La doctrina y la práctica de la No violencia, estructurada y convertida por mahatma Gandhi en un método empírico-científico de transformación personal, social y política (Historia de mis experimentos con la Verdad es precisamente el título que eligió para su autobiografía) parece tener dos “problemas”: para unos “es una mística, lo cual siempre es sospechoso” y para otros, en el extremo opuesto, “se mete en política, lo cual siempre significa ensuciarse”. Sin embargo, para líderes mundiales como Martin Luther King o Adolfo Pérez Esquivel la presencia de Dios era y es real y omnipresente. Y su sueño o proyecto sobre una humanidad fraterna sin mentiras ni injusticias, sin dominación ni imperialismo alguno, es nítido y atractivo. Por eso no hicieron ni hacen mella en ellos ninguna de las muchas incomprensiones sufridas. Y dado que estuvieron y están en lo cierto, seguro que la historia irá evolucionando, lentamente como todo proceso evolutivo, hacia la meta final que ellos soñaron (“He tenido un sueño…” clamaba Martin Luther King ).
Muchos consideran que a estos líderes les falta realismo frente al poder del dinero, de las armas y de la manipulación mediática. Pero su modo de obrar es el resultado de una visión más amplia e integradora. Es el resultado de la existencia de unos principios superiores (como el de la multiplicación que la generosidad genera) que no anulan las leyes ordinarias sino que las unifican en un paradigma más amplio. Un paradigma que no puede ser entendido desde el puro racionalismo o desde el apego a los propios intereses personales o familiares. Einstein entendía perfectamente las teorías de Newton. Pero Newton, desde su propio limitado paradigma, no habría podido entender las de Einstein. Gandhi entendía perfectamente a Churchill. Pero Churchill, a diferencia del genio Einstein, fue incapaz de entender la grandeza de la visión de Gandhi.
Y cuando esa incomprensión va acompañada de una autoafirmación excesiva, entonces incluso se convierte en agresión o traición. Como la agresión de Churchill a Gandhi: “Es alarmante y nauseabundo ver al señor Gandhi, un abogado sedicioso, posando ahora como un faquir… dando zancadas medio desnudo subiendo las escaleras de la casa del virrey”. O aquella otra: “Nos desharíamos de un hombre malo y de un enemigo del Imperio si muriera”. O como la traición de Judas, que llegó a autoconvencerse de que su maestro se equivocaba. O como los enfrentamientos que sufrió Martin Luther King por parte de algunos de sus mismos compañeros, que no aceptaban que él se opusiese generosamente a la guerra de Vietnam y que querían que se limitase a luchar por la propia causa, la de los derechos civiles.
Desde hace unos años, en la lista de líderes mundiales de la No violencia hay que añadir el nombre de una mujer ruandesa: Victoire Ingabire Umuhoza. Algunas informaciones sobre ella ya son conocidas públicamente: cómo el régimen criminal de Paul Kagame, responsable del asesinato de millones de hutus, tutsis y congoleños, convirtió la plegaria pública de Victoire en el Memorial del genocidio por todas las víctimas en una negación del genocidio de los tutsis; cómo fue acusada de organizar guerrillas en el Congo precisamente por un régimen que está llevando a cabo el pillaje sistemático de los recursos de esa gran nación (en mi caso fui acusado por la ONU, garante de dicho pillaje); cómo la Corte Africana de los Derechos Humanos y de los Pueblos ha dictado sentencia a favor de Victoire en la demanda que interpuso contra el régimen de Kigali…
Por ello hoy solo voy a desvelar un poco de su mundo íntimo. Un admirable mundo espiritual que difícilmente se puede encontrar en los diarios o en Internet. En agosto de 2009, durante los días en los que en S’Olivar maduraba mediante la reflexión y la plegaria su decisión de entrar en Ruanda, tuve el privilegio de escuchar sus confidencias. El amor a su país y a sus gentes de todas las etnias era conmovedor. Su generosidad era de otro mundo. La única preocupación que le perturbaba era la de que se pudiesen desatar grandes masacres si ella era asesinada, al igual que sucedió el 6 de abril de 1994 tras el atentado contra el presidente Juvénal Habyarimana. Su repentina liberación ha sorprendido a muchos. Pero no a aquellos que “luchamos” por la Paz desde la certeza de que, como decía el hermano Roger de Taizé, “hay que esperar siempre lo inesperado”. Sin olvidar que, por el contrario, nuestras mayores seguridades humanas son sumamente frágiles. Son las leyes superiores, las que tendrán la última palabra. Unos se sonríen con autosuficiencia de tanta confianza en Dios por parte de estos líderes e incluso los acusan de esperarlo todo de Él. Otros critican lo que, según ellos, es un activismo excesivo. Pero unos y otros son incapaces de ver que es Dios mismo quien actúa a través de estos seres lúcidos y generosos.