En 2004 tuve en mis manos un libro sorprendente cuyo contenido no me ha dejado: «Das Herz hat seine Gründe, mein Weg» [El corazón tiene sus razones, mi camino] por la Dra. Ruth Pfau. Recientemente, la vida impresionante de esta mujer, religiosa y pacifista, desgraciadamente ha terminado.

Ruth Pfau, nacida en 1929, creció en una familia numerosa en Leipzig. Los años de guerra la marcaron y la sacudieron. Cuando su hermano menor muere por falta de leche y medicamentos, la chica, de dieciséis años, se vuelve casi loca. En 1948 comenzó a estudiar medicina en Maguncia. En ese momento está constantemente buscando el significado de la vida.

No puede comprender que el único significado de la vida en Occidente sea un coche hermoso y una vida cómoda. En esos años lo prueba todo: comunismo, antroposofía, movimiento estudiantil, grupos de oraciones bíblicas. Es bautizada, hace nuevos amigos, se enamora de un estudiante de teología. El protestantismo le parece demasiado austero. Es por eso que se convirtió a la fe católica dos años después y, después de una reflexión cuidadosa, entra en la orden «Töchter vom Herzen Mariä», que floreció durante la Revolución Francesa. A pesar de muchos conflictos y contradicciones, permaneció fiel a esta orden religiosa hasta el final de su vida.

Para llevar a cabo estudios médicos, la orden envía Ruth Pfau en 1960 a la India. Durante una parada en Karachi, en Pakistán, tiene problemas de visado para la India. En un barrio de miseria, cerca de la estación, entra en contacto con personas enfermas de lepra y se informa sobre la ayuda médica que reciben estos leprosos. Sabiendo que la lepra podría ser tratada con éxito pero que en la gran ciudad faltaba de todo, la médica decidió quedarse en Pakistán donde decide trabajar para erradicar la lepra en este país.

Durante más de 50 años, aporta enormes beneficios a Pakistán y a su pueblo como médica llena de compasión y con un compromiso infatigable. Ruth Pfau se instaló en Karachi, en el «Marie Adelaide Leprosy Center» (MALC), un hospital en el que los pacientes de lepra eran tratados con éxito.

Para ella, además del tratamiento de los pacientes, la formación del personal médico era primordial. Establece una red de centros de atención de la lepra y la tuberculosis en todo el país. Viajaba regularmente en jeep a áreas poco practicables para ayudar también a los pacientes que se encontraban lejos de la ciudad; y todo esto a pesar de su edad avanzada y sus propios problemas de salud. En 1996, su objetivo fue alcanzado y, según la OMS, la lepra estuvo bajo control en Pakistán. Durante su medio siglo de actividad, Ruth Pfau consiguió que más de 50.000 pacientes de lepra pudieran ser tratados. Sin embargo, desde el punto de vista humano no era suficiente para ella. La miseria de los hombres no termina con la cura de la enfermedad, ese era su punto de vista.

No redujo jamás su trabajo y el de sus muchos colegas a únicamente el tratamiento médico. Como sabía que la enfermedad además de los problemas de salud tenía consecuencias sociales, también se comprometió a evitar que los antiguos pacientes de lepra fueran expuestos al aislamiento y al desprecio. Siempre daba ánimos a los hombres y mujeres que conocía ayudándoles a encontrar un trabajo útil que pudiera proporcionarles una base de vida. Muchos de sus antiguos pacientes, después de su propia curación, se pusieron al servicio de sus compatriotas sufrientes, contribuyendo así a perpetuar el importante trabajo de esta humanista recientemente fallecida.

Como cristiana convencida, era importante para Ruth Pfau actuar humanamente sin querer convencer a sus semejantes de su propia fe. En todos sus encuentros con otros, se relacionó con los demás con respeto y creó condiciones para que vivieran una vida digna, independientemente de la religión, el estrato social o la nacionalidad. Pakistán es un país musulmán. Los hindúes tienen pocos derechos. Ruth Pfau consiguió hacer cohabitar pacíficamente en su hospital las tres religiones representadas en el país. Como modelo, condujo a sus innumerables colaboradores a realizar un verdadero trabajo pacifista.

La guerra en Afganistán trajo aún más miseria. Ruth Pfau odiaba la violencia, la guerra y el terrorismo, así como las injusticias sufridas por los más pobres y en particular las mujeres. A menudo no podía entender el poder de los ancianos tribales en las montañas. Trató, por ejemplo, de hacer comprender a los hombres que no impusieran a sus mujeres cargas pesadas. Sin embargo, no tuvo éxito con su punto de vista occidental, lo que le enseñó que la gente tenía que encontrar sus propias soluciones. A través de su actitud valiente y su capacidad de diálogo, gozaba de gran respeto en todas partes, tanto entre los campesinos como en los círculos gubernamentales. El flujo creciente de refugiados del país vecino le causó grandes preocupaciones y noches de insomnio. Ella fue personalmente a la frontera afgana en varias ocasiones.

Si era necesario, Ruth Pfau activaba lo que fuera para que la humanidad y la dignidad pudieran desarrollarse. Tenía un fuerte compromiso con la justicia, incluso si tenía que ir al ministerio en Islamabad para informar al ministro de la situación fatal de los refugiados y pedir ayuda. Las situaciones de desastre, después de los terremotos recurrentes, eran de gran preocupación para ella. Incesantemente, buscaba cada vez con su equipo formas de reducir el sufrimiento. Estableció vínculos con Alemania, Austria y Suiza, habló con la gente y buscó donaciones. Explicaba con convicción: se puede asegurar la existencia de una familia entera ofreciéndole una cabra que produce leche y lana y más tarde carne, por solo 10 euros. Cualquier persona que conocía a la señora Pfau quedaba impresionaba y agradecida de este encuentro. Sentía su gran irradiación y no tenía ninguna duda que cualquier contribución financiera llegaría directamente a las personas afligidas.

La muerte de la señora Ruth Pfau deja un gran vacío. El día 10 de agosto, cuando se conoció la noticia de su muerte, incontables personas que habían recibido su ayuda, eran próximas a ella o habían sido tocadas en un momento u otro por su gran amor, lloraron su muerte. El sábado 19 de agosto, la Dra. Ruth Pfau fue honrada, en agradecimiento y reconocimiento por su trabajo, con un funeral estatal en su país adoptivo después de una misa de difuntos en la catedral de san Patricio, un honor extraordinario para una cristiana de origen extranjero en un país musulmán.

«La muerte no es la nada, sino el encuentro con la plenitud. La muerte no es un límite. No para el amor. El amor no conoce límites.» (Dra. Ruth Pfau)