La dirección del PSOE acaba de imponer a quince de sus diputados, aquellos que votaron NO a la investidura de Mariano Rajoy, las “correspondientes” multas. ¿Seguro que correspondía multar a los únicos que no traicionaron las promesas electorales del PSOE y actuaron en conciencia? No es extraño que en estos días sean frecuentes los artículos, editoriales o hasta debates sobre el declive o incluso la agonía de la socialdemocracia, considerada como la izquierda seria del sólido y estable sistema democrático europeo. Más allá de las diferencias en los análisis y opiniones respecto al futuro de la socialdemocracia, es evidente que en este momento está en una profunda crisis. En países como Grecia o Italia ya es irrelevante.

Es también bastante claro que la explicación de la sangría de votos que está sufriendo tanto por la izquierda como por la derecha (vale más votar al original que a la copia) hay que buscarla en el hecho de que en estas últimas décadas se ha ido deslizando hacia posiciones descaradamente neoliberales. Pero lo que siempre noto a faltar en los citados análisis o tertulias es una explicación coherente y suficiente de ese deslizamiento de la socialdemocracia hacia posiciones neoliberales (deslizamiento que explica a su vez su hundimiento), una explicación que vaya más allá que la de la consabida corrupción política. Hay un dato que es fundamental, desde mi punto de vista, para explicar ese deslizamiento pero que nunca aparece en tanto análisis políticamente correcto de los profesionales “serios”: en cierto momento las grandes familias financieras apostaron por una política con máscara socialista para ejecutar sibilinamente su proyecto hegemónico neoliberal e imperial. Podríamos tratar del papel de tales familias en la creación misma de la socialdemocracia, pero no quiero distraerme del eje del presente artículo. En todo caso, no me cabe la menor duda de que la socialdemocracia ha sido paulatinamente controlada por esa oligarquía financiera hasta llegar a lo que podríamos considerar un auténtico secuestro de ella.

Como expuse los sábados 30 de septiembre y 7 de octubre en el artículo titulado “Felipe, el dios, acusa”, ya es de conocimiento público que el ascenso al poder de los líderes del nuevo PSOE surgido del Congreso de Suresnes fue posible gracias a las conspiraciones del establishment estadounidense. Establishment en el que las grandes familias financieras son el centro de gravedad. Establishment que tuteló en todo momento la Transición española y optó por neutralizar cualquier influencia comunista y por marginar a los líderes y militante históricos del PSOE en el exterior. Así que, ya en su nacimiento mismo, el actual PSOE estuvo surcado por una profunda fractura: la que separa a la élite financiera anglosajona junto a sus lacayos “socialistas” (sin hablar ahora de los mediáticos), por una parte, y la sociedad española junto a aquellos que podrían haber sido sus legítimos representantes progresistas, por otra.

El domingo 30 de octubre (es decir, el día siguiente de la publicación de la primera parte del presente artículo, que en su título mismo hace referencia a una profunda falla), el ya ex secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, reconoció ante Jordi Évole la profundidad de tal fisura: afirmó que empresarios del mundo de las finanzas habían trabajado en el seno mismo del PSOE para que hubiera un Gobierno conservador y en contra de la alternativa que el mismo Pedro Sánchez pretendía liderar. Reconoció también el haber recibido un ultimátum por parte del diario de tales élites globalistas, El País (“El diario global” como él mismo destaca en su cabecera), para que se sometiese a la decisión ya tomada de investir a Mariano Rajoy.

Durante décadas esa falla original del PSOE ha permanecido aparentemente bastante inactiva. Pero el pasado domingo 23 de octubre un fuerte movimiento sísmico la agrandó de tal modo que dejó en evidencia que forma parte de una fisura mucho más profunda, extensa y antigua: un PSOE fracturado decidió hacer presidente a Mariano Rajoy por 139 votos contra 96, despreciando absolutamente la voluntad de las bases y deponiendo de modo rastrero al secretario general que ellas habían elegido. Es la misma falla que ha roto al socialismo francés, hundido como nunca en su índice de popularidad, que es tan solo del 7%: cuarenta de sus diputados llegaron a rebelarse frente a las políticas de sometimiento a las élites por parte del Gobierno de François Hollande.

Francia es considerada una pieza clave por estas élites anglosajonas. Y el proceso  de infiltración y control del PS francés es un proceso ejemplificador de lo que vengo afirmando. Ya en 2007, Pierre Hillard anticipó, en un artículo titulado “El Caballo de Troya estadounidense en Francia: la French American Foundation”, que el secuestro del PS francés es el resultado de décadas de trabajo de formación de una nueva generación de líderes adeptos de estos clubes anglosajones. Iniciaba así dicho artículo:

“Hoy por hoy, la oposición política [francesa] se materializa fundamentalmente entre aquellos que apoyan un gobierno unipolar del mundo bajo la autoridad de Estados Unidos y quienes preconizan un equilibrio de poderes regido por el Derecho Internacional. A ese nivel, la tradicional visión francesa que opone derecha e izquierda ya no es relevante, ya que tanto en uno como en otro bando, existen los partidarios de la Pax Americana. Una organización sin ánimo de lucro pero con cuantiosos fondos a su disposición, la French American Foundation (Fundación Franco-Americana), lleva treinta años dedicada a reclutar jóvenes líderes, destinados a convertirse en dirigentes algún día, para formarlos sobre el mantenimiento de la política atlantista.”

Se trata de una Fundación creada por el Consejo de Relaciones Exteriores y su semejante en el Reino Unido, el Real Instituto de Asuntos Internacionales. El 18 de mayo de 1976, el secretario de Estado Henry Kissinger anunció su creación durante el transcurso de una cena celebrada en la Embajada de Francia en Washington. Se decidió que tendría una sede en Nueva York y otra en París. Pierre Hillard se refiere a continuación al impresionante listado de sus miembros y simpatizantes, entre los que no faltaba, ¡oh casualidad!, el entonces todavía más joven François Hollande:

“La impresionante lista de participantes es tan extensa que no resulta posible reproducir en su integridad los nombres de todos los dirigentes y donantes. […]. Entre los numerosos contribuyentes financieros, pueden destacarse nombres de tanto prestigio como los de David Rockefeller, fundador de la Comisión Trilateral y presidente honorífico del Consejo de Relaciones Exteriores; el exsubdirector de la CIA y el exsecretario de Defensa del presidente Reagan, Franck Carlucci, que posteriormente ha ocupado el cargo de director del poderoso grupo Carlyle, la compañía vinculada a las familias Bush y Bin Laden, así como al sector de la defensa. […] La clave del sistema de influencia de la Fundación Franco-Americana es su capacidad para reclutar a personas destinadas a ocupar altos cargos; su gran punto fuerte lo constituye el acoger en su seno a representantes políticos venidos de corrientes ideológicas oficialmente opuestas: de socialistas a miembros de la UMP pasando por el gaullista Dupont-Aignan y el responsable de comunicación de la campaña presidencial de José Bové, Bernard Loche.”

François Hollande es solo un ejemplo. Pero podríamos hacer reflexiones semejantes, o más perturbadoras aún, sobre la figura del seductor Tony Blair. Todos estos líderes “progresistas” (socialistas, laboristas, demócratas…) creados por las citadas élites llevan además sobre sus espaldas terribles decisiones sobre sangrientas agresiones internacionales, comparables a las de los criminales conservadores George Bush, Nicolas Sarkozy o José María Aznar.

En conclusión, la falla que está desgarrando al PSOE y al PS francés forma parte de la misma gran falla que también separa a la militancia demócrata o laborista (que han apostado respectivamente por Bernie Sanders y Jeremy Corbyn) de los lacayos (Hillary Clinton así como Owen Smith junto a la mayoría de los congresistas demócratas y diputados laboristas) de las élites “filantrópicas” anglosajonas que dieron su gran golpe en los últimos días de 1913 al conseguir para sí mismos la Reserva Federal. Por ahora, estas élites siguen ganando la guerra. Pero los “populismos” empiezan ya a ganar algunas batallas. Se generaliza el pánico a los referéndums, en los que, al parecer, una plebe bastante ignorante, los “perdedores de la globalización”, vuelcan todas sus frustraciones y resentimiento. Se generalizan también los artículos de los analistas “serios” ensalzando las bondades de la democracia representativa y su superioridad sobre la democracia directa.

Pero, a pesar de tantos intentos de controlar los acontecimientos, serán los movimientos telúricos que surgen de las más profundas entrañas en ebullición de una poderosa Vida en constante evolución los que digan la última palabra. Quizá no sea solo la Falla de San Andrés la que, como alertan los científicos, está cargada y lista para provocar un gran terremoto. Una vez más se ha obstruido el paso, del modo más torticero, a la voluntad de reformas de la mayoría de la sociedad española. Que las élites y sus grandes analistas de pacotilla no se extrañen, pues, de lo que pueda llegar si persisten en sus pretensiones. Unas pretensiones que no cesan de incrementar las desigualdades y la exclusión.