Escrito el 12.11.15.
Publicado en Mallorcadiario el 14.11.15, pocas horas después del atentado en París.
Durante el periodo nazi el pueblo alemán vivió tan ajeno a cuanto sucedía más allá de su realidad cotidiana inmediata que tal desconexión no deja de sorprenderme aún hoy. Los muertos, la destrucción y el caos que sufrían “los otros” era algo tan “lejano” –creían-, que no parecía afectar prácticamente en nada a sus propios afanes y actividades del día a día. Y siguió siendo así incluso después de producirse, seguramente en 1942 (según la mayoría de historiadores), el punto de inflexión en el que el triunfal avance de la Wehrmacht se detuvo y hasta se fue convirtiendo paulatinamente en una humillante rendición o retirada. Solo las bombas sobre sus propias ciudades fueron capaces de dar a los civiles alemanes un baño de realidad, dejándolos en estado de shock. Podríamos decir lo mismo del Japón imperial y de la Italia fascista (o de tantos otros pueblos agresores a lo largo de la historia).
Aquel gran error de la sociedad civil de esas tres naciones, fraguado en el desinterés por el sufrimiento ajeno y en la desinformación e ignorancia no reconocidas respecto a lo que realmente estaban haciendo sus propias élites (tanto fuera de Alemania como en el interior mismo de ella), fue mucho más determinante en aquel terrible momento histórico de la Segunda Guerra Mundial que el delirio criminal de las citadas élites. Élites que perdieron el sentido de la realidad y pusieron en marcha una maquinaria militar y propagandística como nunca había conocido la humanidad. Eso es al menos lo que creían y sobre lo que alertaron gentes tan lúcidas como mahatma Gandhi o Albert Einstein, que afirmaban que las generaciones futuras lamentarían más el silencio de la gran masa de “los buenos” que la maldad de unos pocos.
Pero si ahora intentamos hacer la menor comparación con nuestra propia realidad actual, seguro que nos encontraremos con la consabida reacción de muchos, acompañada frecuentemente de un tono de molestia: “Eso nada tiene que ver con nuestra propia realidad. A diferencia de los alemanes condicionados por la propaganda de Joseph Goebbels, nosotros somos ciudadanos del Occidente informado, libre y democrático”. Sin embargo, semejante reacción es ya un primer síntoma de que algo no funciona bien. ¿Cómo se puede hacer semejante proclama tan solo unos años después de la vergonzosa complicidad de la casi totalidad de los grandes medios y de los más renombrados intelectuales estadounidenses frente a las burdas mentiras con las que se justificó en 2003 la agresión a Irak? ¿Seguro que conocemos el exterminio, del que Occidente es responsable, de nueve o diez millones de seres humanos en Ruanda y Congo mejor de lo que los alemanes conocían el genocidio de otros tantos millones de víctimas en los campos de concentración nazis? ¿Seguro que conocemos las fotos de las ciudades libias arrasadas por la OTAN mejor de lo que la sociedad alemana conocía la enorme destrucción perpetrada por sus “heroicos” ejércitos en tantas ciudades “enemigas”? ¿Seguro que conocemos los motivos por los que Occidente ha desestabilizado Siria mejor de lo que los alemanes conocían las delirantes “razones” por las que sus ejércitos fueron atacando país tras país? Existe tanta desinformación sobre todas estas últimas agresiones internacionales en Medio Oriente y el Mediterráneo Sur o sobre la reactivación por parte de la OTAN de la Red Gladio y la continua llegada de peligrosos mercenarios a Ucrania, que quizá ni tan solo debería dar por supuesta la autoría –nuestra, de Occidente- en todo ello, pero es imposible argumentar cada afirmación en un solo artículo sin extenderse en exceso.
¿Tan seguros estamos de que nosotros jamás sufriremos el shock que sufrieron los alemanes el día en el que tantos crímenes de agresión internacional se volvieron en su contra y todas sus seguridades cotidianas quedaron devastadas por las bombas de quienes un día habían sido sus víctimas? ¿Tan seguros estamos de que se detendrán en Siria y Ucrania las “nobles” intervenciones “liberadoras” o “democratizadoras” de Occidente? Un Occidente auxiliado por países tan “democráticos” como Arabia Saudí (que, junto a otros, se ocupa de financiar el reclutamiento, en los países que sea necesarios, de cuantos “rebeldes” sean precisos) o por aliados tan “respetables” como los neonazis que ahora actúan libremente en Ucrania? ¿Seguro que Estados Unidos, con su séquito de sumisos aliados, permitirá que Rusia y China (países capaces, especialmente Rusia, de arrasar también muchas de nuestras ciudades como fueron arrasadas las ciudades alemanas hace medio siglo) sigan progresando como nuevas potencias hasta que la “incuestionable” hegemonía estadounidense se convierta en historia pasada? Quien eso crea, no conoce en absoluto la mentalidad de la élite estadounidense. Hace tan solo unos días, Ashton Carter, el secretario de Defensa del supuestamente moderado gobierno de Barak Obama, calificó a Rusia o China de peligros potencialmente más dañinos que el Estado Islámico y afirmó que Estados Unidos no permitirá que trastoquen el “orden mundial”.
En una reciente conferencia sobre la actual tragedia de los refugiados, a la que titulé Refugiados. Podríamos ser nosotros, comencé con una cita en la que Tony Cartalucci nos instaba a asumir de una vez nuestras propias responsabilidades y complicidades con los intereses megacorporativos financieros (que están tras estas tragedias) por nuestra apatía que nos hace desinformados e ignorantes. Dicha cita concluía así: “El proyecto de estas gentes no se detiene en Siria e Irán sino que apunta en última instancia a Rusia y China. Los conflictos que vemos en nuestras pantallas de televisión no quedarán por siempre relegados a lejanas regiones de nuestro mundo”. ¿Recuerdan a Bertolt Brecht?: “Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó. Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó. […]. Ahora vienen a por mí, pero ya es demasiado tarde”.
Inicio hoy una colaboración de algunas semanas en Mallorcadiario. Me he preguntado si debía comenzar analizando acontecimientos locales, nacionales o internacionales y he decidido hacerlo alertando sobre aquel que considero el mayor de los errores: creer que lo internacional no afecta demasiado a nuestra realidad local; desentendernos de los grandes crímenes de agresión internacional (crímenes contra la paz, como fueron catalogados en Núremberg) cometidos en estas últimas décadas por nuestros “democráticos” gobiernos (tan “democráticos” como el de Adolf Hitler); no hacer el necesario esfuerzo para entender –más allá de tanta propaganda- quienes son realmente aquellos que están llevando a nuestro mundo al borde del abismo (con sus descomunales manipulaciones financieras, su poderío militar agresor y su férreo control de la opinión pública) y cuáles son sus verdaderas motivaciones; seguir tan absortos y alienados en nuestro día a día hasta convertirnos en una sociedad cada vez más ignorante y manipulable…
Todo lo local y nacional –que, de todos modos, procuraré tratar cuando considere oportuno- carecerá de relevancia el día en que una gran crisis internacional, militar o medioambiental, aún mayor que la crisis-estafa que estamos viviendo desde 2008, pueda estallarnos en las manos. Sin embargo, al igual que para los alemanes del periodo nazi, la intención de voto de nuestros conciudadanos no parece verse afectada por lo que nuestros gobernantes puedan hacer o dejar de hacer en política exterior (crímenes contra la paz incluidos). Sorprendentemente, la preocupación de los españoles casi se limita, al igual que en la Alemania nazi, a cuestiones internas: el paro, la corrupción y otros problemas de índole económica. No es casual que, en mi último libro, al intentar exponer lo que llamo los cinco principios superiores, haya considerado que “las leyes de la interrelación e interdependencia” constituyen el primero de tales principios. Pero, a pesar de su avanzada tecnología, el género Homo no parece llegar a salir de los limitados horizontes cavernícolas en los que vivió en sus inicios: ¿por qué tendría que afectarnos –piensan muchos- lo que les suceda a otras tribus?
En los próximos artículos intentaré, ante todo, mostrar aquella cara de la realidad que difícilmente los lectores encontrarán en los grandes medios nacionales e internacionales. Lo haré procurando no presentar ni un solo elemento de análisis que yo no considere más que suficientemente contrastado. Son tantos y tan contundentes los hechos en sí mismos así como los avisos en la boca o en la pluma de tantos y tan serios analistas con acceso a una información privilegiada (Daniel Ellsberg, Noam Chomsky, el general Wesley Clark, Julian Assange, Edward Snowden, el papa Francisco…) que creo que no habrá necesidad de recurrir a ningún argumento insuficientemente fundamentado. Hasta el próximo sábado.