lucas 14, 25-27 y 33).”
Es muy duro el aceptar que esta vida temporal, así como el poder vivirla cómoda y placenteramente, no son unos valores absolutos, sino que a veces deben ser sacrificados. A quienes son capaces de ello los llamamos héroes. Sobre aquellas situaciones en las que nos vemos enfrentados a decisiones radicales, el Evangelio nos dice: “El que quiera salvar su vida, la perderá (Marcos 8,35)”. Este aforismo de Jesús solo puede ser entendido desde la conciencia de que el ser humano es inmortal, algo que será central en el siguiente análisis, el del cuarto tipo de exigencias.
La condición que hace posible los prodigios: la entrega absoluta y confiada
Somos sumamente frágiles, pero… inmortales. La muerte tan solo es un tránsito. Un tránsito que se convierte en generador de Vida cuando nos enfrentamos a él con generosidad: “En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Juan 12, 24). Esto es algo de lo que escribí en el apartado titulado “Las leyes de la generosidad y de la multiplicación” (el tercer principio superior) del libro Los cinco principios superiores :
“Jesús de Nazaret se servía de parábolas sobre estos prodigiosos fenómenos de la naturaleza y de la vida cotidiana para explicar las también prodigiosas leyes espirituales. Solo unos días antes de entregar su propia vida, afirmó: ‘En verdad en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto (Juan 12, 24)’. Debió hablar con su característica autoridad. Autoridad que toda su persona trasmitía y que se expresaba también con aquellas palabras tan propias suyas, ‘en verdad en verdad os digo’, con las que iniciaba con frecuencia sus predicaciones públicas o sus confidencias a sus más cercanos discípulos y amigos.
Hay otros textos evangélicos relacionados con esta misma o parecida temática. Pero no se trata de parábolas sino de relatos de hechos. […] relatos de unos supuestos hechos históricos sorprendentes que son muy difíciles de aceptar por nuestras mentes racionalistas: los relatos de multiplicaciones de panes y peces (Juan 6, 1-15; Mateo 14, 13-21; Marcos 6, 32-44; Lucas 9, 10-17) o los de pescas prodigiosas (Juan 21, 1-14 y Lucas 5, 1-11). Si los estudiamos con detención, podemos comprobar que la multiplicación no es el único elemento común entre la parábola del grano de trigo y estos relatos sobre comidas multitudinarias a orillas del lago Kinéret o Mar de Galilea y de pescas sobreabundantes en él.
Hay otro elemento común, que es precisamente la clave fundamental para descubrir el mensaje nuclear de todo estos textos: la condición que hace posible tantos prodigios de multiplicación es la entrega absoluta y confiada al designio y a la acción poderosa de Dios o de Jesús. Sin tal entrega generosa no hay multiplicación: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; si no ponemos en común todos nuestros panes y peces, por insuficientes que sean, no conoceremos la dicha profunda de la fraternidad y de la solidaridad multiplicadora; si no echamos de nuevo las redes, porque Él así lo pide, aunque estemos cansados y desanimados, el prodigio no será posible… Esa entrega plena como condición para poder recibir el don de una nueva realidad prodigiosa, aparece también muy explícitamente en la parábola del tesoro escondido en un campo, así como en la del hallazgo de una perla preciosa: lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo. […] al encontrar una de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra (Mateo 13, 44-45).
[…]
Creo que si nos enfrentamos a los relatos evangélicos de las multiplicaciones de panes y peces sin juicios previos sobre la posibilidad real de semejantes prodigios, si nos servimos tan solo de la crítica interna de dichos textos, la conclusión es, en mi opinión, que no se trata de relatos tan solo metafóricos. Y creo que lo mismo se puede decir de los relatos de las pescas prodigiosas o de las apariciones corpóreas de Jesús resucitado. De hecho estas dos últimas cosas están estrechamente relacionadas, ya que es en una de tales apariciones, la que el Evangelio de san Juan relata a orillas del lago, cuando se da una nueva pesca sobreabundante.
Debo aclarar que sobre el fenómeno de la multiplicación material de alimentos o sobre la materialización de otros objetos no tengo experiencia directa, a diferencia de la que sí he tenido sobre otros fenómenos espirituales como el de la bilocación [en alguien muy cercano a mí], al que ya me referí. Creo, sin embargo, en la posibilidad de que se produzcan realmente. Creo que se dieron no solo en la vida de Jesucristo sino en la de algunos santos como el fraile dominico negro peruano Martín de Porres (1579-1639) o en la de su compañero de origen español Juan Macías (1585-1645). El casi medio milenio transcurrido desde sus vidas y milagros hasta nuestros días hace casi imposible la comprobación de la historicidad de estos fenómenos de multiplicación. Pero en el caso de san Juan Macías se da una circunstancia diferente: uno de los milagros comprobados fehacientemente que permitieron su canonización en 1975 por Pablo VI (1897-1978) sucedió a mitad del pasado siglo XX en la localidad de Olivenza, muy cercana a Ribera del Fresno (Badajoz), su villa natal.
El día 23 de enero de 1949, más de trescientos pobres hambrientos comieron hasta saciarse un arroz que aumentaba y aumentaba en varias grandes ollas a partir de tan solo las tres tazas (750 gramos) que Leandra Rebollo, la cocinera de la Institución Benéfica de San José, había vertido en una de ellas. Era también natural de Ribera del Fresno. Angustiada porque ese día ni los pobres ni las niñas internas podrían comer, se había dirigido a san Juan Macías, que había nacido en su mismo pueblo varios siglos antes, quejándose de la situación. Muchas personas del pueblo siguieron con asombro el proceso de este fenómeno que duró cuatro horas.
Sin embargo, insisto de nuevo, no deseo centrarme en este tipo de hechos. Se trata de unos fenómenos que ciertamente pueden ayudar a que se produzca un verdadero cambio de paradigmas, un cambio de conciencia, pero que no deben distraernos de lo fundamental: el esfuerzo personal cotidiano en el servicio a los más necesitados, desvalidos, desconsolados o desesperanzados. Es evidente que tres o cuatro ollas de arroz nada son frente a la inmensa masa de seres humanos hambrientos, excluidos por el Sistema alienante y falsario que domina nuestro mundo.
Estos fenómenos son tan solo señales de una Presencia superior en la que podemos confiar y a la que podemos entregarnos sin reserva ni límite alguno. Una Presencia que tiene poder para liberarnos del mal. Jesús en el momento más decisivo de su vida, indefenso ante el poder humano del procurador Poncio Pilato, despojado hasta de sus vestidos y coronado por un casquete de ramas entrelazadas de un arbusto de grandes espinas (seguramente la Gundelia Tourneforti), afirmó paradójicamente, con gran autoridad, el poder supremo de Dios sobre los acontecimientos:
‘Le dice Pilato: A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte? Respondió Jesús: No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado desde arriba (Juan 19, 10-11)’.
Si Dios no lo salvó a Él entonces de una muerte indigna ni nos salva ahora a nosotros de nuestros sufrimientos, se debe a razones que están más allá de nuestra limitada capacidad de comprensión. Mahatma Gandhi estaba seguro de tal poder y, a la vez, conocía bien nuestra limitada capacidad de comprensión:
‘Hay un indefinible Poder que lo llena todo. Lo siento aunque no lo vea. Ese Poder invisible se hace sentir por sí mismo y, a pesar de todo, se resiste a toda demostración, porque es totalmente diferente a lo que percibo a través de mis sentidos (Young India, 11 de octubre de 1928, página 340).’
‘Nosotros no conocemos todas las leyes de Dios ni su funcionamiento. El conocimiento del científico más eminente o del maestro espiritual más importante es como una partícula de polvo (Harijan, 16 de febrero de 1934, página 9)’.
Los cristianos, en particular, no podemos dejar de integrar nuestra “lucha” por la justicia y la paz en ese marco más amplio que recoloca todo en su auténtica posición: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma (Mateo 10,28)”, nos exhortaba Jesús. Pero esa será ya la temática del cuarto y último tipo de exigencias. Compartimos valores con los no cristianos y no creyentes, valores como la justicia y la paz, pero nuestra “lucha” es por El Reino de Dios. Un Reino también de dimensión espiritual, un Reino que fue el auténtico afán y desvelo de Jesús.”
Cuarto tipo de exigencias: incansable esperanza cierta
El último tipo de exigencias que intento analizar en este artículo se refiere a la absoluta renuncia a ver, antes de que llegue nuestra última la hora, el resultado de nuestros esfuerzos y sacrificios. Debemos ser conscientes de que, en los prolongados tiempos evolutivos, que son también los tiempos del Espíritu, unos son los que siembran y otros los que cosechan: “Yo os he enviado a cosechar donde otros han trabajado y sufrido. Otros se han fatigado y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos (Juan 4, 38)”. Mahatma Gandhi lo sabía bien: “Hemos de cumplir nuestro deber y dejar en manos de Dios toda otra cosa”.
Y sobre todo, debemos ser bien conscientes de que, como afirmaba Albert Einstein, nuestra percepción del tiempo es un persistente espejismo. El único marco temporal real es aquel que Raimon Panikkar llamaba la tempiternidad: un “tiempo” temporal y eterno a la vez, un tiempo infinitamente “mayor” que esta vida transitoria, un tiempo en el corazón del cual está el momento de la muerte, con toda su rendición de cuentas en unos instantes incomprensiblemente “expandidos”. Lo cual me da la certeza de que aquellos que están arrasando Gaza y el este de la RD del Congo serán al final ineludiblemente condenados. Seguramente, quienes aún no han descubierto ese marco real de la tempiternidad, que la ciencia empieza ya a barruntar, rechazarán un tipo de discurso como es este mío.
Pero quienes ya lo hemos descubierto no podemos retornar a un reduccionista marco materialista, racionalista y cientificista. Así que acabaré esta cuarta y última parte del presente artículo moviéndome en un prodigioso marco evolutivo y de eternidad. Un marco en el que, como hemos visto hace un momento al analizar el tercer tipo de exigencias (el de la decidida entrega absoluta), hasta la muerte solo es un tránsito.
Somos tan solo sembradores en un prodigioso marco evolutivo y de eternidad
Esta es precisamente la gran cuestión que da un sentido diferente al supuesto éxito o al supuesto fracaso de nuestras vidas. Para los cristianos, la esperanza es, junto a la fe y al amor, una de las tres grandes virtudes, las teologales. Y es por tanto, por su importancia decisiva, por lo que en 2018 comencé así el libro El “Shalom” del resucitado:
“Eran los primeros años de la década de los setenta del pasado siglo XX. En un mundo en el que las plagas del hambre y la pobreza continuaban ocasionando sufrimiento y penalidades sin cuento, la costosísima carrera armamentística y la tenebrosa Guerra Fría, protagonizadas por las dos grandes potencias que habían emergido tras la Segunda Guerra Mundial, eran como unos enormes y opresivos nubarrones que lo cubrían todo. Aquellos años eran también para mí, que había nacido en febrero de 1951, los primeros tras mi mayoría de edad. Mi dolor y rebelión internas frente al mundo tan injusto que iba descubriendo, eran considerables. Sin embargo, ciertos rayos de esperanza, belleza y consuelo se filtraban por algunos pequeños claros entre tales nubarrones, iluminando mis preocupaciones y mi vida cotidiana. Eran los milenarios textos proféticos de la Biblia:
‘Al final de los días […] De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra (Isaías 2, 2-5).’
Más de cuarenta años después de mi descubrimiento de la doctrina y el movimiento de la no violencia y de mi decisión de convertirme en el tercer objetor de conciencia español al servicio militar, sin contabilizar a los testigos de Jehová, aún recuerdo aquella década con agradecimiento. Y con una cierta nostalgia, que en buena medida no está exenta del sufrimiento de entonces. Con el paso de los años, otras claves igualmente luminosas fueron gestando en mí la certeza inconmovible de que tales anuncios proféticos no eran las ensoñaciones o quimeras de unos visionarios que vivieron hace milenios en un oscurantista mundo teísta, sino unos certeros augurios y unas fiables promesas que, en nuestro mundo actual, escéptico y positivista, deberían ser leídos con gran respeto.
Dichas claves fueron gestando en mi corazón la certeza de que los pequeños y misericordiosos poseerán un día la Tierra, de que la verdad y el amor tendrán la última palabra en la Historia, de que la Paz llegará finalmente como el gran don mesiánico que reconciliará a la Humanidad y enjugará todas sus lágrimas. En el centro de toda esa red de claves y certezas (en gran medida empíricas, como intentaré mostrar), fue arraigando cada vez con más fuerza un relato que con el paso de los años se hace para mí cada vez más conmovedor y revelador, más fundamental y determinante en mi vida:
‘Al atardecer de aquel mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ¡La paz esté con vosotros! [¡Shalom!] Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con vosotros! […].
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor! Él les respondió: Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no meto el dedo en la herida de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré. Ocho días más tarde, los discípulos estaban de nuevo reunidos en la misma casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: ¡La paz esté con vosotros! Luego dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe. Tomás respondió: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído? ¡Felices los que creerán sin haber visto! (Juan 20, 19-29).’
Si este texto relata unos hechos que efectivamente sucedieron durante las primeras horas de la noche de un domingo de primavera en la Jerusalén de hace casi dos milenios, algo esencial debería cambiar no solo en nuestra comprensión del fenómeno humano sino incluso en nuestra misma visión de la Vida y del Cosmos.”
Experiencias generadoras de esperanza
Pero existen evidentemente otros muchos motivos para una firme esperanza que no tienen que ver con el cristianismo. Seguramente, las llamadas experiencias cercanas a la muerte son unas de las más poderosas generadoras de esta esperanza arraigada en una experiencia de tempiternidad. Unas experiencias cada vez más frecuentes en un mundo como el nuestro, en que las técnicas médicas de reanimación han sido tan perfeccionadas. También las experiencias de solidaridad y participación colectiva en proyectos que hacen avanzar a la humanidad hacia un mundo mejor suelen ser generadoras de esperanza.
Y también lo son, por supuesto, las prácticas espirituales serias. O deberían serlo, porque me resulta sorprendente la concepción reduccionista de “El ahora” que se da en muchos espiritualismos. Desde tales “espiritualidades” nos critican a veces a los cristianos que, desconectados del aquí y ahora -según a ellos les parece-, proyectemos nuestro “mental” hacia el futuro, hacia la resurrección o hacia la eternidad. Curiosamente, me he encontrado con la paradoja de que, aquellos mismos que me hacían tal crítica, planifican, a su vez, con un tiempo considerable, sus burguesas vacaciones. Cosa que, cuando se lo hacía notar, tenían finalmente que reconocer.
Estas personas deberían ver que, una cosa es una técnica o práctica para intentar evitar divagaciones mentales innecesarias (observando, por ejemplo, nuestros pensamientos o preguntándonos “¿Quién soy yo?”, como aconsejaba Ramana Maharshi), divagaciones que se suelen ir hacia el pasado o hacia el futuro, y otra es convertir eso en algo tan central en nuestras vidas que caigamos en un inmaduro y reduccionista culto a un Ahora cuyo horizontes es, volviendo a Einstein, muy chato e ilusorio.
En mi artículo anterior me referí al gran error metodológico de los espiritualistas consistente en exigir un trabajo personal/interior completo y acabado ANTES DE pretender trabajar por un mundo más justo. Es aquello tan manido de mahatma Gandhi: ser PRIMERO uno mismo el cambio que queremos que se dé “afuera”. Un apotegma que, desligado del conjunto de sus enseñanzas y de su vida, se convierte en pura distorsión y manipulación de lo que el mahatma fue, dijo y practicó. Y creo que ahora nos encontramos de nuevo con otro error. Con un reduccionismo espiritualista que pretende que solo existe aquello que ellos llaman “el presente”.
Amenazados de resurrección
De hecho aquella crítica que se me hizo un día, a la que me referí en mi anterior artículo, en la que se me reprochaba el “predicar” sobre la paz sin estar antes “realizado”, iba acompañada de una segunda crítica referente a la esperanza cristiana proyectada hacia la vida eterna. Fue esta la crítica completa que me hizo la responsable de un grupo de meditación oriental que apareció en la última hora del breve curso que yo estaba dando, tomó la palabra y, con una gran autoafirmación, se atrevió a decir ante unas setenta personas: “Tú ya sabes, Juan, que tienes muchas cosas personales que trabajarte antes de dar lecciones a nadie. Y además yo ya estoy harta de esperanzas proyectadas en la vida eterna”.
Aludía a que yo acababa de citar las palabras de un periodista guatemalteco simpatizante de la teología de la liberación, José Calderón: “Los cristianos no estamos amenazados de muerte, sino de resurrección”. Parece que algunos no entienden la importancia de aquello que en una espiritualidad verdaderamente liberadora es llamado “el lugar teológico”. Es radicalmente diferente hacer teología de la mano de los niños moribundos de Gaza que dedicarse a meditar tranquilamente bien lejos de ellos, con nuestra nevera llena, nuestra cuenta bancaria bien saneada y nuestra vida bien resuelta.
Al parecer -según les oí decir sobre mí a algunas de estas personas que practican una espiritualidad “superior”-, atreverse con algo tan enorme como es la Paz mundial, trabajar por causas terribles pero demasiado “alejadas”, no es otra cosa que escaparse “mentalmente” (siempre la obsesión por “el mental”) del aquí y del ahora, así como de la relación nada fácil con las personas cercanas.
Por mi parte, me parece mucho más cierto lo contrario: las generaciones futuras se lamentarán más del silencio de la gran masa de la gente buena frente a las guerras y los genocidios, que de la maldad de aquellas elites que los provocan. Esa es precisamente la visión de los maestros de la no-violencia. También en el Evangelio queda bien claro que se nos exige ir más allá de nuestro entorno inmediato y que podemos fundamentar en la doctrina de Jesús el lamento de los maestros de la no-violencia sobre el silencio y la pasividad de quienes forman la gran masa de la gente buena.
De lo que no me cabe duda es de que enfrentarse a la realidad de Gaza o de la RD del Congo es demasiado insoportable. Si ya en nuestras propias sociedades, tan dañadas por las enormes desigualdades consecuencia del liberalismo, se da aquello que Enrique Carpintero (doctor en Psicología, psicoanalista, fundador y director de la revista y la editorial Topía), llama “un exceso de realidad”, ¡cuánto más excesivas serán las tragedias que viven aquellas sociedades arrasadas!
Por más que el maestro le diga al meditador que sentarse en silencio es una muerte a todo… en ese silencio meditativo no hay en realidad ni sangre, ni aullidos, ni vísceras por el suelo. A no ser que la meditación nazca de lo más hondo, sea tan profunda y genere una empatía tan intensa… que rompa el espejismo de la distancia y la separación con las víctimas. Pero eso es bastante excepcional. “Las víctimas”, solo suelen ser fantasmas en nuestro “mental”, no una realidad tan material como el mismo suelo sobre el que meditamos.
Como las estadísticas. No hay cientos de miles de mujeres violadas en la RD del Congo. No son unas abstracciones mentales por las que un día algunos de nosotros nos “escapamos” del aquí y el ahora, así como de la convivencia nada fácil con las personas de nuestro entorno. Solo son reales Pauline, Chantal, Marcelline… Quien quiera seguir con tales críticas a los “activistas” o engañándose a sí mismo con necedades como aquella de que para Gandhi la única búsqueda era solo la interior, que lo haga.
Pero sería mucho más honesto reconocer nuestra cobardía y todas nuestras limitaciones (como lo hace Norman Filkenstein en el video sobre el mensaje de Gandhi (minutos 1-5 y 12-18). Sería más honesto eso que distorsionar el mensaje del mahatma o criticar la esperanza de resurrección de aquellos cristianos que en América latina dan generosamente su vida por la denuncia de la Verdad.
José Calderón: aprender a leer el Evangelio de la mano de Teilhard de Chardin
A pesar de tales críticas espiritualistas, la citada formulación de José Calderón me parece tan certera y profunda que creo que debe ser traído aquí el texto íntegro en el que ella aparece en la Revista SIC del 27 de abril del 2014:
“Dicen que estoy ‘amenazado de muerte’. Tal vez. Sea ello lo que fuere, estoy tranquilo. Porque si me matan, no me quitarán la vida. Me la llevaré conmigo, colgando sobre el hombro, como un morral de pastor.
La vida –la verdadera vida– se ha fortalecido en mí cuando, a través de Pierre Teilhard de Chardin, aprendí a leer el Evangelio: el proceso de la Resurrección empieza con la primera arruga que nos sale en la cara; con la primera mancha de vejez que aparece en nuestras manos; con la primera cana que sorprendemos en nuestra cabeza un día cualquiera, peinándonos; con el primer suspiro de nostalgia por un mundo que se aleja, de pronto, frente a nuestros ojos.
Así empieza la resurrección. Así empieza, no eso tan incierto que algunos llaman ‘la otra vida’, pero que, en realidad, no es la ‘otra vida’, sino la vida ‘otra’ (diferente).
Dicen que estoy amenazado de muerte. De muerte corporal a la que amó Francisco. ¿Quién no está ‘amenazado de muerte’? Lo estamos todos, desde que nacemos. Porque nacer es un poco sepultarse también.
Amenazado de muerte. ¿Y qué? Si así fuere, los perdono anticipadamente. Que mi cruz sea una perfecta geometría de amor, desde la que pueda seguir amando, hablando, escribiendo y haciendo sonreír, de vez en cuando, a todos mis hermanos los hombres.
Que estoy amenazado de muerte. Hay, en la advertencia un error conceptual. Ni yo ni nadie estamos amenazados de muerte. Estamos amenazados de vida, amenazados de esperanza, amenazados de amor.
Estamos equivocados. Los cristianos no estamos amenazados de muerte. Estamos ‘amenazados’ de resurrección. Porque además del Camino y de la Verdad, Él es la Vida, aunque esté crucificada en la cumbre del basurero del Mundo…”
Conclusión: cuatro análisis y una única conclusión final
¿Qué seríamos capaces de conseguir unos cientos de seres humanos dispuestos a todo, dispuestos a aceptar estas exigencias que acabo de explicar? No digamos, pues, que somos impotentes frente a la inexpugnable impunidad de unos pocos poderosos. Empecemos por reconocer que nosotros no estamos dispuestos a una entrega absoluta, como lo reconoce honestamente Norman Filkenstein.
Las propuestas que acabo de exponer son de un ámbito personal íntimo, diferente de aquel ámbito institucional en el que se mueven las propuestas de Jeffrey Sachs y Sybil Fares en este artículo. Pero son complementarias. Concluyo con unas pocas líneas que me parecen ahora oportunas y que quizá podrían resumir el contenido de mi libro Los cinco principios superiores :
“Esas leyes de ‘otro orden’ que guiaron a mahatma Gandhi existen realmente. Se trata de unas leyes capaces de producir el ‘milagro’ de la multiplicación desproporcionada de nuestros pequeños esfuerzos; el ‘milagro’ de la multiplicación del bien frente al mal; el ‘milagro’ de encontrar paradójicamente nuestra propia felicidad en el momento mismo de condicionarla a la felicidad de los más desvalidos; el ‘milagro’ de que el más pesado de los yugos, la renuncia a nosotros mismos (una carga que es superior a nuestras propias fuerzas), se vuelva suave y ligero en el mismo momento en el que lo aceptamos y confiamos en que una Fuerza superior nos ayude a llevarlo; incluso el ‘milagro’ de que hasta el más pequeño de todos nosotros pueda cambiar el curso de la historia.”
Pintura: La incredulidad de san Tomás (Caravaggio, 1600-1601)
Norman Finkelstein: ”Lo que Gandhi dice sobre la no violencia, la resistencia y el valor" (Democracy Now, 2012)