Washington no considerará las propuestas rusas sobre la no expansión de la OTAN, y no tiene ninguna intención de discutir siquiera la idea. Hasta aquí el «diálogo».
Fue la primera reunión de alto nivel entre Rusia y la OTAN desde 2019, que llega inmediatamente después de la falacia del diálogo de «garantías de seguridad» entre Estados Unidos y Rusia a principios de la semana en Ginebra.
¿Qué pasó en Bruselas? Básicamente, otro diálogo sin diálogo, con un prefacio kafkiano de la OTAN: estamos dispuestos a dialogar, pero las propuestas del Kremlin son inaceptables.
La enviada estadounidense a la OTAN, Julianne Smith, culpó preventivamente a Rusia de las acciones que «aceleraron este desastre».
A estas alturas, todos los seres sensibles de Eurasia y su península europea deberían estar familiarizados con las dos principales exigencias racionales de Rusia: no a la expansión de la OTAN y no a los sistemas de misiles emplazados cerca de sus fronteras.
Ahora pasemos a la máquina de dar vueltas. Los tópicos del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, fueron previsiblemente fieles a su espectacular mediocridad. Sobre el ya adelantado diálogo, dijo que era «importante iniciar un diálogo».
Rusia, dijo, «instó a la OTAN a negarse a admitir a Ucrania; la alianza respondió rehusando comprometerse con la ampliación». Sin embargo, la OTAN «acogió con satisfacción las consultas bilaterales» sobre las garantías de seguridad.
La OTAN también propuso una serie de amplias consultas sobre seguridad, y «Rusia aún no las ha aceptado, pero tampoco las ha descartado».
No es de extrañar: los rusos ya habían señalado, incluso antes de que ocurriera, que esto no es más que una táctica dilatoria.
El Sur Global se sentirá aliviado al saber que Stoltenberg defendió las maniobras militares de la OTAN tanto en Kosovo como en Libia: al fin y al cabo «estaban bajo los mandatos de la ONU». Así que fueron benignas. Ni una palabra sobre la actuación estelar de la OTAN en Afganistán.
Y luego, el tan esperado remate: La OTAN se preocupa por las tropas rusas «en la frontera con Ucrania», en realidad a una distancia de entre 130 y 180 kilómetros, dentro del territorio europeo ruso. Y la alianza considera «falso» que la expansión sea «un acto agresivo». ¿Por qué? Porque «difunde la democracia».
Bombardeame por la democracia, nena
Este es el evangelio de la OTAN en un instante. Ahora compáralo con las aleccionadoras palabras del viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Alexander Grushko.
Grushko enunció cuidadosamente cómo «la OTAN está decidida a contener a Rusia. Estados Unidos y sus aliados están tratando de lograr la superioridad en todas las áreas y en todos los posibles teatros de operaciones militares». Esa fue una referencia velada al Dominio de Espectro Completo, que desde 2002 sigue siendo el evangelio estadounidense.
Grushko también se refirió a las «tácticas de contención de la época de la Guerra Fría», y a que «toda la cooperación [con Rusia] se ha interrumpido», por parte de la OTAN. Sin embargo, «Rusia señaló honesta y directamente a la OTAN que un nuevo empeoramiento de la situación podría tener consecuencias nefastas para la seguridad europea».
La conclusión fue tajante: «La Federación Rusa y la OTAN no tienen una agenda positiva unificada en absoluto».
Prácticamente todas las facciones rusófobas de la maquinaria bipartidista de estrategias de guerra en Washington no pueden aceptar que no haya fuerzas estacionadas en Estados europeos que no eran miembros de la OTAN en 1997; y que los actuales miembros de la OTAN no intenten ninguna intervención militar en Ucrania, así como en otros Estados de Europa del Este, Transcaucasia y Asia Central.
El lunes en Ginebra, el viceministro de Asuntos Exteriores, Ryabkov, ya había subrayado, una vez más, que la línea roja de Rusia es inamovible: «Para nosotros, es absolutamente obligatorio asegurarnos de que Ucrania nunca, nunca, se convierta en miembro de la OTAN».
Fuentes diplomáticas confirmaron que en Ginebra, Ryabkov y su equipo tuvieron que actuar, a efectos prácticos, como profesores de guardería, asegurándose de que no hubiera «ningún malentendido».
Ahora compáralo con lo que dijo Ned Price, del Departamento de Estado de Estados Unidos, después de esas agotadoras ocho horas compartidas entre Ryabkov y la vicesecretaria de Estado Wendy Sherman: Washington no considerará las propuestas rusas sobre la no expansión de la OTAN, y no tiene intención de discutir siquiera la idea.
Hasta aquí el «diálogo».
Ryabkov confirmó que no hubo avances. Refiriéndose a su didactismo, tuvo que subrayar: «Pedimos a Estados Unidos que demuestre un máximo de responsabilidad en este momento. No hay que subestimar los riesgos relacionados con un posible aumento de la confrontación».
Decir, en palabras de Ryabkov, que se ha hecho un esfuerzo «significativo» por parte de Rusia para persuadir a los estadounidenses de que «jugar con fuego» no les conviene es el eufemismo del nuevo siglo.
Permítanme sancionarles hasta la aniquilación
Una rápida recapitulación es crucial para entender cómo las cosas han podido descarrilar tan rápido.
La estrategia no precisamente secreta de la OTAN, desde el principio, ha sido presionar a Moscú para que negocie directamente con Kiev sobre el Donbass, aunque Rusia no se mencione en los Acuerdos de Minsk.
Mientras se obligaba a Moscú a formar parte del enfrentamiento entre Ucrania y el Donbass, apenas se inmutó al aplastar un golpe de Estado y una revolución de colores en Bielorrusia. Después, los rusos reunieron en un abrir y cerrar de ojos una impresionante fuerza de ataque –con su correspondiente infraestructura militar– en el territorio de la Rusia europea para responder con la máxima rapidez en caso de que se produjera una operación relámpago ucraniana en el Donbass.
No es de extrañar que una alarmada OTANstán tuviera que hacer algo con la idea de combatir a Rusia hasta el último ucraniano empobrecido. Puede que al menos hayan comprendido que Ucrania quedaría completamente destruida.
Lo bonito es cómo Moscú le dio la vuelta a las cosas con una nueva jugada de jiu-jitsu geopolítico. La demencia ucraniana alentada por la OTAN -completada con promesas vacías de convertirse en miembro- abrió el camino para que Rusia exigiera que no hubiera más expansión de la OTAN, con la retirada de toda la infraestructura militar de Europa del Este para empezar.
Era obvio que Ryabkov, en sus conversaciones con Sherman, rechazaría cualquier sugerencia de que Rusia debía desmantelar la infraestructura logística creada en su propio territorio de la Rusia europea. A efectos prácticos, Ryabkov destrozó a Sherman. Lo que quedó fue una mansa amenaza de más sanciones.
Aun así, será una tarea de Sísifo convencer al Imperio y a sus satrapías de la OTAN de que no monten algún tipo de aventura militar en Ucrania. Eso es lo esencial de lo que Ryabkov y Grushko dijeron una y otra vez en Ginebra y Bruselas. También tuvieron que insistir en lo obvio: si se imponen más sanciones a Rusia, se produciría un grave retroceso, especialmente en Europa.
Pero, ¿cómo es humanamente posible que profesionales experimentados como Ryabkov y Grushko discutan, de forma racional, con un puñado de aficionados ciegos como Blinken, Sullivan, Nuland y Sherman?
Se ha especulado seriamente sobre el plazo que tiene Rusia para, de hecho, no molestarse en seguir escuchando el «balbuceo infantil» estadounidense (copyright de Maria Zakharova). Podría ser alrededor de 2027, o incluso 2025.
Lo siguiente es que la prórroga de cinco años del nuevo tratado START expira en febrero de 2026. Entonces no habrá techo para las armas estratégicas nucleares. El gasoducto Power of Siberia 2 hacia China hará que Gazprom dependa aún menos del mercado europeo. El sistema financiero combinado Rusia-China se volverá casi impermeable a las sanciones de Estados Unidos. La asociación estratégica Rusia-China compartirá una tecnología militar aún más importante.
Todo eso es mucho más consecuente que el sucio secreto, que no es un secreto en el actual paripé de las «garantías de seguridad»: la nación excepcionalista e «indispensable» es congénitamente incapaz de renunciar a la eterna expansión de la OTAN hasta, bueno, el espacio exterior.
Al mismo tiempo, los rusos son muy conscientes de una verdad bastante prosaica: Estados Unidos no luchará por Ucrania.
Así que bienvenidos al irracionalismo instagramero. ¿Qué ocurrirá a continuación? Muy posiblemente una provocación, con la posibilidad, por ejemplo, de una operación química encubierta de la que se culpará a Rusia, seguida de –qué si no– más sanciones.
El paquete está listo. Viene en forma de un proyecto de ley de los senadores demócratas, apoyado por la Casa Blanca, para imponer «severos costes» a la economía rusa en caso de que Moscú responda finalmente a sus plegarias e «invada» Ucrania.
Las sanciones afectarían directamente al presidente Putin, al primer ministro Mishustin, al ministro de Asuntos Exteriores Lavrov, al jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Gerasimov, y a los «comandantes de varias ramas de las Fuerzas Armadas, incluidas la Fuerza Aérea y la Marina».
Entre los bancos e instituciones financieras afectados se encuentran el Sberbank, el VTB, el Gazprombank, el Banco de Crédito de Moscú, el Alfa-Bank, el Banco Otkritie, el PSB, el Sovcombank, el Transcapitalbank y el Fondo Ruso de Inversión Directa. Todos ellos quedarían excluidos de SWIFT.
Si este proyecto de ley suena como una declaración de guerra, es porque lo es. Llámelo la versión estadounidense del «diálogo».
Fuente: Strategic Culture Foundation