Los resultados de las elecciones en la Comunidad de Madrid, aunque esperados, no dejan de ser sorprendentes. A no ser que ya no nos sorprendan los casos de corrupción que han protagonizado buena parte de las autoridades del Partido Popular que gobiernan por la capital, ni la pésima gestión política que ha desguazado los servicios públicos madrileños, ni la polémica gestión de la pandemia que ha hecho la presidenta de la Comunidad de Madrid, líder en mortalidad y en contagios.

Puestos a buscar explicaciones, seguro que el mérito de estos resultados electorales, en buena medida, se puede atribuir a los medios de comunicación de la capital que día a día denigran la profesión del periodismo actuando de corifeos de la derecha y de la extrema derecha (si es que ambas se pueden separar).

Al menos, ésta es la explicación que puede dar la izquierda derrotada. Pero no es, ni con mucho, la causa principal. Porque la izquierda, especialmente el PSOE (si aún lo podemos considerar de izquierdas), tiene buena parte de culpa. Y no por la gestión de la pandemia que haya podido hacer el presidente Sánchez, ni por la falta de carisma del candidato Gabilondo (demasiado buena persona para las exigencias actuales de la política). Las razones de la derrota del PSOE en Madrid son mucho más profundas, son estratégicas, incluso diría que son ideológicas.

Hoy, los comportamientos electorales de las sociedades han dejado en segundo plano al eje derecha izquierda. El eje más determinante ahora es el nacionalismo. Así ganó Trump, contra pronóstico, la presidencia de Estados Unidos con el eslogan «America First» (América primero), con el que se identificaron especialmente los blancos supremacistas y racistas y buena parte de los trabajadores de los sectores económicos afectados por la crisis, los cuales encontraban en los inmigrantes los culpables de haber perdido sus puestos de trabajo.

Es el mismo nacionalismo de Vox, absolutamente racista y xenófobo, aunque muchos lo quieran excusar, empezando por el expresidente Felipe González. Paradójicamente, estos mismos cargan todos los adjetivos despectivos al nacionalismo catalán, que siempre ha sido inclusivo. En palabras de Jordi Pujol «catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña».

Nacionalismo que ha explotado Ayuso, que ha dado la vuelta a su catastrófica gestión de la pandemia confrontando su particular defensa de la libertad con el gobierno «socialcomunista» de Sánchez y de Iglesias. Además, identificando Madrid con España, «Madrid es España y España es Madrid», ha abanderado el patriotismo español con el que se sienten identificados la mayoría de ciudadanos.

Aquí es donde el PSOE ha perdido la batalla ideológica. Si el PSOE hubiera sido fiel a sus principios y programas habría podido confrontar otro modelo de España al modelo arcaico de la derecha. Si en lugar de avalar la aplicación del artículo 155 en Cataluña, se hubiera opuesto a la judicialización del proceso catalán y a la represión violenta del pueblo que quería votar, si hubiera presentado un modelo de Estado federal respetuoso con todas las lenguas y culturas del Estado…, los electores habrían visto una alternativa clara al nacionalismo excluyente de las tres derechas. Pero los dirigentes del PSOE han querido competir con el mismo nacionalismo agresivo del PP, Ciudadanos y de Vox, y aquí ha perdido la batalla, quizá por muchos de años. Porque cuando los partidos políticos dejan de hacer pedagogía de sus ideales, sus potenciales votantes quedan sin referentes. Y si el PSOE defiende el mismo nacionalismo español que las derechas, ¿por qué no votar a las derechas directamente?