Sí, estamos en primarias. El éxito o fracaso de Bernie Sanders seguro que tendrá mayores consecuencias para nosotros que aquello que resulte, o no resulte, de las negociaciones que protagoniza Pedro Sánchez. Ya me he referido otras veces al hecho de que tras todas las grandes decisiones económicas y militares tomadas por nuestros últimos gobiernos hay siempre conversaciones o cartas que instan o incluso amenazan; conversaciones o cartas de tecnócratas, políticos, militares, diplomáticos o agentes estadounidenses o europeos que trabajan al servicio de las grandes familias financieras anglosajonas. Dichas familias son mucho más que financieras. Fueron en su día las grandes familias monopolistas del ferrocarril, el petróleo, etc. Pero en esta época de financiarización (en la que las finanzas alcanzan un volumen increíble y actúan de modo enloquecido y fuera de control, con un soporte cada vez menor en la economía real), hasta los recursos naturales, incluido el petróleo, son bienes con los que especular.

Así que, dando por supuesto todo lo anterior, de lo que hoy quiero tratar es de las primarias, suyas y nuestras, que se celebran en estos días. Y lo primero que me surge es una exclamación: ¡Dios nos libre, ante todo, de Hillary Clinton! La perversa fruición con la que esta política del más alto nivel contempló en su día las terribles imágenes del linchamiento de Muamar Gadafi me dejó atónito. Después de las imágenes del sonriente trío criminal de las Azores o las de George W. Bush y su equipo rezando piadosamente antes de atacar Irak y de provocar una increíble mortandad y desolación, creía que ya nada de la clase política del Occidente “democrático” y “liberador” me podría escandalizar. Pero me equivocaba.

Son unas imágenes incómodas de la candidata del establishment estadounidense, imágenes que los grandes medios corporativos globalistas se han cuidado de guardar bien en sus archivos. Cuando les interesa, sacan de contexto y agigantan simples anécdotas. Pero, por el contrario, otras veces consideran anecdóticos hechos realmente reveladores. De todos modos, es comprensible: están muy ocupados en dejar en evidencia al avieso Vladimir Putin, en repetirnos una y otra vez que el déspota Bashar al-Ásad es un estorbo para la democracia (un estorbo que hay que eliminar con ayuda de estados tan “democráticos” como el de Arabia Saudí) o en otras tareas tan “nobles” como esas. Están tan ocupados, que no tienen tiempo para minucias referentes a esa “gran dama” de la política estadounidense. En todo caso, sigo anhelando que Dios nos libre de esa “gran dama”. Y, sobre todo, que libre a Siria (o a lo que queda de ella) de esta mujer, “líder” sádica con los “malos”  pero vasalla sumisa respecto a los “honorables” hombres de Wall Street. Y que libere así mismo de ella a los siguientes países que están en la lista de aquellos a los que hay que “liberar”.

Ojalá que nos libre también del excéntrico bocazas Donald Trump, un autopromocionado “político” que va por libre. Como buen perro ladrador, sospecho que -como dice el refrán- es en realidad mucho menos mordedor que el resto de candidatos, todos ellos (ya sean republicanos o demócratas) surgidos de un sistema que algunos como Noam Chomsky califican como de partido único: el partido de los grandes bancos y las grandes corporaciones. Ojalá que Bernie Sanders no resulte una nueva estafa, semejante a la que ha sido Barak Obama. Ojalá que, como parece ser, después de la gran crisis-estafa actual esté rebrotando el mayor y más prolongado de los conflictos que ha sufrido Estados Unidos desde su Declaración de Independencia: la tremenda confrontación entre, por una parte, las grandes “familias” prestamistas, en constante campaña por conseguir y preservar el control del sistema monetario y financiero y, por otra, la sociedad en constante lucha por no perder el control democrático de su economía.

Tras el presidente Andrew Jackson, fue Abraham Lincoln quien tres décadas después tomó el relevo en esta tremenda guerra. Durante la Guerra Civil tuvo que recurrir al crédito de la familia Rotschild, al igual que los Confederados del sur, con un interés del 25% y hasta del 36%. En 1773 el alemán Mayer A. Rotschild había afirmado: “Las guerras tienen que ser dirigidas en forma tal que las naciones implicadas se hundan todavía más en sus deudas y queden entonces bajo nuestro poder”.  En 1865, el mismo año en el que fue asesinado, Abraham Lincoln se había negado a pagar a los banqueros los intereses de la deuda y, gracias a su Ley de Moneda de Curso Legal de 1862, había hecho que el Tesoro emitiese 449.338.902 dólares propios. Fue asesinado en 1865 y su ley inmediatamente derogada.

Durante la Guerra Civil, había afirmado: “Tengo dos grandes enemigos: el Ejército del Sur frente a mí y los banqueros detrás. De los dos, el que está atrás es mi mayor enemigo”. Y también: “Los poderes del dinero se alimentan de la nación en tiempos de paz y conspiran contra ella en tiempos de adversidad. Son más despóticos que un monarca, más insolentes que la autocracia y más egoístas que la burocracia. Denuncian como enemigos públicos a todos los que cuestionan sus métodos o sacan a la luz sus crímenes”.

Ya en aquel lejano conflicto, estas grandes “familias” utilizaban los medios de comunicación para secuestrar la democracia. En un editorial titulado “Los Greenbacks [así se llamó a los nuevos billetes] de Lincoln”, del diario londinense The Times, se podía leer: “Si esta malvada política financiera, consistente en la creación de dinero por el Estado, que se está llevando a cabo en la República Norteamericana continúa en vigor, al fin podrá emitir su propio dinero sin costarle nada. Tendrá todo el dinero necesario para llevar a cabo su comercio. Pagará todas sus deudas y nunca más las contraerá. Norteamérica se convertirá en el país más próspero del mundo, más aún, su prosperidad no tendrá parangón con nada visto hasta hoy. Este gobierno debe ser destruido, o nos destruirá a nosotros”.

El canciller alemán Otto von Bismarck no tenía duda alguna sobre el hecho de que fueron las grandes “familias” prestamistas las que estuvieron tras el magnicidio que acabó con su vida: “Obtuvo por el Congreso el poder de tomar préstamos del mismo pueblo, con la emisión de dinero y títulos. El Estado y la Nación huyeron de las maquinaciones de los banqueros. Ellos entendieron de inmediato que Estados Unidos se habría librado de sus garras. Esto decidió la muerte de Lincoln”. Curiosamente una historia bastante parecida se ha repetido cada vez que un nuevo presidente ha intentado que el Estado recuperase la facultad de emitir el dólar y controlar la política monetaria y financiera.

El último de ellos fue John F. Kennedy. El 4 de junio de 1963, medio año antes de ser asesinado, había despojado a la Reserva Federal de su prerrogativa de emitir en exclusiva el dólar. Había firmado la Orden Ejecutiva N º 11110 que devolvió al Gobierno la facultad de emitir moneda, sin tener que pedirlo prestado a la Reserva Federal. Inició la emisión de dólares por parte del Tesoro, con la pretensión de sustituir totalmente los de la Reserva Federal. Se dio la orden de emitir unos 4.293.000.000 dólares, a los que se llamó los United States Notes, que tendrían la garantía del Estado. Inmediatamente después del magnicidio, su sucesor, Lyndon B. Johnson decidía la retirada de todos los que estaban en circulación

Los posicionamientos de Sanders no parecen ser tan radicales como los de estos históricos líderes (yo no lo he oído hablar de volver a recuperar la Reserva Federal por parte del Estado), pero podrían inscribirse en aquella misma guerra que está latente desde el asesinato de John F. Kennedy: promete acabar con los privilegios de Wall Street (y tal lenguaje no parece ser una máscara como la que utilizó Barak Obama, que era en realidad el candidato más apoyado en su momento por Wall Street). Además, dado que la interrelación y la interdependencia entre todos y todo es mucho más real de lo que las apariencias nos dejan ver, me gustaría creer que el llamado fenómeno Corbyn, en el Reino Unido, así como las recientes iniciativas que están naciendo para intentar democratizar la Unión Europea frente a estos poderes económicos (iniciativas promovidas por personalidades como Yanis Varufakis y en las que participan Ada Colau o la eurodiputada Lola Sánchez) son también síntomas de que ya está más cercana la hora de un cambio profundo. Ojalá sea así ya que, como Noam Chomsky acaba de repetir una vez más, estamos viviendo el momento más crítico de la historia de la humanidad. Y no queda casi tiempo para reconducir los acontecimientos. Pero, en el caso de que Bernie Sanders esté verdaderamente dispuesto a enfrentarse a Wall Street, ¿hasta dónde le permitirán llegar?