La Universidad no tiene la reputación de estar plagada de violencia y muertes repentinas inexplicables. Sin embargo, en el pico de la pandemia de Covid-19, dos jóvenes investigadores pioneros del mismo desconocido campo de estudio se encontraron con finales misteriosos.

Fuera de los círculos académicos, el Dr. James Taylor y el Dr. Bing Liu eran relativamente desconocidos. Sin embargo, dentro de la comunidad científica, los dos habían alcanzado algo así como el estatus de estrella de rock. Y ahora, en un período de 30 días, ambos jóvenes están muertos en un momento en que sus talentos son más necesarios.

James Taylor, 1979-2020

Consideremos primero la vida y la obra de James Taylor, que falleció el 2 de abril a la edad de 40 años. Cualquiera que espere conocer los detalles sobre la causa de la muerte de este notable hombre se sentirá decepcionado; hasta la fecha, no se ha hecho pública ninguna información.

«La causa de la muerte de James aún no se conoce, y dado lo abrumada que está la profesión médica en Baltimore, puede que nunca lo sepamos», declaró el sitio web del Proyecto Galaxia, utilizando el coronavirus como justificación para no poder profundizar en la muerte de un colega. «Dada la rapidez con la que esto sucedió, es muy poco probable que haya sido por COVID-19».

Hasta que se disponga de más información sobre la causa de la muerte, parece razonable preguntarse si Taylor participó en algún proyecto o actividad que pudiera haberlo convertido en un posible blanco de juego sucio. Una mirada superficial a su página de Twitter indica que hubo algunas discusiones apasionadas justo antes de su fallecimiento prematuro que merecen ser consideradas. Sin embargo, antes de entrar en esas discusiones, es necesario decir unas palabras sobre su historial profesional.

Según su obituario en el sitio web de la Universidad Johns Hopkins, Taylor fue «un pionero en la investigación de biología computacional y genómica», que hizo una contribución significativa como «científico, profesor y colega».

Sin embargo, el momento decisivo de Taylor en la comunidad científica llegó con la creación de Galaxy, un sistema ubicado en la nube que ha sido descrito como «el primer recurso integral de análisis de datos en las Ciencias de la Vida». Según su sitio web, Galaxy proporciona una plataforma abierta que tiene por objeto hacer accesible la biología computacional a los científicos, en su mayoría los que participan en la investigación genómica, un campo de estudio importante cuando se trata del desarrollo de medicamentos y vacunas.

Y es en este punto en particular que Taylor se involucró en el debate sólo días antes de su muerte. El 19 de marzo, el investigador hizo una pregunta aparentemente inocua en su página de Twitter: «¿Podemos hablar sobre el intercambio de datos genómicos para la investigación de #covid19 #SARSCoV2?»

A juzgar por los comentarios, la pregunta resultó ser una pregunta cargada,  reveló la frustración que sentían otros grupos de investigación, como el NCBI y Nextstrain, que intentaban recuperar las características genómicas del Covid-19 pero se encontraban con obstáculos. Los colegas de Taylor, Anton Nekrutenko y Sergei Kosakovsky Pond, expresaron preocupaciones similares con respecto a esos obstáculos un mes antes en un documento titulado «No más negocios como de costumbre: las respuestas ágiles y eficaces a las amenazas de patógenos emergentes requieren datos y análisis abiertos».

«El estado actual de gran parte de la investigación sobre el virus de la neumonía de Wuhan (COVID-19) muestra una lamentable falta de intercambio de datos y una considerable ofuscación analítica», escribieron Nekrutenko y Kosakovsky Pond. «Esto impide la cooperación mundial en materia de investigación, que es esencial para hacer frente a las emergencias de salud pública, y requiere un acceso sin trabas a los datos, herramientas de análisis e infraestructura informática».

Aquí está la prueba de algo que mucha gente ha sospechado durante mucho tiempo sobre el mundo académico: es despiadado y egoísta tanto como cualquier corporación con fines de lucro. Los académicos no sólo son ferozmente protectores de su trabajo, lo cual es perfectamente comprensible, sino que tampoco están ciegos al potencial de ganancias financieras que proviene de sus labores. Pero estoy divagando.

A juzgar por su actividad en los medios sociales, parece que la principal queja de James Taylor fue con GISAID, una plataforma con sede en Alemania que significa Iniciativa Global para Compartir Todos los Datos de la Gripe. Esta organización privada y pública, que también está asociada con los gobiernos de Singapur y los Estados Unidos, ha adquirido gran parte de los datos sobre el genoma de muchas enfermedades, incluida la Covid-19, información que sería fundamental para el desarrollo de medicamentos y vacunas.

En un tuit de seguimiento, Taylor se quejó de que la GISAID «tiene muchos más datos… pero las onerosas restricciones sobre el uso y el intercambio de datos, particularmente no permite compartir ningún dato de secuencias». A esto siguió el comentario de que las restricciones de la GISAID para utilizar sus datos son «un verdadero impedimento para el análisis rápido y colaborativo de los datos, incluidos nuestros esfuerzos por crear conductos de análisis transparentes, reutilizables y reproducibles para el análisis de los brotes».

Al mismo tiempo que Taylor reprendía a GISAID por supuestamente no compartir sus datos de secuencia sobre el Covid-19, GISAID se jactaba en su sitio web de su transparencia. Entonces, ¿dónde está la verdad? A juzgar por los comentarios en el Twitter de James Taylor, parece que la GISAID no fue completamente comunicativa con sus datos.

Dave O’Connor, por ejemplo, un virólogo de la Universidad de Washington (Madison), comentó en el hilo de Twitter de Taylor: «Dudo que muchas personas, si es que hay alguna, que hayan aportado datos a la GISAID lo hayan hecho con la intención de mantenerlos ocultos».

La Dra. Melissa A. Wilson, destacada bióloga evolutiva y computacional de la Universidad Estatal de Arizona, también expresó su consternación por el hecho de que no se compartieran datos críticos sobre el genoma que podrían ayudar a los investigadores a descubrir una cura para el Covid-19.

En su tweet, fechado el 23 de marzo, Wilson dirigió una pregunta a Taylor: «¿Dónde estamos almacenando los datos para que sean accesibles?»

En este punto el lector se puede estar preguntando, «De acuerdo, y qué. ¿Qué significado tiene para un grupo de investigadores tener problemas para acceder a la estructura del genoma del coronavirus?» El problema es que puede marcar la diferencia entre ser capaz de desarrollar una vacuna para la enfermedad o no hacerlo.

Aquí cabe mencionar que el 18 de octubre de 2019, la Universidad Johns Hopkins, junto con el Foro Económico Mundial y la Fundación Bill y Melinda Gates, organizó el Evento 201, un ejercicio de alto nivel en el que se imaginó cómo se coordinarían los sectores público y privado en caso de una pandemia. El evento reflejó tan de cerca el brote de Covid-19 sólo dos meses después que Johns Hopkins emitió una declaración negando que hubiera hecho una «predicción» sobre la pandemia.

Además, en la cuestión de la producción de vacunas para luchar contra el Covid-19, Johns Hopkins parece ser un ferviente partidario.

«Me imagino que vamos a poner en marcha un programa de vacunación masiva», reveló Andrew Pekosz, profesor de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de Johns Hopkins, en una entrevista con Bloomberg. «Las vacunas que están actualmente a la cabeza… son las que se van a administrar por inyección. Parece que las vacunas van a cambiar el escenario actual…»

La pregunta que debe hacerse es si James Taylor estaba trabajando de alguna manera con propósitos cruzados con otras organizaciones que están, por ejemplo, en la carrera para desarrollar una vacuna contra el Covid-19. O, alternativamente, ¿el renombrado investigador de 40 años murió de muerte natural en el mismo momento en que la búsqueda de una vacuna contra el coronavirus se había convertido en el centro de atención de los investigadores, las compañías farmacéuticas y su propia alma mater?

Dr. Bing Liu, 1982-2020

El 2 de mayo, Liu, un profesor asistente de 37 años de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburgh (UPSM), fue encontrado muerto con múltiples heridas de bala en su casa en un barrio suburbano de lujo de Pittsburgh. Otra víctima, identificada como Hao Gu, fue encontrada muerta en su coche cerca de la casa de Liu por lo que la policía dice que fue una herida de bala autoinfligida en la cabeza.

Apenas cuatro días después del doble asesinato, la policía del municipio de Ross dijo que cree que el aparente asesinato-suicidio fue el resultado de una «larga disputa en relación con una pareja íntima».

«No hemos encontrado ninguna prueba de que este trágico suceso tenga que ver con el empleo en la Universidad de Pittsburgh, con ningún trabajo que se esté llevando a cabo en la Universidad de Pittsburgh y con la actual crisis sanitaria que afecta a los Estados Unidos y al mundo», dijo el sargento detective Brian Kohlhepp.

Lo que hace que este caso sea particularmente impactante es que, según una página de homenaje en el sitio web de la UPSM, «Bing estaba a punto de hacer hallazgos muy significativos para comprender los mecanismos celulares que subyacen en la infección del SARS-CoV-2 y la base celular de las posteriores complicaciones».

El otro detalle notable es lo estrechamente alineados que estaban los currículos académicos de Bing Liu y James Taylor. Ambos académicos estaban involucrados en el desconocido campo de la biología de sistemas computacionales, así como en técnicas de aprendizaje por ordenador para predecir mejor el comportamiento de las especies biológicas.

Las vidas de los dos académicos se cruzaron debido a su mutua afiliación con la prestigiosa Universidad Carnegie Mellon, también ubicada en Pittsburgh. Allí, Liu trabajó como becario de postdoctorado en el departamento de informática, mientras que Taylor impartió allí seminarios sobre su programa Galaxy. Si por casualidad Taylor no estaba familiarizado con el prolífico trabajo académico de Liu, eso probablemente habría cambiado después de que se publicara la supuesta investigación de Liu sobre el Covid-19. Ese momento mágico no se produjo, por supuesto, debido a la prematura y muy trágica muerte de Liu.

En cuanto al supuesto asesinato-suicidio, los detalles son imprecisos. En primer lugar, los medios de comunicación están retratando el asesinato como el resultado de una «larga disputa sobre una pareja íntima». Sin embargo, los medios de comunicación locales informaron de que Liu y su esposa no tenían hijos y se comportaban de forma muy reservada. Por supuesto eso no significa que los dos hombres no estuvieran compitiendo por el afecto de alguna otra mujer. Sin embargo, con el casado Liu a punto de hacer un gran avance en el frente del coronavirus, parece que tendría muy poco tiempo para cualquier «actividad extracurricular».

En cualquier caso, sigue sin estar claro cómo se conocían los dos hombres, mientras que el posible motivo del asesinato también sigue siendo un misterio, informó el Post-Gazette. Los vecinos no informaron haber escuchado ningún disparo en el momento de los asesinatos.

Finalmente, hay problemas con la elección del arma homicida, en este caso un arma de fuego. Dado que tanto Liu como su presunto asesino no eran ciudadanos estadounidenses, esto abre la pregunta de cómo Hao Gu pudo adquirir un arma de fuego. Es ilegal –aunque ciertamente no imposible– que los no ciudadanos compren armas de fuego en los Estados Unidos.

Así pues, lo que nos queda, en un momento en que el mundo busca desesperadamente una forma de combatir el Covid-19, es el legado de dos investigadores pioneros que trabajaron en busca de formas de comprender mejor la enfermedad. Aunque tal vez nunca sepamos la verdadera historia detrás de la muerte prematura de cada hombre, la probabilidad de que dos investigadores de renombre –con antecedentes profesionales casi idénticos– mueran con un mes de diferencia en un momento en que ambos estaban haciendo progresos en la lucha contra la pandemia debe ser ciertamente mucho menor que las posibilidades de que alguien sucumba realmente por el Covid-19. Las muertes de Bing Liu y James Taylor merecen un mayor seguimiento por parte de los medios de comunicación.

Font: Strategic Culture Foundation