El martes 2 de febrero de 1999, a las once de la mañana, Juan Carrero Saralegui, presidente de la Fundació S´Olivar, con sede en Estellencs (Mallorca, España), recibía en Sherborn (Massachussets) el premio «El Coraje de la Conciencia» que concede La Abadía de la Paz. Lewis Randa su fundador y director, y el coronel retirado del ejercito de los EEUU, William J.Cavanaugh, miembro de la organización Veteranos por la Paz, le hicieron entrega de una escultura que representa a la paloma de la paz que inicia su vuelo desde unas manos abiertas.
Es el primer español al que se le ha concedido dicho galardón. Anteriormente lo han recibido, entre otros: Ernesto Cardenal, la Madre Teresa, El Dalai Lama, Thich Nhat Hanh, Mns.Desmond Tutu, Daniel Berrigan, Paul Winter Consort, Helen Caldicott, Brian Willson, Rosa Parks, Ramsey Clark, Maya Angelou, Muhammad Alí, Rigoberta Menchu, Harry Wu, Mikhail Gorbachev, Patch Adams, Hugh Tompson, Sting, Jimy Carter, Joan Baez, Greenpeace.
También ha sido concedido a título póstumo a: Anwar Sadat, Alva Myrdal, Mahatma Gandhi, Peace Pilgrim, Ben Linder, Abbie Hoffman, John Ono Lennon, Oscar Romero, Dorothy Day, Robert Francis Kennedy, Martin Luther King, Woody Gutrie y Glenn Andreotta. Estos galardones póstumos fueron recogidos en La Abadía de la Paz por personas lo más cercanas posible al galardonado: Por el nieto de Gandhi, por los hijos de John Lennon y Martin Luther King, etc.
Tras la entrega del premio, Juan Carrero Saralegui pronunció las siguientes palabras:
Señoras y señores:
Cuando la tríada militar argentina, compuesta por los generales Videla, Massera y Agosti, realizaron su golpe de Estado y comenzaron sus torturas, crímenes, secuestros y desapariciones, yo vivía con mi esposa, Susana, precisamente en las estribaciones de los Andes argentinos, en el límite con Chile y Argentina. A casi 4.000 metros de altitud, éramos los maestros de una pequeña escuela a la que asistían más de 50 niños indígenas quechuas. Con nuestro querido amigo el argentino, premio Nobel de la paz, Adolfo Pérez Esquivel y muchos otros compañeros menos conocidos, mi propia esposa y yo pretendemos pertenecer a la tercera generación del movimiento de la no-violencia que el Mahatma Gandhi creó. Conocí a mi esposa hace ya 25 años, precisamente en la comunidad del Arca, fundada por Lanza del Vasto, el discípulo europeo del Mahatma, a quien este dio el nombre de Shantidas, Servidor de la Paz, y encomendó difundir la no-violencia en Occidente. Ella pudo vivir junto a Lanza del Vasto durante más de un año. En aquel tiempo yo era el tercer objetor de conciencia de España. Los dos anteriores habían sido condenados a dos años de cárcel. Yo, de mi parte, pretendía forzar la aceptación legal de un servicio social sustitutorio trabajando con los quechuas y compartiendo su vida. Era prófugo de la justicia militar española y tenía el propósito de retornar a España tras estos años de servicio avalado por la Delegación de misiones de mi diócesis. Al igual que Adolfo, mi esposa y yo salvamos por muy poco nuestras vidas. Nuestra escuela estaba a unos pocos kilómetros de Mina Aguilar, una enorme mina de la que una empresa norteamericana extraía diariamente grandes toneladas de variados y valiosos minerales.
Hace unas semanas la Sra. Albright reconocía que el gobierno norteamericano se equivocó dando su apoyo a las dictaduras latinoamericanas. El mismo día que la Secretaria de Estado hacía estas declaraciones yo acompañaba en España a Adolfo. Junto al Sr. Almada, presidente en Paraguay de la Asociación americana de juristas, acababa de entregar el día anterior al juez español Baltasar Garzón abundante documentación sobre este apoyo al que se refería la Sra. Albright, el llamado Plan Cóndor. Al ser preguntado por los medios de comunicación, en presencia mía, sobre estas palabras de la Secretaria de Estado, Adolfo respondió: «No recuerdo ningún error del Gobierno de los EEUU. Lo que yo conozco es que elaboró un detallado plan y lo ejecutó sin el más mínimo error.» Quizá los más graves crímenes cometidos por estas dictaduras hayan sido excesos de éstas, que escaparon al control del gobierno de los EEUU. Pero, aún en este supuesto, sus responsabilidades son muy graves.
Un cuarto de siglo después la historia se repite. Una serie de acontecimientos han llevado a la pequeña Fundación que presido a trabajar durante estos últimos cinco años en favor de las poblaciones civiles indefensas de Ruanda y Burundi y la R.D. del Congo. Conocemos bien lo que está sucediendo es esa región. En estos últimos años hemos recogido demasiados relatos sobre terribles masacres y otros actos de extrema crueldad. Hemos realizado casi 2.000 kilómetros de marchas por la paz. Hemos llegado al límite de nuestras posibilidades en un ayuno de 42 días. Hemos recibido el apoyo de 19 premios Nobel y de la práctica totalidad el Parlamento europeo, con su presidente el español José María Gil Robles a la cabeza. Hemos apoyado a la Comisaria europea para la ayuda humanitaria, la Sra. Emma Bonino, para que en Febrero del 97, acompañada de las cámaras de TV, fuera al encuentro de los refugiados hutus ruandeses en el Zaire, a quienes los sofisticados satélites norteamericanos no querían ver y a los que se les negaba por tanto su existencia. Sólo en Tingui Tingui encontró a 300.000. La Comisaria denunció al llegar a Bruselas: «He retornado de los infiernos». Gracias a todo ello creemos que salvaron su vida, por ahora, algunas decenas de miles. Pero la inmensa mayoría fueron vilmente ejecutados por las fuerzas armadas extremistas tutsis mediante las armas, el hambre, las enfermedades y las heridas en los pies.
Las masacres realizadas por los extremistas hutus en el 94 no pueden ser jamás coartada que justifique las que en este momento ejecutan los lobbies extremistas tutsis que ahora controlan la región. Pueden creerme si les digo que desde el año 90 los ejércitos extremistas tutsis de esta región (y en especial el FPR que hoy tiraniza Rwanda) que se escudan tras su propia etnia tutsi, a la que su propaganda ha convertido en la gran y única víctima de este conflicto, han asesinado a su vez un número mucho mayor de seres humanos que aquellos extremistas hutus a los que ellos acusan de genocidio. No puedo dar más detalles por motivos de seguridad. Poco tiempo después de yo haber dejado Burundi por última vez, eran asesinados en distintas provincias los tres burundeses a los que habíamos dejado como representantes de una ONG amiga (el gobernador de una provincia, el alcalde una población y el enfermero responsable de un centro de salud). También en mitad de nuestro ayuno de 42 días ante el Consejo de ministros de la Unión europea y ante la embajada y consulados de EEUU en España, hace ahora exactamente dos años, tres cooperantes españoles eran asesinados en Rwanda por elementos del FPR que se hacían pasar por rebeldes hutus. Al cuarto miembro del equipo se le respetó la vida por ser americano. Podría contarles mil historias más. Seguramente dentro de no mucho tiempo nos horrorizaremos cuando salgan a la luz todas las barbaries que el extremismo tutsi viene realizando desde hace años, pero una vez más habremos llegado tarde. Seguramente, en el trágico ranking del terror, su genocidio superará no sólo al de las dictaduras latinoamericanas, sino incluso algunos tan enormes como el de Pol Pot.
Del mismo modo que el llamado genocidio del 94 no puede ser la coartada para la eliminación selectiva y masiva de la etnia hutu, tampoco las graves responsabilidades de algunos gobiernos europeos en el pasado de esta región no excusan la del gobierno de los EEUU en el momento presente. Por eso yo denuncio aquí hoy que el gobierno de los EEUU haya formado militarmente a estas fuerzas armadas genocidas, denuncio la participación de la Administración norteamericana en la elaboración de los proyectos de invasión de Rwanda en el 90 y del Zaire en el 96 y denuncio que hayan sostenido la ejecución de esas invasiones. Y me atrevo también a suplicarles a cada uno de Vds. en nombre de la verdad y de cuanto más noble y sagrado hay en esta vida; en nombre de los antepasados que hicieron posible esta gran y estimada nación que hoy me recibe y me honra con este premio; en nombre de los héroes que tanto admiro y que a lo largo de la historia de esta nación lucharon por la justicia y la fraternidad, algunos de los cuales recibieron antes que yo este mismo galardón que hoy se me concede; en nombre del inmenso dolor de millones de hermanos nuestros africanos; en nombre, finalmente, del Dios al que amo y procuro servir a pesar de mis propias limitaciones y miserias; en nombre de todo ello les suplico que me ayuden a mi y a mis compañeros en nuestro atrevido intento de conseguir que el gobierno de esta nación cambie su política en la región de los Grandes Lagos africanos. Les suplico que nos ayuden a conseguir que su gobierno no apoye ni por un día más a unos aliados que son responsables de grandes crímenes contra la humanidad e incluso de genocidio, les suplico que nos ayuden a lograr que nuestra pequeña voz llegue a la gran masa de la sociedad norteamericana a través de los grandes medios de comunicación.
Cuanto antes se abra aquí el debate sobre las implicaciones y responsabilidades de la propia administración en este genocidio, antes podremos detenerlo. Somos muchos quienes, no solo aquí sino también en Europa, deseamos que no se dilapide el prestigio moral que le reste a esta estimada nación. Las grandes causas de la paz y de la justicia necesitan de esta gran potencia que son los EEUU. Por el contrario, como muy bien decía el Mahatma Gandhi, todo lo que está cimentado sobre la injusticia y la mentira, aún los más grandes imperios, acaba derrumbándose.
Como antes Monseñor Romero en el Salvador, también el jesuita Monseñor Munzihirwa en el año 96, tres días antes de ser asesinado en el Kivu zaireño, clamaba: «Pedimos a los lobbies tutsis que dirigen Rwanda y Burundi, que dejen de organizar la desinformación a fin de engañar a la opinión internacional». Hoy su amado Kivu sufre una dura invasión por parte de las dictaduras extremistas de Rwanda, Uganda y Burundi. La situación provocada en esta región por los lobbies que lideran Museveni, Kagame y Buyoya o Bagaza es moral y políticamente insostenible. Con extremistas tan excluyentes será imposible la necesaria estabilidad para tener con esa región africana las relaciones comerciales que la Administración norteamericana, la Banca Mundial y algunas grandes corporaciones pretenden. Para alcanzar una necesaria y justa estabilidad, a la que tienen derecho más que nadie las sufridas poblaciones civiles de estos países, debe recomenzar en esa región sin más demora un proceso semejante al de Sudáfrica. El apartheid étnico es aún más cruel que el racial y la Comunidad internacional no debe permitirlo. La gran mayoría hutu de esa región no puede ser excluida. Ojalá que podamos encontrar por fin entre todos el camino de una paz justa y estable. Como un paso más para esa noble meta acepto hoy recibir este galardón a pesar de no estar a la altura de aquellos que lo merecieron antes que yo. Pero debo recogerlo en nombre de todas aquellas víctimas que en este momento hablan a través de mi propia voz. Muchas gracias a todos por escucharme. Gracias a The Peace Abbey por este inestimable apoyo a una causa tan justa, importante y urgente.