Oh, que cansado estoy de mi
cobarde, vieja, tan salvaje tierra,
y cómo me gustaría alejarme,
hacia el norte,
donde dicen que la gente es limpia
y noble, culta, rica, libre,
despierta y feliz!
SALVADOR ESPRIU
Hace unos días se produjo el relevo en el gobierno de Alemania. El nuevo canciller, el socialdemócrata Olaf Scholz, recibió el traspaso de poder de manos de la que fue cancillera durante dieciséis años, la conservadora Angela Merkel. A pesar de formar parte de los dos partidos opositores, la ceremonia resultó exquisita en las formas. Merkel deseó suerte a Scholz, quien agradeció y reconoció los éxitos de su antecesora. Por desgracia estas formas educadas y llenas de convicciones democráticas son absolutamente impensables en el Estado español en la actualidad. De ahí la envidia sana que sentimos al comprobar el respeto con que se tratan los políticos alemanes, como en las Cortes Generales españolas, donde los gritos, las descalificaciones, los insultos y las mentiras forman parte del asqueroso espectáculo que a diario nos ofrecen los noticiarios.
Pero no sólo es en las formas que los políticos alemanes nos dan una lección, sino en el fondo. Para empezar, nunca se envuelven con la bandera para demostrar su patriotismo. Si los símbolos son de todos, no se pueden utilizar contra los adversarios. Igualmente, a socialdemócratas, conservadores, verdes, liberales e izquierda ni se les ocurre pactar con la ultra derecha de la AfD. Con los resultados recientes, el partido de Merkel pudo hacer mayoría parlamentaria con los liberales y la extrema derecha, pero ni lo intentó. Con estas convicciones democráticas no es raro que los Verdes, que han estado gobernando con los conservadores, ahora hayan entrado en el gobierno con los socialdemócratas y liberales. Simplemente, se llegan a acuerdos políticos para hacer posible la gobernanza y únicamente se aíslan a quienes tienen un comportamiento y una ideología antidemocrática.
Todo lo contrario que en España, donde Partido Popular y Ciudadanos se manifiestan con los franquistas de Vox y pactan en comunidades autónomas y ayuntamientos. Y, sobre todo, copian el discurso y las formas de la extrema derecha.
Esta semana, el líder de los populares, Pablo Casado, ha superado todos los límites que deberían permitirse. Es imperdonable que un aspirante a la presidencia del Gobierno fomente el odio contra una parte de los ciudadanos del Estado. Pero que mienta conscientemente acusando a los profesores de Catalunya de torturar a los alumnos que hablan en castellano, obedeciendo consignas políticas de los independentistas, es una infamia intolerable digna de ser denunciada en un juzgado de guardia. Y lo más grave es que nadie le reprocha ese comportamiento indigno. Ni los otros partidos españoles, ni los medios de comunicación le contradicen ni le recriminan el odio que rezuman sus insultos. Y la pregunta es: ¿hasta dónde llegarán? ¿Qué pretenden? Llegar al poder, pero ¿a qué precio?
Hace varias décadas, cuando comenzó el éxodo de ciudadanos alemanes hacia las Islas Baleares, un diputado alemán propuso que las Islas Baleares se convirtieran en el Land número diecisiete de Alemania (los länder alemanes son dieciséis). Naturalmente, la broma, aparte de escandalizar a algunos ultras españoles no tuvo más repercusiones. Pero, visto lo que está pasando en España, y lo que podemos esperar si alguien no pone un poco de sensatez, ¿dónde debemos firmar para convertir nuestra Comunidad autónoma en el decimoséptimo Land alemán? Además, nos ahorraríamos 3.000 millones anuales del déficit fiscal que soportamos con el Estado. No sería un mal negocio.