Introducción

Dentro de unos días, el 1 de octubre de 2023, se cumplirán 33 años del triste aniversario del inicio de una guerra injusta. Es parte de la inauguración en África de su nuevo orden mundial, nacido del colapso de la URSS. La única superpotencia que ahora gobierna el mundo, Occidente (Estados Unidos de América y sus aliados europeos), decidió y lanzó esta guerra con el objetivo de conquistar un país pequeño, pacifista y desarmado, por un vecino belicoso superior en tamaño y recursos, pero ahora en manos de uno de estos nuevos líderes sacados de la nada por la misma superpotencia a finales de los años ochenta.

Así fue como el 1 de octubre de 1990, Uganda, bajo la bota del general Yoweri Kaguta Museveni desde 1986, recibió luz verde de Occidente para conquistar militarmente Ruanda e instaurar un régimen dictatorial con tintes feudomonárquicos, cuyos jefes militares procedían de su propio ejército y a los que debía secundar para esta misión. Así es como la «comunidad internacional» (de hecho, Estados Unidos, sus aliados y organizaciones bajo su control como la ONU) respaldó la conquista de Ruanda por parte de elementos del ejército regular ugandés con el pretexto de que tenían orígenes ruandeses lejanos y, por tanto, ¡podían ser presentados fácilmente como «refugiados que regresarían a su país con las armas en la mano»!

La guerra de conquista duró casi cuatro años y, en julio de 1994, la Ruanda democrática y republicana fue conquistada por los elementos tutsis del ejército ugandés, que desde entonces han instaurado un régimen cuasi feudomonárquico. Y todo ello con el beneplácito de la ONU, que ha quedado reducida a un sello de goma para los deseos de Estados Unidos y sus aliados de Europa Occidental. De ahí nuestra convicción de que la conquista de Ruanda entre 1990 y 1994 fue una «guerra por delegación» emprendida por Occidente.

Irónicamente, hoy, 33 años después de aquella primera guerra de poder en el corazón de África, ese mismo Occidente (Estados Unidos y sus aliados europeos) está librando otra guerra por delegación, esta vez en suelo europeo, donde le gustaría extender su herramienta militar, la OTAN, para acabar, llegado el momento, con el pueblo de una potencia mediana que se atreve a cuestionar la hegemonía de Occidente (Estados Unidos y sus protegidos europeos) sobre el mundo. Estamos hablando aquí del conflicto en Ucrania, cuya fase caliente comenzó en febrero de 2022, pero que empezó mucho antes, al menos en 2014. Se trata, pues, de otra guerra por delegación de la misma superpotencia. Aquí el papel del ugandés Museveni en África en 1990-1994 para la conquista de Ruanda lo interpreta el ucraniano Zelenski, ¡que lo hace maravillosamente como actor de profesión!

Para continuar la serie que estamos publicando sobre dos conflictos distintos en el tiempo y en el espacio, pero cercanos en cuanto a las lecciones aprendidas, pasamos a la parte 3, en la que hablamos de un arma formidable, los medios de comunicación, que se utilizan o se utilizaron intensamente en estas guerras.

El arma mediática en la guerra occidental moderna

En la tradición militar, la frase «ultima ratio regum» es el lema de la Artillería. De hecho, en la Fuerza Terrestre, cada brazo -infantería, caballería (ejército blindado moderno), artillería, ingenieros, logística, señales, etc.- tiene un lema, a menudo una frase en latín, que no necesitamos repetir aquí.

La frase latina «ultima ratio regum» (o regis en singular), traducida literalmente, significa «el último argumento de los reyes» (o del rey). Esto se debe a que el rey Luis XIV adoptó esta expresión y la hizo fijar en sus cañones. Pero también porque, sobre todo a partir de las guerras napoleónicas, cuando la artillería entraba en juego, se ponía bajo el mando directo del soberano y decidía el resultado de una batalla en función de su eficacia y potencia de fuego, de su precisión y del momento en que se disparaba. Hasta aquí el aspecto puramente militar.

Pero en términos políticodiplomáticos, esta expresión significa que cuando se han agotado todos los medios pacíficos y diplomáticos y no queda ninguna solución razonable, puedes resignarte a utilizar la fuerza para imponer tus puntos de vista.

En las guerras modernas de Occidente, parece que son sus medios de comunicación los que han hecho suyo el lema de la artillería y ahora todos los grandes medios occidentales se han convertido en la «ultima ratio regis» en todos los conflictos.

Y es lógico, dado el impresionante arsenal de esta nueva artillería, que puede alcanzar varios objetivos a la vez, por muy remotos o defendidos que estén.

En efecto, los grandes e influyentes medios de comunicación occidentales pueden golpear en la primera línea de combate desmoralizando a los combatientes adversarios y, por tanto, desmovilizándolos, pero también en la retaguardia enemiga desmoralizando a los padres y seres queridos de los combatientes convenciéndoles de que mueren en combate no por su país sino por nada, o de que son sacrificados por sus dirigentes.

La artillería de los medios de comunicación occidentales en una guerra moderna tiene el único proyectil difícil de evitar, el del aislamiento diplomático y el bloqueo económico contra quien Occidente designa como «enemigo».

Pero, sobre todo, sólo esta artillería mediática dispone de las bombas que puede lanzar sobre el enemigo y que serían fatales e imparables. Como mínimo, los medios de comunicación pueden provocar el descontento general de la población hacia el gobierno de su país y sus fuerzas armadas y derribarlo, y en el mejor de los casos pueden avivar las llamas de la guerra civil y sumir en el caos al país en cuestión, para regocijo de la parte apoyada por Occidente.

Como en cualquier curso de armamento, desmontaremos y luego volveremos a montar cada proyectil utilizado por la artillería mediática occidental en un conflicto. E ilustraremos su uso en los dos conflictos que hemos elegido para discutir este fenómeno.

Para el conflicto del pasado (la conquista de Ruanda), indicaremos los efectos de cada uno de estos proyectiles de la artillería mediática, y para el que todavía está en curso (el conflicto de Ucrania), no diremos nada porque todavía estamos esperando el desenlace para poder evaluar estos efectos.

  1. El proyectil de la acusación espejo

La «acusación espejo» es un método de propaganda que consiste en acusar al adversario de los crímenes que uno está a punto de cometer o ya ha cometido contra él.

En el caso de la conquista de Ruanda por el FPR.

Durante su guerra de conquista, del 1 de octubre de 1990 al 17 de julio de 1994, el FPR se distinguió en la utilización de este instrumento de propaganda, y siempre tuvo éxito porque el público, actuando de buena fe, se lo creyó siempre. Así fue como los asesinatos de cuadros del MRND en lo que entonces era la zona desmilitarizada en 1993 (Kirambo, Nkumba, Mutura, etc.) fueron presentados por el FPR como obra del MRND, que eliminaba a sus propios militantes.

Del mismo modo, los líderes políticos de la oposición que se negaron a pactar con el FPR (Félicien Gatabazi, Emmanuel Gapyisi) fueron, según el FPR, asesinados por el presidente Habyarimana. Pero fueron los asesinos de Paul Kagame quienes les siguieron a la salida de sus reuniones en el Hôtel Méridien y les mataron a tiros delante de sus familias, que les esperaban a las puertas de sus respectivas residencias. Este proyectil mediático de la acusación espejo se combina cada vez con otro para mayor eficacia, es decir, mayor daño al «enemigo».

  1. Jugar a la propia victimización y diabolizar a los demás

En Ucrania, el régimen de Kiev afirmó en repetidas ocasiones que los gasoductos que transportaban gas de Rusia a Occidente serían saboteados e incluso destruidos. De hecho, en 2022, el cómico de profesión y ahora «presidente de Ucrania» anunció en varias ocasiones que Rusia estaba dispuesta a volar los gasoductos que transportan su gas a Occidente «para castigarla» por su apoyo en armas y personal (formación y educación) a Ucrania. Y como por casualidad, un gasoducto de la empresa rusa Gazprom fue minado y parcialmente destruido en el mar Báltico. Pero cuando Rusia insistió en que una investigación neutral e internacional debía establecer las causas y posiblemente nombrar a los autores, estos medios retiraron el tema de sus portadas.

En cambio, al régimen de Kiev le bastó con pedir a la Corte Penal Internacional (CPI) que declarara al presidente de Rusia presunto «criminal de guerra» y emitiera una orden de detención internacional contra Vladímir Putin para que la CPI cumpliera inmediatamente y emitiera la orden de detención el 17 de marzo de 2023.

El pretexto es falaz, al igual que su justificación. Por orden de Estados Unidos, que no es miembro de la CPI porque no adoptó el Estatuto de Roma por el que se creó la Corte y que, por tanto, no reconoce la autoridad de ésta, al igual que Israel y Ruanda, la CPI se apresuró a acusar al presidente Putin y a Maria Lvova-Belova, comisaria del presidente ruso para los Derechos del Niño. Ambos están acusados de haber cometido crímenes de guerra al deportar y trasladar ilegalmente a niños ucranianos de las regiones ocupadas de Ucrania a la Federación Rusa.

Sin embargo, Rusia siempre ha dicho y demostrado, con toda transparencia, que si algunos niños fueron trasladados lejos de la línea del frente de los combates y llevados más al este, fue por su seguridad y, por tanto, por razones humanitarias. Pero incluso este innegable acto humanitario llevado a cabo por su enemigo fue rápidamente transformado en «crimen de guerra y crimen contra la humanidad» por Occidente y sus medios de comunicación, al inculcarlo en la opinión mundial.

En Ruanda, a lo largo de la guerra de conquista del país (1990-1994) por los elementos tutsis del ejército ugandés bajo las órdenes y con el apoyo de las potencias anglosajonas (Estados Unidos y Reino Unido), tales actos de diabolización del enemigo designado y de victimización del agresor fueron tan numerosos que sería tedioso describirlos todos. En este análisis nos limitaremos al acto más despreciable, inmoral y ridículo al que se entregaron estas potencias y sus medios de comunicación para diabolizar al régimen democrático del presidente Habyarimana y, al mismo tiempo, santificar a los tutsis del FPR llegados de Uganda bajo el mando de un tal Paul Kagame.

A principios de 1993, más de un millón de desplazados expulsados de sus hogares en las comunas de la prefectura de Byumba, fronteriza con Uganda, se hacinaban a las puertas de la capital, Kigali, en un lugar llamado Nyacyonga. Eran claramente visibles para cualquier extranjero que viviera o pasara por Kigali. Estos desplazados, privados de todo y viviendo casi bajo las estrellas en comparación con los magnates que dormían en suntuosas villas u hoteles de lujo, escandalizaban incluso a los más endurecidos e insensibles. Su situación era tanto más repugnante cuanto que la mayoría de ellos eran niños y mujeres, ya que los hombres sanos habían sido masacrados por los invasores antes de expulsar de la zona a las personas a su cargo.

Ante este escándalo humanitario, algunas ONG pidieron a las potencias que sometieran el problema a los dos beligerantes (el FPR y el gobierno ruandés), sobre todo teniendo en cuenta que ya estaban negociando en Arusha (Tanzania).

Bien adiestrado por las potencias que lo patrocinaban, el FPR respondió que esos desplazados eran en realidad personas que había venido a liberar pero que las Fuerzas Armadas Ruandesas (FAR) empujaban delante de ellos como «escudos humanos» y que por eso habían abandonado la zona que controlaba el FPR. Al mismo tiempo, acusó al régimen del presidente Habyarimana de graves crímenes y violaciones de los derechos humanos, en particular de las matanzas de tutsis en todo el país.

Acusado así de violaciones de los derechos humanos, el gobierno ruandés formado en abril de 1992 era de hecho una coalición de partidos políticos aliados y/o cómplices del FPR, algunos de cuyos ministros serían reconocidos más tarde por haberse unido a esta organización en cuanto ésta atacó. Por ello, este gobierno aceptó la idea de que una comisión internacional viajara a Ruanda para investigar estas acusaciones.

La comisión de investigación estaba formada por representantes de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH), Africa Watch, la Unión Interafricana de Derechos Humanos (UIDH) y el Centro Internacional de Derechos Humanos y Desarrollo Democrático (ICHRDD). Todas estas organizaciones estaban comprometidas con la tesis de que los tutsis debían recuperar Ruanda, que supuestamente habían perdido en 1959, y hacían campaña a favor de esta causa, haciendo comprender incluso a los más escépticos que era ahora o nunca. Los miembros de esta comisión permanecieron en Ruanda del 7 al 21 de enero de 1993. Su informe se presentó en marzo de 1993. Cuando se publicó, los medios de comunicación le dieron una amplia cobertura. En él se señalaba a uno de los beligerantes, el gobierno ruandés, como principal responsable de las violaciones a gran escala de los derechos humanos. El Frente Patriótico Ruandés (FPR) fue prácticamente exonerado, y veremos por qué.

Los observadores de buena fe opinan que el informe de la comisión era partidista en más de un sentido. El FPR, que había desplazado a miles de personas y asesinado a otras, fue presentado por los investigadores de la comisión como un ejército disciplinado y en buenas relaciones con la población. Sin embargo, los investigadores pasaron menos de dos horas en su zona durante los quince días que pasaron en Ruanda. Se les prohibió hablar con nadie en la zona del FPR, que tuvieron que abandonar menos de dos horas después de su llegada. Todos los críticos consideran inaceptable que una comisión que se ha mostrado tan abierta en sus idas y venidas en el país atacado fuera rechazada de esta manera en la zona en poder del invasor sin concluir que se esté obstruyendo la búsqueda de la verdad. En su opinión, los comisarios encargados de la investigación carecieron de objetividad y el informe debería haber sido rechazado.

Por otra parte, durante los cerca de diez días que estos investigadores pasaron en la zona gubernamental (prácticamente en al menos 140 de los 144 municipios del país), incapaces de encontrar pruebas que apoyaran las acusaciones contra las FAR y el régimen de Habyarimana, acudieron a cementerios municipales, y por tanto oficiales, para desenterrar restos humanos con el fin de presentarlos como tutsis asesinados por las FAR y el partido presidencial MRND. Esto ocurrió en el municipio de Kinigi. Estos investigadores de la vergonzosa Comisión llegaron incluso a desenterrar a uno de sus familiares que el burgomaestre de Kinigi, el difunto Thaddée Gasana, había hecho enterrar en su propiedad y con permiso, como se podía hacer.

A instigación de algunos dirigentes de partidos de la coalición gubernamental, pero aliados del FPR, que le dieron guías para ello, la Comisión debía afirmar que tenía pruebas de que el burgomaestre Thaddée Gasana había matado a tutsis de su municipio y los había enterrado en su propiedad. Era una acusación demasiado fácil de hacer, puesto que el acusado ya no estaba para protestar.

Hay que señalar que el burgomaestre, Thaddée Gasana, fue uno de los primeros asesinados por los inkotanyi que habían llegado de Uganda a través de Nyagahinga, el corredor entre los volcanes Sabyinyo y Gahinga, cuando llevaron a cabo su famosa incursión en la ciudad de Ruhengeri en enero de 1991, infiltrándose en el lecho del río Susa, un torrente que, en la estación de las lluvias, lleva el agua de los volcanes a las zonas habitadas, pero que en la estación seca se seca y se convierte en un barranco poco profundo y largo que separa dos extensiones de tierra desde las laderas de los volcanes hasta la cuenca del Mukungwa. Fue este corredor el que utilizaron los combatientes del FPR para abrir la prisión central de Ruhengeri y extraer a varios hutus que servirían de trofeos para demostrar que su organización terrorista también contaba con hutus en sus más altos rangos militares y que incluso habían sido oficiales de las FAR. Fue el caso del comandante Theoneste Lizinde, del comandante Stanislas Biseruka y del capitán Donat Muvunanyambo.

Así pues, no fue casualidad que, retrospectivamente, importantes miembros de la Comisión fueran recompensados por el FPR después de que éste hubiera conquistado completamente Ruanda y establecido su poder: el francés Jean Carbonare fue nombrado consejero presidencial con rango de ministro; Gasana Ndoba, activista tutsi del FPR en Bruselas y colaborador de René Degni Segui en el reclutamiento de falsos testigos, fue nombrado más tarde jefe de la Comisión de Derechos Humanos de Ruanda con rango de ministro después de que el FPR tomara el poder, y así sucesivamente. ¡Y así se completó el círculo!

  1. Provocar un acontecimiento destinado a avivar el fuego de la guerra civil en las filas del otro bando

La receta

En ambos casos, la receta consiste en jugar con la diversidad cultural, religiosa o étnica del otro bando para exacerbar las rivalidades o crear otras nuevas si no son ya evidentes.

Los ingredientes de esta receta son las diferencias o diversidades raciales, étnicas, de clan, lingüísticas, religiosas, culturales e incluso regionales.

Un sistema diabólico que sepa preparar un plato para servir a un pueblo en el momento oportuno puede provocar lo que quiera en un país determinado. Y a ellos les corresponde beneficiarse de ello, regodearse y saborear la comida que resulte.

En Ruanda, el 6 de abril de 1994

En Ruanda, esto fue tanto más fácil para Occidente, que había optado por la conquista de Ruanda por los tutsis y la aniquilación o la diabolización para siempre de los hutus, ya que el antagonismo entre estos dos grupos étnicos (sin tener en cuenta al tercero, los twa) se había alimentado desde 1959 y luego exacerbado durante esta guerra de conquista. Sólo hacía falta una chispa para hacer estallar la bomba de relojería que ya estaba en marcha: las masacres interétnicas entre hutus y tutsis.

Esto ocurrió el 6 de abril de 1994, cuando las citadas potencias occidentales, a través de una fuerza de la ONU, la deplorable MINUAR bajo el mando de un indigno oficial canadiense, Roméo Dallaire, dieron el «¡Adelante!» al criminal Kagame, a quien habían proporcionado los medios y facilidades para asesinar de un solo golpe a dos jefes de Estado hutus y a sus familiares. Menos de seis meses antes, el mismo Paul Kagame había sido el artífice del asesinato de otro jefe de Estado hutu elegido democráticamente apenas tres meses antes. Hablamos del difunto presidente Melchior Ndadaye de Burundi, cuyo 30 aniversario de cobarde asesinato se conmemorará el 22 de octubre.

El resto transcurrió según lo previsto: guerra civil, embargo de armas contra las Fuerzas Armadas ruandesas legales (que defendían tanto a hutus como a tutsis), sobrearmamento de los tutsis invasores por parte del ejército ugandés, toma de la capital, conquista total del país: todo ello en sólo 3 meses (abril-julio de 1994). Y al final, ¡imponer a la opinión mundial que la conquista de Ruanda por los elementos tutsis del ejército ugandés (1990-1994) no fue más que una «operación especial para detener el genocidio»!

Y para compensarlo todo y garantizar la continuidad de la nueva monarquía feudal tutsi ahora restaurada en Ruanda, se ordenó a la ONU que creara un Tribunal Internacional para juzgar a los hutus derrotados en esta guerra de conquista, con el fin de neutralizarlos donde y cuando quiera que estuvieran, para que nunca pudieran pensar, y mucho menos emprender acción alguna para recuperar sus derechos sobre la Ruanda de sus antepasados, que ahora había sido entregada como un regalo a Paul Kagame y su camarilla en exclusiva.

Conflicto en Ucrania

En este mismo capítulo, por lo que respecta al conflicto en Ucrania, la receta es la misma pero los ingredientes son de distinta naturaleza. Lo vimos cuando el grupo paramilitar Wagner, calificado de «mercenario» y por tanto odiado por Occidente y en este caso por la OTAN, se amotinó contra el mando militar ruso e incluso marchó hacia Moscú para derrocar al gobierno. En las horas siguientes, Wagner se convirtió, para la OTAN, en un grupo a tener en cuenta porque se atrevió a desafiar e incluso a hacer temblar al Kremlin. El cómico ucraniano Zelenski se superó a sí mismo en esta escena teatral para describir al régimen de Putin como «débil, un derrotado» y ya vencido por él mismo, el maestro y gran estratega de Ucrania.

Pero después de que el globo de Wagner se desinflara y su aventura para tomar Moscú llegara a su fin, la OTAN y su peón Zelenski moderaron su admiración por Wagner y su jefe Prigozhin al tiempo que reconocían a medias que el régimen de Putin seguía siendo fuerte.

  1. Incluso los «accidentes aéreos» acercan la conquista de Ruanda (1990-1994) al conflicto de Ucrania (2022-…)

Los dos «accidentes» aéreos están distantes en el tiempo y en el espacio, pero muy próximos en términos de cobertura mediática.

En Ruanda, el 6 de abril de 1994, la máquina de matar creada por Occidente, es decir, el ejército del FPR compuesto por elementos tutsis del ejército ugandés que había invadido el país en octubre de 1990, cometió lo indecible: el ataque con misiles tierra-aire que derribaron el avión civil que transportaba a dos jefes de Estado hutus y sus séquitos y que iba tripulado por 3 ciudadanos franceses cooperantes.

Los medios de comunicación occidentales difundieron inmediatamente la teoría de que el atentado había sido perpetrado por personas próximas al presidente ruandés Habyarimana, al que consideraban «demasiado moderado».

Así, en un abrir y cerrar de ojos, Habyarimana, odiado por los mismos medios, se convirtió en un «héroe porque era pacifista». No llegaron a concederle el Premio Nobel a título póstumo, pero su objetivo estaba plenamente logrado: su protegido Paul Kagame, autor de este crimen de guerra contra la humanidad, nunca será acusado ni procesado por este crimen, que pretendía desencadenar el crimen de genocidio.

En este terreno, ha sido Francia la que se ha visto obligada a tragarse sus palabras para no avergonzar a Paul Kagame, el asesino creado y armado por los anglosajones. Así es como los sucesivos gobiernos franceses (Sarkozy 2007-2012; Macron 2017-2027) se han asegurado cuidadosamente de que las voces de las familias de los tres ciudadanos franceses que formaban parte de la tripulación del avión derribado por Paul Kagame el 6 de abril de 1994 nunca se escuchen, ni en los medios de comunicación ni, especialmente, en los tribunales. Cualquier juez o abogado que se atreva a plantear este caso es inmediatamente relevado de sus funciones por otro más leal y «más comprensivo», o su petición o demanda de justicia para estas familias es sistemáticamente desestimada.

En Rusia, el 22 de agosto de 2023, un jet privado que transportaba al jefe del Grupo Wagner desde Moscú se estrelló cerca de la ciudad de San Petersburgo. No hubo supervivientes. En cuanto se confirmó la noticia, los medios de comunicación occidentales se pusieron a gritar que «el bueno y valiente Prigozhin» acababa de ser asesinado por los servicios del villano Vladímir Putin. De repente, Prigozhin, que había sido vilipendiado y tachado de malvado absoluto por haber fundado y dirigido Wagner, «un grupo de mercenarios», como le llamaban los occidentales, se había convertido en «un santo y un sabio asesinado por el malvado Putin».

El objetivo de este giro de Occidente, que ahora ha respaldado a Prigozhin después de haberlo maldecido durante mucho tiempo, como en el caso de Habyarimana en Ruanda, es claramente animar a los elementos de Wagner aún leales a Prigozhin a amotinarse y declarar abiertamente la guerra al ejército regular de la Federación Rusa. El asunto sigue su curso. La historia dirá si este objetivo se alcanzará como ocurrió en Ruanda hace 30 años.

Cobertura general de la guerra por la prensa occidental

En estos dos casos de guerras por delegación de Occidente, a saber, la conquista de Ruanda (1990-1994) y el actual conflicto en Ucrania, la metodología es la misma. En ambos casos, Occidente, a través de sus poderosos y monopolísticos medios de comunicación, ha impuesto a la opinión mundial un nombre oficial para el conflicto, so pena de ser castigado o acusado de «negacionismo» o prorrusismo, que en Occidente es ahora también un delito.

Así, la conquista de Ruanda por elementos tutsis del ejército ugandés de 1990 a 1994 debe llamarse: ¡»Operación dirigida por refugiados tutsis para detener el genocidio»! Nadie puede preguntarse cómo podemos apresurarnos a detener un genocidio que aún no ha tenido lugar. Como mínimo, estaríamos hablando de «prevenir», no de «detener». Y lo que es aún más importante, ¿cómo pueden los generales, coroneles o mayores del ejército regular de un país seguir siendo «refugiados» en ese mismo país y seguir teniendo el derecho y la aprobación del ACNUR para regresar al país de origen de sus antepasados, armas en mano?

Si esta aprobación y este derecho se reconocieran en todo el mundo, el caos total estaría garantizado. Por ejemplo, los generales negros de los ejércitos americanos invadirían, con sus Divisiones bajo su mando, los países supuestamente de donde vinieron sus antepasados africanos para ser esclavos en América y se establecerían allí como «nuevos amos» expulsando a los regímenes de los pueblos indígenas en el lugar. Lo que parece inaceptable ha sido aceptado en el caso de Ruanda y de los soldados tutsis ugandeses que la invadieron y conquistaron al frente de sus batallones.

En el actual conflicto de Europa del Este, Occidente impone a la opinión mundial el calificativo de «agresión contra un país soberano y miembro de las Naciones Unidas, Ucrania, por parte de un país vecino, Rusia». A nadie se le permite preguntarse si Ucrania ha existido siempre como Estado-nación, cómo y cuándo se formó, cuál era su estatus tras la desintegración de la URSS y cuáles eran sus fronteras orientales. Pero los argumentos esgrimidos por la Federación Rusa para justificar su Operación Especial de febrero de 2022 no deben ser escuchados, y mucho menos difundidos. ¡Sería un sacrilegio!

Y por último, en relación con el conflicto de Ucrania, queremos remitir a nuestros lectores a uno de los raros análisis objetivos de un oficial occidental al que admiramos por su valentía al atreverse a ir contracorriente y decir la verdad a los pueblos de Europa a los que sus dirigentes llevan a guerras injustas con los ojos cerrados.

Esperamos que el coronel Jacques Baud haya sobrevivido a su análisis y le rendimos aquí homenaje. Afirma sin rodeos: «Los ucranianos se hunden en la defensa rusa» (Ukraine: Analyse de Jacques Baud).

Conclusión parcial

Por desgracia, la situación geopolítica no invita al optimismo. En efecto, las guerras por delegación emprendidas por la única superpotencia mundial, Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, se han puesto de moda y parecen haber elegido África, en particular la región de los Grandes Lagos, como campo de pruebas desde 1990-1994.

El éxito, en 1994, de haber hecho conquistar Ruanda, democrática y republicana, por una horda de combatientes de un país vecino y, sobre todo, de haber colocado al frente de este país a un tal Paul Kagame, parece haber impulsado a Occidente y al dictador Kagame. Kagame se ocupa actualmente de balcanizar la gran República Democrática del Congo (RDC) o, en su defecto, de fomentar el caos en ella, una de las estrategias que Occidente aplica en ciertos países y que está teniendo éxito al convertir ciertos Estados en zonas sin ley, políticamente desorganizadas e incontrolables por cualquier autoridad centralizada: Somalia, Irak, Siria, Libia, Yemen, etc. Aunque esta estrategia fracasó (temporalmente) en Irán hace unos años, actualmente está funcionando en Sudán.

¡Que el Buen Dios no abandone al pueblo de la RDC a las fuerzas del Mal (los depredadores de Occidente y su herramienta Paul Kagame) como desgraciadamente hizo con el pueblo hutu de Ruanda en 1994! Pero la sabiduría popular también dice: «Ayúdate a ti mismo y el Cielo te ayudará».

Continuará…

Font: Echos d’Afrique

Foto: La guerra de conquista de Ruanda (1990-1994) se llevó a cabo por los tutsis del FPR llegados de Uganda bajo el mando de un tal Paul Kagame.

Oliver Stone denuncia un "muro de propaganda mediática" en Occidente respecto a la guerra de Ucrania (Adam Fury, 06.06.2022)
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