El impacto de la muerte de Casaldàliga (Pere, dom Pedro, Pedro), ha sido enorme, impresionante, no solo en ambientes eclesiales y esto merece reflexión.
Es asombroso que aquel joven de Balsareny que ingresó en el seminario de Vic y luego en los Misioneros Cordimarianos-Claretianos, en pleno ambiente de franquismo y de Iglesia de Cristiandad preconciliar, al ir al Brasil se haya convertido en un Santo Padre de la Iglesia de los pobres y profeta de la liberación.
¿De dónde sacó fuerzas Casaldàliga para trabajar pastoralmente en Sâo Félix de Araguaia con los tapirapé y xavantes, defender a los posseiros contra los latifundistas, impulsar organizaciones cívicas y eclesiales en Brasil y toda América latina, criticar al Imperio del Norte y decirle a Pedro que deje la curia, desmantele el sinedrio, la muralla y abandone las filacterias? ¿Cómo tuvo libertad profética para maldecir las cercas y las propiedades privadas que esclavizan la tierra y a los seres humanos? ¿Quién le hizo resistir las amenazas de muerte de los poderosos y las críticas, sospechas y vetos de sus hermanos de báculo y mitra?
¿Cómo pudo sobrellevar la pobreza, los largos viajes en autobús, la soledad y las limitaciones finales del hermano Parkinson, mientras su corazón estaba alegre y lleno de nombres? ¿De dónde nació su esperanza de que, aunque seamos combatientes derrotados, nuestra causa es invencible, caminamos hacia la Tierra sin males, hacia la utopía, hacia la Esperanza con mayúscula?
No murió de pie como un árbol, sino en la cama, sin casi poder hablar y totalmente dependiente de los demás, sin tener nada, no llevar nada y no poder nada.
Estamos ante una vida misteriosa. No fue un simple planificador pastoral, ni un sociólogo, ni un economista, ni un mero revolucionario político. ¿Cuál fue la raíz última de su vida, cuál es su misterio oculto? Afortunadamente sus poesías nos ofrecen la clave hermenéutica de su vida.
No son poesías simplemente estéticas, sino místicas, como las de Juan de la Cruz, que nos abren al Misterio último, a un Tú, un Tú con el que posee una relación no meramente individual y religiosa, sino histórica, que le lleva a subir y bajar del Monte Carmelo, a escuchar el Viento del Espíritu en la calle.
Este Tú es Jesús de Nazaret, versión de Dios en pequeñez humana, hecho hombre en el vientre de María y clase en el taller de José. Para Casaldàliga, Jesús de Nazaret es su fuerza y su fracaso, su herencia y su pobreza, su muerte y su vida. Es el Jesús de la gruta de Belén y de los pastores, de las bienaventuranzas, de los pobres y pequeños, de las fieles mujeres, de la pasión y cruz, el Jesús del Reino, del amor hecho comida.
Este Jesús es piedra de escándalo y piedra angular, como lo son los pobres, es el libertador total, asesinado por el Templo y por el Imperio, pero cuyo sepulcro vacío, como los sepulcros del pueblo masacrado, anuncia la Mañana de la Pascua. Para Casaldàliga solo hay dos absolutos: Dios y el hambre, donde hay pan, allí está Dios.
Al obispo de Sâo Félix siempre le impactaba el capítulo 21 del evangelio de Juan, en el que veía como una síntesis de su vida: la pesca abundante en el lago de Tiberíades luego del fracaso de la noche oscura, mientras en la orilla un Personaje misterioso le invita a almorzar y pregunta a Pedro si le ama:
“Jesús de Nazaret, hijo y hermano,/ viviente en Dios y pan en nuestra mano,/ camino y compañero de jornada,/ Libertador total de nuestra vida/ que vienes junto al mar, con la alborada,/ las brasas y las llagas encendidas”.
Ahora, finalmente, Casaldàliga yace enterrado junto al río Araguaia, un río que simboliza el Mar Rojo, el Jordán y el lago de Tiberíades. Y en la alborada pascual de la resurrección, junto a la orilla, hay Alguien que le espera con los brazos abiertos para compartir el pan. Y quizás una garza blanca vela su tumba. El misterio de la vida de Casaldàliga finalmente se nos desvela. Los pobres le enseñaron a leer el evangelio.
Gracias, Pere, porque con tu transparente vida evangélica, nos acercas al Misterio último y en medio de nuestras noches oscuras, haces más creíble nuestra fe.
Fuente: Cristianisme i Justícia