Una parábola actual para cristianos que quieren serlo de verdad
En estos tristes días en los que vivimos en el temor de que ni tan solo el asesinato de un embajador europeo decida a la Unión Europea a poner freno a la barbarie de la cúpula del actual régimen genocida ruandés, un amigo congoleño nos enviaba un conmovedor mensaje desde el este de la RD del Congo. Una región asolada por esas gentes, por esos criminales que tienen en nuestro “magnífico” Occidente el apoyo de “importantes”, “honorables” y “filantrópicas” personalidades políticas y, sobre todo, financieras y empresariales.
¿Recuerdan quienes estaban presentes o representados en la escenificación en Madrid de la toma de posesión por el gran criminal Paul Kagame de la copresidencia de los Objetivos del Milenio, los más nobles objetivos que se hayan propuesto las instituciones políticas internacionales? Pues gentes como Bill Gates, gran amigo de Paul Kagame y tan relacionado con la explotación de minerales como el coltan, imprescindible para sus nuevas tecnologías de la informática y la comunicación. Un coltan, del que el 80% de las reservas mundiales se encuentra precisamente en el este de la RDC. Este era el mensaje de nuestro amigo:
“Queridos todos, os escribo desde Beni, donde paso ahora más tiempo, en medio de la tormenta. Pues, aquí estoy viviendo más de cerca la realidad más cruda que haya conocido yo en esta región. Bajo un silencio vergonzoso se mata a seres humanos como se hace en un matadero sin ley. ¿Qué más puedo hacer?
Mi corazón se está partiendo, muriéndome en mi interior de la impotencia. De verdad, vivo una angustia nunca experimentada, sobre todo cuando me doy cuenta que soy incapaz de socorrer a las victimas vivas que van huyendo desde todas partes hacia ninguna parte. Miles y miles de niños y mayores, miles y miles de huérfanos que van huyendo por el camino de nadie… No. No. No. Cuando te encuentras con una señora y su bebé de una semana, caminando kilómetros, sin esperanza de encontrar donde reposar su cabeza y la de su bebé ni poder comer algo… No. No. No.
Cuando ves el saqueo generalizado, la corrupción institucionalizada, etc. en lo poco que podía todavía sembrar esperanza; cuando ves la indiferencia de unos, la complicidad de otros, el silencio del gobierno y de los poderosos nacionales e internaciones; cuando ves gente degollada como se hace con los conejos, la juventud sacrificada, las familias destrozadas, la pobreza multiplicada; cuando ves la cultura y la educación destruidas… No queda nada más que aspirar à una melodía que poder cantar harmoniosamente; no queda nada más que aspirar a contemplar silenciosamente un cuadro artístico de un pintor verdaderamente rebelde; no queda nada más que aspirar a que sople un buen viento; no queda nada más que aspirar à provocar una palabra profética que pueda quemar corazones hacia la conversión.
Menos mal que la esperanza es la última que muere. Entonces, se puede seguir caminando hacia adelante; entonces se puede seguir luchando por la vida; entonces se puede seguir confiando en el otro, mi semejante, como medida de mi posibilidad. En cuanto a mí, en medio de este infierno, no me queda nada más que seguir entregando fuerza y coraje para servir; nada más que entregarme, buscando caminos de solidaridad, de verdad y de justicia.
Gracias a cada uno de vosotros, queridos amigas y amigos, porque estáis siempre junto a mí por este camino de la solidaridad. Muchos caídos nos esperan en el camino de Jericó. Muchísimos. Tenemos que andar con prisa, porque sobre nosotros cargamos la única esperanza para muchos. Porque muchos de nuestros semejantes dependen de algunos de nosotros unidos en solidaridad. Cantemos un nuevo canto de esperanza. Nada puede matar lo más hondo de nuestra caridad.”
En la parábola del juicio final (Mateo 25, 31-45) Jesús vuelve una vez más a expresarse con aquella dureza que, dos milenios después, sigue molestando a muchos cristianos moderados y “bienpensantes” e incluso a muchos espirituales auto centrados en sí mismos. En el cuadro con el que describe aquella escena, no tanto un juicio “final” como un intemporal “momento” eterno de enorme trascendencia para nuestro destino (no puede ser de otro modo tras Einstein), nos anticipa su duro veredicto sobre quienes se desentendieron del sufrimiento de tantos hermanos. Un veredicto que es un verdadero juicio “final” terrible, aunque no entendamos aún qué es el tiempo: “Alejaos de mi malditos […] Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me acogisteis; estuve desnudo y no me abrigasteis; enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Y Jesús continúa componiendo su relato: “Entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en cárcel y no te servimos? Pero Él [Jesús se refiere a sí mismo como el Hijo del hombre] les responderá: Lo que dejasteis de hacer a ellos, me lo dejasteis de hacer a mí.”
Hoy probablemente podría decirles: “Alejaos de mí malditos, porque me asesinaban millones de veces en Ruanda y la RDC y ni tan solo os interesasteis en saber qué estaba pasando”. Y entonces ellos seguramente le preguntarán: “Señor, ¿cómo íbamos a saber que te estaban asesinando en Ruanda y la RDC si ni las televisiones ni los diarios nos informaban de ello?”
Pero Él les podría muy bien responder: “Sí, así mismo se excusaron hace unos años ante mí aquellos que vivían en el entorno de los campos de exterminio nazis y de las vías por las que circulaban miles de trenes atestados de víctimas. Pero la realidad es que, al igual que ellos, estabais tan acomodadamente instalados en el mundo de ficción que os presentaban vuestras élites y sus grandes medios de comunicación, un mundo en el que vosotros siempre erais ‘los buenos’ (Lucas 18, 9-14); pasabais tan de largo por aquellas inquietantes realidades que estaban ahí pero a las que esos medios nunca se referían (al igual que pasaron de largo ante la víctima tirada fuera del camino el sacerdote y el escriba de aquella parábola que también conté hace ya dos milenios -Lucas 10, 25-37-); estabais tan condicionados por aquellos medios con los que os sentíais seguros y en los que, por un extraño y enfermizo proceso psicológico, habíais depositado tanta autoridad (Mateo 15, 14); teníais tantas prioridades personales y familiares (Mateo 13, 22; Marcos 4, 19; Lucas 8, 14) a la vez que un interés tan escaso en informaros de verdad sobre todo ello… que no fuisteis capaces de ver los graves acontecimientos que estaban sucediendo más allá del reducido escenario en el que vivíais”.
Y probablemente continuase: “Pero, sobre todo, ¡vivíais tan lejos de las víctimas! Y no me refiero a una lejanía física. Vivíais en vuestra burbuja, la de vuestras cotidianas preocupaciones. La de vuestras cotidianas seguridades ‘firmemente’ asentadas en una información ‘seria’, alejada de radicalismos, conspiracionismos o negacionismos. Ni tan solo os acercabais demasiado a los más marginados de vuestra sociedad, pero pretendíais saber lo que estaba sucediendo en el mundo mejor que las mismas víctimas. También en mi tiempo, quienes formaban parte de las clases acomodadas fueron los primeros confundidos por las campañas que las élites tramaron contra mí. Por el contrario, los anavim, los pobres, los pescadores, los pastores, las viudas… inmersos en la verdadera y dura realidad, una realidad tan diferente de la de las intrigas de poder de las élites de Jerusalén, no cayeron tan fácilmente en el intento de estas de condicionar las mentes de la plebe. La realidad los inmunizó frente a las mentiras del poder. Por eso, muchos de ellos eran considerados por esas élites como unos alejados de la Ley y unos pecadores. Eran los que se acercaban a mí (Lucas 15, 1). Vosotros en cambio os seguisteis ‘informando’ día a día en los medios de las élites, sin preguntaros en serio quienes eran sus dueños y cuál su agenda.”
Y es muy posible que Jesús acabase así: “A lo largo de los siglos siempre os he enviado profetas y no los habéis escuchado (Lucas 16, 31). Os resultaba mucho más cómodo escuchar la sibilina propaganda adormecedora e idiotizadora de las élites que el perturbador mensaje de mis enviados. Esa opción vuestra no fue casual. Hace falta mucha rectitud y coraje para avanzar por la estrecha y escarpada senda de la verdad (Mateo 7, 13). Hacía falta esforzarse un poco buscando información en fuentes cristalinas, sin dejarse intoxicar por las turbias falacias de la ‘información’ que os proporcionaban los ‘reconocidos’ expertos y medios de vuestras élites, herederas de aquellas que me torturaron y crucificaron a mí. Quienes, movidos desde lo más íntimo por mi Espíritu, tienen comportamientos semejantes a los míos, son considerados, al igual que yo mismo lo fui, unos radicales peligrosos para el Sistema. Y son excluidos de los foros mediáticos, como mis primeros seguidores lo fueron de las sinagogas (Juan 16, 2). Ni cuando asesinaban a mis mensajeros, al igual que me asesinaron a mí, vuestros ojos eran capaces de ver y vuestros oídos de oír (Mateo 13, 13). Las élites de mi época se confabularon contra mí e instigaron al pueblo (Mateo 26, 3-4). Pero finalmente fue la masa la que gritó frente a Poncio Pilatos ‘Crucifícale, crucifícale’ (Marcos 15, 13-14; Lucas 23, 21; Juan 19, 6) De modo semejante, vosotros mismos erais los que, finalmente, elegíais en qué medios informaros y a qué lideres votar. Y yo era asesinado millones de veces en Ruanda y la RDC sin que vuestros ‘prestigiosos’ expertos y académicos se refiriesen jamás a esa tragedia, sin que ella estuviese nunca en la agenda de vuestros medios ‘de referencia’, sin que los programas electorales de vuestros partidos hiciesen en ningún momento la menor alusión a ella.”
Observemos que, en esta parábola actual para cristianos que quieren serlo de verdad, Jesús no nos exige que salvemos de la violación o el asesinato a aquellas hermanas y hermanos nuestros. Eso sería no haber entendido la impotencia del Crucificado, al igual que la de su Padre para salvarlo. Como afirmaba Pablo, el de Tarso, Jesús humillado y vejado en un madero por las autoridades romanas y judías era un verdadero escándalo. Hasta el punto de que, aunque ahora tantos crucifijos sean verdaderas joyas, en los primeros días el maestro fracasado era una realidad profundamente perturbadora hasta para sus desconcertados amigos. En esta parábola Jesús tan solo nos pide, a quienes nos consideramos cristianos, la empatía y misericordia suficientes que nos lleven a interesarnos seriamente en saber qué les está pasando a esos hermanos nuestros. A partir de ahí, puede ser que Él nos inspire algo concreto que podamos hacer por ellos. O quizá no, porque ¡hay tantos crímenes en nuestro mundo! Pero lo que sí es seguro es que esa empatía y esa misericordia serán profundamente liberadoras para nosotros mismos: nos llevarán a tomar conciencia de la gran farsa en que vivimos.
RD del Congo: millones de muertes, matanzas, violaciones... y el silencio continua