Un documental que desmonta mitos rompe por fin el dominio de Israel y sus acólitos mediáticos occidentales sobre la historia de lo ocurrido el 7 de octubre
Durante semanas, mientras Gaza era bombardeada y el número de muertos en el minúsculo enclave aumentaba inexorablemente, la opinión pública occidental no tuvo más remedio que confiar en la palabra de Israel sobre lo ocurrido el 7 de octubre. Unos 1.150 israelíes murieron durante un ataque sin precedentes contra comunidades y puestos militares israelíes próximos a Gaza.
Bebés decapitados, una mujer embarazada con el vientre abierto y el feto apuñalado, niños metidos en hornos, cientos de personas quemadas vivas, mutilación de cadáveres, una campaña sistemática de violaciones indescriptiblemente salvajes y actos de necrofilia.
Los políticos y los medios de comunicación occidentales se lo tragaron todo, repitiendo las acusaciones acríticamente mientras ignoraban la retórica genocida de Israel y las operaciones militares cada vez más genocidas que apoyaban estas acusaciones.
Luego, a medida que la montaña de cadáveres en Gaza crecía, las supuestas pruebas se compartieron con unos pocos periodistas occidentales y personas influyentes. Se les invitó a proyecciones privadas de imágenes cuidadosamente seleccionadas por funcionarios israelíes para ofrecer la peor imagen posible de la operación de Hamás.
Estos nuevos iniciados ofrecieron pocos detalles, pero dieron a entender que las imágenes confirmaban muchos de los horrores. No dudaron en repetir las afirmaciones israelíes de que Hamás era «peor que Isis», el grupo Estado Islámico.
La impresión de una depravación sin parangón por parte de Hamás se vio reforzada por la disposición de los medios de comunicación occidentales a permitir que los portavoces israelíes, los partidarios de Israel y los políticos occidentales siguieran difundiendo sin rechistar la afirmación de que Hamás había cometido atrocidades indescriptibles y sádicas, desde decapitar y quemar bebés hasta llevar a cabo una campaña de violaciones.
El único periodista de los principales medios de comunicación británicos que discrepó fue Owen Jones. Coincidiendo en que el vídeo de Israel mostraba terribles crímenes cometidos contra civiles, señaló que no se incluía ninguno de los actos de barbarie enumerados anteriormente.
Lo que se mostraba en cambio era el tipo de terribles crímenes contra civiles que son demasiado familiares en guerras y levantamientos.
Blanqueo del genocidio
Jones se enfrentó a un aluvión de ataques de colegas que le acusaban de ser un apologista de las atrocidades. Su propio periódico, The Guardian, parece haberle impedido escribir sobre Gaza en sus páginas como consecuencia de ello.
Ahora, después de casi seis meses, por fin se ha roto el cerco narrativo exclusivo que Israel y sus acólitos mediáticos ejercían sobre esos acontecimientos.
La semana pasada, Al Jazeera emitió un documental de una hora, titulado simplemente «7 de octubre», que permite al público occidental ver por sí mismo lo que ocurrió. Parece que el relato de Jones fue el que más se acercó a la verdad.
Sin embargo, la película de Al Jazeera va aún más lejos, divulgando por primera vez a un público más amplio hechos que han estado en todos los medios de comunicación israelíes durante meses, pero que han sido cuidadosamente excluidos de la cobertura occidental. La razón es clara: esos hechos implicarían a Israel en algunas de las atrocidades que lleva meses atribuyendo a Hamás.
Ya en diciembre, Middle East Eye puso de relieve estos evidentes agujeros argumentales en la narrativa de los medios de comunicación occidentales. Desde entonces no se ha hecho nada para corregir la situación.
Los medios de comunicación del establishment han demostrado que no son de fiar. Durante meses han recitado con credulidad la propaganda israelí en apoyo de un genocidio.
Pero eso es sólo una parte de la acusación contra ellos. Su continua negativa a informar sobre las crecientes pruebas de los crímenes perpetrados por Israel contra sus propios civiles y soldados el 7 de octubre sugiere que ha estado encubriendo intencionadamente la matanza de Israel en Gaza.
La unidad de investigación de Al Jazeera ha reunido cientos de horas de grabaciones de las cámaras corporales que llevaban los combatientes de Hamás y los soldados israelíes, de las cámaras de los coches y de los circuitos cerrados de televisión para elaborar este documental que desmonta mitos.
Demuestra cinco cosas que echan por tierra la narrativa dominante impuesta por Israel y los medios de comunicación occidentales.
En primer lugar, los crímenes que Hamás cometió contra civiles en Israel el 7 de octubre –y los que no cometió– se han utilizado para eclipsar el hecho de que el 7 de octubre llevó a cabo una operación militar espectacularmente sofisticada para salir de una Gaza asediada durante mucho tiempo.
El grupo noqueó los sistemas de vigilancia de alto nivel de Israel que habían mantenido prisioneros a los 2,3 millones de habitantes del enclave durante décadas. Hizo agujeros en la barrera altamente fortificada de Israel que rodea Gaza en al menos 10 lugares. Y pilló desprevenidos a los numerosos campamentos militares israelíes próximos al enclave que habían estado aplicando la ocupación a distancia.
Ese día murieron más de 350 soldados, policías armados y guardias israelíes.
Una arrogancia colonial
En segundo lugar, el documental socava la teoría conspirativa de que los dirigentes israelíes permitieron el ataque de Hamás para justificar la limpieza étnica de Gaza, un plan en el que Israel lleva trabajando activamente desde al menos 2007, cuando parece que recibió la aprobación de Estados Unidos.
Es cierto que los funcionarios de los servicios de inteligencia israelíes implicados en la vigilancia de Gaza habían estado advirtiendo de que Hamás estaba preparando una operación de gran envergadura. Pero esas advertencias fueron descartadas no por una conspiración. Al fin y al cabo, ninguno de los altos mandos israelíes se benefició de lo ocurrido el 7 de octubre.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, está acabado políticamente como consecuencia del ataque de Hamás, y probablemente acabará en la cárcel cuando termine la actual carnicería en Gaza.
La respuesta genocida de Israel al 7 de octubre ha hecho que la marca de Israel sea tan tóxica internacionalmente, y más aún entre el público árabe de la región, que Arabia Saudí ha tenido que interrumpir los planes para un acuerdo de normalización, que había sido la última esperanza de Israel y Washington.
Y la operación de Hamás ha acabado con la reputación mundial de invencibilidad del ejército israelí. Ha inspirado a Ansar Allah (los hutíes) de Yemen a atacar buques en el Mar Rojo. Está envalentonando al archienemigo de Israel, Hezbolá, en el vecino Líbano. Ha revigorizado la idea de que la resistencia es posible en el tan oprimido Oriente Medio.
No, no fue una conspiración lo que abrió la puerta al ataque de Hamás. Fue la arrogancia colonial, basada en una visión deshumanizadora compartida por la gran mayoría de los israelíes de que ellos eran los amos y que los palestinos –sus esclavos– eran demasiado primitivos para asestar un golpe significativo.
Los atentados del 7 de octubre deberían haber obligado a los israelíes a reconsiderar su actitud desdeñosa hacia los palestinos y a plantearse si el régimen de apartheid y brutal subyugación que Israel mantiene desde hace décadas podía -y debía- continuar indefinidamente.
Como era de esperar, los israelíes ignoraron el mensaje del ataque de Hamás y se atrincheraron aún más en su mentalidad colonial.
El supuesto primitivismo que, se suponía, convertía a los palestinos en un oponente demasiado débil para enfrentarse a la sofisticada maquinaria militar israelí se ha reformulado ahora como prueba de una barbarie palestina que hace que toda la población de Gaza sea tan peligrosa, tan amenazadora, que hay que aniquilarla.
Los palestinos que, según la mayoría de los israelíes, podrían ser enjaulados indefinidamente como pollos en batería, y en corrales cada vez más pequeños, son vistos ahora como monstruos que deben ser sacrificados. Ese impulso fue la génesis del actual plan genocida de Israel para Gaza.
Misión suicida
El tercer punto que aclara el documental es que el gran éxito de la fuga de Hamás de la prisión deshizo la operación más amplia.
El grupo había trabajado tanto en la temible logística de la fuga –y se había preparado para una respuesta rápida y salvaje de la opresiva maquinaria militar israelí– que no tenía un plan serio para hacer frente a una situación que no podía concebir: la libertad de recorrer la franja periférica de Israel, a menudo sin ser molestado durante muchas horas o días.
Los combatientes de Hamás que entraban en Israel tenían asumido que la mayoría iban en misión suicida. Según el documental, los propios combatientes suponían que entre el 80% y el 90% no regresarían.
El objetivo no era asestar algún tipo de golpe existencial a Israel, como han afirmado desde entonces los funcionarios israelíes en su decidida racionalización del genocidio. Se trataba de asestar un golpe a la reputación de invencibilidad de Israel atacando sus bases militares y las comunidades cercanas, y arrastrando al mayor número posible de rehenes de vuelta a Gaza.
Luego serían canjeados por los miles de hombres, mujeres y niños palestinos retenidos en el sistema de encarcelamiento militar de Israel, rehenes etiquetados como «prisioneros».
Según explicó Bassem Naim, portavoz de Hamás, a Al Yazira, la fuga pretendía volver a poner de actualidad la desesperada situación de Gaza tras muchos años en los que había decaído el interés internacional por poner fin al asedio israelí.
Sobre los debates en el buró político del grupo, afirma que el consenso fue: «Tenemos que actuar. Si no lo hacemos, Palestina será olvidada, totalmente borrada del mapa internacional».
Durante 17 años, Gaza había sido gradualmente estrangulada hasta la muerte. Su población había intentado protestar pacíficamente contra la valla militarizada que rodeaba su enclave y había sido abatida por francotiradores israelíes. El mundo se había acostumbrado tanto al sufrimiento palestino que había desconectado.
El ataque del 7 de octubre pretendía cambiar esta situación, sobre todo reavivando la solidaridad con Gaza en el mundo árabe y reforzando la posición política regional de Hamás.
Se pretendía hacer imposible que Arabia Saudí –el principal agente de poder árabe en Washington– se normalizara con Israel, completando la marginación de la causa palestina en el mundo árabe.
A juzgar por estos criterios, el ataque de Hamás fue un éxito.
Pérdida de enfoque
Pero durante muchas horas –con Israel totalmente desprevenido y con sus sistemas de vigilancia neutralizados– Hamás no se enfrentó al contraataque militar que esperaba.
Tres factores parecen haber provocado una rápida erosión de la disciplina y la determinación.
Sin un enemigo significativo al que enfrentarse o que limitara el margen de maniobra de Hamás, los combatientes perdieron el enfoque. Las imágenes los muestran discutiendo sobre qué hacer a continuación mientras deambulan libremente por las comunidades israelíes.
A ello se sumó la afluencia de otros palestinos armados que aprovecharon el éxito de Hamás y la falta de respuesta israelí. Muchos se encontraron de repente con la oportunidad de saquear o ajustar cuentas con Israel –matando israelíes– por años de sufrimiento en Gaza.
Y el tercer factor fue la irrupción de Hamás en el festival de música Nova, que los organizadores habían trasladado con poca antelación cerca de la valla que rodea Gaza.
Rápidamente se convirtió en el escenario de algunas de las peores atrocidades, aunque ninguna parecida a los salvajes excesos descritos por Israel y los medios de comunicación occidentales.
Las imágenes muestran, por ejemplo, a combatientes palestinos lanzando granadas contra los refugios de hormigón donde decenas de asistentes al festival se resguardaban del ataque de Hamás. En un clip, un hombre que sale corriendo es abatido a tiros.
En cuarto lugar, Al Jazeera pudo confirmar que las atrocidades más extremas, sádicas y depravadas nunca tuvieron lugar. Fueron inventadas por soldados, funcionarios y personal de emergencias israelíes.
Una figura clave en este engaño fue Yossi Landau, líder de la organización religiosa judía de respuesta a emergencias Zaka. Él y su personal inventaron historias extravagantes que fueron fácilmente amplificadas no sólo por una prensa occidental crédula, sino también por altos funcionarios estadounidenses.
El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, relató gráficamente la masacre de una familia de cuatro miembros en la mesa del desayuno. Al padre le sacaron un ojo delante de sus dos hijos, de ocho y seis años. A la madre le cortaron el pecho. A la niña le amputaron el pie y al niño los dedos antes de ejecutarlos a todos. Los verdugos se sentaron a comer junto a sus víctimas.
Salvo que las pruebas demuestran que nada de eso ocurrió realmente.
Landau también afirmó que Hamás ató a docenas de niños y los quemó vivos en el kibutz Beeri. En otros lugares, ha recordado que una mujer embarazada fue asesinada a tiros y que le abrieron el vientre y apuñalaron al feto.
Los responsables del kibutz niegan cualquier prueba de estas atrocidades. Los relatos de Landau no concuerdan con ninguno de los hechos conocidos. Sólo dos bebés murieron el 7 de octubre, ambos de forma no intencionada.
Cuando se le cuestiona, Landau se ofrece a mostrar a Al Jazeera una foto en su teléfono del feto apuñalado, pero es filmado admitiendo que es incapaz de hacerlo.
Falsificación de atrocidades
Del mismo modo, la investigación de Al Jazeera no encuentra pruebas de violaciones sistemáticas o masivas el 7 de octubre. De hecho, es Israel quien ha bloqueado los esfuerzos de los organismos internacionales para investigar cualquier tipo de violencia sexual ese día.
Respetados medios de comunicación como el New York Times, la BBC y The Guardian han dado credibilidad en repetidas ocasiones a las denuncias de violaciones sistemáticas por parte de Hamás, pero sólo repitiendo sin rechistar la propaganda israelí de atrocidades.
Madeleine Rees, secretaria general de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, declaró a Al Jazeera: «Un Estado ha instrumentalizado los horribles ataques contra las mujeres para, creemos, justificar un ataque contra Gaza, en el que la mayoría de las víctimas son otras mujeres».
En otros casos, Israel ha culpado a Hamás de mutilar los cuerpos de las víctimas israelíes, incluso atropellándolas, destrozándoles la pelvis. En varios casos, la investigación de Al Jazeera demostró que los cadáveres eran de combatientes de Hamás mutilados o atropellados por soldados israelíes.
El documental señala que la información de los medios de comunicación israelíes -seguidos por los occidentales- «no se centra en los crímenes que [Hamás] cometió, sino en los que no cometió».
La cuestión es por qué, cuando había muchas atrocidades reales cometidas por Hamás sobre las que informar, Israel sintió la necesidad de fabricar otras aún peores. ¿Y por qué, especialmente después de que se desmintiera la invención inicial de los bebés decapitados, los medios de comunicación occidentales siguieron reciclando con credulidad historias inverosímiles de salvajismo por parte de Hamás?
La respuesta a la primera pregunta es que Israel necesitaba crear un clima político favorable que justificara como necesario su genocidio en Gaza.
Netanyahu aparece felicitando a los dirigentes de Zaka por su papel a la hora de influir en la opinión mundial: «Necesitamos ganar tiempo, que ganamos dirigiéndonos a los líderes mundiales y a la opinión pública. Vosotros tenéis un papel importante a la hora de influir en la opinión pública, que también influye en los líderes».
La respuesta a la segunda es que las ideas preconcebidas racistas de los periodistas occidentales les convencían fácilmente de que los morenos eran capaces de semejante barbarie.
La «directiva Aníbal»
En quinto lugar, Al Jazeera documenta meses de cobertura mediática israelí que demuestran que algunas de las atrocidades atribuidas a Hamás –especialmente las relacionadas con quemar vivos a israelíes– eran en realidad responsabilidad de Israel.
Privada de vigilancia operativa, una enfurecida maquinaria militar israelí arremetió a ciegas. Las imágenes de vídeo de los helicópteros Apache les muestran disparando salvajemente contra coches y figuras que se dirigen a Gaza, incapaces de determinar si su objetivo son combatientes de Hamás que huyen o israelíes tomados como rehenes por Hamás.
Al menos en un caso, un tanque israelí disparó un proyectil contra un edificio del kibutz Beeri, matando a los 12 rehenes israelíes que había dentro. Una de ellos, Liel Hetsroni, de 12 años, cuyos restos calcinados impidieron su identificación durante semanas, se convirtió en la imagen de la campaña israelí para tachar a Hamás de bárbaros por quemarla viva.
El comandante a cargo de las tareas de rescate en Beeri, el coronel Golan Vach, aparece inventando para los medios de comunicación una historia sobre la casa que el propio Israel había bombardeado. Afirmó que Hamás había ejecutado y quemado a ocho bebés en la casa. En realidad, allí no murió ningún bebé, y los que murieron en la casa fueron asesinados por Israel.
La devastación generalizada en las comunidades de kibbutz, de la que se sigue culpando a Hamás, sugiere que el bombardeo israelí de esta casa en concreto no fue ni mucho menos un hecho aislado. Es imposible determinar cuántos israelíes más murieron por «fuego amigo».
Estas muertes parecen haber estado relacionadas con la invocación apresurada por parte de Israel ese día de su llamada «directiva Aníbal», un protocolo militar secreto para matar a soldados israelíes con el fin de evitar que sean tomados como rehenes y se conviertan en moneda de cambio para la liberación de palestinos retenidos como rehenes en cárceles israelíes.
En este caso, la directiva parece haber sido reutilizada y aplicada también contra civiles israelíes. Extraordinariamente, aunque se ha producido un furioso debate dentro de Israel sobre el uso de la directiva Aníbal el 7 de octubre, los medios de comunicación occidentales han guardado absoluto silencio sobre el tema.
Un desequilibrio lamentable
La única cuestión que Al Jazeera ha pasado por alto en gran medida es la asombrosa incapacidad de los medios de comunicación occidentales en general para cubrir seriamente el 7 de octubre o investigar cualquiera de las atrocidades independientemente de los relatos autocomplacientes de Israel.
La pregunta que planea sobre el documental de Al Jazeera es la siguiente: ¿cómo es posible que ningún medio de comunicación británico o estadounidense haya emprendido la tarea que asumió Al Jazeera? Y más aún, ¿por qué ninguno de ellos parece dispuesto a utilizar la cobertura de Al Jazeera como una oportunidad para revisar los acontecimientos del 7 de octubre?
En parte, esto se debe a que ellos mismos serían acusados por cualquier reevaluación de los últimos cinco meses. Su cobertura ha sido lamentablemente desequilibrada: aceptación con los ojos muy abiertos de cualquier afirmación israelí sobre las atrocidades de Hamás, y una aceptación similar de cualquier excusa israelí para la matanza y mutilación de decenas de miles de niños palestinos en Gaza.
Pero el problema es más profundo.
Esta no es la primera vez que Al Jazeera avergüenza al cuerpo de prensa occidental sobre un tema que ha dominado los titulares durante meses o años.
Ya en 2017, una investigación de Al Jazeera llamada The Lobby mostró que Israel estaba detrás de una campaña para difamar a los activistas de solidaridad palestina como antisemitas en Gran Bretaña, con Jeremy Corbyn como objetivo final.
Esa campaña de desprestigio continuó teniendo un gran éxito incluso después de la emisión de la serie de Al Jazeera, entre otras cosas porque la investigación fue ignorada de manera uniforme. Los medios de comunicación británicos se tragaron toda la desinformación difundida por los grupos de presión israelíes sobre la cuestión del antisemitismo.
El seguimiento de una campaña de desinformación similar llevada a cabo por el lobby proisraelí en Estados Unidos nunca llegó a emitirse, al parecer tras las amenazas diplomáticas de Washington a Qatar. La serie se filtró finalmente al sitio web Electronic Intifada.
Luego, hace 18 meses, Al Jazeera emitió una investigación llamada The Labour Files, que mostraba cómo altos cargos del Partido Laborista británico, ayudados por los medios de comunicación del Reino Unido, urdieron un complot encubierto para impedir que Corbyn llegara a ser primer ministro. Corbyn, líder laborista elegido democráticamente, criticaba abiertamente a Israel y defendía la justicia para el pueblo palestino.
Una vez más, los medios de comunicación británicos, que habían desempeñado un papel tan crítico en ayudar a destruir a Corbyn, ignoraron la investigación de Al Jazeera.
Hay un patrón aquí que sólo puede ser ignorado a través de la ceguera deliberada.
Israel y sus partidarios tienen acceso ilimitado a las instituciones occidentales, donde fabrican afirmaciones y calumnias que son fácilmente amplificadas por una prensa crédula.
Y esas afirmaciones sólo benefician a Israel y perjudican la causa de poner fin a décadas de brutal subyugación del pueblo palestino por un régimen de apartheid israelí que ahora comete genocidio.
Al Jazeera ha demostrado una vez más que, en los asuntos que las instituciones occidentales consideran más vitales para sus intereses –como el apoyo a un Estado cliente altamente militarizado que fomenta el control de Occidente sobre Oriente Próximo, rico en petróleo–, la prensa occidental no es un vigilante del poder, sino el brazo de relaciones públicas de las instituciones.
La investigación de Al Jazeera no sólo ha revelado las mentiras que Israel difundió sobre el 7 de octubre para justificar su genocidio en Gaza. Revela la complicidad absoluta de los periodistas occidentales en ese genocidio.
Fuente: Jonathan Cook
October 7 | Al Jazeera Investigations (20.03.2024)
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