1. El descubrimiento del Dios verdad

Años atrás, escribir un artículo con este título sería para mí un ejercicio de estudio y meditación no demasiado diferente al que haría para escribir sobre alguna otra gran cuestión teológica o sobre algún otro de los muchos nombres de Aquel que está más allá de todo nombre. Pero hoy, en este momento de mi vida, no puedo escribir sobre el Dios que es Verdad sin volcar en estas líneas parte de mi propia experiencia vital. Escribir sobre el Dios de Gandhi, que es ante todo Verdad, es escribir a la vez sobre mi propio itinerario espiritual en el seguimiento de aquel Jesús de Nazaret que un día dijo de sí mismo “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”[1]. Y en el seguimiento, también, de aquella alma grande y magnánima –Mahatma– que se consideraba a sí mismo como un pequeño buscador del Dios Verdad, pero que fue capaz de mostrar al mundo hasta que punto esa Verdad es una poderosa fuerza transformadora de la historia.

Esta referencia a mi propia experiencia personal no se debe a la falta del más elemental pudor. O a la falta de una modestia que es la exacta conciencia del minúsculo rol propio en la gran historia de la humanidad, historia hecha de gracia y coraje colectivo. Más bien se debe al hecho de que, en las cosmovisiones en la que Jesús mismo y también Gandhi se movían, la Verdad no es sólo la mera conformidad intelectual de nuestro juicio a la realidad. Es algo mucho más global, algo inseparable de la Vida toda. Una Vida que, a su vez, es Camino hacia la Verdad plena. Unos meses antes de ser asesinado, alguien pidió a Gandhi que resumiera su mensaje para el mundo. Era su día semanal de silencio, por lo que escribió su respuesta en un papel: “Mi vida es mi mensaje”[2]. Para comprender bien qué o quién es ese Dios Verdad para Gandhi no basta una aproximación puramente intelectual a esta cuestión, sino que es necesaria una especie de afinidad existencial.

Desde mi adolescencia había leído tantas y tantas veces aquellas palabras del Señor Jesús autoproclamándose la Verdad… Pero, tal como él mismo dice a sus discípulos en el discurso joánico de sus horas finales[3], yo aún no “podía” con ello. También, como seguidor de la no violencia, sabía desde hacía años que para Gandhi Dios es sobre todo Verdad… Pero aún no había llegado la hora de mi comprensión de ese nombre.

Recuerdo también diálogos con nuestro querido amigo Adolfo Pérez Esquivel, cuando yo aún estaba en una etapa más contemplativa, intimista y esencialista. Diálogos sobre el lugar sagrado en el que encontrar la fuerza para transformar el futuro. Yo hablaba casi exclusivamente de la fuerza espiritual, la del “Yo soy”, capaz incluso de desconcertar a los enemigos[4]. Tan convencido estaba de que el actuar sigue al ser, que aún no había descubierto que, a la vez, es actuando cuando crecemos. Y tampoco entendía aún que otros ámbitos, como el psicológico o el socio político, tienen su propia autonomía y sus propias dinámicas. Por el contrario, en esos diálogos Adolfo ya comenzaba a hablarme de la fuerza de la Verdad, aunque yo aún no podía entenderle. Fue en diciembre de 1.996 cuando descubrí no solo al Dios Verdad, sino también que ese nombre de Dios era el que en el futuro marcaría mi propio camino y mi propia tarea en esta vida. Un camino radicalmente cristiano y a la vez una misión profundamente gandhiana. Sólo entonces pude valorar en su justa medida no sólo la hondura teológica y mística de ese nombre divino, sino también la importancia de la denuncia profética de la verdad, denuncia tan característica tanto en Jesús como en Gandhi.

Había leído aquellas palabras de Albert Einstein, en pleno genocidio nazi, en las que afirmaba que las generaciones futuras lamentarán más el silencio de la gran masa de los buenos que la maldad de unos pocos. Pero aún no las había hecho mías ni llegaba a calibrar correctamente la gravedad de la cuestión del silencio de los cristianos frente a crímenes y genocidios. En un artículo publicado en el 1.999[5], me refería así a aquel descubrimiento: “La Comunidad de San Egidio expresa admirablemente su carisma propio cuando, en sus encuentros ecuménicos y en sus tareas de mediación, afirma: ‘la Paz es el nombre de Dios’. Tras pasar dos días con el padre Matteo y con Roberto, en Roma, comprendí claramente que, salvadas las distancias entre la envergadura de sus tareas y las nuestras, la misión de nuestra Fundación estaba más en relación con otro de los rostros de Dios: la Verdad.”

En ese descubrimiento propio del Dios Verdad se cumplió, una vez más, aquello de lo que Gandhi estaba convencido: Son los pobres quienes nos conducen al Dios Verdad. “Estoy esforzándome por ver a Dios mediante el servicio a la humanidad…”[6]. “¿Sabéis que hay miles de aldeas donde la gente muere de hambre y que está a punto de arruinarse? Si escucháramos la voz de Dios, es seguro que escucharíamos que Dios nos dice que estamos tomando su nombre en vano si no pensamos en los pobres y los ayudamos”[7]. “Sólo se puede servir a Dios de una manera: sirviendo a los pobres”[8]. Era el diciembre de 1996. Estábamos a punto de iniciar desde Asís una segunda marcha a pie de casi 1.000 kilómetros hasta la sede de la ONU, en Ginebra, por la paz y el fin del genocidio en el África de los Grandes Lagos. Ya habían sido bombardeados con armas pesadas los campos de refugiados que, bajo la bandera de la ONU, estaban enclavados en el este del Zaire, hoy RD del Congo. Ya había comenzado la cacería del refugiado, cacería en la que desaparecerían cientos de miles de mujeres, niños y ancianos indefensos.

Ya también, nuestras denuncias habían sido firmadas por un amplio número de premios Nobel. En Roma mi esposa, Susana, y yo mismo tuvimos una serie de encuentros con superiores de algunas congregaciones religiosas que trabajan en aquella región africana, con altos responsables de la Comisión Pontificia Justicia y Paz y también con los dos miembros de la comunidad de San Egidio que habían actuado como negociadores en diversos conflictos y que seguían haciéndolo en Burundi, el padre Matteo y Roberto. Durante dos días fuimos atendidos muy amablemente por los miembros de la comunidad, pudimos participar de su preciosa liturgia y hablar durante bastantes horas con ambos. Pero, respecto a firmar nuestras denuncias, nos manifestaron que ellos nunca hacían esos posicionamientos públicos para no entorpecer su tarea mediadora.

No sólo entendimos esa opción sino que teníamos clara conciencia de la necesidad y de la importancia de que alguien jugase ese papel de mediación. Pero eso no evitaba el dolor de constatar la terrible soledad en la que cientos de miles de hermanos nuestros vivían sus últimas horas. Fue entonces, en esa situación crítica y de abandono, de la que nuestra solidaridad con las víctimas nos había hecho copartícipes, cuando por complementariedad y contraste -no por oposición- respecto a otras vocaciones, se hizo la luz respecto a la nuestra propia. Nuestro sufrimiento residía no sólo en la materialidad misma de la tragedia sino también, tanto o más que en ella, en la criminalización de que eran objeto tantos cientos de miles de víctimas inocentes. Nos rebelaba profundamente el hecho de que, además de ser ignominiosamente asesinadas -o precisamente por eso, para poder ser eliminadas “justificadamente”-, fuesen presentadas al mundo colectivamente como genocidas. Fue entonces cuando tuve la clara certeza de que sin verdad nada es. Sin ese fundamento de la verdad no pude existir la más mínima justicia, ni la más elemental sociedad humana, ni ningún tipo de espiritualidad, ni ningún otro nombre de Dios. Sin verdad ni justicia nada es, nada puede ser. El hecho de que tanto en sánscrito, como en otras lenguas, la raíz etimológica del término verdad, satya, aluda a lo que es real, sat, seguramente tiene mucho que ver con esta intuición.

2. Satya: Del Dios verdad a la Verdad-Dios

La centralidad de la Verdad en la vida de Gandhi es tal que, de hecho, cuando tuvo que dar un título a su propia autobiografía eligió éste: La historia de mis experimentos con la Verdad. En Gandhi el nombre verdad no es un simple adjetivo o atributo de Dios, ni tampoco es uno más de sus muchos nombres. El “Dios verdad” del título del presente artículo es transformado por él en la “Verdad es Dios”.

“Siendo muy joven, me enseñaron a repetir lo que en las Escrituras hindúes se conoce como los mil nombres de Dios. Pero estos mil nombres no son en modo alguno exhaustivos. Nosotros creemos, y yo pienso que es verdad, que Dios tiene tantos nombres como criaturas hay. Por eso también decimos que Dios no tiene nombre. Y, así como Dios tiene muchas formas, también consideramos que Dios no tiene forma; y del mismo modo que Dios habla a través de muchas lenguas, también consideramos que Dios no habla; y así sucesivamente. De hecho, cuando comencé a estudiar el Islam, descubrí que también el Islam tiene muchos nombres para llamar a Dios.

Con los que dicen ‘Dios es Amor’, yo digo que Dios es Amor. Pero en lo más hondo de mi ser afirmo que, aunque Dios sea Amor, por encima de todo Dios es Verdad. Yo había llegado a la conclusión que la frase que ofrece la descripción más plena de Dios que los seres humanos pueden alcanzar es ‘Dios es Verdad’. Pero hace dos años di un paso más y dije que la Verdad es Dios. Hay una sutil distinción entre ambas afirmaciones: ‘Dios es Verdad’ y ‘La Verdad es Dios’. Llegué a esta conclusión después de una búsqueda continua e incesante de la verdad que empezó hace cincuenta años. Más tarde descubrí que lo que más nos acerca a la verdad es el amor. Pero también comprendí que la palabra amor tiene muchos significados, y que el amor humano, en el sentido de pasión, puede convertirse en algo degradante. También percibí que el amor, en el sentido de la no violencia, tenía pocos partidarios en el mundo. Pero nunca encontré un doble sentido en relación con la verdad…”[9].

Es posible que esta evolución hasta “la Verdad es Dios”, en la que parece darse un deslizamiento hacia un nombre que no parece exigir necesariamente carácter personal a Dios, produzca desasosiego a muchos teístas. Sin embargo, esa Verdad-Dios del Mahatma no es muy diferente de, por ejemplo, el Dios Ser absoluto de la filosofía escolástica, que junto a la misma Verdad o a la Bondad son llamados los trascendentales. Gandhi puso de relieve en incontables ocasiones el estrecho nexo existente entre satya y sat:

“La palabra Satya (Verdad) se deriva de Sat, que significa ser. En realidad nada es ni existe, excepto la Verdad. Por eso, Sat o Verdad es el nombre más importante de Dios. De hecho es más correcto decir que la Verdad es Dios que decir que Dios es la Verdad. La entrega a la Verdad es la única justificación de nuestra existencia. Todas nuestras actividades deben estar centradas en la Verdad. La Verdad tiene que ser el alimento mismo de nuestra vida”[10].

“… según la filosofía hindú, sólo Dios es, y nada más existe. Y esta misma verdad se encuentra subrayada y ejemplificada en el Islam, que afirma claramente que sólo Dios es y que no existe nada más. De hecho la palabra sánscrita traducida por verdad viene de sat, que significa literalmente lo que existe. Por esta y muchas otras razones, he llegado a la conclusión de que la definición la Verdad es Dios es la que más me satisface. Y si queremos encontrar la Verdad como Dios, el único medio inevitable es el amor, es decir, la no violencia. Y como creo que, en última instancia, los medios y los fines son términos intercambiables, no dudo en decir que Dios es Amor”[11].

Esta evolución de Gandhi desde el Dios verdad hasta la Verdad-Dios nos puede incluso ayudar a los cristianos a continuar purificando nuestra fe teísta. En primer lugar, nos puede ayudar, al igual que lo hacen otras líneas teológicas, a no quedarnos colgados en la estratosfera de una reflexión filosóficoteológica esencialista que no haga pie en el mundo real de pobreza, exclusión, injusticias y guerras, en el que vivimos. Porque a Gandhi no le interesa tanto lo que Dios es o pueda ser en sí mismo -si es que ese conocimiento está a nuestro alcance-, sino lo que es en relación a nosotros y al mundo. Y no sólo en relación a nosotros en cuanto individuos, sino también en cuanto somos una sola gran familia humana, constituida por pueblos diversos libres y soberanos. Es desde ese punto de vista desde donde Gandhi descubre la fuerza de la verdad, satyagraha, como la más poderosa para transformar la historia. Y al Dios-SatyaSat como la fuente de la que mana esa fuerza. Dejaré esta vía de reflexión para el próximo apartado. Entretanto me limitaré a constatar cómo, en segundo lugar, la evolución que el mismo Gandhi vivió hasta la Verdad-Dios, puede ayudarnos también a purificar nuestra fe en un Dios personal demasiado antropomórfico, demasiado a nuestra imagen y semejanza.

Quizá seamos nosotros, los cristianos y otros teístas, los que, en nuestras aproximaciones al Misterio de Dios, olvidemos a veces que sólo son eso, unas aproximaciones desde nuestra limitada percepción tridimensional de la realidad y no definiciones exactas de Aquel que es Innombrable. Quizá seamos nosotros los que nos deslicemos demasiado hacia un lenguaje teológico unívoco y hacia las definiciones dogmáticas, olvidando que respecto a Dios el único lenguaje posible es el analógico. Y que aún este debe ser bien compensado con la llamada teología negativa, que nos recuerda que El está más allá de cuanto podamos decir, pensar o imaginar. Cuando el Señor Jesús pasaba las noches orando al Padre, o hablaba de Él a sus discípulos mediante parábolas, estaba expresando mucho más que una creencia teísta. Manifestaba toda una profunda relación existencial con Aquel que reconcilia en si mismo todos los opuestos, incluida la oposición personal-no personal. Gandhi expresa esto mismo en un maravilloso fragmento:

“Dios es para mí Verdad y Amor. Dios es ética y moralidad. Dios es intrepidez. Dios es la fuente de la Luz y de la Vida y, sin embargo, está por encima y más allá de todo esto. Dios es conciencia. Dios es incluso el ateismo de los ateos. Dios trasciende el lenguaje y la razón. Es un Dios personal para quienes necesitan su presencia personal. Dios toma cuerpo para quienes necesitan palparlo. Dios es la más pura esencialidad. Dios, simplemente, es para quien tiene fe. Él es todo para todos. Dios está en nosotros, pero también por encima y más allá de nosotros…”[12].

Por otra parte, a muchos cristianos este Dios SatyaSat no puede dejar de evocarnos al Yaveh que en el monte Horeb revela a Moisés su nombre: “Yo soy el que soy”[13]. Gandhi hablaba de los mil nombres de Dios. También en la Biblia el Único Dios recibe muy diversos nombres. Sin embargo, el nombre que Él mismo revela en el Horeb ocupará en toda la tradición posterior un lugar excepcional. Se trata de una experiencia fundamental no sólo para el judaísmo en general sino también para el judío Jesús en particular y, por tanto, también para nosotros sus seguidores. De modo semejante, Gandhi reserva al nombre Satya -tan inseparable de su raíz Sat– un lugar único. Él dice no haber recibido una especial revelación de Dios, pero afirma: “Mi firme creencia es que Dios se revela diariamente a todos los seres humanos, pero cerramos los oídos a esa suave voz. Cerramos nuestros ojos a la columna de fuego que está frente a nosotros”[14].

Al mismo tiempo, el Yaveh que se revela en la zarza que arde sin consumirse en el Sinaí no permanece en su inaccesible nebulosa esencial, sino que escucha el clamor del pueblo oprimido, se manifiesta y libera. Y esto es tan fundamental en la teofanía del Horeb como el mismo nombre que manifiesta a Moisés. Así también, la Verdad-Dios de Gandhi es precisamente eso, liberadora. Y lo es para opresores y oprimidos a la vez. Refiriéndose a los indios de Sudáfrica, que “creían que la Verdad era su meta, que la Verdad siempre triunfa, y que con la certeza de ese propósito se mantuvieron persistentemente aferrados a la Verdad”, dice que “se liberaron del miedo a la muerte” y que incluso “la cárcel era para ellos un palacio, y sus puertas la entrada a la libertad”[15].

Al igual que Moisés, Gandhi se siente llamado a encabezar una lucha liberadora. Pero se trata no de una lucha cualquiera, sino de un tipo muy específico de lucha, la de la no violencia. Una lucha cuyas claras pautas él mismo estableció, no sólo en cuanto a sus objetivos sino, tanto o más aún, en cuanto a sus medios. Una lucha sustentada no en la fuerza de las armas sino en la fuerza de la Verdad que nos “hará libres”. Una lucha en la que, cada día para más seres humanos, descansa el único futuro posible para nuestro mundo. Un mundo con injusticias y desequilibrios cada vez más clamorosos. Un mundo en el que armas de destrucción cada vez más masiva están en manos de unos gobernantes a los que muchos de nosotros consideramos demasiado irresponsables para la posición que ocupan. Armas cada vez más fáciles de conseguir por parte de grupos terroristas que crecen y se fortalecen. Y que, si se consolidan es, en cierta medida, por reacción frente a agresiones supuestamente liberadoras.

3. Un nombre divino para nuestro mundo globalizado

“La no violencia es la respuesta a las grandes cuestiones éticas y políticas de nuestra era. Nuestro reto es el de superar la violencia y la injusticia sin recurrir a ellas mismas”. Son palabras de un cristiano excepcional, que es también a la vez uno de los grandes líderes de la no violencia, Martín Luther King, al recibir el premio Nobel de la Paz. Como él mismo confesó, Cristo le proporcionó el espíritu y la motivación, mientras Gandhi le proporcionó el método[16]. Y esta extraordinaria valoración del papel de la no violencia, basada en la fuerza de la verdad y de la misericordia, no proviene sólo desde el ámbito religioso. Seguramente el no creyente Albert Einstein sabía muy bien lo que decía, una vez más, cuando con su modestia característica dijo de sí mismo: “Un gran sabio, no; soy un pequeño sabio. Sólo hay un gran sabio en nuestro siglo: es Gandhi”. De hecho, para Gandhi la verdad y la misericordia son fuerzas tan poderosas como las que estudia la física. “La ley del amor actuará como la ley de la gravedad, tanto si la aceptamos como si no. La persona que descubrió la ley del amor era un científico mucho mayor que cualquiera de nuestros científicos modernos. Lo que sucede es que nuestras exploraciones no han avanzado lo suficiente, y por eso no todos pueden ver todos sus efectos”[17]. En este sentido es significativo el título que dio a su autobiografía, al que ya me he referido: La historia de mis experimentos con la Verdad.

Esa poderosa fuerza no depende de nuestras propias limitaciones ni se ve afectada por ellas. “Una sola persona, si actúa guiada por esta ley de nuestro ser, puede desafiar a todo el poder de un imperio injusto para salvar su honor, su religión, su alma, y sentar las bases para la caída o regeneración de tal imperio”[18]. Más aún, esa fuerza no puede actuar más que a través de esas limitaciones, que nos obligan a depositar nuestra confianza sólo en la Verdad. Por eso, y por su anhelo de compartir siempre la suerte de los últimos, Gandhi rehusó siempre cualquier forma de poder y así lo recomendó encarecidamente a los suyos. Personalmente puedo dar testimonio de esa sorprendente fuerza de la verdad, que es bien real y que actúa más allá de la pequeñez del mensajero. En esa certeza, nuestra pequeña fundación ha iniciado en repetidas ocasiones acciones no violentas cuyos objetivos sobrepasaban en mucho nuestras posibilidades. En la última de ellas, por ejemplo, nuestro equipo de investigación ha podido localizar a testigos claves como Abdul Ruzibiza, el oficial que controlaba las colinas del aeropuerto de Kigali el 6 de abril del 1994, día en que se derribó el avión en el que viajaban los presidentes hutus de Ruanda y Burundi, asesinando a ambos. Lo ha convencido de la importancia de su testimonio y empezamos ya a constatar los cambios profundos que la verdad es capaz de obrar poco a poco[19].

A nivel social y político, la verdad es el único fundamento posible para un mundo en la legalidad, la justicia y la paz. Es también la gran llave maestra en un mundo en el que la información es cada día más global y absolutamente decisiva. En el mundo de la ciencia, que pretende la comprensión más exacta posible de la realidad, ni tan siquiera es necesario decir que la verdad es una categoría totalmente afín a ella. En el ámbito personal e interpersonal, la toma de conciencia de los mecanismos psicológicos que distorsionan la verdad de los hechos, es la única vía posible para una existencia personal y una convivencia armónicas y no destructivas. En el mundo de la espiritualidad, de las aproximaciones interreligiosas y del diálogo entre fe y justicia, ni el más mínimo avance es posible sin esta clave que es la verdad. Una verdad que no es otra cosa que la percepción correcta de la Realidad -o de la realidad, como se prefiera-. Esta percepción es, por ejemplo, una cuestión clave en una espiritualidad no teísta como la budista[20], que va ganando aceptación en un mundo que valora cada vez más la experiencia y entiende cada vez menos lo que él considera “creencias”…

Por otra parte, Gandhi puede aportar también una palabra de luz y misericordia en otra de las más graves cuestiones de la actualidad, que algunos parecen empeñados en envenenar, el llamado “choque de civilizaciones”. El Mahatma se dedicó en cuerpo y alma durante los últimos años de su vida a la ardua tarea de la reconciliación entre musulmanes e hindúes. Y al final, el Gandhigi tan amado por unos y otros, fue precisamente asesinado por un extremista hindú, furioso por lo que consideraba que eran concesiones excesivas a los musulmanes. Por aquella misma época el judío Albert Einstein decía a sus compatriotas algo que también haríamos bien en escuchar, ahora más que nunca, los que provenimos de una cultura cristiana: “Si no encontramos un camino de verdadera cooperación con el mundo musulmán, no habremos aprendido nada de dos mil años de historia y sufrimientos, y seremos merecedores de todas las desgracias que el futuro nos pueda deparar”. En ese camino, el Mahatma fue también un maestro excepcional. Su mensaje fue su vida, su testamento su muerte.

Por todo ello, a pesar de mi prevención ante cualquier tipo de grandilocuencia, no me resisto a concluir mis reflexiones con esta pregunta: ¿No será acaso la verdad -el Dios Verdad, para los creyentes- el elemento fundamental para el nuevo paradigma que nuestro tiempo necesita? Un nombre divino de hondura teológica y mística, que integra perfectamente en sí mismo el carácter Absoluto del Ser innombrable y su manifestación en la historia humana. Un nombre liberador, en el más global sentido de este término, que no puede dejar de incluir el ámbito político e internacional[21]. Un nombre para teístas y no creyentes…. Albert Einstein, contemporáneo y gran admirador de Gandhi, estableció las bases del paradigma científico que aún sigue vigente actualmente. ¿No será a su vez Gandhi quien haya sentado las bases del otro nuevo paradigma, esta vez filosófico, espiritual y político a un tiempo?

Enero 2.005. Juan Carrero Saralegui.


[1] Jn. 14,6.

[2] El jesuita John Dear, que en nuestros viajes a los EEUU apoyó generosamente nuestras acciones por la Paz en el África de los Grandes Lagos, recoge este relato en su libro sobre Gandhi, recientemente publicado por Sal Terrae. Ha hecho precisamente de esta respuesta de Gandhi el título del libro.

[3] Jn. 16,12.

[4] Jn. 18,6

[5] Diario de Mallorca, domingo 12 de septiembre de 1.999.

[6] The Collected Works of Mahatma Gandhi. Volumen 33, agosto 1.927.

[7] Volumen 33, marzo 1927

[8] Volumen 28, octubre 1925

[9] All Men Are Brothers, página 63.

[10] Volumen 44, julio 1930.

[11] All Men Are Brothers, página 64.

[12] Volumen 26, marzo 1925.

[13] Ex. 3,14.

[14] Volumen 20, mayo 1.921

[15] Volumen 13, septiembre 1.917

[16] El mismo Gandhi diría de Jesús. “Jesús fue el resistente más activo que quizá haya conocido la historia. Su vida fue la encarnación por antonomasia de la no violencia”. Volumen 84, junio 1.946. “Jesús expresó, como nadie más podía hacerlo, el espíritu y la voluntad de Dios. En este sentido, veo y reconozco en él al Hijo de Dios”. Volumen 74, octubre 1.941.

[17] Mi vida es mi mensaje, página. 52.

[18] Mi vida es mi mensaje, página. 47.

[19] El diario Le Monde publicó fragmentos de su testimonio en la 1ª, 2ª y 3ª páginas del 10 de marzo del presente año 2.004.

[20] La tradición cuenta que las primeras palabras del Buda tras su experiencia de iluminación fueron: “Oh maravilla, todos los seres están iluminados, pero por un modo erróneo de percibir las cosas no se dan cuenta”.

[21] “No puedo llevar una vida religiosa si no me identifico con toda la humanidad, y no puedo hacerlo si no participo de la vida política. Toda la gama de las actividades de la humanidad constituye un todo indivisible. No podemos dividir el trabajo social, económico, político y puramente religioso en compartimentos estancos. No conozco más religión que la actividad humana”. Volumen 62, diciembre 1.965.