La dimisión del flamante consejero de Seguridad Nacional, el general Michael T. Flynn, dimisión interpretada de un modo que distorsiona totalmente los acontecimientos, ha sido portada esta semana en todos los grandes medios. Llega en mitad de la campaña, aún activa, para engañar al mundo con la historia de que Rusia influyó en los resultados de las pasadas elecciones estadounidenses al hacer públicos miles de cables secretos de Hillary Clinton o sobre ella. Quienes han intervenido sistemáticamente, cientos de veces y desde hace décadas, en campañas electorales y otros asuntos internos de los demás países se rasgan ahora las vestiduras escandalizados ante la supuesta intervención de Rusia en las últimas elecciones realizadas en su propio país. La última evidencia de tal intervencionismo estadounidense ha llegado esta semana: nuevos cables hechos públicos por WikiLeaks dejan en evidencia que la CIA espió masivamente en Francia durante las presidenciales de 2012.
Es inútil que Julian Assange declare que no fue Rusia la que le proporcionó cables secretos como los que dejan en evidencia la colaboración de Hillary Clinton con los terroristas yihadistas y sus graves responsabilidades criminales en Libia. Lo que importa no es la realidad de los hechos sino los objetivos buscados: poderosas gentes que se mueven en los submundos de las criminales cloacas imperiales, siguen acusando a Rusia. La dimisión del general Michael T. Flynn es una gran victoria para aquellos sectores del establishment que persiguen imponer la doctrina de que Rusia es el Nuevo Imperio del Mal. Irak, Irán y Corea del Norte (a los cuales posteriormente se agregaron Libia, Siria y Cuba) ya fueron convertidos en el Eje del Mal por George W. Bush en su discurso del 29 de enero de 2002. Esta nueva doctrina proporcionará a tales élites el ansiado nuevo enemigo que necesitan. De momento les puede servir para dar un golpe de Estado interno, un nuevo Watergate.
Pocos saben que el Watergate fue mucho más que un épico triunfo del periodismo de investigación. Lo que hubo detrás de tal fachada es muy esclarecedor para entender el actual acoso a Donald Trump. Joan Hoff explicó en Nixon Reconsidered que David Rockefeller estaba muy disgustado con la Nueva Política Económica (NPE) que Richard Nixon puso en marcha en 1971: aumento de aranceles, control del libre mercado, etc. (al igual que está sucediendo ahora). David Rockefeller solicitó al “errático” Richard Nixon (“errático”, una de tantas acusaciones que se hacen también a Donald Trump) un encuentro privado para discutir la “visión del comercio y de la economía internacional”. La solicitud fue inicialmente rechazada por el jefe de gabinete de Richard Nixon, H R. Haldeman, que al parecer aún no era consciente de cuál es el auténtico Estado oculto del país.
Finalmente, conseguido el encuentro, la propuesta de David Rockefeller fue rechazada por “no ser especialmente innovadora”. En aquel mismo momento Richard Nixon había firmado, aunque ni él mismo lo sabía, su renuncia a la presidencia. Fue el The New York Times, de la familia Rockefeller, el encargado de defenestrarlo. Escándalos incomparablemente más graves que el del Watergate, escándalos como el de las mentiras del Gobierno estadounidense sobre Irak, Ruanda o el Congo, no han tenido en absoluto ni un tratamiento mínimo en los grandes medios corporativos. Tras la caída de Richard Nixon, llegó a la presidencia Gerald Ford, miembro del Club Bilderberg y del Consejo de Relaciones Exteriores, que siguió dócilmente las estrategias y proyectos de Henry Kissinger.
Ahora hay que convertir a Rusia en el Imperio del Mal. Ya no es suficiente con el gran enemigo de estos últimos años: el terrorismo salafista creado por esta élite (sirviéndose más del Partido Demócrata que del Partido Republicano) y financiado por Arabia Saudí, Catar, etc. El gran enemigo de estos últimos años no solo está siendo derrotado militarmente desde que Rusia trazó en Sira una inequívoca línea roja sino que además, gracias a los cada vez más numerosos documentos y grabaciones filtradas, está perdiendo su máscara islamista y empieza a mostrar su verdadero rostro: el de orcos o trasgos creados por criminales como Zbigniew Brzezinski, Henry Kissinger o Hillary Clinton, todos ellos nefastos conspiradores al servicio de las grandes “familias”. ¡Sí, hay conspiraciones! Aunque estas gentes estén siempre a punto de desacreditar e incluso ridiculizar a quienes ellos califican de “conspiranóicos”, ellos a su vez fabulan cuantas conspiraciones les interesen, como hacen ahora inventando complicidades entre el “títere” Trump y el “demonio” Putin.
Ya no es suficiente -piensan- con el terrorismo salafista, hay que ir saliendo del Oriente Medio ampliado y apuntando ya directamente a la Federación Rusa, la gran potencia militar renacida, como el ave Fenix, de las cenizas de la antigua Unión Soviética. No se trata de algo nuevo, sino de la recuperación de la doctrina del Imperio del Mal proclamada por Ronald Reagan. Una doctrina que quedó en desuso tras el derrumbe de la Unión Soviética. Aquella “filantrópica” élite financiera, que con su proyecto de dominación mundial constituye el mayor peligro para la humanidad, necesita siempre unos enemigos, como el “terrorismo islamista”, y unas doctrinas, como la del Choque de civilizaciones, que le permita seguir avanzando en su gran proyecto “liberador”, en su gran proyecto de un solo mundo “sin nacionalismos ni guerras”, como ha estado proclamando durante décadas David Rockefeller. Necesita, sobre todo, demonizar a aquellos estados que no se sometan a su plan supremo.
En estos momentos dicha élite está sumamente activa en Estados Unidos, ya que acaba de perder un instrumento tan importante para ellos como es la presidencia de esa nación. Instrumento que todavía les es imprescindible para llevar a buen término su proyecto de un mundo sin estados verdaderamente soberanos, un mundo con una economía cada vez más globalizada (¡pero con un control cada vez más centralizado de ella!), un mundo sin guerras (¡pero con el legítimo uso de la fuerza militar controlado exclusivamente por ellos!), un mundo “libre”, “democrático”, “informado”, etc.
Todo el mundo habrá sabido en estos días de la existencia del general Michael T. Flynn. Sin embargo, estoy seguro de que casi ningún televidente, radioyente o lector de los grandes medios españoles conoce la existencia de otros generales estadounidenses llamados David Petraeus o Brent Scowcroft. Generales cuyas responsabilidades son incomparablemente más graves que las del general Michael T. Flynn. Son, directamente, grandes responsabilidades criminales. Fue el mismo Estado Mayor Conjunto el que tuvo que enfrentarse a estos generales que, junto a Hillary Clinton y la CIA, no dudaban en recurrir a grupos yihadistas para que hicieran el trabajo sucio del Imperio estadounidense. En especial, fue el general Michael T. Flynn, entonces director de la Defense Intelligence Agency (DIA, la agencia de inteligencia del Pentágono) el que se opuso a ellos. Finalmente Barack Obama tuvo que retirar a algunos de ellos de sus cargos. Vicky Peláez explica que en Estados Unidos existen “veintidós centros de entrenamiento, primero para los militantes del movimiento Hermanos Musulmanes y posteriormente para los wahabitas, salafistas etc. radicales. […] Uno de estos centros de entrenamiento, llamado “Islamville” está ubicado en Dover, Tennessee, a 51 kilómetros de la base militar de la División Aerotransportada de Asalto 101 (Screaming Eagles) Fort Campbell”.
Michael T. Flynn no ha cometido ninguno de los crímenes que han cometido estos otros generales. Simplemente cometió el error de anticiparse a establecer contactos con el embajador ruso y otros diplomáticos de diversos países como parte de la preparación de la transición en Washington. Estos contactos, un mes antes de la toma de posesión del nuevo presidente, serían ilegales: en esos momentos aún no podía implicarse en gestiones diplomáticas. Una antigua ley, que nunca había sido utilizada, prohíbe que los civiles realicen tareas de diplomacia. Por tanto, hasta aquí ninguna infracción grave. Pero, si enmarcamos el encuentro con el embajador ruso en el cuadro de la realidad previa e “incuestionable” de que Rusia es el verdadero Imperio del Mal, una Rusia presidida por Putin, la encarnación misma del diablo, entonces todo cambia. Los mismos que piden castigar duramente a Julian Assange, Edward Snowden y Chelsea Manning por haber filtrado mensajes y conversaciones, están ahora encantados con que se hayan filtrado las conversaciones del general Michael T. Flynn. Se trata, como afirma el periodista Glenn Greenwald, de “un sórdido y cobarde juego de Washington”.
Al conocer la hipocresía de un periodismo que jamás trató la cuestión de las perversas relaciones entre generales estadounidenses y yihadistas pero que ahora cayó en tromba sobre el general Michael T. Flynn, no pude menos de recordar aquello del evangelio: “Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!” (Mateo 23, 24). En consecuencia, con la eliminación del obstáculo Flynn tenemos una nueva y perfecta metáfora no solo del poder de los grandes medios corporativos para distorsionar radicalmente los acontecimientos, sino también una metáfora de lo que podría sucederle a Donald Trump: la pérdida de la presidencia por cuestiones de tipo formal, la misma presidencia que jamás le fue cuestionada a Barack Obama por sus gravísimas responsabilidades en tantos crímenes contra la paz.
La operación para desalojar a Donald Trump de la Casa Blanca va muy acelerada. Nos bombardean a todas horas del día con cosas tan “trascendentes” como el hecho de que Ivanka, la hija del presidente, se haya sentado en el sillón presidencial de la Casa Blanca. El nuevo presidente hasta ha sido diagnosticado ya por un grupo de psiquiatras (rompiendo consensos centenarios de mínimo respeto hacia el presidente) como no apto para ejercer la presidencia. Tal “diagnóstico” fue publicado en The New York Times -¡cómo no!-. A lo que ya han respondido otros profesionales. El hecho es que las certeras y frontales denuncias de Donald Trump sobre el enorme problema que son actualmente los grandes medios, medios profundamente deshonestos, medios que está totalmente al servicio de la élite globalista, escandalizan y ofenden a los acomodados profesionales de tales medios. En una rueda de prensa, Donald Trump negó la palabra a la CNN. ¡Oh Dios mío!
Estos mercenarios de la mentira se olvidan de que, hace tan solo un par de meses, una periodista de Russia Today abandonó indignada una rueda de prensa en Washington porque el portavoz del Pentágono, John Kirby, no solo se negaba a dar ninguna prueba sobre sus graves acusaciones de que la aviación rusa había atacado cinco hospitales y una clínica en Siria, sino que además la maltrató por ser periodista de Russia Today. Estos mercenarios se olvidan también de los tremendos ataques que Donald Trump ha sufrido por parte de esas mafias de la “información”. ¡Y se extrañan de que Donald Trump no les facilite nuevas oportunidades de seguir destrozando su imagen! Estos mercenarios se olvidan sobre todo de lo principal: de decirnos quiénes son sus jefes.
La CNN forma parte -como informa Global Research- del conglomerado de propaganda Time Warner/ AT&T, que controla el 33% de la infraestructura mundial de internet, servicios telefónicos, satelitales y de producción cultural. El consejo de administración de Time Warner/ AT&T está constituido por individuos conectados al Fondo Monetario Internacional, las fundaciones de Rockefeller, think tanks pagados por Exxon Mobil (como el Consejo de Relaciones Exteriores), el fondo de inversión de la oligarquía Warburg (Warburg Pincus) y la empresa armamentista AMR Corporation, además de Goldman Sachs y JP Morgan como accionistas claves. La crema del 1% más rico de los más ricos del planeta. Estas conexiones reflejan que CNN está integrado a la mega estructura del poder económico global, constituida por empresas y grandes corporaciones financieras, armamentísticas e industriales.
En las sucesivas guerras contra Medio Oriente, la CNN ha sido el púlpito estrella para que asesores de seguridad nacional y otros operadores justifiquen ante la opinión pública las “intervenciones” de Estados Unidos. Anderson Cooper, uno de sus periodistas más famosos, transmitió en vivo una llamada en 2011 de una mujer libia que se refugiaba de los «bombardeos» del “régimen”. Anderson Cooper clamó después: “Hay que actuar. ¿Cuánto tiempo más hay que esperar, cuánto más hay que ver, cuánta gente más tiene que morir?». Luego se demostró que los «bombardeos» en Trípoli fueron fabricados. Anderson fue formado por la CIA en su juventud y días después de esta transmisión la OTAN comenzó a bombardear -ahora sí en serio- a la población libia. La CNN es uno de los principales financiadores de las campañas electorales del Partido Demócrata.
Estamos viendo cada vez con más claridad, y seguramente descubriremos mucho más aún en el futuro próximo, la enorme capacidad de estos grandes medios para modelar la realidad. El tremendo poder que tienen para convertir su falsaria versión de los acontecimientos en doctrina absolutamente dominante es como una gran apisonadora que aplasta en mentes y conciencias cualquier saludable atisbo de cuestionamiento. Pero lo más sorprendente es que nuestra sociedad no parece capaz de aprender nada del pasado: la gran farsa mediática que hizo posible la invasión de Irak no fue una situación excepcional sino parte de una constante. ¿Cómo es posible que la gente siga considerando a estos órganos de propaganda criminal como medios para informarse?