Estados Unidos ha llevado a cabo recientemente un esfuerzo deliberado para ejercer presión militar y política sobre Pekín, y organizar provocaciones contra la República Popular China desde todos los frentes a lo largo de sus fronteras nacionales, ya que teme perder en su enfrentamiento con China y ser despojado de su posición de liderazgo en el mundo.

Para ello, las autoridades estadounidenses ampliarán su cooperación militar y técnica con los países de Asia-Pacífico (APAC), continuando con una inversión considerable en su presencia militar en la región, construyendo cada vez más nuevas alianzas militares y organizando numerosos ejercicios militares en torno a China, sin ocultar su orientación abiertamente antichina. Como señalan incluso los medios de comunicación estadounidenses, el acuerdo AUKUS entre los tres Estados –Estados Unidos, el Reino Unido y Australia–, a pesar de que no menciona oficialmente a China, tiene objetivos descaradamente antichinos, y facilitará de forma espectacular el intercambio de información de inteligencia, tecnología militar de vanguardia y desarrollos en el campo de la inteligencia artificial. Otros artículos del acuerdo están dedicados a las tecnologías de ataque rápido de largo alcance, reafirmando el compromiso de poner en común sus sistemas de vigilancia submarina para contrarrestar mejor el ascenso de China en Asia-Pacífico. En particular, con la aparición de AUKUS, se han multiplicado los titulares en los medios de comunicación que casi anuncian una guerra en el Mar de China Meridional.

A iniciativa de Washington, el Mar de la China Meridional, por el que discurre la principal ruta comercial de China, se ha convertido en un foco de tensión de posible enfrentamiento militar entre Estados Unidos y la República Popular de China. Las cuestiones territoriales en la región del Mar de la China Meridional llevan décadas, siendo Brunei, China, Malasia, Filipinas, Taiwán y Vietnam los principales actores que se disputan grupos de diminutas islas, arrecifes y rocas: las islas Spratly, en el sur, y las Paracel, en el norte, que sólo abarcan cinco kilómetros cuadrados en conjunto. Sin embargo, todo gira en torno a la llamada «zona económica exclusiva». Según la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar, se trata de una zona marítima de 200 millas náuticas de ancho alrededor de un trozo de tierra perteneciente a un país. Dentro de esta zona, el Estado que la posee puede dedicarse a la extracción de recursos y a otras actividades económicas. Y hay proyecciones no confirmadas de unos 50 billones de metros cúbicos de gas natural y más de 5.000 millones de barriles de petróleo sólo en la región de las islas Spratly, el archipiélago de Reed Bank.

Washington lleva mucho tiempo intentando poner el Mar de China Meridional bajo su control con el lema «Libertad de navegación».  Estados Unidos envía cada vez más sus buques de guerra a las aguas en disputa y realiza allí ejercicios con sus aliados, mientras que China responde con sus propias maniobras y convierte los arrecifes submarinos en islas artificiales con bases militares. Las peligrosas maniobras de ambos países ya han provocado una tragedia en una ocasión, cuando un avión de reconocimiento estadounidense y un caza chino que lo perseguía colisionaron en el cielo del Mar de China Meridional en 2001. Este tipo de incidentes podrían repetirse a medida que se deterioren las relaciones entre ambos países y podrían desembocar en un conflicto armado entre las dos potencias nucleares, con todas las consecuencias indeseables para el mundo.

El segundo foco de tensión ha sido creado recientemente por Washington en la región de la isla de Taiwán. Para contener a China, Biden está violando descaradamente el principio de «una sola China», que los estadounidenses aceptaron en su día como una de las principales condiciones para normalizar las relaciones entre Estados Unidos y China. Los buques de la Armada estadounidense se han convertido en los violadores más frecuentes de las aguas territoriales chinas en el Estrecho de Taiwán.  La situación en torno a Taiwán se agravó especialmente tras la provocadora visita de Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, que llegó a la isla el 2 de agosto, a pesar de que China la instó a abstenerse de hacerlo. Sin embargo, menos de dos semanas después de la visita de Pelosi, otra delegación del Congreso de Estados Unidos llegó a Taiwán, provocando descaradamente a Taiwán para que declarara su independencia de la China continental. No obstante, muchos observadores y expertos creen que el incidente no terminará ahí, ya que se espera que la tercera delegación del Congreso estadounidense visite la isla antes de finales de agosto. Por tanto, podemos estar de acuerdo con la conclusión de Lyle Goldstein, experto en China de la organización de investigación Asia engagement at Defense Priorities, con sede en Washington, que subrayó en una entrevista con el New York Times que estos viajes «podrían contribuir a la escalada». También señaló que «China y Estados Unidos están en una vía peligrosa, que conduce a la confrontación militar».

Últimamente, Washington ha estado igualmente activo realizando claros movimientos antichinos a través de Asia Central en las fronteras noroccidentales de China. El ejercicio del puesto de mando «Cooperación Regional 22» del Mando Central de Estados Unidos, celebrado en Tayikistán del 10 al 20 de agosto de este año, ha sido una vívida ilustración de ello. En él participan, junto a los militares estadounidenses, representantes de las fuerzas armadas de Kazajstán, República Kirguisa, Mongolia, Pakistán, Tayikistán y Uzbekistán. Durante este periodo, el Pentágono y las Fuerzas Armadas de Tayikistán también tienen previsto realizar maniobras bilaterales conjuntas sobre el terreno en el centro de entrenamiento de Fakhrabad, en Tayikistán. Además, a distintos niveles, los militares de Kazajstán y de otros países de la región han comenzado a participar en las maniobras conjuntas Steppe Eagle, Jardem y Balance-Kayak junto con unidades de Estados Unidos, Reino Unido, Turquía y otros países de la OTAN. Al mismo tiempo, Estados Unidos, en el marco de los acuerdos firmados sobre cooperación militar con las repúblicas de Asia Central, prevé no sólo las maniobras sino también la presencia de «centros de entrenamiento» permanentes del Pentágono, bases encubiertas e instrumentos para el proceso gradual de toma de control de las fuerzas armadas de Asia Central por parte de la Alianza del Atlántico Norte, cuya orientación antirrusa y antichina ya ha sido proclamada oficialmente en más de una ocasión. Ni que decir tiene que el desarrollo de esta cooperación militar de Estados Unidos con los Estados de Asia Central se produce bajo el pretexto de unir fuerzas, aparentemente para combatir juntos el terrorismo y el narcotráfico, para preparar la participación en misiones de mantenimiento de la paz y para asegurar las fronteras. Sin embargo, está claro que en realidad todo esto se hace para practicar la interoperabilidad dentro de un mando único a cargo de Estados Unidos. Al mismo tiempo, se está sondeando a los dirigentes de Asia Central sobre su posible desvinculación del bloque con Rusia y China, tanto más cuanto que Washington ya ha trabajado en esta cuestión.

Con estas acciones, Washington busca deliberadamente desequilibrar a Pekín y agravar las relaciones con ella para provocar una dura reacción de China y hacer que «utilice la fuerza» en respuesta a las provocaciones deliberadas, que violan flagrantemente el principio de «una sola China» declarado públicamente por Estados Unidos. El segundo objetivo clave es formar un frente antichino en Asia Central y el Sudeste Asiático, utilizando, entre otras cosas, la hasta ahora contenida postura diplomática de Pekín en respuesta a las insinuaciones de Estados Unidos.

Vladimir Platov, experto en Oriente Medio, en exclusiva para la revista online «New Eastern Outlook«.

Fuente: New Eastern Outlook