Del libro “África, la madre ultrajada” de Joan Carrero

Extractos pp. 322-381, marzo 2010

El “accidente” que dio inicio a los llamados cien días de sangre

Aquella tarde del 6 de abril de 1994 la temperatura era agradable y había una gran calma en el ambiente. Lamentablemente, se trataba de la calma que muchas veces precede a la tormenta. En este caso, una tormenta excepcional. Un poco antes de aquella hora nefasta, una camioneta Toyota 2200 blanca, que era habitualmente utilizada para sacar la basura del CND, conducida por el sargento Didier Mazimpaka, dejó la carretera principal y se desvió hacia el valle para iniciar enseguida la subida hacia la colina Masaka. A bordo de ella viajaban otras tres personas. Transportaba además una extraña y maldita carga: los misiles SA-16 que cambiarían el curso de la historia.

La comitiva que viajaba en la Toyota y que custodiaba los misiles era muy reducida, precisamente para no llamar la atención y evitar levantar cualquier sospecha, pero era suficiente para esta operación. Se trataba de un comando formado solamente por cuatro personas: los dos especialistas en lanzamiento de misiles, Eric Hakizimana y Frank Nziza, protegidos por el soldado Patiano Ntambara y el citado chófer, Didier Mazimpaka, armados con sus respectivos kalashnikov. Aunque, con el objetivo de proteger este reducido equipo, también había sido desplegado un segundo grupo en la casa que un conocido de Paul Kagame, Jean Marie Hunyankindi, tenía en el sector Masaka-Kanombe. Estaba constituido por miembros del FPR infiltrados en Kigali cuya misión era la del reconocimiento de dicho sector. Formaban parte de él los sargentos Jean Bosco Ndayisaba y Emmanuel Ruzigana y el subteniente Charles Ngomanziza. Su superior era el capitán Hubert Kamugisha, quien estaba a su vez en contacto con el capitán Charles Karamba, oficial de la Directorate of Military Intelligence (DMI) y destinado entonces al batallón del CND en Kigali. Éste último contemplaría un poco más tarde la explosión y caída del Falcon 50 apostado en el último piso del CND.

El sargento Emmanuel Ruzigana había sido afectado en marzo de 1994 al Network Commando creado en 1993 por James Kabarebe. Bajo la apariencia de chofer de taxi, dirigía un grupo de seis infiltrados. Dos semanas antes del atentado, el capitán Hubert Kamugisha le informó del proyecto de derribo del Falcon 50. El 2 de abril el sargento trasladó con su taxi al capitán y al teniente coronel Charles Kayonga al lugar de Masaka llamado La Granja, desde el que debían ser disparados los misiles. Tras haber procedido él mismo en los días precedentes a un primer reconocimiento, sus superiores debían a su vez confirmar finalmente dicha localización. El 6 de abril, mientras hacía guardia en Masaka con su propio grupo, vio llegar la camioneta del comando que iba a hacer saltar por los aires no sólo al Falcon 50 sino a toda la región. Muy cerca ya de la hora trágica, escuchó sobre su propio aparato emisor-receptor al teniente coronel Charles Kayonga anunciando a lanzador de misiles Franck Nziza que el avión que estaba por llegar era el del presidente Habyarimana, que era la hora de “hacer el trabajo” y que después debía recuperar a los miembros de su grupo para volver al CND.

Era una operación que despreciaba los más elementales códigos éticos: el Falcon 50 era un avión civil; en él viajaban los jefes de Estado de dos países junto a otra decena de personas, siete de las cuales integraban sus respectivas comitivas y tres eran ciudadanos franceses; retornaban de una cumbre regional en Dar es Salaam, a la que precisamente habían sido invitados en un marco de negociaciones y búsqueda de acuerdos de paz… Es decir, se trataba de la cumbre que habían organizado con el único objetivo de llevar a cabo el atentado en el momento en el que el Falcon 50 retornase de ella y tomase tierra en Kigali, se trataba de la cumbre en la que serían asesinados los presidentes de los dos países a los que decían querer ayudar… ¡el cinismo de estas gentes y de sus padrinos internacionales no cabe en una mente normal! Estaban dispuestos a llevar adelante su proyecto genocida mediante las farsas más abyectas.

Aquella tarde del fatídico 6 de abril Juvènal Habyarimana estaba, con el paso de las horas, cada vez más inquieto. Los pilotos franceses y el resto de pasajeros también. La cumbre había sido retrasada y además alargada de manera absurda. La oscuridad nocturna, tan temida en aquellos días de malos augurios y de especulaciones sobre la capacidad y la voluntad del FPR de atentar con misiles tierra-aire contra el Falcon 50 presidencial, iba a ser ya una invitada indeseada pero ineludible. Alrededor de las 19 h el Falcon 50 despegaba por fin hacia su trágico destino. Patrick Karegeya, que tras el triunfo del FPR se convertiría durante una década en el director general de Inteligencia Exterior del FPR/EPR, formaba parte de la delegación ugandesa pero, al igual que otros miembros de ella, era en realidad un agente del FPR. En cuanto el Falcon 50 despegó, llamó a Mulindi para informar de ello al adjunto de Paul Kagame, el teniente coronel James Kabarebe.

Todo estaba a punto. Eran los instantes últimos antes de la gran catástrofe. Abdul Ruzibiza los conoció con todo detalle, los explicó al juez Jean-Louis Bruguière, los recogió en su libro y ahora nos introduce de lleno en ellos. Igualmente el sargento Aloys Ruyenzi declararía sobre estos hechos el 25 de marzo de 2004 ante el juez francés, así como el también sargento Emmanuel Ruzigana unos días después, el 29 de marzo. Todos ellos nos proporcionan un impresionante relato de éste acontecimiento capital. Claudine Vidal, en el prefacio del libro de Abdul Ruzibiza, escribe:

El enigma del atentado contra Juvénal Habyarimana suscita un interés similar al atentado contra el presidente Kennedy en Dallas: constituye un capítulo relevante de la historia complot, un tipo de historia que capta la atención infatigable de toda clase de públicos. El libro de Ruzibiza […] relata de manera detallada la última reunión preparatoria del atentado dirigida por Paul Kagame, la elección del armamento, la introducción clandestina de los misiles en Kigali, la localización del lugar de tiro y la ejecución de la misión. Su relato es el más preciso de cuantos han sido escritos hasta ahora por disidentes del FPR.1

Abdul Ruzibiza era uno de los trescientos “técnicos” infiltrados en todos los estamentos del país, todos ellos buenos conocedores de Ruanda. Se dedicaban a hacer reconocimientos y operaciones especiales. Constituían uno de los tres grupos principales que formaban una amplia red de información, el Network Commando. El High Command, una especie de guardia presidencial, y la Directorate of Military Intelligence (DMI) eran los otros dos. Sobre ésta, dirigida por el general Kayumba Nyamwasa, recaía el mando y las responsabilidades últimas de toda esta amplia y difusa red. La DMI también funcionaba como una red paralela en la que no sólo había unidades de reconocimiento sino también de sabotajes y asesinatos selectivos. Asesinatos tanto de líderes de la oposición como de tutsis, que debían ser adjudicados al Gobierno a fin de socavar la imagen y la autoridad de Juvénal Habyarimana tanto internacionalmente como en el interior. Desde febrero Paul Kagame repetía con frecuencia: “No confiéis en los Acuerdos de Arusha. Entraremos en Kigali gracias a los kalashnikov”. Eran muchos los que sabían que iban a asesinar al presidente Juvénal Habyarimana. El testimonio de Abdul Ruzibiza nos acompañará a todo lo largo de éste capítulo.

Cuatro misiles SA-16 para romper el ánfora de Pandora

Abdul Ruzibiza, en el subapartado de su libro que lleva por título “Las oportunidades del asesinato”, incluido en el apartado “Preparativos” expuso cómo, tras esos múltiples intentos y las serias dificultades con que se iban encontrando los planificadores del magnicidio, se optó finalmente por un atentado con misiles SA-16 en el momento del despegue o aterrizaje del Falcon 50 presidencial:

Varias tentativas de asesinato del presidente Habyarimana fallaron. Entre las diversas posibilidades figuraba la de abatirlo a quemarropa en ruta. No era fácil, ya que había limitado sus desplazamientos por vía terrestre y ya no salía fuera de Kigali. Cuando se desplazaba, las fuerzas de seguridad utilizaban varias estratagemas para que no se supiera por qué medio llegaría a su destino utilizando helicópteros y varios coches. Se había planificado asesinarlo en Kinihira (prefectura de Byumba) durante las negociaciones con el FPR del 19 al 25 de julio de 1993, pero los ejecutores no pudieron llevar a cabo la fechoría porque había varios coches repletos de escoltas y de militares del GOMN encargados de supervisar el cese de los combates. Los que debían ejecutar el atentado se arriesgaban a dejar la piel en el intento.

La última posibilidad, y la menos expuesta para el FPR-Inkotanyi, era derribar el avión que transportaba al presidente Habyarimana. Para un avión tan rápido no era posible utilizar un arma cualquiera. Durante la guerra del FPR contra Ruanda, la rama militar de la organización disponía de misiles antiaéreos SA-7B. Había pocas oportunidades de utilizar estas armas salvo contra aviones pequeños o helicópteros, pero se trataba de un arma en la que el EPR no tenía confianza por diversas razones.

El SA-7B es un misil encerrado en un largo estuche, una parte del cual debe descansar en el hombro para poder apuntar al objetivo. Necesita una batería para el precalentamiento antes de ser disparado. La cabeza del proyectil está dotada de un aparato de rayos infrarrojos que ayuda al misil a seguir el ruido del motor del avión.

El misil posee un disparador de doble efecto. La primera presión ejercida sobre él conecta las baterías térmicas. En esta búsqueda del ruido del motor, la batería se caliente para almacenar la energía necesaria para el lanzamiento del misil. Cuando la cabeza buscadora del misil ha detectado suficientes radiaciones emitidas por el objetivo una señal sonora advierte al tirador, el cual entonces tiene que apretar el disparador hasta el tope. El detector de infrarrojos guía el misil hacia los gases de escape del avión objetivo. Todo ello exige mucho tiempo, de manera que en el momento del lanzamiento del misil los aviones de gran velocidad están ya lejos.

La velocidad del misil SA-7B puede alcanzar 500 m/s, esto es, 1.800 Km./h, durante un recorrido de 5 Km. en persecución del avión. Después de estos 5 Km. el misil no tiene suficiente fuerza y comienza a desacelerar para autodestruirse a 6.500 m si a esa distancia no ha alcanzado todavía al avión.

Estos misiles, en consecuencia, solamente son eficaces cuando el avión vuela a baja altura. Ello exige que el avión sea derribado en la fase de despegue o de aterrizaje. La fase de aterrizaje es la más indicada, ya que el avión vuela a gran altura cuando se encuentra lejos del aeropuerto, y cuando despega alcanza rápidamente gran altura. Por lo tanto, es importante que el tirador se encuentre muy cerca del aeropuerto.

El EPR tenía en su posesión un segundo tipo de misil, el SA-16, que nosotros llamábamos SAM 16 o Igla. Este tipo de misiles, como el SAM-7, provenían de los stocks del Ejército ugandés […].

Estos misiles no habían sido utilizados nunca antes por el EPR. Sólo había un especialista en la materia, de nombre Frank Nziza. Había aprendido a manejar los misiles Igla en el NRA, en el cuartel general de Bombo. En abril de 1994 el EPR poseía solamente cuatro misiles de este tipo. Antes de la planificación del atentado contra el presidente Habyarimana, estos misiles estaban guardados en el depósito del EPR en Mbarara, Uganda. Había uno de ellos en Mulindi, en el cuartel general del EPR, para la defensa aérea.

Posteriormente fueron seleccionados tres guardias personales de Paul Kagame y fueron enviados a formarse en Uganda para poder utilizar los misiles SA-16. Se trataba de los sargentos Andrew Nyamvumba y T Steven Wagira, y del cabo Éric Hakizimana. Los misiles que se encontraban en Mbarara fueron transportados a Ruanda el 6 de enero de 1994; el 3er batallón había llegado hacía poco al CND.

Como acabo de decir, la utilización del misil SA-7 para derribar un avión del tipo Falcon 50 no era aconsejable. Se prefirió el SA-16 por su potencia, velocidad y el menor tiempo de precalentamiento. Este misil puede derribar un avión que vuele a una velocidad de 1260 Km./h. El misil es lanzado a una velocidad de 2000 Km./h. y comienza a tomar velocidad a mayor distancia que el SA-7. En resumen, era mucho más apropiado que el SA-7, tanto más cuanto éste podía estar deteriorado por causa del tiempo que llevaba almacenado.

El número de tiradores de misiles había aumentado. Cada unidad mobile debía contar con, al menos, cuatro, y un número igual de misiles SA-7. El teniente Alphonse Kayumba era quien mandaba a estos tiradores. Tenía bajo sus órdenes al subteniente Frank Nziza, más experimentado pero con menos graduación que él.2

Los últimos preparativos del “accidente”

Abdul Ruzibiza explica a continuación con todo detalle las distintas estratagemas y subterfugios que prepararon y permitieron la introducción de los misiles en Kigali. Fueron transportados desde Mulindi y, una vez ya en el edificio de la CND, escondidos en la habitación del mayor Jacob Tumwine. Es sorprendente la evidencia de la complicidad de la MINUAR, en la que estaban perfectamente integrados ciertos representantes del EPR que se movían con total impunidad:

Los misiles llegaron a Kigali a finales de enero de 1994 escondidos en un camión donde viajaban seis soldados del EPR a las órdenes del capitán Gilbert Rusaza, uno de los oficiales del 3er batallón en Kigali. Este equipo iba acompañado por soldados de la MINUAR originarios de Ghana, así como por un representante del EPR en la MINUAR, el capitán Godfrey Butare. Cuando llegaron a Mulindi, el capitán Godfrey Butare llevó a los soldados de la MINUAR a visitar supuestamente los locales de la dirección del EPR, pero de hecho lo hizo para permitir que los misiles fueran cargados fuera de sus miradas. El capitán les llevó a un terreno de voleibol para matar el tiempo mientras los misiles eran cargados debajo de haces de leña en el camión que debía transportarlos hasta Kigali, a la sede del CND. Los encargados de enviar los misiles, así como las armas, minas, granadas y municiones destinadas a los soldados del escuadrón Network disperso por el país, fueron el capitán John Birasa y el teniente Joseph Nzabamwita. Los hombres que cargaron los misiles en el camión verde marca Mercedes Benz 1924, conducido por el cabo Eugène Safari, apodado Karakonje, fueron los sargentos Moses Nsenga y Tumushukuru y los cabos Stanley Rwampansi y Seromba.3

El coronel Luc Marchal y el teniente coronel André Leroy habían mencionado ya en 1997, en su deposición ante la Comisión Parlamentaria belga, que estaban persuadidos de que el FPR usaba el pretexto de buscar leña en el norte a fin de trasportar armas. Y el 19 de julio de 2002, ante el juez Jean-Louis Bruguière, el coronel Luc Marchal declaró haber sido informado de que algunos elementos del FPR abandonaban clandestinamente a la noche su acantonamiento en la CND y que impedían a la MINUAR y a los observadores de la ONU el observar como cargaban sus vehículos. De igual forma el sargento belga de la MINUAR Dimitri Pauwels declaró el 8 de julio que, unos días antes del atentado, mientras escoltaba un convoy de vehículos del FPR desde Mulindi al CND de Kigali, se habían introducido en él unas doscientas o trescientas personas armadas.

En el siguiente apartado Abdul Ruzibiza expone cómo fue seleccionado el lugar exacto para el lanzamiento de los misiles y cuáles fueron los preparativos inmediatos antes del atentado. Transcribo a continuación los párrafos más significativos:

Así pues, el avión del presidente Juvénal Habyarimana solamente podía ser derribado en la fase de aterrizaje. La colina Masaka, no lejos del aeropuerto, fue escogida como la que ofrecía el mejor emplazamiento para el disparo.

Por lo tanto, eran necesarios militares y civiles que conocieran bien la zona de Masaka. Fueron solicitados militares originarios de Masaka y alrededores. Se utilizaban motos para ir y venir. Los que las conducían se vestían de agrónomos y llevaban cascos que les ocultaban las caras, para no ser reconocidos. Los últimos días se utilizaron dos vehículos: un minibús, conducido frecuentemente por un tal Jean-Marie Munyankindi, y una camioneta, conducida por Paul Muvunyi. Éste, por otra parte, cambió la pintura de la camioneta y puso en las puertas la inscripción “Municipio de Kanombe”, todo ello para evitar sospechas.

El subteniente Frank Nziza, que fue quien derribó el avión, fue a este lugar dos veces: una durante el día y otra por la noche, para la correcta localización y reconocimiento del lugar.

El reconocimiento fue efectuado a las órdenes del capitán Hubert Kamugisha por soldados que no estaban acuartelados en el CND. El capitán Charles Karamba, oficial de información del 3er batallón, realizó asimismo tareas de reconocimiento de la zona en conexión con los servicios del CND. Bajo sus órdenes estaba el teniente Karegeya, un hutu originario de Kibungo, del que no podía sospecharse a causa de su aspecto.4

La última reunión en que se expusieron los detalles del plan de derribo del Falcon 50 presidencial y se coordinaron las funciones de los integrantes del reducido grupo de responsables y ejecutores del atentado se celebró el 31 de marzo de 1994. También tres sargentos del entorno inmediato de Paul Kagame pudieron escuchar lo que se dijo en tal reunión. Uno de ellos era Aloys Ruyenzi, agente de información de la unidad del Alto Mando, que sustituía al teniente Silas Udahemuka, el cual había sido víctima de un accidente de circulación. Abdul Ruzibiza lo relata así:

Se habían celebrado varias reuniones para la preparación del atentado contra el avión del presidente Juvénal Habyarimana. Antes, el general de división Paul Kagame había puesto al corriente del asunto a muy pocas personas, entre ellas el coronel Théoneste Lizinde, quien había sugerido que Masaka era el mejor emplazamiento. Fue entonces cuando Paul Kagame ordenó al teniente coronel Charles Kayonga, al teniente coronel James Kabarebe y al coronel Kayumba Nyamwasa que efectuaran un reconocimiento del lugar.

La última reunión, en la que se presentaron las conclusiones del plan a varias personas, se celebró el 31 de marzo de 1994. He aquí los nombres de los que estaban presentes: el general de división Paul Kagame, que dirigía la reunión y fue quien dio la orden de derribar el avión; el coronel Kayumba Nyamwasa, jefe de la DMI; el coronel Théoneste Lizinde, director de la Documentación y consejero de Kagame; el teniente coronel James Kabarebe, jefe de los guardias de seguridad y ayuda de campo de Kagame, por quien pasaban la mayoría de las órdenes del general antes de llegar a los subordinados, y el comandante Jacob Tumwine, uno de los mandos de compañía del 3er batallón, que pasó gran parte de su carrera en diferentes unidades como agente de información. Éste último siguió varios cursos de formación sobre operaciones especiales, inteligencia militar y entrenamiento de comandos. Estaba subordinado al teniente coronel Charles Kayonga y debía recibir las órdenes que ejecutaría el 3er batallón cuando el avión fuera derribado. Se marchó tras conocer el plan de ataque a la ciudad de Kigali, última operación con la que terminaría la toma del poder. Por otra parte, los misiles estaban guardados en su habitación del CND. Por fin, también estaba presente el capitán Charles Karamba, jefe de información del 3er batallón, que presentó los resultados del reconocimiento del lugar realizado por sí mismo y por el capitán Hubert Kamugisha. Karamba aportó igualmente indicaciones sobre las posiciones de las FAR en la ciudad de Kigali, para que todo estuviera a punto antes del ataque.5

En su declaración ante el juez Jean-Louis Bruguière, el sargento Aloys Ruyenzi se refirió a las palabras pronunciadas por Paul Kagame en esta decisiva reunión: “La guerra no acabará si no muere Habyarimana”. Finalmente, Abdul Ruzibiza recoge en una breve crónica los acontecimientos de aquel trágico 6 de abril de 1994:

El presidente de la República salió del país en dos ocasiones. La primera vez, el 5 de abril de 1994, se desplazó a Zaire. Según las informaciones recogidas por la dirección del EPR, Habyarimana debía regresar a la caída de la noche, de manera que su avión podía ser derribado. Pero regresó un poco antes.

La segunda vez fue el 6 de abril de 1994. Juvénal Habyarimana debía asistir a la cumbre de jefes de Estado en Dar es Salaam, Tanzania. Ese día fue asesinado. La cuestión primordial era conocer el momento y la manera en que Habyarimana iba a abandonar Dar es Salaam, así como el momento en que el avión presidencial alcanzaría el cielo de Kigali. Estas indicaciones fueron dadas por los miembros del FPR y los oficiales de información exterior (External Security) del EPR que se encontraban en Dar es Salaam. Trabajaban bajo la tapadera del Ejército ugandés y afirmaban haber entrado en él para no retornar a Ruanda. Sin embargo, estaban al servicio del FPR. La jefatura del NRA, incluido su comandante supremo, el general de división Mugisha Muntu, podía utilizar sin problemas a los agentes de información del EPR. Así fue cómo Patrick Karegeya fue enviado a Tanzania. Karegeya, permaneció integrado en el Ejército ugandés hasta la caída del Gobierno de Kigali, y fue quien informó desde Dar es Salaam al teniente coronel James Kabarebe de que el avión del presidente Habyarimana había despegado. La información fue transmitida inmediatamente a Paul Kagame. Calcularon que el avión estaría encima de Kigali hacia las 20.30. Se cursaron rápidamente las órdenes mediante teléfono satélite; debían ser ejecutadas en cuanto el avión estuviera en el cielo de Kigali. El sonido del aparato era bien conocido por los soldados del EPR estacionados en la ciudad. Era un avión muy rápido, fácil de reconocer. Esa noche, diferentes equipos de comandos fueron desplegados en el lugar elegido para el disparo. Los dos tiradores y un tercer soldado encargado de su seguridad, así como el chófer, tomaron posiciones.

Hacia las 20.25 el avión fue atacado por los dos tiradores. El primer misil, el del cabo Éric Hakizimana, dio en el ala derecha, sin poder derribarlo. El segundo tirador, el subteniente Frank Nziza, lanzó el segundo misil tres o cuatro segundos después y derribó definitivamente el aparato.6

Abdul Joshua Ruzibiza, un testigo excepcional

Casi una década después de esa fecha aciaga, otro ruandés, nuestro colaborador en ese tipo de tareas, me llamó un domingo por la mañana para explicarme que teníamos un “elemento” importante y para solicitarme el envío de 3000€ con el objeto de sacarlo urgentemente de Uganda. Se trataba de Abdul Joshua Ruzibiza. Conseguir testigos tan importantes como él, ayudar a protegerlos posteriormente durante el tiempo necesario… Este es el tipo de gastos en que hemos invertido durante estos años nuestro reducido presupuesto. Y no en financiar al FDLR, tal y como nos acusan los falsos testigos del “sindicato” profesional de delatores y el grupo de expertos de la ONU.

Meses más tarde, gracias a la tranquilidad que pudo disfrutar en su refugio noruego, Abdul Ruzibiza ya había acabado su libro, Rwanda. L’histoire secrète7, escrito originalmente en kinyaruanda y traducido al francés por algunos amigos ruandeses que conozco personalmente.8 Tuvimos entonces plena conciencia de que, sin duda, aquellos 3000€ habían sido una de nuestras mejores inversiones en la “empresa” de la verdad y la justicia. Habíamos acertado de lleno y el “beneficio” era importante. Aún conservo el documento privado en el que Abdul Ruzibiza me autoriza a representarlo en cuantas gestiones sean necesarias en vista a su publicación en castellano. El compañero Ramón Arozarena realizó generosamente la tarea de traducirlo.9

Antes, Abdul Ruzibiza había hecho otras cosas no menos valiosas. Primero testificaría en París ante el juez antiterrorista Jean-Louis Bruguière. Después, acompañado por Jordi Palou, lo haría ante un notario de Barcelona: en caso de ser asesinado antes de poder testificar ante un juez de la Audiencia Nacional española, su declaración notarial sería igualmente válida. Más tarde, aceptada ya la querella, en febrero del 2006 Abdul Ruzibiza realizaría su extensa declaración ante el juez Fernando Andreu, interrogado por Jordi Palou. Durante aquellos días compartidos en Madrid pudimos conversar durante muchas horas sobre todo cuanto aquí relato. Ambos le acompañamos a la sede del diario El Periódico, así como a la de la revista Mundo Negro. La redactora jefe del primero, Margarita Sáenz-Diez Trias, y el director de la segunda, Ismael Piñón, le realizaron sendas entrevistas en las que pudimos estar presentes. La de Mundo Negro fue compartida por un segundo testigo, Christophe Hakizabera.

Por sus trascendentales aportaciones, el testimonio de Abdul Ruzibiza se ha convertido desde entonces en una ineludible referencia para todo investigador serio sobre esta tragedia. El 10 de marzo de 2004 Stephen Smith revelaba en Le Monde las conclusiones de la investigación del juez Jean-Louis Bruguière, según las cuales el atentado del 6 de abril había sido ejecutado por orden de Paul Kagame. Stephen Smith precisaba también: “El testimonio de un antiguo miembro del Network Commando, el capitán Vénuste Josué Ruzibiza, está en el centro de la investigación de la justicia francesa”. Desde entonces no existe libro o documento honesto y significativo sobre este conflicto que no esté obligado a referirse a la abundante, incuestionable y trascendental información que Abdul Ruzibiza ha sacado a la luz. De hecho, ha sido objeto de muchos ataques ad hominem, pero ningún investigador serio ha cuestionado la exactitud de sus pormenorizados informes.

Así las cosas, resulta increíble que, en las más altas instancias internacionales, quienes deben tomar decisiones en consecuencia con esos importantes hechos ahora conocidos no lo hagan o sean cesados si lo intentan, como es el caso de la misma fiscal del TPIR, Carla del Ponte. Y en cuanto a los “expertos” y a las grandes ONG de derechos humanos que no han recogido el testimonio de Abdul Ruzibiza, ni tan solo merecen ser tenidos en cuenta. Su silencio los desacredita definitivamente. Eso es lo que sucede de momento. Pero esas complicidades serán cada vez más insostenibles en un mundo que poco a poco irá abriendo los ojos. Claudine Vidal, en el prefacio del libro de Abdul Ruzibiza, expresa también su extrañeza por este hecho:

[…] personalidades de origen y formación muy diferentes, todas ellas nada sospechosas de debilidad frente a los responsables y ejecutores de los asesinatos de ruandeses tutsis, saben y dicen que la venganza no fue el único móvil de las matanzas cometidas por el EPR, sino que tales matanzas fueron el resultado de una decisión política. Lo extraño radica en que sus declaraciones no hayan tenido consecuencias. Son conocidas, leídas y nunca desmentidas por las autoridades de Kigali, quienes denuncian que se trata de difamaciones pero no aportan pruebas que lo ratifiquen. En cuanto a las instancias internacionales, judiciales o extrajudiciales, a quienes van dirigidos los informes, siguen sin reaccionar públicamente y no se observan los resultados de ninguna investigación.10

El momento de la revelación de Le Monde no fue ciertamente casual. Es la lógica de los medios, que buscan la primicia y el momento de máximo impacto. Paul Kagame iniciaba, ese mismo día precisamente, una gira de tres días por Europa. Ante un gran número de medios de comunicación y en compañía de Guy Verhofstad, el primer ministro belga, sin negar los hechos revelados por Abdul Ruzibiza –cosa que no ha hecho jamás–, Paul Kagame se empleó en ataques personales hacia él y en la denuncia de un supuesto complot de Francia para ocultar sus propias responsabilidades en el genocidio de los tutsis y para perturbar las buenas relaciones de Ruanda con Bélgica. Cuando en realidad la cosa es mucho más sencilla: la justicia francesa actuó ante las denuncias de las familias de los militares franceses que pilotaban el Falcon 50 presidencial.11 Del mismo modo que nuestra querella es una iniciativa privada muy incómoda para el Gobierno español.

Si en este dossier ha habido alguna interferencia política, más bien lo ha sido en sentido contrario, en el de retardar una decisión judicial. Los conservadores de Jacques Chirac no tenían ningún interés en abrir un grave conflicto diplomático con Ruanda y sus poderosos aliados para reivindicar la figura del socialista François Mitterrand. Ni lo tienen hoy con Nicolás Sarkozy. Y, mucho menos aún con un ministro de Relaciones Exteriores y Europeas absolutamente protutsi como Bernard Kouchner, que se ha atrevido a calificar globalmente a los hutus como genocidas. Motivo por el cual Jean-Marie Vianney Ndagijimana interpuso una querella contra él. A partir de la publicación del artículo de Stephen Smith, como era de suponer, multitud de medios internacionales se hicieron eco de las denuncias de Abdul Ruzibiza.

La prodigiosa celeridad de la gran experta

Como ya he dicho, conocí personalmente a Abdul Ruzibiza en febrero de 2006. Su testimonio era tan singular y “sensible” que esta vez sí viajé a Madrid acompañando a Jordi Palou durante los días en que aquél y otros ruandeses testificaban ante el juez Fernando Andreu. Deseaba conocerlo personalmente, observar sus gestos y reacciones, entender las motivaciones que lo habían llevado, al igual que a otros miembros del FPR anteriormente, a desenmascarar a aquellos con quienes había compartido batallas, peligros y vicisitudes durante años. Y debo decir, en honor a la verdad, que la coherencia y la contundencia de su testimonio disipó cualquier duda de quienes entonces le conocimos y escuchamos. Al igual que les sucedería más tarde a expertos como Claudine Vidal y André Guichaoua, nada sospechosos de mantener posiciones prohutus, que escribirían respectivamente el prefacio y el postfacio de su libro. En el postfacio André Guichaoua explica cómo el testimonio de Abdul Ruzibiza respondió finalmente a muchos de sus propios interrogantes:

Comprendí muy pronto que había llegado al final de mis investigaciones. En efecto, en cada dossier, las versiones que me transmitió sobre la base de datos de los que él disponía se correspondían exactamente con mi propio haz de “pruebas” (horas, número de personas, medios de desplazamiento, armas utilizadas, etc.). Yo podía, por fin, colocar nombres a los actores hasta entonces anónimos de mis guiones. Conjuntamente confrontamos y delimitamos algunos puntos mal esclarecidos y los elementos que nos faltaban y, en unas horas, tras habernos comunicado telefónicamente con varios militares y otros interlocutores, todas las piezas estaban agrupadas, recortadas y unidas.

Lamentablemente, la magnitud de nuestra tarea, la pequeñez de nuestra Fundación y la limitación de nuestros recursos no nos permitieron ayudar más a Abdul Ruzibiza a fin de que hubiese quedado liberado para la importante tarea de difusión de toda la información que poseía. Como también ayudarle en todo lo referente a su seguridad y la de su familia. Aunque, tal y como expresa al inicio de su libro, su convencimiento de la trascendencia de su testimonio, su determinación y su sexto sentido para detectar el peligro llevaron a buen puerto su tarea:

Debo confesar que me he sentido limitado por mis habilidades personales, así como por mis posibilidades económicas; pero quería, costara lo que costara, aportar mi contribución, que considero capital para mostrar la cara cuidadosamente oculta de la tragedia ruandesa. Me ha costado mucho tiempo redactar este libro porque sabía muy bien que la DMI quería mantener secretas algunas informaciones a cualquier precio y que, si lograba enterarse de que yo las iba a poner por escrito, no dudaría en eliminarme. En los últimos días que precedieron a mi marcha al exilio, la DMI sabía que mi proyecto de escribir un libro sobre cuanto había sucedido estaba maduro, de tal manera que yo ya olfateaba el olor de la muerte ante mi puerta.12

Personalmente puedo y debo dar fe de las limitaciones económicas de Abdul Ruzibiza en aquellos días, y también de que jamás nos solicitó ningún tipo de ayuda ni mucho menos pago por su testimonio, que él consideraba simplemente una obligación moral hacia su etnia y hacia su país. Por tanto, considero sencillamente calumniosas las afirmaciones sobre la intención de Abdul Ruzibiza de “vender” su información. Afirmaciones hechas por la otra gran experta de la doctrina oficial, Colette Braeckman, en un artículo publicado por Le Soir el 11 de marzo de 2004, es decir, al día siguiente de las revelaciones de Le Monde.

¡Qué celeridad en neutralizar la verdad con tal derroche de información manipulada! La misma celeridad que mostró después del 6 de abril de 1994 para exculpar al FPR del atentado presidencial. Aunque dichas calumnias son bien comprensibles. En general, las posiciones de Colette Braeckman en este conflicto han sido tan tendenciosas que son muchos quienes sospechan posibles complicidades con quienes financian la difusión internacional de la doctrina oficial. En especial, Colette Braeckman es la más conocida abanderada de la inconsistente teoría que responsabiliza del atentado al propio régimen de Juvénal Habyarimana. Teoría que fue difundida con rapidez inmediatamente después del magnicidio, como si de algo bien preparado se tratase. Teoría que, junto a esta periodista belga, quedaba en el más total desamparo tras el testimonio de Abdul Ruzibiza. Aunque esto no parece haber afectado gran cosa a esta señora que con gran desparpajo continúa escribiendo sin cesar sobre este grave acontecimiento. Y lo hace nada menos que en medios como Le Monde Diplomatique o Le Soir.

Claudine Vidal lo explica en el prefacio del libro de Abdul Ruzibiza:

El 11 de marzo de 2004, Colette Braeckman, periodista del diario belga Le Soir muy conocida desde hace dos décadas como especialista en temas sobre el Congo-Kinshasa, Burundi y Ruanda, lugares donde efectuó numerosos reportajes, presentaba un retrato de Ruzibiza.13 Se había encontrado con él en mayo de 2003, en Kampala. Él le había revelado “sin hacerse rogar” que había formado parte del Network Commando, se mostraba dispuesto a “vender” su relato a quien se interesara por el mismo y “ya estaba en contacto con los franceses”. Por otra parte, Colette Braeckman expresaba brevemente su escepticismo sobre las revelaciones de Ruzibiza, que no le parecían “convincentes”. Bien es cierto que la periodista, a propósito del atentado contra el avión del presidente Habyarimana, había sostenido desde 1994 la tesis de un complot urdido por extremistas hutus que habrían encomendado su ejecución a militares franceses. Añadía finalmente informaciones dadas por “antiguos compañeros de armas” que desmentían la presencia de Ruzibiza en Kigali el 6 de abril y que afirmaban que éste había huido a Uganda tras haber sido “acusado de malversación financiera”.14

En 2003, en su libro Les nouveaux prédateurs. Politique des puissances en Afrique centrale, Colette Braeckman escribía que una de las principales razones que le impedían adjudicar el atentado al FPR era nada menos que… ¡una “razón moral”!: no podía creer que esa organización pudiese cometer un acto de tan graves consecuencias. Aunque acababa reconociendo que el evidente comportamiento criminal del FPR durante los últimos años contradecía esa “razón moral”:

Por lo que a mí respecta, a medida que las tragedias se iban sucediendo en la región me he visto obligada a reconsiderar una de las razones principales que me impedían atribuir al FPR la supuesta autoría del atentado.

[…] Me parecía imposible que los rebeldes estuvieran en el origen del atentado sencillamente porque […] sabían mejor que nadie que la eliminación de Habyarimana provocaría una masacre de civiles tutsis, auténticos rehenes internos entre los cuales se encontraban miembros de sus propias familias o de su clan.

Sin embargo, a la luz de los acontecimientos que han tenido lugar posteriormente en la región (las tácticas utilizadas durante la conquista de Ruanda por el FPR de abril a julio de 1994; la forma en que los tutsis congoleños fueron olvidados, o simplemente abandonados con motivo de la tentativa de infiltración en Kinshasa en agosto de 1998; o el aplastamiento de los banyamulenge cuando se negaron a someterse a las órdenes de Kigali) aquella objeción de orden puramente moral se ha desvanecido. Ahora creo que Kagame y los suyos, gente que antepone la estrategia militar a todo lo demás, no son de los que dudarían a la hora de sacrificar a civiles, tutsis incluidos, si ese fuera el precio a pagar por lograr sus objetivos.15

Ya en mis consideraciones al inicio de esta obra y de nuevo al comienzo de este capítulo he explicado que la mentira y la manipulación son, desde mi punto de vista, de enorme gravedad. El engaño mata realmente. Mata moral y físicamente. Hasta tal punto esto me parece cierto e importante, que esta convicción ha marcado incluso los diversos títulos de este libro. He optado, por ejemplo, por “La gran farsa”, como título de la introducción, frente a otras opciones que resaltaban la magnitud de las masacres de refugiados ruandeses en Zaire. Lo mismo me ha sucedido respecto al título de este apartado. El atentado terrorista, el magnicidio (cualquiera de estos sustantivos podría haber sido un título válido), fue terrible en sí mismo y en sus consecuencias. Sin embargo, el hecho de que el mismo comandante de la MINUAR, el general canadiense Romeo Dallaire, se haya referido a él como “el accidente”, o de que se engañe al mundo responsabilizando de él al entorno de la principal víctima, me parece una infamia tal, que es esa farsa y no el atentado mismo el que ha dado nombre a este apartado.

Dentro de las oscuras entrañas del FPR y de su líder, Paul Kagame

En los primeros párrafos de su libro, Abdul Ruzibiza explica el largo calvario que fue su vida por el solo hecho de haber nacido de padres tutsis. Calvario que culminó con el total exterminio de su familia y algunas otras familias también tutsis en la región del Bugesera, en el sudeste de Ruanda, durante la primavera de 1994. Calvario que le llevó a enrolarse en las filas del FPR cuando sólo tenía veinte años y, más tarde, a investigar las causas últimas por las que fue exterminada su familia. Especialmente durante los dos años en que fue encarcelado, reflexionó mucho sobre el sufrimiento de su pueblo y las atrocidades del FPR/EPR.

Más allá de esa insalvable imposibilidad del ser humano para liberarse de un mayor o menor grado de subjetividad, lo que nos importa del testimonio de Abdul Ruzibiza es, sobre todo, la multitud y trascendencia de las informaciones objetivas que nos aporta. En especial, aquellas de las que fue testigo directo. Y, en una medida menor aunque nada despreciable, nos interesan también las informaciones por él recogidas así como las líneas argumentales más importantes de sus análisis. Junto a todo lo que se refiere al atentado del 6 de abril, lo esencial de su testimonio es, no ya desde mi punto de vista sino según afirma el mismo Abdul Ruzibiza, una doble denuncia: la primera se refiere a la naturaleza planificada y sistemática de las muchas y grandes masacres de hutus cometidas por el FPR/EPR, que en consecuencia él califica como “genocidio de los hutus”; la segunda deja en evidencia que el FPR creó intencionadamente las condiciones que harían posible el genocidio llevado a cabo por los extremistas hutus. Detener el genocidio de los tutsis del interior no sólo no era una prioridad para el FPR sino que, en realidad, el hecho de provocar la reacción criminal de los extremistas hutus formaba parte de su estrategia.

Los argumentos de Abdul Ruzibiza confirman de esta forma la tesis fundamental que sostengo en este libro: la maniquea doctrina oficial, que presenta a los grandes criminales del FPR como nobles liberadores, es una enorme farsa destinada a dar legitimidad a un proyecto internacional difícilmente imaginable. Abdul Ruzibiza se convierte así en la figura central de este apartado, que es fundamental en el presente libro. Se convierte en una figura altamente reveladora de las verdaderas motivaciones del FPR, de su organización interna y de la planificación y ejecución de sus crímenes, anteriores, simultáneos y posteriores al genocidio de los tutsis llevado a cabo por los hutus extremistas en la primavera de 1994. Una figura reveladora también de la naturaleza oculta y perversa del “liberador” Paul Kagame, así como de sus estrategias psicopáticas para lograr el poder absoluto, primero en el interior del FPR, más tarde en toda Ruanda y finalmente en el Congo, mediante el engaño, el terror y las masacres: incitar al caos, a la masacre de tutsis, a la división entre los hutus, a la criminalización de éstos de cara a la comunidad internacional…

Tras una lectura sin condicionamientos previos del libro de Abdul Ruzibiza, que saca a la luz multitud de crímenes, cometidos por el FPR/EPR con fechas y lugares precisos desde el 1 de octubre de 1990, a cualquier lector ecuánime le resultarán difícil de entender muchas cosas: cómo tanta barbarie pudo pasar casi desapercibida para nuestro mundo; cómo, tras la publicación de éstos hechos, Paul Kagame puede seguir siendo una figura intocable para tantos profesionales cualificados del mundo de la información, de la política o de los derechos humanos; cómo tantos países “democráticos” y tantos organismos internacionales le siguen volcando masivas aportaciones económicas; cómo pueden sostenerse por tantos años doctrinas tan insostenibles, tan parciales, tan tendenciosas…

Me llamo Ruzibiza, Abdul

Antes de seguir avanzando, dejemos que el mismo Abdul Ruzibiza se presente a sí mismo:

Entre 1980 y 2003 he huido tres veces de mi país (hacia Burundi, Uganda y Noruega), y he participado en tres guerras diferentes en Ruanda y en Zaire/Congo. Al principio me alisté de buena gana en una guerra de liberación, pero luego me vi forzado a continuar huyendo tras haber sido detenido arbitrariamente en mayo de 1997 y haber pasado dos años en la cárcel.

Me llamo Ruzibiza. Mi nombre de bautismo católico es Vénuste. Cuando me uní al FPR me puse Abdul como nombre en clave y conservé este sobrenombre hasta que me alisté en el EPR (ejército del FPR) en 1990. Debe saberse que, para llegar a la zona controlada por el FPR, todo miembro debía ser identificable por su nombre en clave. El que se equivocaba y daba un nombre que no correspondía con el apodo en clave inscrito en los registros ad hoc era inmediatamente ajusticiado, ya que era considerado como un espía.

Cuando decidí convertirme y hacerme bautizar en la religión pentecostalista se me dio el nombre de Josué. Reconozco, por lo tanto, que he tenido esos tres nombres. En el Ejército me llaman Ruzibiza Abdul. Cuando abandoné Ruanda, la noche del 3 al 4 de febrero de 2001, poseía el grado de teniente y mi número es OP1920.

Nací en 1970 en Gataga, en el municipio de Kanzenze. Por parte de padre soy tutsi, nacido de la estirpe dinástica de los Abanyiginya-Abahindiro (el linaje de los Abahindiro es llamado así porque está compuesto por los descendientes del mwami Yuhi Gahindiro). Mi madre era una tutsi del clan de los Batsobe. Toda mi familia, mis padres y mis seis hermanos y hermanas, fueron asesinados durante el genocidio de 1994.

Mi carrera militar en el seno del EPR duró un poco más de diez años.

Cambié de unidad varias veces: pertenecí sucesivamente al 9º batallón, a la Yankee Combined Mobile Force, a la Sierra Mobile Force, al 59 batallón y al Network Commando. Luego fui trasladado al Directorate of Military Intelligence (DMI) y al Criminal Investigation Department (CID), antes de ser transferido al Counter Intelligence Department (contra-espionaje) hasta 1999. Participé en la invasión de Zaire, hoy República Democrática del Congo. Recibí diversos cursillos de formación militar en Ruanda y recientemente en la Academia Militar Ruandesa (AMR) dependiente del Estado Mayor, en el Buró G3, encargado de las operaciones.

Incluso cuando era oficial de unidades de combate trabajaba en realidad para los servicios de información […]. Todos estos traslados me permitieron conocer varios lugares del país, incluyendo zonas de combate. Por eso, este libro narra esencialmente hechos que he vivido personalmente.16

Abdul Ruzibiza explica a continuación las razones de su deserción. En esta explicación encontramos de nuevo, ahora desde el interior mismo del FPR/EPR, la misma afirmación de Serge Desouter que ha dado título al tercer capítulo de esta obra; afirmación de la que algunos se escandalizaban: aquellos que han sido y siguen siendo presentados como liberadores, en realidad han hundido a Ruanda, y después al Congo, en un profundo abismo.

Más allá de motivos de orden general relativos a mis ideas políticas y a las amenazas que por ello se me hicieron, varias razones me empujaron a abandonar el FPR y el EPR, pero la razón principal fue la línea directriz del FPR.

Fui miembro de las organizaciones que dieron a luz al FPR y pertenezco al grupo de miembros de la primera hornada. En el momento de su fundación, el FPR era una formación política cuyo objetivo era liberar al pueblo oprimido, instaurar la justicia, extirpar la corrupción, erradicar el clientelismo y repatriar a los refugiados obligados a permanecer fuera de su país. Pero todo ello se reveló utópico, mendaz. En lugar de realizar el proyecto de sociedad que habíamos concebido, el FPR ha hundido Ruanda y el Congo en un abismo, del que no podrán salir en mucho tiempo.

No he querido seguir trabajando para el FPR porque ha hecho de sus fuerzas militares un ejército de mercenarios, aunque muy mal pagados; porque favorece a unos en detrimento de otros, y porque ha puesto en pie una milicia sanguinaria a fin de proseguir la masacre del pueblo ruandés. El FPR, como demostraré en este libro, está cometiendo graves delitos al obtener un rendimiento político del genocidio de los tutsis y negar el genocidio que él mismo ha cometido contra los hutus. He roto con un régimen que se complace en mostrar en escaparates los huesos de nuestros parientes con la finalidad de acusar eternamente a los hutus.17

[…] Desde hacía mucho tiempo había constatado que el FPR, concretamente el grupúsculo situado a su cabeza, tanto en el Ejército como el los distintos niveles políticos, cometía torpezas, pero yo seguía esperando que con el tiempo se iban a corregir y que las ideas de la gente de buena voluntad se impondrían sobre las de los extremistas. Desdichadamente, la situación empeoró de año en año.18

[…] No puedo lamentar haber sido miembro del FPR, puesto que sus objetivos nunca fueron perversos oficialmente. Lo que ocurre es que sus actos jamás concordaron con sus palabras. Llegó un momento en que algunos, entre ellos yo mismo, comprendimos que formar parte del FPR equivalía a llevar sobre nosotros una pesada cruz a causa de las contradicciones que caracterizaban su actuación. Para mí, como para otros, la cruz que debíamos llevar era aún más pesada por el hecho que era imposible, una vez integrado en él, retirarse del FPR o emitir cualquier crítica para mejorar su funcionamiento. En efecto, la más pequeña crítica significaba una bala en la frente o el aplastamiento de la cabeza por medio de una azada herrumbrosa. Ello se explicaba por el juramento que se prestaba antes de adherirse al FPR en estos términos: “Yo…, juro solemnemente ante los hombres que trabajaré para la familia FPR (umuryango wa FPR), que defenderé siempre sus intereses y, si divulgo sus secretos, que sea decapitado como un vulgar traidor”. Ni que decir tiene que abandonar el FPR equivalía a infringir este juramento y el que lo hiciera debía prepararse a que le cortaran la cabeza, tal y como se afirma en el mismo. En otros términos, quien se hace miembro del FPR está obligado a permanecer en él hasta que sea apartado por el mismo FPR; si no es así, permanece siendo miembro hasta su muerte. Es aquí dónde radica la ferocidad del FPR puesto que, además de no estar autorizado a decir lo que uno ha visto, no se puede abandonar la organización y seguir viviendo en territorio ruandés. Es la razón por la cual ha sido preciso esperar a que los primeros tutsis lograran soltarse de las garras del régimen para poder acceder a los sobrecogedores testimonios presentes.19

Informaciones no cuestionadas por nadie

A finales de 2008 llegaron unas supuestas declaraciones de Abdul Ruzibiza en las que desmentía la veracidad de su propia deposición ante la justicia francesa y realizaba diversas acusaciones contra Francia. Al parecer, sin embargo, sólo se trataba de unas palabras pronunciadas el 12 de noviembre de 2008 en la radio ruandesa Contact FM; una emisora que, como reconocía el diario Libération el 14 de noviembre de 2008, “es cercana al régimen de Kagame”. La brevísima nota del periódico concluye así: “Libération no ha logrado contactar con Abdul Ruzibiza en Noruega, donde vive como refugiado, para la confirmación de esta noticia”. Lo cierto es que Abdul Ruzibiza en ningún momento ha hecho un desmentido claro y firme de su declaración ante el TPIR y la Audiencia Nacional española. De hecho, ni uno ni otra han considerado necesario convocarle por perjurio.20

En todo caso, no podemos minimizar ni olvidar las graves cuestiones de seguridad, a las que el mismo Abdul Ruzibiza se refirió y que acabo de citar, sobre la actuación de tipo mafioso del FPR. Una manera de actuar que amenaza a todo el entorno familiar de aquellos miembros del FPR/EPR que se atreven a infringir estas reglas de lealtad mafiosa. No hay que olvidar tampoco lo que expliqué al inicio del primer capítulo sobre la cultura de la ubwenge. Desde esa cultura cabe ciertamente la hipótesis de que Abdul Ruzibiza, una vez que hubo sacado a la luz toda la abundante y valiosa información de la que disponía, priorizase otros factores como era la seguridad de los suyos.21 Por todo ello, en nuestro Fórum mantuvimos siempre nuestra confianza en él a la espera de tiempos mejores para todos. Más aún sabiendo su valoración de la vía de la justicia como la más importante para un futuro regional sin violencia ni impunidad:

En mi opinión, la postura más realista sería reconocer tanto el genocidio de los tutsis como el de los hutus y perseguir y condenar del mismo modo a los autores de uno y de otro. Aquí es donde se encuentra el mensaje central del mi libro. Desanimar a los criminales, estén en Ruanda o en otras partes del mundo donde se cometen atrocidades semejantes a las que han desgarrado a Ruanda, evitar que las consecuencias del genocidio sigan pesando más sobre unos que sobre otros, atreverse a buscar remedios eficaces de una vez por todas. Todo ello en paralelo con la campaña de sensibilización que consiste en ayudar a mis compatriotas a no perseverar en el error confundiendo el crimen con la etnia (considerar a los hutus, a todos ellos, como criminales o hacer creer que los militares del FPR eran todos criminales).22

Planificación y ejecución del genocidio de los hutus

Finalmente, a modo de transición hacia el próximo apartado, que tratará sobre los cien días que siguieron al atentado, retomemos brevemente las otras dos grandes cuestiones que, junto al atentado, constituyen la esencia misma del testimonio de Abdul Ruzibiza: el genocidio planificado de los hutus y la provocación del genocidio de los tutsis. Frente a la versión oficial y hasta ahora mayoritaria, Abdul Ruzibiza habló de un doble genocidio. Y no lo hizo a la ligera. Ni tan siquiera como quien expone una opinión. Frente tantos expertos que no se han esforzado en actualizarse, que seguramente ni se han tomado el tiempo de leer este testimonio excepcional, que siguen anclados en la ya insostenible versión oficial y menosprecian la tesis “minoritaria” del doble genocidio… frente a todos ellos, Abdul Ruzibiza expuso hechos de los que era conocedor directo y de los que daba todo lujo de detalles, hechos que se refieren tanto a la ejecución como a la planificación de este genocidio negado por tantos. Afirmó insistentemente, con todo su dolor, con toda su energía, la realidad del genocidio de los tutsis. Pero, a la vez, el de los hutus. Esto último es lo que en realidad quiero rescatar de él.

Abdul Ruzibiza vivió aquellos cien días como miembro del FPR en la zona donde actuaba este grupo. Su constatación de que los extremistas hutus eran responsables de grandes masacres en la zona que a su vez controlaban, casi no aporta nada nuevo al testimonio de muchos otros. Y menos aún lo aporta para probar la supuesta planificación, anterior al 7 de abril de 1994, de dichas masacres por parte del Gobierno de Juvénal Habyarimana. Planificación que nadie hasta el momento ha sido capaz de probar, planificación que el mismo Abdul Ruzibiza niega. Lo que Abdul Ruzibiza conocía de forma directa, y por tanto fundamentó sólidamente, es la planificación y ejecución del genocidio de los hutus llevado a cabo por el FPR/EPR, genocidio que vivió día a día desde el interior mismo de esta organización criminal. Él mismo, en la página 218, hizo esta clara diferencia entre lo que conoce directamente y lo que no.23 En la entrevista, anteriormente citada, que le realizó la revista española Mundo Negro llegó a afirmar explícitamente:

El genocidio se consumó, pero no fue planificado. Lo que se hizo en Ruanda contra los tutsis es un genocidio; no se le puede llamar de otra forma. Pero antes del 6 de abril no se puede hablar de planificación de genocidio… No se planifica un genocidio en 1989 para realizarlo en 1994. No es realista. Por otra parte, el FPR sí planificó matanzas y las cometió. Los interahamwe y otros extremistas hutus planificaron matanzas y las cometieron. Pero eran matanzas políticas. Para mí son matanzas que apuntaban a los que estaban contra el poder y para el FPR eran matanzas planificadas contra los que estaban en contra del FPR. El primer día después del atentado contra el avión presidencial, dos o tres horas después fueron eliminados todos los dirigentes políticos que se oponían al régimen. Al día siguiente ya los habían liquidado a todos y las matanzas contra la población civil todavía no habían comenzado. Comenzaron después de que el FPR iniciara su ofensiva. Hubo matanzas planificadas por los órganos de seguridad que estaban integrados por elementos hutus extremistas. Después, esas masacres degeneraron en grandes matanzas, y las grandes matanzas provocaron el genocidio.

Es evidente que la ejecución de cualquier asesinato masivo exige una mínima organización. Pero cuando la doctrina oficial habla de la planificación del genocidio se refiere a mucho más que una programación burda y sobre la marcha, en la noche o los días anteriores, como hacían las brigadas asesinas de extremistas de izquierda en la Guerra Civil española o de hutus en la primavera ruandesa de 1994. La planificación que hicieron en España los “nacionales” mucho antes del 18 de julio de 1936 para acabar con el gobierno de la República mediante una sangrienta contienda civil, o Paul Kagame y sus padrinos internacionales con meses e incluso años de antelación para la conquista del poder tanto en Ruanda como en Zaire, esa sí es una auténtica planificación.

Asimismo, en muchas otras de las apreciaciones y valoraciones de Abdul Ruzibiza como son sus alusiones a las intenciones de Juvénal Habyarimana, no se dan pruebas directas que fundamenten lo que afirma.24 Por lo que se hace necesario diferenciarlas de todas aquellas otras de las que él mismo es testigo o conoce de primera mano. Recojo algunas de las citas en las que Abdul Ruzibiza expone su convicción sobre la realidad de un doble genocidio:

Con relación al genocidio que castigó a los hutus, aunque una parte del mismo se desarrolló al mismo tiempo que el de los tutsis, he recogido numerosos testimonios que me parecen irrefutables y que prueban que había sido premeditado. Es la razón por la que me atrevo a afirmar que también hubo un genocidio contra la etnia hutu. Sí, es cierto que tanto para mí como para un buen número de otros tutsis resulta una difícil prueba afirmar que hubo igualmente un genocidio contra los hutus. Ello se debe a que la mayoría de los tutsis creen que reconocer este genocidio contra los hutus significa dar la razón a quienes perpetraron el genocidio de los tutsis. No es ése mi punto de vista.25

[…] En lo que se refiere particularmente al genocidio del que fueron víctimas los hutus, he tenido muchas dudas antes de confirmarlo, porque en primer lugar debía juntar testimonios suficientes y dignos de confianza. Más aún: debía previamente liberarme de mi identidad, esto es, la de un tutsi que ha perdido a todos los suyos por culpa de los interahamwe, mayoritariamente hutus. Como consecuencia de los sufrimientos que durante más de treinta años les infligieron y del genocidio de su grupo étnico, la mayoría de los tutsis, incluso si lo conocen o lo han presenciado, no quieren que se hable de genocidio de los hutus […]. Afirmo sin reservas que los actos cometidos contra los miembros del grupo étnico hutu por los militares del EPR constituyen un genocidio. Todos mis colegas y yo mismo podemos afirmarlo porque lo hemos visto con nuestros propios ojos.26

[…] Ese mes [abril de 1994], un gran número de ciudadanos hutus fue masacrado con el pretexto de un crimen que no habían cometido, el de haber exterminado a los tutsis. Fueron asesinados de manera organizada y calculada por el FPR únicamente porque habían nacido hutus. Ningún tutsi, ningún organismo internacional ha reconocido hasta ahora el genocidio de los hutus. Hay diferentes maneras de comprenderlo: por ejemplo, los soldados tutsis del EPR que son testigos oculares consideran que el reconocimiento del genocidio de los hutus minimizaría el reconocimiento del genocidio de los tutsis. Es la razón por la que temen que pueda afirmarse que hubo genocidio por ambas partes, que tutsis mataron a hutus y que hutus mataron a tutsis.

No es así como hay que entenderlo. El genocidio de los hutus no debería cargarse a las espaldas de los tutsis, como tampoco el genocidio de los tutsis a los hutus. La gravedad de estos crímenes supera la sola dimensión étnica; los que los perpetraron son salvajes que deben rendir cuentas individualmente.27

Provocación del genocidio de los tutsis

Además de denunciar que el FPR organizó y perpetró el genocidio de los hutus, Abdul Ruzibiza hizo otra demoledora denuncia: el núcleo duro del FPR no sólo permitió intencionadamente el genocidio de los tutsis, que cada vez iba adquiriendo mayores proporciones, sino que incluso lo provocó. Convertir a los ojos del mundo al régimen de Juvénal Habyarimana y a toda la mayoría hutu en genocidas era un elemento esencial de su plan de conquista definitiva del poder. El FPR impidió incluso, premeditadamente, que muchos de sus miembros, como el mismo Abdul Ruzibiza, socorriesen a los suyos e impidiesen su asesinato.

Estoy convencido de que nosotros [los militares del EPR] teníamos la capacidad y la voluntad de salvar muchos más tutsis de los que salvamos, pero la camarilla situada al frente del Ejército Patriótico Ruandés y el FPR nos impidió socorrerlos.28 […] El EPR se concentraba sobre determinados objetivos y dejaba morir a los tutsis como moscas, cuando aseguraba querer detener las masacres.29

La racionalización de esta decisión, aparentemente incomprensible, fue desvelada por Abdul Ruzibiza en toda su crudeza. Tiene demasiado que ver con las razones de los racistas y los nazis:

Se trataba, en realidad, del discurso de los antiguos refugiados que decía que los tutsis que no habían tomado el camino del exilio y habían optado por seguir viviendo en el interior de Ruanda continuaban siendo tutsis por su fisonomía pero, en el fondo de su corazón, se habían convertido en hutus, en hombres sin escrúpulos. Ello empujó a los ideólogos del FPR a aceptar la idea de que los tutsis del interior podían ser inmolados con tal de alcanzar el poder. Un influyente ideólogo del FPR, Tito Rutaremana, lo subrayó perfectamente en 1996 con ocasión de una entrevista publicada en Bélgica en la revista Trait d’Union (nº 11): “No puede hacerse una tortilla sin romper los huevos”. […] Para quienes siguen preguntándose cómo pudo cometerse el genocidio la respuesta es que lo hizo posible una ideología que consistía en romper los huevos, en este caso los tutsis del interior, a fin de que otros tutsis pudieran comerse la tortilla, es decir, lograr el poder.30

Efectivamente, detrás de tanto resentimiento, desprecio y afán de revancha, siempre aparece la ambición del poder. Abdul Ruzibiza llegó a afirmar que el caos total en que se desarrollaron las masacres provocadas por los extremistas hutus era una condición fundamental en la estrategia del FPR.

El FPR tenía en su mano varias maneras de evitar lo peor: podía aceptar las negociaciones en lugar de plantear dificultades sin parar; tenía también un ejército capaz de detener las masacres, pero no lo hizo porque sólo quería conquistar el poder por medio del caos.31

La demoledora crónica de Abdul Ruzibiza

Para conocer la dura realidad de la cara ocultada de este período es fundamental el testimonio de Abdul Ruzibiza, tanto por venir desde el interior mismo del FPR como por la cantidad y la rigurosidad de la información que nos aporta. Sus elementos más importantes no pueden dejar de ser recogidos aquí. Evitaré, sin embargo, gran cantidad de nombres de los responsables de estas masacres, de lugares, etc. a fin de hacer más ágil la lectura de estos dolorosos textos. Igualmente desde el interior del FPR existen otras voces cuyo testimonio ante el juez Fernando Andreu concuerda esencialmente con el de Abdul Ruzibiza. Se trata de testigos protegidos por evidentes cuestiones de seguridad.32 Hacen aportaciones también muy relevantes. Aunque sus nombres incluso han figurado públicamente, prefiero respetar su condición de testigos protegidos. Es por este respeto a la confidencialidad por el que utilizo tan sólo los elementos que fueron libre y voluntariamente publicados por Abdul Ruzibiza. Pero es suficiente conocer lo fundamental de su testimonio para poder hacerse una clara idea de lo que verdaderamente sucedió en la zona controlada por el FPR. Como ya se dijo al inicio de este libro, estas líneas sólo pretenden ser unas pinceladas impresionistas que nos descubran la verdadera naturaleza de los acontecimientos tratados, no una investigación exhaustiva de cada una de las materias que nos ocupan.

Tal como indica el título mismo de este apartado, me limitaré a reseñar sólo los hechos que forman parte de la cara ocultada de “los cien días”. En este subapartado citaré, por tanto, sólo aquellos párrafos del libro de Abdul Ruzibiza en los que se relatan las masacres realizadas por el FPR durante aquel periodo. Esta selección de determinados textos no tiene nada de manipulación. Tampoco significa que los crímenes de genocidio cometidos por los extremistas hutus no interesen a alguien que, como es mi caso, pretende solidarizarse con todas las víctimas y denunciar toda la verdad. El único motivo de esta opción reside en que las masacres del FPR han sido sistemáticamente negadas o, al menos, radicalmente minimizadas y desnaturalizadas al ser presentadas como simples actos de venganza. Al negar su verdadera naturaleza, la de genocidio planificado, se crea un impedimento insalvable para cualquier posible reconciliación y convivencia normalizada en Ruanda e incluso en toda la región.

Por otra parte, los crímenes del FPR son los que Abdul Ruzibiza conoció más directamente. Al levantar acta de ellas, su testimonio es, por tanto, ineludible. Por el contrario, en otros acontecimientos de signo contrario como, por ejemplo, lo que sucedía en el interior de la cúpula del Gobierno interino, Abdul Ruzibiza puede dar su opinión o incluso su versión, pero él no es ni puede ser una fuente privilegiada de información, como sí lo es en las materias que le son propias. Abdul Ruzibiza enumera o incluso describe en orden cronológico grandes masacres de población civil desarmada desde el 7 de abril hasta la toma, el 17 de julio, de Gisenyi, en donde se había replegado el Gobierno interino. La gran relevancia de éstas las convierte en los hechos más destacables de su relato y los que ocupan el mayor número de páginas de su diario de campaña:

9 de abril de 1994

[…] La unidad Alpha Mobile había comenzado ya a masacrar a la población hutu allá por donde pasaba, sobre todo en Buyoga, Mugambazi y Rutongo. Los que eran detenidos en los caminos debían ayudar a transportar el armamento militar y luego, cuando estaban agotados, eran asesinados y abandonados en la carretera […].33

21 de abril de 1994

La unidad Alpha Mobile llegó al recinto del CND en Kigali. Los soldados no habían encontrado dificultad alguna a lo largo del trayecto, pero en la ciudad les esperaba un intenso tiroteo.

En su trayecto, los soldados del EPR masacraron a la población civil de Byumba, especialmente en el campo de Nyacyonga, donde había sido agrupada. Esta masacre fue planificada y ejecutada por el capitán Gacinya Rugumya, IO (intelligence officer) de la unidad Bravo. El Alto Mando militar había dado a los comandantes de diferentes unidades y a los agentes de información la consigna de eliminar al mayor número posible de hutus, sobre todo si se los podía encontrar agrupados.

El equipo del capitán Gacinya Rugumya comprendía, además, al teniente Rwakasisi, al teniente Karemera y a los subtenientes Jean-Baptiste Muhirwa (que más tarde fue prefecto de Gisenyi), Jonh Karangwa y Manase Manzi. Fueron apoyados por agentes subalternos de información y por militares cuidadosamente seleccionados por el capitán Gacinya Rugummya. El campo fue rodeado. Los militares del EPR disparaban por todas partes para reagrupar a los refugiados hacia el centro. Quien trataba de huir era detenido, atado y abatido a golpes de azada. Cuando un numeroso grupo de desplazados atravesó el dispositivo para salir del campo se hizo uso de fusiles automáticos para abatirlos. Tras la destrucción del campo los supervivientes de la masacre fueron conminados a volver hacia atrás y fueron dirigidos hacia Byumba. En el camino de regreso cayeron en una emboscada de militares del FPR y fueron asesinados. La unidad Bravo Mobile conquistó la posición del monte Jali, desde donde perpetró masacres en localidades cercanas como Rutongo, Mugambazi, Gisozi, Kabuye, Gasyara, etc.

Los supervivientes de estas masacres habían sido agrupados para que realizaran el trabajo forzoso de transportar armas y municiones. Posteriormente fueron obligados a seguir un entrenamiento militar. El objetivo último no era convertirlos en soldados, sino que lo que deseaba el capitán Gacinya era que los jóvenes acudieran en masa. Entonces eran agrupados y luego asesinados. Los nuevos reclutas se alistaban para huir de las masacres. Como cuando llegaban no encontraban a nadie, eran informados de que los anteriores habían ascendido y habían sido trasladados a escalas superiores o habían sido enviados al frente. En realidad, todos habían sido masacrados. Por este procedimiento, el equipo del capitán Gacinya mató a más de 3000 jóvenes en Kabuye, sólo en el mes de abril de 1994. Era el subteniente Jonh Karangwa quien seleccionaba a los jóvenes que había que ejecutar.34

13 de abril de 1994

[…] La otra tarea importante era liberar a los dirigentes políticos todavía vivos en el campo contrario, con los que el FPR contaba después de la toma del poder. Salvo el caso de algunas personas que debían ser liberadas, no se puso en funcionamiento ningún plan para salvar a los tutsis. El 3er batallón estaba al corriente de la masacre de tutsis en la ETO, que no estaba lejos, pero no intervino nunca. Masacres similares se produjeron en el centro Christus de Remera; nada se hizo para detenerlas. Peor todavía, en Kimihurura no hubo intervención alguna para salvar a los tutsis masacrados en el centro de los hermanos cesarianos, muy cerca de las posiciones del 3er batallón del EPR.

Otra tarea realizada por el 3er batallón, la DMI y los extremistas del FPR fue la selección y secuestro de hutus allá donde fueron hechos prisioneros por el EPR en la ciudad de Kigali. Eran secuestrados para luego ser asesinados. Esta tarea fue realizada por individuos que conocían bien la ciudad de Kigali y por políticos protegidos por el FPR. Fueron el capitán Charles Karamba, el capitán Jean Damascène Sekamana, el sargento Deus Kagiraneza y otros agentes de información los que confeccionaron las listas con hutus que había que matar, bajo el pretexto de que se trataba de hutus instruidos o pertenecientes a familias influyentes. El trabajo era fácil, porque recogían la información de las familias tutsis refugiadas en el CND o en el estadio Amahoro, en Remera. Entre estos civiles se puede citar a Gatete Polycarpe, Paul Muvunyi, Jean-Marie Munyankindi, Théoneste Mutsindashyaka y especialmente Tito Rutaremara, del FPR, que había vivido en Kigali cierto tiempo, y otros. Los más altos dirigentes, como Tito Rutaremara, que no conocían a muchos políticos en la ciudad de Kigali, pedían información a los que conocían la ciudad, como Deus Kagiraneza, para señalar a quiénes debían ser asesinados. Citaré como ejemplo el caso de Emmanuel Bahikigi, que había sido secretario general en del Ministerio de Planificación y dirigía el centro Iwacu. El motivo de su asesinato fue que había declarado estar en posesión de una lista de al menos cien personas asesinadas por el EPR en la zona desmilitarizada por haber rechazado seguir la ideología del FPR, así como de los dirigentes locales elegidos por la población que rehusaban ser fieles a esta formación. Su asesinato fue ordenado por el capitán Charles Karamba.35

13 y 14 de abril de 1994

[…] La unidad 157 Mobile y, sobre todo, los soldados a las órdenes del comandante Mubarakh, del capitán Willy Bagabe y del capitán Rugamba masacraron a poblaciones civiles hutus y tutsis sin distinción, porque, según afirmaban estos jefes militares, ya no había tutsis vivos en Nyarubuye y alrededores. Desde Kiramuruzi, pasando por Rukara, Kiziguro, hasta Kayonza, estos soldados eran seguidos por matones bajo las órdenes del comandante Wilson Gumisiriza. Agrupaban a la gente y la masacraban en masa o bien ataban los cautivos uno a uno para arrojarlos, todavía vivos, al lago Muhazi. Posteriormente, víctimas aún vivas, eran arrojadas al río Akagera.

Desde el 14 de abril, la selección se efectuaba regularmente en el estadio Amahoro: todo hutu que hubiera encontrado refugio en él fue asesinado. No se hacía preguntas. Cualquier hutu que fuera señalado con el dedo era aislado y llevado para ser ejecutado. Esta acción estaba dirigida por el capitán Charles Karamba, el capitán Sekamana, el sargento Deus Kagiraneza y los agentes de información seleccionados por ellos. Cada día se producían masacres de hutus, ya fueran los que venían a refugiarse o quienes eran detenidos en la calle. Tutsis con fisonomía hutu fueron igualmente asesinados. Al principio se apartó a los hombres y las mujeres se quedaron solas. Posteriormente, el capitán Charles Karamba ordenó cesar la selección y matar a todo hutu refugiado en el estadio que no hubiera sido enviado por los servicios de seguridad del FPR.36

Las masacres perpetradas por el FPR después de la caída de Byumba

Después de la toma de Byumba, el EPR mató sistemáticamente a toda la población civil sin distinción de edad o de sexo. Voy a demostrar que existía efectivamente voluntad de exterminar a la etnia hutu.37

Después del atentado contra el avión del general de división Juvénal Habyarimana, las unidades del EPR se desplegaron esa misma noche. […] todo había sido organizado anteriormente en reuniones con los comandantes de las unidades. […]

En la preparación de la reanudación de la guerra, Paul Kagame había planificado igualmente, con sus servicios de información, la eliminación masiva de los hutus que vivían en las regiones conquistadas por el FPR. La población civil, en algunas regiones, no tenía la posibilidad de huir, porque una de las tácticas del FPR consistía en cercar previamente la región que se iba a atacar y cerrar todas las salidas. Así, por ejemplo, en el perímetro de la ciudad de Byumba se habían situado unidades del EPR de manera que nadie pudiera salir de la ciudad sin caer en sus manos. Más al interior de la prefectura, como en Rutare, la 21 Mobile había cercado la región y bloqueado todas las rutas. La población, de este modo, fue diezmada, y de manera planificada. Este plan tenía como objetivo el exterminio de la población hutu del noreste y del este, a saber, Byumba, Umutara y Kibungo […].

[…] antes de desencadenar los ataques las tropas recibían una corta visita de Paul Kagame, el cual conversaba con sus comandantes. Todo estaba organizado al más alto nivel y en los más pequeños detalles.

Incluso las unidades no combatientes tenían tareas asignadas, como el High Command, constituido mayoritariamente por la guardia personal de Kagame, la DMI encargada de la información y el departamento de Educación ideológica (Political Department). Se trataba de matar al mayor número posible de hutus y con la mayor de las discreciones.

Se habían establecido las disposiciones siguientes: nombrar a los militares responsables de las masacres para ejecutar el plan y hacer desaparecer los cadáveres, y utilizar a la población para el transporte de las municiones hacia las unidades que avanzaban en dirección a Kigali. Después de dos o tres días, la población se confiaba y era convocada a una gran reunión. Especialmente el objetivo principal de esta estratagema eran los jóvenes. Este trabajo fue confiado al capitán Dennis Karera. La población de los municipios cercanos a la ciudad de Byumba y alrededores, como Cyumba, Cyungo, Buyoga, Kibali, Mukarange y la localidad de Buhambe, cayó plenamente en la trampa. Se organizaban grandes reuniones y la población era eliminada con granadas y armas automáticas. […] Se pusieron en funcionamiento equipos de asesinos profesionales encuadrados por oficiales de información de la DMI y la guardia personal del general Kagame. […]

En Byumba hubo matanzas en diversos lugares, pero fue en el estadio donde se perpetró el grueso de las masacres. Era el 23 de abril de 1994. […]

Emmanuel Ntingingwa fue convocado por Paul Kagame, quien le ordenó que reuniera a la población en el estadio de Byumba y que eliminara a todo el mundo, sin dejar supervivientes que pudieran ofrecer testimonio de la masacre. Los militares rastrearon las colinas para hacer salir a la gente de sus casas y conducirlos al estadio con el pretexto de realizar un registro a la búsqueda de armas y material militar. Los partidarios del MRND y los reservistas militares eran los más buscados. El estadio estaba repleto. El teniente Emmanuel Ntingingwa, al frente de 110 soldados, estaba apoyado por miembros de la guardia del general Kagame, por jugadores de fútbol del EPR venidos desde Mulindi bajo las órdenes del teniente Eustache Ngenzi alias Sinawabaya, por miembros de la policía militar y por cuadros del FPR. Cuatro oficiales dirigieron la operación. Rodearon el estadio y ordenaron a la gente que se tumbara boca abajo. Querían matarlos aplastándoles la cabeza a golpes de azada, pero el número de víctimas era excesivo; por este motivo se optó por las ametralladoras. Más de 2500 personas habían perdido la vida al cabo de unas horas. […]

En Kageyo, Mesero, Mukarange, Kisaro y en la escuela primaria de Kibali tuvieron lugar masacres que causaron unas 6000 víctimas. […]

Los cadáveres fueron sepultados en las fosas sépticas de los almacenes del hombre de negocios Félicien Kabuga, situados en Byumba; otros fueron transportados para ser quemados en seis edificios del cuartel de Byumba. La misma táctica de masacrar a civiles agrupados para supuestas reuniones de seguridad o para distribución de víveres fue utilizada en otras regiones. Los cadáveres eran transportados en camiones y enterrados en las localidades progresivamente conquistadas por el EPR.

La operación de hacer desaparecer los cuerpos fue supervisada en toda la región de Byumba por el teniente coronel Jackson Rwahama con sus oficiales subalternos, entre ellos el capitán Dan Munyuza; el capitán Nelson Rugema, escolta del coronel Ndugute, y algunos oficiales de la DMI.38

Las masacres en las regiones de Byumba y Kigali

Los municipios de Byumba que rodean el lago Muhazi, como Muhura, Giti Murambi, y otros de Kibungo, como Rukara y Muhazi, fueron rastreados por militares escogidos, colocados directamente a las órdenes del general de división Paul Kagame. Se conocen numerosos ejemplos en que él mismo dio la orden a los militares de su guardia personal y a la DMI de masacrar a la población civil hutu. […]. La estratagema de convocar a la gente a pretendidas reuniones para masacrarla una vez agrupada había sido inventada por el capitán John Zigira, que estaba a las órdenes del teniente coronel Nyamvumba. La reorganización de las compañías respondía a la necesidad de organizar mejor las masacres y ampliar la zona de operaciones. Esta zona no solamente comprendía los municipios del Mutara, sino igualmente una parte de los municipios de Kibungo. […] Masacraron sistemáticamente a los hutus de la región, siendo el objetivo último exterminarlos totalmente para crear zonas de poblamiento para antiguos refugiados tutsis provenientes de Uganda. Los únicos hutus supervivientes fueron aquellos que lograron esconderse, o también quienes colaboraron en mostrar los escondites de otros. Sin embargo, la suerte de estos colaboradores solía ser frecuentemente la muerte para no dejar testigos molestos. […]

La Simba Mobile sembró la desolación en la región del Mutara y en una parte de Kibungo. Sus integrantes recorrieron hasta el los últimos rincones de los municipios de Murambi, Rukari, Muhura, Muhazi, Giti y otras localidades para eliminar a la población local. Estos crímenes no pueden ser considerados simplemente como masacres, sino como actos de genocidio. […]

Hacia mediados de mayo los combates se desplazaron a la región de Musha, al municipio de Bicumbi. La caza de la población hutu continuó. Los hombres de Kagame recorrían las regiones conquistadas a la búsqueda de lugares donde se hubiera agrupado la gente huyendo de los combates para masacrarla. Oficialmente se trataba de buscar interahamwe, pero en el lenguaje de Kagame y sus hombres interahamwe quería decir cualquier hutu. Es preciso señalar que los interahamwe retrocedían a medida que se acercaban los combates y nunca se dejaban atrapar por el EPR.

Por ejemplo, en el municipio de Bicumbi Paul Kagame decretó que sólo podía haber hutus criminales […]. Todo el mundo debía perecer; los que estaban ocultos debían ser descubiertos y masacrados. La operación de limpieza de Bicumbi se saldó con unos 3000 muertos. […]

La guardia personal de Paul Kagame, bajo las órdenes de Charles Matungo, prosiguió con la tarea de exterminio de las poblaciones hutus en las regiones de Gikoro y Kabuga, pasando por Bicumbi, con la misma técnica de ejecución en masa de gente agrupada en un mismo lugar. Muchas personas se habían refugiado en las galerías de las minas de Gikoro; fueron quemadas vivas por la guardia personal de Kagame. Nadie sabrá jamás el número exacto de víctimas. Y en absoluto puede decirse que los ejecutores de estas masacres no habían recibido órdenes de sus superiores En la mayoría de los casos, siempre que fuera posible, los cadáveres eran enterrados en fosas comunes o eran transportados a Gabiro para ser incinerados. Allá donde se encontraban cadáveres de tutsis, en la iglesias, escuelas o en fosas comunes, se añadían cadáveres de hutus masacrados por el equipo del teniente Charles Matungo.

En varios municipios de Byumba hubo menos masacres de tutsis que en otros lugares; sin embargo, esta fue la prefectura más afectada por las masacres, ejecutadas por el FPR, de poblaciones hutus.39

21, 22 y 23 de abril de 1994

[…] El 21 de abril, en pleno genocidio, la ONU adoptó la resolución de reducir las fuerzas de la MINUAR al mínimo, abandonando así, con pleno conocimiento de causa, las víctimas a su suerte.40

25 de abril de 1994

En la capital había mucha gente refugiada en el estadio Amahoro, que fue bombardeado con armas pesadas. Igualmente, en el CND había numerosos refugiados y militares heridos. El FPR comenzó la evacuación de los refugiados hacia Byumba, donde eran seleccionados al llegar. A excepción de aquellos que eran identificados como próximos al FPR, todos los demás (intelectuales hutus, autoridades, jóvenes y hombres válidos) eran separados para ser ejecutados. En los alrededores de la ciudad, la población civil era invitada a reuniones llamadas de seguridad, destinadas oficialmente a explicar cómo precaverse de la infiltración del enemigo o también para realizar un censo a fin de facilitar la distribución de raciones de alimentos. Después de agruparla, la población era masacrada. Al mismo tiempo, otros grupos de soldados del EPR rastreaban las colinas a la caza de personas que no habían respondido a la convocatoria. […]

Tras la caída de Byumba, las masacres se extendieron a las zonas periféricas y a localidades más alejadas, ya que los políticos hutus aliados del FPR presentes en la ciudad no debían constatar aquellos atropellos Así, el 26 de abril, en Kibali, Kageyo, Mesero, Kisaro y Muhondo, […] la población fue agrupada y ejecutada en las escuelas primarias. Por ejemplo, en Kageyo la gente empezó a acudir a la reunión hacia las 13 horas. […] Hacia las 17 horas su número se acercaba a 1500, sin contar a los niños. El teniente coronel Rwahama dio la orden de disparar sobre la muchedumbre y nadie sobrevivió. […]

26 y 27 de abril de 1994

[…] Fue el 26 de abril cuando un religioso español llamado Joaquim Vallmajó fue asesinado en Byumba por el teniente coronel Jackson Rwahana, que se quedó con su coche. Este religioso fue detenido en Nyinawimana. El teniente coronel Rwahama ordenó que fuera llevado a Byumba bajo escolta. Una vez llegado a Byumba, el teniente coronel Rwahama lo ejecutó tras haberle infligido atroces torturas.

[…] El equipo de asesinos supervisado por el comandante Wilson Gumusiriza masacró a más de 3000 personas bajo pretexto de la búsqueda de escondites de armas o de la caza de interahamwe. Porque quienes no se presentaban a las reuniones eran considerados como interahamwe y ejecutados sin más.41

1 de mayo de 1994

A partir de esta fecha los militares del FPR cerraron la frontera con Tanzania e impidieron atravesarla a los hutus que huían. […] Los refugiados procedentes de las localidades de Rusumo, Nyakarambi, Kirehe, Birenga, Rukira, etc. fueron agrupados y luego masacrados. Los restos eran incinerados; otros eran arrojados al río Akagera. Durante cerca de cinco días más de 4000 personas fueron masacradas. Algunas fueron ahogadas en el río, otras fueron llevadas a Nyarubuye para ser ejecutadas. Sus cadáveres se mezclaron con los de los tutsis en los montones. […]

Tutsis y hutus habían encontrado refugio en la iglesia de la Sainte-Famille, pero el teniente coronel James Kabarebe, sin embargo, dio la orden de bombardearla. Algunos tutsis también encontraron la muerte en estos bombardeos […].

El FPR disponía de otras armas pesadas de este tipo utilizadas para bombardear regiones donde había una gran concentración de personas desplazadas. Hizo uso de ellas concretamente en algunos lugares de la capital, Kigali, por ejemplo contra el hotel Mil Colinas, el centro Saint-Paul, el centro hospitalario, el mercado central de Nyarugenge y los barrios de Kimisagara, Biryogo y Nyakabanda. El mercado del centro de la ciudad y el de Gakinjiro en Muhima fueron objetivos especialmente buscados y bombardeados con obuses de 122 Mm […].

Estas armas pesadas eran las únicas que se usaban en la guerra del EPR en 1994. Habían sido cedidas por el Ejército ugandés. […] Los militares ugandeses formaban parte del grupo […].42

11 de mayo de 1994

[…] Ese día, Radio Muhabura difundió la información según la cual el Alto Mando del FPR había puesto fin al genocidio de los tutsis, por lo que las fuerzas de la ONU ya sólo eran necesarias para cubrir acciones humanitarias. De otro modo, serían consideradas como fuerzas enemigas.

12 de mayo de 1994

Kagame abandonó Byumba. La víspera había conversado con José Ayala Lasso, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Pasó por Muhura, cruzándose en el camino con la población civil que huía. Ordenó que se agrupara a aquella gente y luego que se disparara sobre ella, de manera de que nadie escapara. Kagame supervisó la masacre en persona. Finalmente, subió a su jeep y ametralló a la población reunida con una ametralladora antiaérea de 12,7 mm. Más de 800 personas fueron asesinadas ese día. Antes de marcharse, Kagame ordenó que se rastrearan las colinas para liquidar a aquellos que se hubieran quedado escondidos. Kagame iba acompañado por más de 50 soldados armados con ametralladoras y RPG. Sus guardias estaban repartidos en tres jeeps y un Toyota, que servía de avanzadilla y transportaba un grupo de soldados. El jefe de la guardia de Kagame era el teniente Tom Byabagamba. Él fue quien dirigió el agrupamiento de la gente en el mercado y la posterior matanza en que, como acabo de señalar, Kagame participó personalmente.43, 44

17 de mayo de 1994

El ACNUR acusó al FPR de haber masacrado a la población civil de la región de Rusumo y su entorno.

Se votó la resolución 918 de las Naciones Unidas. Preconizaba el envío de 5500 cascos azules de la MINUA II. El FPR protestó contra el envío de una fuerza tan importante.

El Consejo de Seguridad decretó el embargo de armas contra el Gobierno ruandés.

18 de mayo de 1994

Denis Polisi, vicepresidente del FPR, declaró que la misión de los cascos azules de la MINUAR II era inútil si sus preparativos debían durar un mes, mientras la población sufría. Hablaba así de los hambrientos y enfermos que necesitaban socorro inmediato; nunca mencionó la misión de detener las masacres de los tutsis.

19 de mayo de 1994

El teniente Alex Masumbuko, con su 122 mm, lanzó bombas pesadas contra las salas de hospitalización y de cirugía del centro hospitalario de Kigali. […] La acción del teniente Masumbuko y de sus superiores es también un acto criminal, ya que sabía perfectamente que este hospital estaba lleno de pacientes, entre ellos tutsis a los que se suponía que él quería salvar.45

21 de mayo de 1994

Los combates continuaron en el aeropuerto de Kanombe. […] La 7 Mobile había llegado a Kigali empujando delante de ella a la población civil, contra la que disparaba a quemarropa. Los supervivientes llegaron también a la zona de Kanombe buscando la protección de las FAR que, sin embargo, no pudieron hacer nada por ellos. Entonces se reagruparon para orientarse hacia la ruta de Nyanza a Kicukiro. En este lugar el EPR masacró a más de 2000 personas. Las armas estaban tan sobrecalentadas que ya no podían disparar. Los soldados del EPR dejaron que los supervivientes huyeran. Hubo incluso militares del EPR que perecieron, aplastados por la masa de fugitivos en tropel.46

La conquista de la prefectura de Gitarama

La otra parte de la población se encontró cercada en la ciudad de Gitarama y no pudo huir. Después de haber agrupado a la gente en lugares públicos como los mercados, las escuelas o terrenos de fútbol, las tropas del EPR, […] procedieron a su eliminación. 47

La masacre de los religiosos en Gakurazo48

[…] la caída de Gitarama comenzó con la toma de Kabgayi el 2 de junio de 1994, por la 157 Mobile. Sucedió a pleno día, después de tres días de duros combates. […]

Cuando llegaron a la ciudad de Kabgayi los efectivos del EPR se quedaron sorprendidos ante la gran multitud de desplazados, entre los que había un buen número de religiosos. […]

En Kabgayi había miles de desplazados tutsis, cerca de 30.000 personas amontonadas en el convento de Kabgayi. El teniente coronel Fred Ibingira, que llegó al Obispado inmediatamente después de la toma de la ciudad, ordenó a sus subordinados que evitaran que los soldados se mezclaran con la masa de desplazados. Fue entonces cuando los religiosos aparecieron en un portal. Los militares se quedaron pasmados.

Ibingira exclamó: “¿Son sacerdotes lo que veo?”. Sus militares respondieron afirmativamente. El teniente coronel se acercó a los religiosos, habló con ellos y les pidió que le indicaran quiénes eran sus superiores. Fue así como descubrió al obispo Vincent Nsengiyumva, que en ese momento era arzobispo de Kigali.

En los cursos de formación del FPR se nos había enseñado que éste último era un estrecho colaborador de monseñor Perraudin, el causante del destierro de los tutsis de Ruanda. Este obispo, Vincent Nsengiyumva, estaba acusado además de ser miembro del comité directivo del MRND. Había otras personalidades, como por ejemplo los obispos Joseph Ruzindana y Thaddée Nsengiyumva, y dignatarios eclesiásticos como monseñor Jean-Marie Vianney Rwabilinda, monseñor Innocent Gasabwoya y otros sacerdotes. […]

El teniente coronel ordenó al comandante Wilson Gumisiriza que hiciera todo lo necesario para garantizar la seguridad de los religiosos mientras él se ponía en contacto con Paul Kagame. Luego ordenó al teniente Muvunyi, responsable de comunicaciones por radio de la 157 Mobile, que le pusiera en comunicación con el puesto de mando de Kagame. El teniente Muvunyi se comunicó con el sargento Steven Shaija, enlace del Kagame. Fueron estos dos militares los que establecieron la comunicación entre el general de división Kagame y el teniente coronel Ibingira.

Éste último explicó a Kagame que había encontrado a miles de desplazados en Kabgayi, a muchos religiosos y entre ellos al obispo Vincent Nsengiyumva. Paul Kagame, muy sorprendido, exclamó: “¿Ese extremista vive todavía?” y ordenó a Ibingira que matara a todos aquellos religiosos, pero en secreto. Ibingira replicó que era imposible hacerlo en el mismo Kabgayi, teniendo en cuenta la multitud de gente que estaba refugiada allí. Kagame le ordenó que escogiera a un grupo de soldados veteranos y que éstos condujeran a los religiosos lejos de Kabgayi, para eliminarlos. También ordenó que se eliminara a cualquier persona, aunque fuera militar, que pudiera tener la más mínima duda sobre la suerte de aquellos religiosos.

[…] El teniente coronel no quiso exterminarlos a todos tras haberse enterado de la presencia de religiosos tutsis entre ellos. Pero le era imposible separarlos de los otros, ya que habían sido conducidos juntos para la pretendida reunión sobre seguridad. Ya no había posibilidad de salvarlos.

Los religiosos fueron reunidos en Gakurazo. Ibingira pidió de nuevo instrucciones a Paul Kagame y éste reiteró la orden de matarlos precisando que, si no se hacía antes del día siguiente, luego sería demasiado tarde. Él mismo dio la autorización para que los matara a todos evitando así eventuales testigos molestos. Acababa de firmar la sentencia de muerte de los tutsis presentes en aquel grupo con el pretexto de que no estaba seguro de su silencio posterior.

[…] Los religiosos fueron masacrados el 5 de junio al atardecer,49 concretamente a las 19 horas y 10 minutos. 50

3 de julio de 1994

[…] El grupo de asesinos constituido en Butare, bajo el mando del capitán Zigira, recorría la región en seis autobuses y dos camiones, uno de los cuales transportaba bidones de gasolina para quemar los cadáveres. Pasaron por Muyira, siguieron hacia Mugusa y Ndora y regresaron por Muganza y Nyaruhengeri. La táctica era siempre la misma: la población era invitada a reuniones de seguridad y de distribución de víveres. Cuando la muchedumbre era suficientemente numerosa, era inmediatamente ejecutada.51

Las masacres de Butare

[…] Las compañías de la 157 Mobile, que se quedaron en la ciudad de Butare con su estado mayor, planificaron una política de eliminación de la población de esta ciudad, formada por originarios de Butare y también por gente que huía pero no había querido ir a la zona Turquoise, ya que pensaba que la guerra había terminado. En efecto, ya no se oía el silbido de las balas ni el ruido de las bombas; todo estaba en calma y la población, por lo tanto, no tenía nada que temer.

Los primeros en ser asesinados fueron los habitantes que habían permanecido escondidos en sus hogares. Los efectivos de la 157 Mobile se dedicaron a la tarea día y noche. Cogían en secreto e individualmente a los habitantes. Otros eran convocados a reuniones de seguridad durante el día. Los hombres válidos y los intelectuales eran conducidos a los locales de la Universidad Nacional de Ruanda para ser asesinados. […] A partir del 3 de julio se inventaron nuevas estratagemas para masacrar a aquella gente.

La operación de arresto de los habitantes uno por uno fue abandonada por miedo a que se conociera. Entonces se pasó a los habitantes que se habían refugiado en Tumba y en la periferia de Butare. La operación comenzó el 12 de julio. […] Así fue como en Kabutare fueron asesinadas más de 1750 personas, pero el número total es muy superior, ya que todo esto duró mucho tiempo antes de que se conociera desde el exterior.

El EPR enterró los cadáveres para camuflar esta fechoría. Posteriormente fueron llevados en camiones al bosque de Nyungwe, a los lugares llamados Kamiranzovu y Muwa Senkoko, para ser incinerados allí. El trabajo de transporte e incineración duró unos cinco meses, hasta el mes de diciembre de 1995.52

La caída de Kigali el 4 de julio de 1994

[…] la caída de Kigali estuvo acompañada de masacres y saqueos. Paul Kagame llamó personalmente al coronel Charles Ngoga para ordenarle que tuviera preparadas toda clase de armas y colocara a sus hombres en la parte baja del monte Kigali, en la carretera en dirección a Nzove, para impedir que huyera la población.53

Kagame dio esta orden por radio Motorola; quien dispusiera de esta radio pudo captar el mensaje. Había que disparar contra aquella masa de gente y nadie debía escapar. La orden era clara.

Dijo lo mismo a los que manipulaban las armas pesadas en el monte Jali, en el monte Kigali y en Rebero. La población, que huía en masa, fue bombardeada por todas partes. En esta operación fueron asesinadas un número indeterminado (seguramente varios miles) de personas.

El coronel William Bagire recibió igualmente la orden de Kagame de situar la 7ª Mobile en Shyorongi para disparar contra la población fugitiva que había cogido esa ruta. Las compañías de esta unidad fueron desplegadas por la región en diferentes nudos de comunicación y masacraron a varios miles de personas. Unos camiones llenaron tanques de gasolina en la estación de servicio de Kabuye y abastecieron a los matones para la operación de incineración de los cadáveres bajo la supervisión de los capitanes Vincent Nyakarundi y Diogène Mudenge, y del teniente Kagarura. Los restos de los cuerpos eran cargados en otros camiones.

El saqueo de la ciudad de Kigali duró varios días.

[…]La mayor parte [del dinero] se había quedado en las cajas de caudales del BNR y el FPR se lo llevó como botín de guerra. Sin embargo, con fines propagandísticos, el FPR proclamó que había encontrado vacías las cajas del banco, saqueadas por el Gobierno que huía.

El pillaje de la ciudad de Kigali fue organizado sistemáticamente bajo las órdenes del coronel Kayumba Nyamwasa, que escogió a hombres de confianza como el teniente coronel Jackson Rwahama Mutabazi, el comandante Rose Kanyange Kabuye, el comandante Frank Rusagara, el capitán Eugène Haguma, el teniente Rutayomba y otros.

La consigna era adueñarse de cualquier objeto de valor, de todas las mercancías y del dinero de los bancos. Todo ello debía ir a parar al patrimonio del partido (icyama) FPR. Evidentemente, los oficiales, respaldados por sus subalternos, no dejaron de saquear por su propia cuenta. […]

Cuando el propietario era encontrado in situ, era asesinado o intimidado antes de ser expoliado de sus bienes. Se trataba de la operación Kubohoza. Nada de ello fue castigado por el Alto Mando del ejército que, por otro lado, estaba perfectamente al corriente de estos actos.

Por su parte, Kagame envió al pillaje a sus guardaespaldas. Eran los primeros que se servían y nadie podía impedírselo, ya que tenían el pretexto de que saqueaban por cuenta del afande Kagame. […]54

6 de julio de 1994

[…] Muhondo está situado entre el municipio de Shyorongi y Musasa. En este lugar los soldados de las compañías A, B y C de la Bravo Mobile encontraron una numerosa muchedumbre cansada de caminar que había hecho un alto para sentarse y descansar. Entonces llegaron los oficiales al mando, los comandantes Bagret Ruzibiza, Zubaire Rubayiza y Hassan Lumumba. En cuanto vieron aquella muchedumbre de más de 2500 personas, el comandante Ruzibiza pidió instrucciones al teniente coronel Charles Kayonga sobre lo que debían hacer. Algunos de los civiles estaban sentados, otros echados en el suelo. El teniente coronel Kayonga, que se había quedado atrás con otros militares, respondió: “Para cuando llegue, debéis haber terminado de liquidar a todos esos idiotas”. Es posible que aquellos oficiales, los comandantes Zubaire Ruzibiza, Hassan Lumumba y Bagret Ruzibiza, no tuvieran la intención de masacrar a toda aquella gente, pero obedecieron la orden del teniente coronel Kayonga, implacable, a causa de los plenos poderes que le había dado Paul Kagame. Cuando el teniente coronel llegó al lugar, no todos estaban muertos. Entonces, él mismo supervisó la masacre hasta que no quedó nadie con vida. […]55

16 de julio de 1994

[…] En la retaguardia, las mobile 7ª y Bravo se mantenían dispuestas a intervenir en ayuda de la 9ª y Charlie que actuaban en vanguardia. Cuando no combatían, estas unidades (7ª y Bravo) perseguían a la gente que no había podido huir para masacrarla. Los habitantes de otras regiones sorprendidos por los combates eran cargados en camiones con el pretexto de llevarlos a sus casas, pero en realidad iban hacia los mataderos humanos instalados en Kigali (Masaka), Mukamira, Nyakinama, Kidaho, Gabiro, Rwinkwavu, etc. Luego sus cuerpos eran incinerados. Entre el 15 y el 30 de julio los matones de los dos equipos asesinaron a más de 30.000 personas. […]56

La caída de Gisenyi el 17 de julio de 1994

Ese día, durante toda la jornada se oyó en la región (en Bazirete, Kanama, Nyundo, Rubavu y en la ciudad de Gisenyi) un ruido infernal de bombas y disparos. La población fugitiva era bombardeada con obuses de 122 mm, cañones de 37 mm y montajes cuádruples de 14,5 mm. No había razón alguna para que el EPR utilizara armas pesadas, ya que sólo quedaban dos bolsas de resistencia: un blindado en la fábrica de té de Pfunda que seguía lanzando obuses, y en el monte Rubavu, donde se encontraba una posición de las FAR. Era evidente que el FPR quería únicamente bombardear a la población civil que huía. No había freno alguno, cualquier militar del EPR que lo deseara mataba sin ser inquietado.

[…] A partir de ese momento, la guerra había terminado.

El 19 de julio de 1994 se creó un Gobierno de unidad nacional con Pasteur Bizimungu, del FPR, como presidente de la República; Paul Kagame, también del FPR, como vicepresidente y ministro de Defensa, y Faustin Twagiramungu, del MDR, como primer ministro.

[…] Se evitó nombrar un ministro de Información porque si este puesto le hubiera correspondido a una persona no perteneciente al FPR habría significado un estorbo. Había que evitar informaciones que contradijeran las que fabricaba el FPR de cara a la opinión internacional.57

El laberinto de las calificaciones jurídicas: manipulando el sufrimiento

Es curioso que la autora del prefacio del libro de Abdul Ruzibiza, Claudine Vidal, exprese su opinión contraria a la calificación como genocidio de las masacres masivas cometidas por el FPR/EPR, y que lo haga con el error argumental de que esas masacres no pretendían el exterminio total de los hutus. Pero el genocidio se define, en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, como la eliminación de un colectivo nacional, étnico, racial o religioso “en todo o en parte”. El mismo Abdul Ruzibiza lo recuerda con una cita textual en la página 334, que la autora del prefacio tiene que haber leído. Así, una vez más, podemos comprobar cómo la enorme presión de los consensos sociales condiciona los análisis aparentemente más asépticos, académicos y objetivos. Y podemos comprobar también cómo, manipulando el sufrimiento de las víctimas mediante complejas ingenierías jurídicas, volvemos a una nueva discriminación, ahora entre los muertos.

El EPR cometió un genocidio contra los hutus si el término genocidio se define como crimen contra la humanidad imprescriptible y entendido, según la definición de la Convención de las Naciones Unidas de 1948, como “cualquiera de los actos que se citan posteriormente cometidos con intención de destruir, en todo o en parte, un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como: asesinatos de miembros del grupo; atentado grave contra la integridad física o mental de los miembros del grupo; sumisión intencionada de un grupo a condiciones de existencia que acarrean su destrucción física total o parcial; medidas cuyo objetivo sea obstaculizar los nacimientos en el seno del grupo; traslado forzado de niños del grupo a otro grupos”.

Las masacres perpetradas por el EPR siempre estaban planificadas. No se trataba de actos de venganza ni de simples hechos accidentales como algunos lo pretenden.

Tal como he dicho, después del atentado contra el avión de Juvénal Habyarimana la guerra puso en llamas directamente a todo el país. También he explicado cómo todas las unidades habían recibido órdenes bien específicas en cuanto a sus misiones. La tarea de masacrar sistemáticamente a la población estaba atribuida a una categoría de militares bien elegidos y formados especialmente, bajo la supervisión de verdugos que actuaban en calidad de oficiales de información, de elementos de los servicios de información (IO/IS) o de comisarios políticos en el ejército (PC).

Ello no impedía que los especialistas en matanzas llamaran en ocasiones a una compañía regular para que los ayudase en las operaciones de enterramiento, carga, incineración u ocultación de los cuerpos. Todo dependía del número de personas asesinadas o que debían serlo. A veces, se recurría a varias compañías.

Según el arbitrario razonamiento del que Claudine Vidal se hace eco podrían ser eliminados, sin que ello constituyese genocidio, varios millones de hutus, siempre que dejásemos los suficientes vivos para servir a la élite tutsi. Lo cual no es demasiado diferente de lo que el FPR/EPR ha hecho. Se podría dar una paradójica hipótesis: no constituiría genocidio la hipotética eliminación planificada de más de tres millones de hutus. Es decir, prácticamente la mitad de esta etnia mayoritaria que, con menos de siete millones de miembros constituía el 85% de la población total de Ruanda, estimada antes del genocidio en unos ocho millones de personas. Por el contrario sí constituiría genocidio la eliminación de seiscientos mil tutsis. Eliminación ésta que, por añadidura, a diferencia de la de los hutus, nadie sería capaz de demostrar que hubiese sido planificada con antelación. Y si la eliminación real de unos seiscientos mil tutsis no fue planificada, mucho menos pudo serlo una imaginaria conspiración para eliminar a toda la etnia tutsi, una gran parte de la cual vivía fuera de Ruanda y del alcance de los extremistas hutus. Esta hipótesis, que no está demasiado alejada de la realidad, es de una enorme arbitrariedad y manipulación.

Según esa lógica, también podríamos privar de su calificación de genocidio a las masacres de “los cien días”, ya que los extremistas hutus ni podían ni pretendían acabar con todo el grupo étnico tutsi. No se puede generalizar para todo el país lo que estaba sucediendo en la estratégica Kigali, una capital totalmente infiltrada por miles de agentes del FPR. Abdul Ruzibiza nos da, una vez más, valiosas informaciones y pistas para la correcta interpretación de lo que sucedía en aquella sangrienta primavera:

2 de marzo de 1994

Nos habíamos infiltrado en todas las redes, y entre ellas las de los interahamwe. Las informaciones recogidas mostraban que éstos tenían un plan para exterminar a los tutsis de Kigali. En la ciudad todo el mundo se conocía y nadie necesitaba confeccionar listas de sus vecinos, pero los milicianos se dedicaron a identificar a los residentes de otras prefecturas y a clarificar el estatuto de “híbridos”. Todo tutsi había sido identificado, así como el lugar donde vivía. Para los extremistas hutus, todos los tutsis de Kigali estaban preparados y conocían más o menos los planes del FPR. También podían esconder a cómplices de los inkotanyi. Por lo tanto, para echar a los inkotanyi de la ciudad de Kigali había que matar a todos los tutsis. La situación se presentaba de modo diferente en el medio rural, donde se trataba más bien de distinguir los tutsis “opositores” de los tutsis “cómplices”.58

Los ideólogos de la doctrina oficial de un genocidio obra de los hutus equiparable al nazi no pueden, por más que lo quieran, forzar los hechos. La poderosa estructura nazi quería, podía, planificó, intentó y casi consiguió acabar con todos los judíos que habitaban en todos y cada uno de los países que iban conquistando. Los hechos en Ruanda fueron muy diferentes. Inicialmente, en las horas posteriores al atentado, los extremistas hutus asesinaban sobre todo a aquellos tutsis que eran considerados cómplices del FPR; a quienes eran, por tanto, un peligro real, potencial o imaginario para sus intereses, ya fuesen éstos legítimos o ilegítimos. Sólo a partir de un cierto momento se generalizaron las masacres de los tutsis en muchas prefecturas de Ruanda: cuando al asesinato del padre de la patria se sumaron las noticias del feroz ataque total del FPR, los relatos de sus bárbaras crueldades que se extendían por todo el país y el pánico a su próxima llegada.

Los extremistas hutus ni pretendían ni podían pretender la eliminación de todos los tutsis de todas las prefecturas de Ruanda y de los países vecinos. Ni había una poderosa estructura estatal como la nazi que hubiese planificado dichas masacres y que las coordinase durante su ejecución. Por el contrario, conociendo las declaraciones del mismo Paul Kagame y de otros duros de su entorno se podría llegar a afirmar que el verdadero freno al delirio exterminador de hutus por parte del FPR/EPR en Ruanda, en el Zaire/Congo y en cualquier otro lugar donde pretendieron esconderse, no fue otro que el de la opinión internacional. De hecho, las informaciones que iban ya trascendiendo empezaban a representar un serio problema para los dirigentes del FPR. Estaban verdaderamente preocupados por el hecho de que regiones enteras, antes abundantemente pobladas por hutus, estuviesen ahora desiertas. Son muchos los expertos que saben que, sin la limitación que la mirada internacional imponía, el FPR/EPR hubiese realizado masacres mucho mayores aún que las que realizó y realiza, y quizá hubiese conseguido ya “vaciar totalmente, gota a gota, el tonel”, como quería Paul Kagame.

Pero lo que en definitiva cuenta, según los principios de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, es la intención de unos y otros de eliminar sistemáticamente a una parte sustancial de la otra etnia y la ejecución de esa intención. Y en este sentido ambos extremistas han cometido su respectivo genocidio. Ni tan siquiera la planificación está contemplada en dicha Convención, que sólo habla de intención. La mayor o menor organización en el día a día, necesaria para la ejecución de un genocidio de tal magnitud no debe ser confundida con la cuestión de la planificación. La importancia de la cuestión de una supuesta planificación, fijada con meses e incluso años de anticipación, está amplificada por los cerebros de la versión oficial de esta tragedia por varias razones: para asimilar este genocidio al gran acontecimiento que fue el genocidio nazi; para adjudicar esa planificación a la élite militar, política e intelectual hutu y así “neutralizarla” para siempre; para falsear los tiempos, intentando convencer al mundo de que las agresiones del FPR/EPR, siempre iniciales, son sólo reacciones defensivas, reacciones posteriores frente a una conspiración muy anterior por parte del enemigo hutu; etc.

Una cuestión diferente, que ya he tratado en el primer capítulo, es la del carácter étnico de las masacres. Como ya expliqué allí, el factor étnico reviste una mayor o menor trascendencia en la medida en que queramos equiparar el genocidio ruandés al genocidio por excelencia y sobre el cual existe un amplio consenso: el nazi, un genocidio llevado a cabo por motivaciones raciales. Personalmente no veo por qué el exterminio sistemático de millones de seres humanos que no constituyan un grupo étnico pero sí político deba dejar de ser considerado también como genocidio. El hecho de que tal categoría no esté contemplada en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio no me parece motivo suficiente para esa discriminación. Las convenciones se mejoran y completan siempre que hay voluntad política por parte de los grandes. Cosa que, en este caso, evidentemente no existe. Como tampoco la hay para penalizar realmente en la práctica el gran crimen contra la paz: la agresión internacional. Pero sea lo que sea de este debate, lo que ahora nos interesa es que los hechos evidencian que tampoco por esta motivación étnica se pueden hacer grandes diferencias entre el genocidio hutu y el genocidio tutsi. En todo caso, el desprecio racial, que constituye la esencia misma de las motivaciones nazis, es mucho más explicito y determinante en los crímenes masivos del FPR/EPR que en los reactivos de los interahamwe.

Al igual que ha sucedido en España durante décadas, pero a una escala muy superior, los ruandeses vencidos están privados de todo derecho. No les está permitido ni siquiera llorar a sus muertos. Esta cruel discriminación entre unas y otras víctimas, esta pretensión de conceder a unas de ellas un estatus superior, es la que ha provocado uno de los momentos más duros que, en el acompañamiento del pueblo de Ruanda, me ha tocado vivir. Fue en uno de los encuentros del Diálogo Intra Ruandés que organiza desde hace unos años nuestra Red Internacional para la Verdad y la Reconciliación en el África Central. Un miembro de la etnia hutu estaba hablando de sus muchos familiares asesinados de manera brutal por el FPR/EPR cuando otro participante de la etnia tutsi venido desde Kigali lo interrumpió bruscamente con el argumento de que tales crímenes no era comparables con los que habían sufrido los suyos, ya que no se trataba de crímenes de genocidio. La oleada de dolor y rabia que surgió de las entrañas del participante que había sido interrumpido era tal que se podía casi palpar. Yo estaba junto a él y no podré olvidar jamás la expresión de su rostro, sus ojos vidriosos, el esfuerzo enorme de contención de sus emociones…

Nada nuevo bajo el sol. A lo largo de la historia el dolor de los esclavos nunca fue, según los señores, de la misma naturaleza que el suyo propio. Los racistas de todos los siglos siempre han racionalizado su voluntad opresora, siempre han encontrado las razones con las que justificar sus privilegios y sus crímenes. Los psicópatas siempre privan al “otro” de su condición de igual, de sujeto. Los ideólogos genocidas del FPR encontraron el nuevo argumento: la calificación jurídica de genocidio confiere un estatus radicalmente diferente a su sufrimiento. O más bien restaura el estatus privilegiado que siempre tuvo todo lo suyo. No importa que las víctimas de la otra parte sean tanto o más numerosas que las suyas propias, o que el grado de crueldad sufrido por ellas sea semejante o superior. Lo único que vale es la calificación jurídica que sus poderosos padrinos consiguieron imponer a la comunidad internacional. Queda así legitimado de nuevo el credo centenario de la más extremista aristocracia tutsi, el que proclama la superioridad de su etnia y su derecho intrínseco y divino a someter a sus compatriotas.

1 Página 26.

2 Páginas 241-244.

3 Página 245.

4 Páginas 245-246.

5 Páginas 248-249.

6 Páginas 250-251.

7 Éditions du Panamá.

8 Hago esta aclaración porque una de las muchas acusaciones lanzadas contra Abdul Ruzibiza y su libro ha sido la de que él no era el verdadero autor del mismo. Según los propagadores de tal falsedad, el autor sería alguna experta o experto al servicio de los intereses franceses. Personalmente soy inmune a ésta y otras muchas otras de sus falacias, ya que tengo conocimiento directo del original en kinyaruanda.

9 Su laborioso esfuerzo me ha facilitado grandemente la tarea de las citas textuales.

10 Páginas 45-46.

11 He aquí los miembros de las familias de las víctimas que se han personado en la querella en Francia (auto Bruguière):

1) Annick Perrine, viuda de Jean Michel Perrine, mecánico del Falcon 50.

2) Françoise Heraud, esposa del comandante del avión presidencial.

3) Bernard Habyarimana, hijo del presidente asesinado.

4) Jean-Luc Habyarimana, hijo del presidente asesinado.

5) Léon-Jean Baptiste Aimable Habyarimana, hijo del presidente asesinado.

6) Marie-Merci Habyarimana, hija del presidente asesinado.

7) Jeanne Ntilivamunda Habyarimana, hija del presidente asesinado.

8) Marie-Aimée Habyarimana Ntilivamunda, hija menor del presidente asesinado.

9) Agathe Kanziga, esposa del presidente asesinado.

10) Sylvie-Marie Simone Minaberry, hija de Jean Pierre Minaberry, copiloto del Falcon 50.

12 Página 75.

13 Colette Braeckman, “Vénuste Abdul Ruzibiza, le témoin surprise”, Le Soir, 11 de marzo de 2004.

14 Página 14.

15 Fayard, Bélgica, 2003, página 226.

16 Páginas 60-61.

17 Página 62.

18 Página 63.

19 Páginas 65-66.

20 En un artículo publicado el 4 de mayo de 2009 en www.musabyimana.be, el coronel Luc Marchal afirma que si Abdul Ruzibiza hubiera sido el único en acusar formalmente a Paul Kagame por su implicación en la tragedia ruandesa, efectivamente habría que poner en cuestión la veracidad de sus afirmaciones. Pero dado que muchos otros testigos directos dicen en sustancia lo mismo, sería oportuno por lo tanto investigar las verdaderas razones por las que Abdul Ruzibiza y Emmanuel Ruzigana se habrían echado atrás respecto de sus afirmaciones. Y concluye: “Semejante acción permitiría, sin duda alguna, conocer de manera más exacta lo que está en juego tras este giro.”

21 “Contrariamente a lo que ocurre en Occidente, la verdad […] queda enteramente subordinada al interés del grupo. La justicia no consiste en dar a cada uno lo que se le debe, sino restablecer la armonía social, respetar la jerarquía social y las reglas establecidas. De esta forma, la familia, el clan, la tribu, son un todo del cual cada miembro no es más que una parte.” Charles Ntampaka, Dialogue, nº 221, marzo-abril de 2001.

22 Páginas 67 y 68.

23 “Me es más fácil narrar aquello de lo que he sido testigo ocular en el bando del EPR. Se trata efectivamente de los crímenes reales de los que son responsables los soldados del EPR y no de una historia oída o leída en algún lugar. Relato igualmente los crímenes cometidos por los extremistas hutus a partir de los testimonios existentes y según mis conocimientos actuales.”

24 A título de ejemplo: “El problema crucial era que el presidente Juvénal Habyarimana veía un complot entre el FPR y los partidos de la oposición”, dice en la página 172. Considerar un “problema” el hecho de que el presidente temiese un complot, que de hecho era bien real, como el mismo Abdul Ruzibiza ha ido mostrando, es una evidente valoración cargada de subjetividad. También en la página 174: “Los extremistas hutus del partido CDR, opuestos a los acuerdos de paz, se echaron a las calles de Kigali diciendo que las negociaciones de Arusha eran inútiles. El CDR afirmaba incluso que las negociaciones de Arusha eran una traición contra el país y contra los hutus en general, y que la oposición estaba en connivencia con el enemigo”. Abdul Ruzibiza califica sin más de extremistas a quienes estaban alertando a la población sobre hechos ciertos, confirmados por el mismo Abdul Ruzibiza, sin hacer la menor referencia a que, al menos respecto a esto, tenían razón. Manifiesta así su dificultad reiterada para distanciarse de unos hechos en los que ha estado demasiado implicado.

25 Página 74.

26 Página 86.

27 Página 233.

28 Página 347.

29 Página 362.

30 Páginas 63 y 65.

31 Página 85.

32 En el comunicado nº 45/99 del Centre de Lutte Contre l’Impunité et l’Injustice au Rwanda, “Le général Paul Kagame et le président Museveni, criminels contre l’humanité. Un militaire de l’Armée Patriotique Rwandaise témoigne”, se puede leer otro claro testimonio que no forma parte de esta querella.

33 Página 255.

34 Páginas 259-260.

35 Páginas 262-263.

36 Páginas 264-265.

37 Nota de Abdul Ruzibiza: “No soy testigo ocular de estas masacres. Lo que refiero es el resultado del contraste de todas las informaciones y de todos los testimonios de militares del EPR que estaban sobre el terreno cuando se produjeron las fechorías, de los que directa o indirectamente participaron en estos crímenes. Cuando hablo de información, me refiero a lo que se me ha dicho porque lo he preguntado expresamente o por medio de conversaciones habituales entre camaradas. Entre mis fuentes citaré a título ilustrativo al comandante Jean Birasa, al capitán Mugabo, al teniente T. Murwanashyaka, al teniente Aloys Ruyenzi, al sargento A. Muvunja, a Charles Muyombano, y a guardias personales de Paul Kagame que no quieren que cite sus nombres.”

38 Páginas 272-276.

39 Páginas 276-281.

40 Página 284.

41 Páginas 285-289.

42 Páginas 290-291.

43 Nota de Abdul Ruzibiza: “No soy testigo directo de este episodio. Estaban presentes en el lugar el teniente Fred Katumbura; el teniente Tom Byabagamba; el subteniente Mugisha, llamado Pépé Kalé; el sargento Aloys Ruyenzi; el sargento Eric Mtazinda; el soldado Kimwanga Jabon; el soldado Gahizi Alain, llamado Capitaine, y otros. Además de Aloys Ruyenzi y Fred Katumbura, otros dos testigos que figuran en esta lista me han contado cómo el general de división Paul Kagame dirigió personalmente y participó en las matanzas de civiles en Muhura.”

44 Páginas 295-296.

45 Páginas 296-297.

46 Páginas 297-298.

47 Páginas 302-303.

48 Nota de Abdul Ruzibiza: “No soy testigo directo de esta masacre. En Gitarama participaron en los combates tres grandes unidades mobile; la 59, la 101 y la 157. Antes de tomar el eje Gitarama/Butare, la 59 y la 101 venían de Kigali, mientras que la 157 había recorrido todo el Mutara, Kibungo y una parte de Kigali rural (en el Bugesera). Los militares que me han contado (como testimonio en algún caso y en simples conversaciones en otros) lo que pasó en Gitarama, la toma de la ciudad, los asesinatos de los religiosos en Gakurazo y la dirección general de las operaciones durante todo el período de abril a junio de 1994 (mobile 157 y sobre todo 101) son los comandantes Wilson Kazungu, M. Muganga, el capitán W. Bagabe, el teniente Mbanzabugabo alias Mandevu, el sargento-mayor Butera, el subteniente Kamaramaza, los sargentos Ruzigana, Tumusifu, y otros que me han pedido que no cite sus nombres.”

49 “El sacerdote Vénuste Linguyeneza estaba presente en Kabgayi. Publicó un testimonio detallado y concordante sobre el asesinato de los religiosos (tres obispos, nueve sacerdotes y el superior general de los carmelitas descalzos). Dialogue, nº 213, nov.- dic. de 1999, p. 79-88. (N. d. E.).”

50 Páginas 303-309.

51 Páginas 315-316.

52 Páginas 316-318.

53 Nota de Abdul Ruzibiza: “Oí personalmente a Paul Kagame ordenar por walkie talkie al coronel Charles Ngoga que masacrara a los civiles que huían de la ciudad de Kigali.”

54 Páginas 318-322.

55 Páginas 323-324.

56 Página 326.

57 Páginas 326-327.

58 Obra citada, páginas 228-229.