¿Son suficientes las claves con las que los expertos de todos los ámbitos intentan explicar las actuales vicisitudes mundiales que están llevando a la humanidad tan cerca de su extinción? ¿Seremos incapaces de darnos cuenta de que “nuestras” elites están compuestas por seres arrogantes, corruptos y perversos que han perdido el sentido de realidad, al igual que los alemanes del periodo nazi no fueron capaces de ver que sus dirigentes vivían en un profundo delirio paranoico?

Existen analistas que se centran casi exclusivamente en la situación bélica mundial, en el ámbito de la geoestrategia y el de la geopolítica. No lo hacen por ignorancia de un marco más amplio (el de las relaciones internacionales y el de la política y la economía en general), sino porque ese ámbito militar es su especialidad, una valiosísima especialidad. Me viene, por ejemplo, a la mente Juan Antonio Aguilar, director del Instituto Español de Geopolítica. Otros se mueven en el citado ámbito más amplio. Y algunos de ellos lo hacen especialmente en el de las claves, absolutamente fundamentales, de la economía tanto occidental como global. Es el caso de Dennis Small, del movimiento larouchista.

En su brillante informe semanal del pasado 15 de septiembre, que trató sobre la grave situación mundial actual, unificó una vez más muchos de estos ámbitos. Pero a mi entender dejó abierta una importante cuestión, ya sea por la imposibilidad de agotar en treinta o cuarenta minutos los múltiples aspectos que se dan en la complejísima situación mundial actual o ya sea por la extrema irracionalidad del mundo delirante o incluso directamente luciferino en el que esa cuestión nos introduciría en el caso de que nos atreviésemos a analizarla a fondo.

Dennis Small afirmó que están intentado hacer con Rusia aquello que siempre hacen antes de atacar a un país: debilitarlo lo más posible. Pero, si se reconoce que en Occidente existe una camarilla capaz de intentar algo tan delirante como es el debilitar a la mayor potencia nuclear mundial antes de un ataque final frontal masivo contra ella (para continuar luego con China), se hace inevitable la cuestión a la que he calificado como importante cuestión pendiente: ¿Qué tienen en mente las gentes de esta reducida camarilla-secta que están llegando a un grado de provocación a Rusia tan extremadamente peligroso?

Es una cuestión a la que sí respondió Marcelo Ramírez hace unos días:  (desde el minuto 1:19 al 1:25). Existe una reducidísima camarilla, que compone el núcleo más profundo del estado profundo anglo-occidental, fanáticamente maltusiana, a la que el exterminio de 5.000 o 6.000 millones de seres humanos en una guerra termonuclear le vendría como anillo al dedo. A estas gentes les quedaría un mundo de tan solo 2.000 millones de personas, que podrían administrar a su gusto.

Son gentes que vienen realizando estudios que les llevan a la convicción de que el uso de las armas nucleares actuales no conllevaría la destrucción total del planeta ni una recuperación muy prolongada de él, como antes se creía. Y están al parecer decididos a llevar adelante semejante proyecto maltusiano (1:07 – 01:12:30). Son ellos los que están forzando la guerra de Ucrania, sobrepasando todas las líneas rojas sobre las que Rusia había alertado.

Se le conceda credibilidad a Marcelo Ramírez o no (yo sí se la concedo, porque también había llegado a conclusiones semejantes), hacerse semejantes cuestionamientos no es caer en especulaciones poco serias ni en submundos conspiranóicos e incluso esotéricos. Lo luciferino, ya sea como expresión visible de unas realidades misteriosas y ocultas, aunque realmente existentes, o ya sea como expresión tan solo de un delirio subjetivo de gentes en cuyo interior anida el mal, es un factor que está bien presente en estas elites (aunque el exponer ahora las pruebas de ello sobrepase el reducido marco de este artículo), del mismo modo que ya antes lo estuvo en la absolutamente increíble camarilla alucinada de Adolf Hitler.

Negar todo este tenebroso ámbito de “el mal” en función de una supuesta racionalidad, seriedad o profesionalidad es, desde mi punto de vista, caer una vez más en el racionalismo, el cientificismo, el empirismo, el positivismo, el determinismo, el materialismo y cualquier otro chato reduccionismo de siglos pasados que la Física, en especial la mecánica cuántica, ha demolido para siempre. Reduccionismos que desde tiempos inmemoriales han lastrado el avance de la humanidad en la comprensión de ese complejísimo misterio que llamamos la conciencia. Misterio sustentado, a su vez, en realidades tan complejas como lo son también la misma materia-energía y la misma vida

Por eso estoy cada vez más convencido de que, más allá de las claves militares, políticas y económicas, o incluso psicopatológicas (tan imprescindibles para estudiar a personajes como Adolf Hitler), existen otras importantes claves que no pueden ser reducidas a ninguna de las estudiadas por los expertos. Ni tan siquiera pueden ser reducidas a la ignorancia humana, con la que se suele intentar explicar desde las espiritualidades orientales no teístas la perturbadora realidad de la maldad. Son claves que tan solo suelen aparecer en el mundo de lo religioso o de los mitos, ya sean los clásicos o los actuales, los más populares de los cuales podrían ser los elaborados por Tolkien.

Esta imposibilidad de enfrentarse al hecho de que ninguna de las claves tratadas por los diversos especialistas explica suficientemente semejante locura y de que nos vemos obligados a recurrir a claves que exceden el campo de “lo científico”, me recuerda demasiado a las inercias mentales y a la cerrazón intelectual de los mismos científicos a lo largo de los siglos. Me recuerda demasiado, por ejemplo, al rechazo sufrido por el astrofísico y sacerdote católico belga Georges Lemaître, el padre (junto el matemático y meteorólogo ruso Alexander Friedmann) de las actuales teorías sobre el origen del Universo: la teoría de su expansión acelerada y la que sostiene que este se originó a partir de un “átomo inicial”, teoría a la que se acabó llamando teoría del Big Bang.

Es cierto que el hablar de mundos luciferinos nos confronta demasiado al ámbito religioso. Pero eso no es demasiado diferente de lo que sucedió frente a la teoría de George Lemaître. Los motivos por los que inicialmente muchos físicos eminentes rechazaron sus formulaciones, especialmente Albert Einstein (a partir de cuya Teoría de la relatividad el sacerdote belga había llegado a sus extraordinarias conclusiones) no fueron otros que estos: el belga era un sacerdote católico y, por añadidura, la teoría del Big Bang nos acercaba demasiado al metafórico relato bíblico de la creación.

Curiosamente, en ese mismo relato ya aparece también la figura de “la serpiente”. Esta es la nota que encontramos en la Biblia de Jerusalén sobre esta figura: “La serpiente sirve aquí de disfraz a un ser hostil a Dios y enemigo del hombre, y en el cual la Sabiduría, y luego todo el Nuevo Testamento y toda la tradición cristiana, han reconocido al Adversario, al Diablo”.

Pero dejemos de lado todo ese hipotético mundo luciferino y limitémonos a ocuparnos simplemente de la arrogancia y falta de sentido de realidad de una camarilla-secta de “iluminados” que, en su delirio de poder y dominación, se están atreviendo a cruzar ya lo que para Rusia es una línea roja decisiva, el ataque a Crimea. Y que, seguramente, no se detendrá ahí. Tanto delirio es suficiente por sí solo para llegar a la conclusión de que las claves utilizadas por la práctica totalidad de expertos son insuficientes para explicar las actuales vicisitudes mundiales que están llevando a la humanidad al borde de la extinción.

Desde la mentalidad de la gente “normal” (demasiado ingenua, por cierto), todas estas argumentaciones pueden parecer bastante rebuscadas y poco realistas. Yo, por el contrario, creo que no acabamos de darnos cuenta de que “nuestras” elites están compuestas por seres arrogantes, corruptos y perversos que han perdido el sentido de realidad. Al igual que los alemanes del periodo nazi no fueron capaces de ver que sus dirigentes vivían en un profundo delirio paranoico.

Son los reducidos miembros de la camarilla-secta que, con el control del dinero (que ahora ellos mismos emiten), se sienten desde hace siglos los grandes triunfadores del mundo. Son aquellos a quienes, como tantas otras veces a lo largo de la historia, la soberbia luciferina los empezó un día a cegar. Son aquellos que a partir de 1971 empezaron una loca carrera desbocada hacia la actual desregulación y financiarización, que ha convertido la economía occidental en un inmenso rascacielos de 2.000 billones de derivados, sin respaldo ni fundamento alguno, a punto de colapsar.

Son también los dueños del complejo militar industrial, una de las pocas producciones que no desaparecieron en Estados Unidos por ser todas ellas mucho menos “rentables” que la pura especulación. Un complejo militar industrial que, en corrupta colusión con la política, fabrica armas carísimas que se están demostrando incapaces de competir con las incomparablemente menos caras fabricadas en Rusia y otros países “poco desarrollados”.

Son aquellos que, tras tantos y criminales “errores”, pretenden aún prolongar “por un siglo” más su “dominación de espectro completo” en un mundo más “sostenible”. Un mundo sin la actual masa poblacional de gentes inútiles que consumen los preciosos recursos de los que esa camarilla se cree la única y verdadera dueña. Tan solo el título que el secretario de Estado Henry Kissinger dio a su Memorando de Estudio de Seguridad Nacional 200 de 1974 ya es suficientemente revelador: “Implicaciones del crecimiento de la población mundial para la seguridad de los EE. UU. y sus intereses en el extranjero”. En él podemos leer: “La despoblación debería ser la máxima prioridad de la política exterior hacia el Tercer Mundo, porque la economía estadounidense requerirá grandes y crecientes cantidades de minerales del extranjero, especialmente de los países menos desarrollados”.

Pintura: Lucifero (Roberto Ferri, 2013)

David Rockefeller en la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo celebrada en El Cairo en 1994