Tras los recientes y serios enfrentamientos entre ERC y Junts, he tomado conciencia de que hace unos años me equivoqué: no creía que las cosas llegasen al punto al que han llegado. Mi admiración por el pueblo de Catalunya, fortalecida tras las manifestaciones masivas en Barcelona contra la agresión de Occidente a Irak y sobre todo tras la gesta del 1-0, me llevaba a creer que no se producirían unas divisiones tan profundas como las que en estos días estamos viendo, que no llegarían a aparecer en quienes lideran la política catalana unas pulsiones atávicas tan intensas como las que ahora se están evidenciando. Estas penosas divisiones seguro que están produciendo una gran satisfacción entre aquellos que siempre intentaron provocarlas.

Lo cierto es que esas pulsiones, siempre latentes en las profundidades de los seres humanos, se despiertan con demasiada frecuencia cuando la proximidad del poder empieza a trastornarnos. El Anillo Único de J. R. R. Tolkien, que enloquece a casi todos, parece ser mucho más que una ficción. La búsqueda del poder en sí mismo por parte de las élites globalistas es demasiado evidente y no hace falta referirse a ello. Pero cuando descendemos al ámbito de aquellos que luchamos por un mundo mejor, nos encontramos con la dolorosa constatación de que esa búsqueda del poder y del control emerge de nuevo, por más oculta que esté tras la máscara: “Por el bien de la causa”.

Tras esa noble máscara se toman decisiones que de nobles no tienen nada. Y así se llegan a hacer cosas que nunca deberían haber sido hechas. He visto demasiadas veces como las luchas internas por el liderazgo acababan abortando las verdaderas luchas, las emprendidas contra la injusticia y la opresión. Y la justificación racional de semejante afán inconfesable siempre era la misma: nosotros somos los que sabemos, los que lo haremos bien, los que lo lograremos, los que hemos de controlar a todos los actores y todos los resortes… A veces no se trata ni tan solo de un “nosotros”, sino de un “yo”.

La única legitimidad reside en el Parlament -proclama Pere Aragonés, cabeza visible e imagen pública de todo un colectivo-, nadie puede tutelarlo. La pregunta es: ¿Pero de qué Parlament hablamos? Yo creía que el 1-O había sido la gesta fundadora de un pueblo. Que de él habían surgido un Parlament, un president y un proyecto. Y creía también que, ante el ataque frontal del Estado español, era lógico constituir un Gobierno en el exilio, un Consell per la República. Pero parece ser que ERC da por buena la situación actual. Y que, por tanto, asume como hechos consumados todas las bárbaras actuaciones del Estado español para desactivar lo que en el 1-O se inició. Parece como si en aquel 1-O no se hubiese iniciado nada, como si se diese por buena la destitución de Puigdemont, como si el Consell per la República fuese tan solo una entelequia… Ahora son ellos, los de ERC, quienes por fin deciden. Y mejor solos, sin fantasmales Consells per la República de gentes de derechas.

El pasado mes de octubre Pere Aragonés declaraba que la unilateralidad no la ejerce «quien quiere, sino quien puede». Y añadía: “¿Quién puede inhabilitar a un president de la Generalitat por colgar una pancarta que dice lo que pensamos la mayoría de catalanes? ¿Quién puede enviar a la Policía y a la Guardia Civil a los colegios el 1 de octubre? ¿Quién puede enviar al monarca alineándose con los que gritaban ‘a por ellos’ para venir a aporrear a los catalanes? El Estado”. En el mismo momento en el que conocí semejantes declaraciones me di cuenta de que Pere Aragonés no entendió jamás ni lo que es la No violencia ni la fuerza de la desobediencia civil.

Nadie está obligado a inspirarse en la doctrina de la No violencia. Pero, al menos, ERC debería ser coherente y no hacer declaraciones en las que parece querer enmarcar en ella sus propias estrategias. Pero lo más preocupante para mí son las dudas que esas declaraciones me originan sobre la solidez del liderazgo de ERC en una situación tan crítica y decisiva como la actual. Por ello, la pregunta decisiva, desde mi punto de vista, es esta: ¿Puede liderar una verdadera revolución, como la que pretende el procés catalán, alguien que no sea un auténtico estadista, por mucho que pueda ser un buen presidente?

No sé si hay suficiente conciencia de que esto es una auténtica guerra, por muy incruenta que parezca ser. De hecho, Pere Aragonés se expresaba en términos prácticamente bélicos sobre la unilateralidad de quienes detentan en exclusiva la fuerza “legítima”. No sé si me estoy equivocando un poco o un mucho. Confieso que estoy algo lejos de esos acontecimientos. Pero la verdad es que todo esto me huele demasiado a una cosa a la que se suele llamar “traición”. En las elecciones inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el partido conservador de Winston Churchill fue derrotado. Pero, en pleno conflicto bélico el pueblo británico hubiese considerado que cualquier intento de socavar su liderazgo era una traición en toda regla.

Por eso me atrevo a utilizar un término tan fuerte como el de traición: porque, en medio de una campaña mediática policial tan dura y sucia por parte del Estado, no creo que este sea el momento para dar por acabado el liderazgo de aquel que muchos seguimos considerando como el legítimo presidente de la República Catalana, Carles Puigdemont. No es casual que los medios, tertulianos, “expertos” y demás fuerzas “intelectuales” y “morales” de la Indisoluble Unidad Patria se ensañen precisamente con él. Saben muy bien quien es el hombre a batir.

Me quito el sombrero, como suele decirse, ante la impresionante intervención última de Jordi Cuixart, en la que afirmaba que Òmnium no puede posicionarse en este enfrentamiento entre hermanos y en la que hacía un sentido llamamiento a la unidad, llamamiento seguido de un interminable aplauso de los asistentes. Es lo que a Òmnium le corresponde. Y parece que -¡ojalá así sea!- su sentida y respetada intervención ha supuesto un punto de inflexión. En mi caso, dada mi insignificancia y mi alejamiento del escenario catalán, creo que me corresponde escribir lo que estoy escribiendo. Al fin y al cabo, también estoy hablando de unidad. Pero de una unidad con un determinado liderazgo, que por el momento debería ser respetado.

Otra cosa que he aprendido en el último medio siglo (es decir, desde que en 1973 decidí que, desde mis raíces profundamente cristianas, intentaría ser un digno aprendiz de los métodos de la No violencia) es esta: en el ámbito del psiquismo humano y de las relaciones interpersonales se mueven fuerzas y realidades demasiado sutiles. Lo cual hace inútil todo intento de convencer a nadie de que tal o cual toma de posición huele demasiado a búsqueda de control, liderazgo y poder. Y hace mucho más imposible aún cualquier intento de “demostración” de la veracidad de lo que se afirma. Son cosas que se ven o no se ven. Y quienes siguen aún anclados en una concepción mecanicista, racionalista, cartesiana, controlable y demostrable de la ciencia deberían interesarse por la física cuántica.

Los “soñadores” viven en un mundo extraño, diferente de aquel que la gran mayoría de la humanidad llama la realidad. Algunos de ellos llegan a ver antes de morir (con frecuencia asesinados) como su sueño se va fusionando con la “realidad”, transformándola en una o mayor medida. Es el caso de aquel Martin Luther King que, conmovido desde lo más hondo, gritaba “He tenido un sueño”. Pero la mayoría de ellos, la mayoría de los auténticos soñadores, no de los quiméricos ingenuos, mueren sin ver el cumplimiento de las antiguas profecías. Como aquella que proclama que los anavin poseerán la tierra. Sin embargo mueren en paz, con la clara conciencia de haber hecho lo que debían hacer: seguir aquello que mahatma Gandhi llamaba “la suave voz interior”; ser fieles al principio último y superior, el de la dignidad; hacer siempre lo correcto por más inútil que parezca ser… Acabo con dos de los cuatro párrafos que elegí para la tapa trasera del libro Los cinco principios superiores:

“En las más decisivas batallas de la humanidad, aquellas que marcarán para siempre la evolución misma de nuestra especie, la más profunda clave es la de la dignidad. Y ahora estamos librando una de ellas. Ni el “realismo”, ni la “prudencia”, ni el pragmatismo serán efectivos en esta hora crítica. Solo la dignidad nos permitirá liberarnos de la ‘tutela’ de los grandes financieros y de las reglas de sus ‘mercados’. En estos días […], no debemos olvidar que esto es realmente una guerra. Y que, como frente a todas las guerras, solo existen dos alternativas: sacrificios o sumisión.

Pero es una guerra que quienes estamos dentro de este Sistema occidental solo podremos librar con las ‘armas’ de la no violencia. En este tiempo en el que nuestras instituciones representan cada vez menos a los ciudadanos y sirven cada vez más descaradamente a los grandes poderes financieros, será de gran utilidad comprender qué son la desobediencia civil y la no violencia, cómo las descubrieron Gandhi y Luther King, de dónde nacen, cuál es su fuerza… La realidad no es algo que esté ‘ahí afuera’, sólida e inamovible. El observador altera siempre lo observado. No solo lo afirman numerosas tradiciones espirituales milenarias sino también, desde el Siglo XX, la física. La generosidad (tercer principio superior), la verdad (cuarto) y la dignidad (quinto) aún cuentan. El antónimo de la bella palabra utopía no es realismo sino mezquindad. Y sus sinónimos, igualmente hermosos, son empatía, magnanimidad y coraje.

Joan Carrero fue el tercer objetor de conciencia al servicio militar obligatorio de España, salvo los Testigos de Jehová. En 1974 tuvo que exiliarse a Argentina donde trabajó durante tres años con comunidades quechuas de los Andes argentinos, colaborando con Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz 1980. El mismo Pérez Esquivel presentó la candidatura de Joan Carrero al Nobel de la Paz en el año 2000 por su trabajo a favor de la Verdad en el África de los Grandes Lagos.

Preside la Fundació S’Olivar d’Estellencs, en la Sierra de Tramuntana de Mallorca, desde la que ha encabezado iniciativas como la presentación de una querella contra el gobierno de Paul Kagame de Ruanda por genocidio y crímenes contra la humanidad que llevó al Auto de procesamiento de 40 militares ruandeses emitido por el juez Fernando Andreu de la Audiencia Nacional española, o la creación de una mesa de diálogo entre las diferentes partes del conflicto de Ruanda. Es autor de diversos artículos y de 4 libros: África, la madre ultrajada (2010), La hora de los grandes «filántropos» (2012), Los cinco principios superiores (2015) y El «Shalom» del resucitado (2018).

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