Vengo hoy a Bruselas para, en primer lugar, encontrarme con aquellos que sois mi familia. Existen unos lazos más estrechos que los familiares y los nacionales. Ernesto Che Guevara, que puso su vida en peligro por el pueblo del Congo, llamaba compañeros a todos aquellos que no nos resignamos ante la injusticia. Y, dos milenios antes, Jesús de Nazaret los llamaba hermanos. El 20 de febrero de 1964 el Che escribía en respuesta a una carta que le envió desde Marruecos María Rosario Guevara, en la cual le preguntaba si podía ser parienta suya:
“No creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante”.
Hace ya dos mil años, Jesús de Nazaret respondía algo muy parecido a alguien que le comunicaba que habían llegado su madre y sus hermanos y que no podían llegar hasta él a causa de la mucha gente que le rodeaba y escuchaba.
Y en segundo lugar, vengo hoy a Bruselas no tanto para conmemorar un acontecimiento amargo y doloroso para todos nosotros, especialmente para la familia de Victoire, como para participar en una celebración colmada de esperanza y acompañaros en una serena fiesta: para compartir con todos vosotros el quinto aniversario no tanto de la injusta privación de la libertad sufrida por nuestra querida Victoire como del momento en que ella dio un paso trascendental para la liberación del pueblo de Ruanda y nos arrastró a todos tras ella. Y no hablo solo de los ruandeses y no ruandeses que la conocemos, amamos y admiramos, sino de toda la humanidad. En la primera página de la website de nuestra Fundació S’Olivar figuran desde hace casi dos décadas tres frases de Mahatma Gandhi. En la tercera, él afirma: “Si una sola persona da un paso adelante en la vida, toda la humanidad se beneficia”. El señor Jesús conocía mejor que nadie este sorprendente y poderoso fenómeno de atracción que se da siempre que un ser humano se entrega generosamente por los demás. Por eso dijo solemnemente un día: “Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Se refería a su “levantamiento” en el Gólgota.
Ese avance de la humanidad, silencioso pero bien real, que Victoire ha producido es el que hoy estamos celebrando. Desde hace muchos años me ha impresionado el hecho paradójico de que, en medio de tanta injusticia y sufrimiento, los esclavos afroamericanos fuesen capaces de cantar con tanta fuerza cánticos de victoria. De que fuesen capaces incluso de componer spirituals que proclaman la gloria del Señor. Posiblemente pocas veces en la historia se haya dado un fenómeno tan especial. Seguro que el sufrimiento extremo que tuvieron que soportar fue fundamental para que se produjese semejante fenómeno. El proceso histórico que los llevó a donde ahora están debe ser un referente para los pueblos de Ruanda y Congo. Pueblos que han sufrido como pocos han sufrido. Pueblos que sufren aún tanto terror y muerte, tanta violencia sexual y de todo tipo, tanta opresión y pillaje por parte sobre todo del régimen criminal de Paul Kagame. Pueblos que, al mismo tiempo, también sufren tanto abandono por parte de la llamada comunidad internacional. Una “comunidad internacional” que sigue anteponiendo desde hace décadas sus mezquinos intereses económicos a la vida o la muerte de millones de hermanos nuestros que malviven en esa región asolada desde octubre de 1990 por una violencia que ofende y hace sangrar el corazón del Dios que nos dio la vida y frente al que todos nos encontraremos cara a cara un día no muy lejano.
Perdonadme si os hablo en unos términos tan explícitamente espirituales, pero no podría hablar de otra manera en un día tan especial como hoy. Un día en el que se acumulan cinco años de mentiras, injusticias y sufrimientos. Un día en el que se condensan y materializan tantos interrogantes y anhelos en nuestros corazones. Al igual que mi esposa Susana y que muchos amigos queridos, como son Adolfo Pérez Esquivel y su esposa Amanda, yo he crecido como ser humano y como activista por la paz a la sombra de gigantes espirituales como monseñor Oscar Romero, que “en nombre de Dios” suplicaba y ordenaba a unos militares asesinos que dejasen de reprimir a su pueblo. O como Lanza del Vasto, el discípulo europeo de aquel Mahatma Gandhi que, según decía, al actuar en política no hacía otra cosa que seguir la voz de Dios, aunque eso le llevase a la muerte. Además no solo estoy obligado a hablar en términos espirituales por mi adhesión íntima a la doctrina y el movimiento tanto de la no violencia como de la teología de la liberación: tampoco podría hablar hoy de nuestra querida Victoire en unos términos en los que esa raíz espiritual no apareciese explícitamente, porque yo sé que es precisamente desde esa raíz desde la que ella se mueve y que solo desde esa raíz nosotros podremos entender tanto su mundo interior como las decisiones existenciales que va tomando.
Sin raíz espiritual tampoco podríamos entender la experiencia de liberación y el estilo de nuestros hermanos afroamericanos. Además del sufrimiento extremo por el que pasaron, hay otro factor que fue determinante en el proceso liberador que recorrieron: contaron con líderes como Rosa Parks o Martin Luther King cuya mirada sobre la realidad no era sólo política o analítica sino también compasiva y espiritual, líderes que estaban más allá del concepto vulgar de triunfo o fracaso, líderes que escuchaban la suave voz interior y actuaban no tanto por eficacia como por dignidad. Ningún ruandés que intente luchar por la liberación de su pueblo debería dejar de ver de vez en cuando, como quien lee las sagradas escrituras, el vídeo del impresionante final del último discurso de Martin Luther King, la misma noche antes de su asesinato. Considero que sus últimas palabras públicas (pronunciadas antes de caer derrumbado por la emoción en un sillón cercano) así como la filmación de esa escena son una joya del patrimonio espiritual de la humanidad. Yo les facilito a continuación la transcripción de ellas, pero esa escena debe ser vista:
“Se nos vienen días difíciles. Pero ahora no me importa, porque he estado en la cima de la montaña. No me importa. Como a cualquier persona me gustaría vivir una larga vida. Pero eso no me preocupa ahora. Yo solo quiero hacer la voluntad de Dios. Y Él me ha permitido subir a la montaña. Y he mirado y he visto la Tierra Prometida. Puede que no llegue allí con ustedes. Pero quiero que sepan esta noche que nosotros, como pueblo, llegaremos a la Tierra Prometida. Así que esta noche estoy feliz, no me preocupa ninguna cosa. ¡No le temo a ningún hombre! ¡Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor!”
Los pueblos de Ruanda y Congo han tenido igualmente el regalo de contar con líderes de esa misma categoría. Sin remontarnos más allá de los procesos de democratización que se iniciaron a finales de la década de los cincuenta del pasado siglo XX, podemos ver cómo han surgido en ellos líderes como Patrice Lumumba y como todos aquellos miembros de las tres etnias que en Ruanda fueron capaces de cerrar el periodo feudal con una violencia mucho menor que la que se desató en la India durante las campañas no violentas que lideró Mahatma Gandhi hasta alcanzar la independencia. Ahora tenemos a líderes como Victoire, como Deogratias Mushayidi, como Bernard Ntaganda y como tantos otros menos conocidos. Por eso nada nos falta para poder alcanzar nuestra meta lo antes posible. Ruanda es un país mucho más pequeño que Sudáfrica, por ejemplo, y sus gentes no han recibido aún los grandes apoyos internacionales que recibieron los excluidos del apartheid, pero todo llegará. No olvidemos que la lucha del Congreso Nacional Africano duró más décadas que las dos que dura ya la nuestra.
¿Y qué os puedo contar sobre Victoire que no conozcáis ya? Quizá lo que sí pueda es confirmaros su extraordinaria generosidad, su gran anhelo de una reconciliación nacional basada en la verdad y la justicia para todos, y su profunda espiritualidad. Durante dos semanas de agosto de 2009 pude verla entrar cada mañana en la ermita de S’Olivar para pedir inspiración y fuerza para ella misma y para todas las etnias de su querida Ruanda. Pero el día más duro fue aquel en el que pudo expresar aquello que más le perturbaba y me hizo la más íntima confidencia: no le preocupaba que el régimen le quitase la vida si ella daba el paso de entrar en Ruanda, lo que en realidad le turbaba era, según me confesó, que su asesinato desatase masacres incontroladas como las que se desataron tras el asesinato del presidente Habyarimana. La generosidad de su propia familia le permitía enfrentarse cara a cara a la posibilidad de su propia muerte, pero no a la posibilidad de la muerte de terceros.
Cualquiera de vosotros puede entender lo que sentí en ese momento. ¿Con qué palabras podía responder yo a semejante confidencia? ¡Qué responsabilidad! Es más fácil avanzar uno mismo hacia la muerte que animar a que otra persona dé pasos hacia ella. Tras un breve silencio, enseguida vino a mi corazón la frase completa de Mahatma Gandhi a la que me he referido al inicio de mi intervención:
“Creo en la unidad esencial de la persona con todo lo que existe. Por consiguiente, si una sola persona da un paso adelante en la vida, toda la humanidad se beneficia. Hemos de cumplir nuestro deber y dejar en manos de Dios toda otra cosa. La plegaria ha salvado mi vida.”
Así que le cité el final de ella: “Hemos de cumplir nuestro deber y dejar en manos de Dios toda otra cosa”. Y, como buenamente pude, le argumenté que los procesos liberadores son arquetípicos; le argumenté que hace ya milenios –según el legendario relato bíblico del Éxodo- la demanda de libertad por parte de Moisés al faraón sólo provocó, en un primer momento, el endurecimiento de las condiciones de los esclavos; le argumenté que la reacción virulenta por parte de los poderes opresores cuando se los enfrenta, es parte del proceso liberador… pero que eso no debe impedirnos el escuchar la voz de Dios, cumplir con nuestro deber y dejar en sus manos todo lo demás, ya que sus planes superan tanto a los nuestros que somos incapaces de controlar todas las variables.
Me animé también a explicarle que en 1996 yo había sufrido un proceso parecido. Proceso que no conocía nadie fuera de mi círculo íntimo, ya que seguro que habría sido considerado locura. Proceso que culminó con el ayuno de cuarenta y dos días en Bruselas en el invierno de 1997. En el verano de 1996 estaba tan conmocionado por la tragedia que (más de dos años después de la primavera de 1994) seguía sufriendo el pueblo de Ruanda, así como por la pasividad del mundo “civilizado”, que tenía prácticamente tomada la decisión de llevar a cabo algo que era en realidad una “locura”. Me resultaba tan insoportable tanta indignidad, que estaba dispuesto a realizar una segunda marcha a pie, pero esta vez no atravesando la segura Europa sino África misma. Pretendía plantarme ante Paul Kagame y espetarle cara a cara las mismas palabras de monseñor Oscar Romero: “En nombre de Dios, deja de asesinar a tus hermanos”. Algún amigo me insistía en que sería una acción inútil, ya que ni tan siquiera llegaría vivo frente a Paul Kagame. Y otro utilizó el término kamikaze para referirse a mi actitud. Yo recuerdo que les respondía con las mismas palabras de san Francisco de Asís a quienes le decían que no podría atravesar el frente entre cruzados y musulmanes para llegar a la presencia del sultán Melek-el-Kamel: “Dios no me pide que llegue a la meta sino que me ponga en marcha”.
El hecho es que entonces, providencialmente, Adolfo Pérez Esquivel y su esposa Amanda, con los que hacía años que no nos habíamos encontrado, aparecieron en Mallorca casi de un día para otro. Y entre todos consiguieron convencerme de que sería mucho más provechosa para los ruandeses una marcha desde Asís a Ginebra. En Milán nos recibiría y apoyaría una decena de premios Nobel, y sus peticiones las llevaríamos al alto comisario de la ONU para los derechos humanos, José Ayala Lasso. Y así fue. Y gracias a aquellos inicios, seguro que las potentes palabras y denuncias del auto del juez Fernando Andreu (elaboradas gracias a los esfuerzos de Jordi Palou y otros profesionales así como a la decisión de tantos testigos) llegaron a Paul Kagame mucho más nítidamente que las que un desconocido como yo le hubiese podido dirigir. Es cierto que no parecen haber hecho mella en su endurecida conciencia, pero nosotros hemos cumplido con nuestro deber. De todos modos sus horas están contadas y, por desgracia, sobre todo para él, no parece tener conciencia de la magnitud de la desgracia que se está atrayendo sobre sí mismo y sobre quienes secundan sus crímenes, no parece tener conciencia de lo que le espera al fin de sus días.
Por el contrario, en la prisión, la lucidez y fuerza interior de Victoire están creciendo año tras año, al igual que les sucedió Mahatma Gandhi, Nelson Mandela, Adolfo Pérez Esquivel y tantos otros. Y de esa energía espiritual se podrá beneficiar grandemente en el futuro el pueblo de Ruanda. Eso es también lo que Susana me ha pedido que os trasmita, ya que le ha sido imposible anular un curso que debía impartir en la universidad y viajar conmigo a Bruselas. Este es su mensaje:
“Solo puedo hacerme presente desde mi ausencia. Y lo haré con las palabras de una amiga, muy conectada con Dios y con los maestros invisibles que nos guían y ayudan, una amiga que con frecuencia intuye acertadamente el futuro próximo. Luego de preguntarle por el futuro de nuestra querida y admirada Victoire, ella me respondió: ‘No terminará de cumplir en la cárcel los años fijados de condena. A pesar del silencio internacional cómplice, su situación actual tendrá consecuencias positivas. Tras su liberación podrá contar toda su experiencia de estos años y apoyarse en ella. Su vida será un testimonio clave y será reconocida públicamente, lo que posibilitará acciones importantes’. Después de estas predicciones [acaba Susana], entendí que Victoire llevaba su destino y el de su pueblo inscrito en su mismo nombre.”
Ojalá que así sea. Uniendo en mi corazón dos continentes que tanto amo, América y África, expreso aquí mi profundo anhelo para que también en el Congo y Ruanda se cumpla aquello que Salvador Allende anunció para su patria chilena en sus últimas palabras trasmitidas por radio en aquel nefasto 11 de septiembre de 1973, cuando la Fuerza Aérea ya había iniciado sus bombardeos en la capital:
Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
Acabo, pues, esta intervención con una plegaria para que más pronto que tarde se cumplan también las palabras de la carta de Patrice Lumumba a sus hijos: “El Congo tendrá un futuro maravilloso”. Cuando eso suceda, significará que, también ya, Ruanda… ¡libre será al fin!, ¡libre de la tiranía y crueldad del régimen que hoy sigue llevando la desgracia a ambos pueblos!