Las gentes del establishment que llevaron a Hillary Clinton a la cúpula de una casta política instrumentalizada por ellos, han perdido una importante batalla. Tendrá que reorganizar sus estrategias si pretenden salir finalmente victoriosos de esta tremenda guerra, tanto de clases como imperial, que por ahora van ganando. Aunque no les salió del todo mal la actual jugada, ya que consiguieron tumbar a aquel que en realidad más odiaban, Bernie Sanders. Demasiada gente sigue teniendo aún sus mentes condicionadas por un falso bipartidismo del que estas élites se mofan. A este compañero de partido de su candidata jamás le perdonarán que, junto a otros dos senadores, lograse que la Reserva Federal, el Sancta Sanctorum del Sagrado Templo de su fanática religión financiera, fuese auditada por primera vez desde su creación en 1913. Gracias a tal auditoría tenemos una información de extrema importancia y gravedad sobre el rescate bancario. Información que sin embargo han ignorado o silenciado sistemáticamente todos los medios occidentales. Información sorprendentemente ignorada también hasta por la mayoría de quienes se consideran progresistas.
A pesar de su discurso autoritario, xenófobo, machista, demagogo, cambiante… con el que habría seducido a una masa de resentidos o ignorantes, según nos dicen los gurús del establishment, lo cierto es que Donald Trump jamás habría ganado las elecciones si no hubiese hecho una crítica frontal a la globalización que una reducida élite ha conseguido convertir en una financiarización enloquecida. Una financiarización que ha dañado gravemente incluso a las tradicionales finanzas asociadas a la industria y a cualquier otra forma de creación de riqueza real. Una financiarización que ha originado una desigualdad tan extrema que está generando oleadas de indignación y que, antes o después, provocará una auténtica revolución, una más de las tantas revoluciones que se han sucedido a lo largo de la historia. Una financiarización que (mientras se recorta más y más en las necesidades básicas de la sociedad o incluso se deja que las infraestructuras públicas se deterioren) infla una colosal masa de dólares circulantes fiduciarios (sin soporte en la economía real y cuyo monto ni el mismo Gobierno conoce) a fin de realizar descomunales rescates bancarios, generar enormes deudas soberanas o llevar a cabo sus cada vez más numerosas guerras imperiales.
Lo que los estadounidenses han decidido en estas elecciones no ha sido una nueva alternancia partidista en el engañoso y habitual marco del turnismo entre demócratas y republicanos, sino la continuación o ruptura del sistema creado y controlado por dichas élites financieras. Mientras tanto, los grandes medios, de las que ellas mismas son propietarias, repiten hasta la saciedad el mantra de que toda esta rebelión de la masas, que surge tanto por la derecha como por la izquierda, es solo populismo. Pronto iremos confirmando si Donald Trump se enfrenta realmente al sistema o si de nuevo el mundo ha sufrido otra genial manipulación de la opinión pública. En tal caso, se trataría de una estrategia tan genial como aquella con la que nos endosaron al primer presidente de color, un “salvador” que iba a meter en cintura a Wall Street. Las manipulaciones con las que pretendían llevar por fin a una mujer a la presidencia, aunque fuese una tan rechazada como Hillary Clinton, solo habrían sido igualmente una estrategia genial en el caso de que hubiese sido una sola estrategia junto a la candidatura de Donald Trump.
Pero hay demasiada gente y medios de comunicación del establishment que pusieron (y siguen poniendo) un interés tan excesivo en denigrar al candidato, que no parece que Donald Trump forme parte del núcleo duro de esa élite, las grandes familias financieras, ni de su proyecto de dominación. Otra cosa es que el nuevo presidente acabe sin casi margen de actuación o incluso engullido por un sistema que tiene una enorme capacidad para ir “integrando” cualquier disidencia. Sin descartar otras soluciones más “drásticas” que dicha élite, experta en intrigas que llegan hasta el magnicidio, sería capaz de ejecutar en el hipotético caso de que Donald Trump intentase poner en práctica algunas de sus “locuras” electorales, como la de desmantelar la OTAN, la de volver a auditar y meter en cintura a la Reserva Federal o la de restablecer la Ley Glass-Steagall.
Voy acabando ya con unas últimas consideraciones sobre el decisivo papel de los grandes medios corporativos y sobre las cada vez más evidentes flaquezas de la izquierda: con unos análisis que no son lo suficientemente lúcidos y profundos en esta hora crítica sino que están demasiado condicionados por unos medios que son los que en realidad están sosteniendo una globalización neoliberal e imperial decadente, estamos dejando el campo demasiado libre a los antisistema de la extrema derecha. Los grandes medios supuestamente progresistas están creado unos activistas desinformados y hasta fanatizados, capaces de manifestarse violentamente contra el triunfo de Donald Trump (el xenófobo que dice que expulsará a los refugiados sirios), pero a los que ni se les ocurre manifestarse contra la Hillary Clinton que ha jugado un papel tan activo en la destrucción de Libia y Siria (provocando así una marea humana de millones de refugiados).
A no ser que, como sospeché desde el primer momento y ahora está ya confirmado por WikiLeaks, no estemos frente a unas manifestaciones espontáneas sino frente a una nueva “revolución” de color o una nueva “primavera democrática” (como las hasta ahora financiadas por gentes como George Soros)… ¡en el interior mismo, esta vez, de los Estados Unidos! Por lo que, con estas manifestaciones y la gran cobertura que le han dado los grandes medios, ya tendríamos la primera evidencia de que van a intentar doblegar a Donald Trump. O de que, al menos, le estarían enviando los primeros “avisos”.
En todo caso, ya es hora de rechazar enérgicamente el perverso papel de los medios “progresistas”. Y una vez más, los zafios análisis de la estrella rutilante de El País, John Carlin, son “ejemplares”. Desprecia los tercermundismos, como el chavista, pero no parece ser consciente de lo bajo que él mismo cae con su fanática zafiedad. Su artículo del día anterior a las elecciones, destacado en un privilegiado lugar por El Pais, es un exponente en estado puro de dicha zafiedad. No se le ocurrió otra cosa que construir una imaginaria conversación entre el “déspota” Putin y el cateto Trump ya triunfador. En ese soez diálogo se permite el tratar a ambos como si ellos fueran los agresores de tantos pueblos. Solo una persona que no sabe lo que es la ecuanimidad (que nace de la honestidad), es capaz de silenciar las criminales y bien reales responsabilidades de Hillary Clinton, dejadas en evidencia por Wikileaks y, por el contrario, adjudicarle a Putin y Donald Trump esas mismas agresiones internacionales en un repugnante diálogo de ficción.
El nacionalismo progresista, especialmente, no se puede permitir que, tras la apropiación de la marca “progresismo” por parte del establishment, el nacionalismo xenófobo se apropie ahora de aquella otra fuerza, la del soberanismo democrático, que junto a la del despertar político de las nuevas generaciones tanto preocupa a los ideólogos globalistas. Zbigniew Brzezinski, el gran estratega y hombre de confianza al que David Rockefeller encargó la creación de la más poderosa organización que existe en la actualidad, la Comisión Trilateral, lo tenía muy claro. Lo expliqué al final de mi libro La hora de los grandes «filántropos»:
“En su discurso del año 2010 en el Consejo de Relaciones Exteriores, reunido en Montreal, Zbigniew Brzezinski advirtió de que un despertar político global, que es posible gracias a Internet y a las más recientes tecnologías, combinado con las luchas internas entre las élites, está poniendo en peligro la ‘noble’ aspiración de lograr un Gobierno mundial. En su reciente libro Tres presidentes, subtitulado La segunda oportunidad para la gran superpotencia americana, califica a dicho despertar como populista-nacionalista. ¡El populacho se despierta! […] William Pfaff, exmiembro de las Fuerzas Especiales estadounidenses, formado en el famoso Fort Bragg [y analista político habitual del International Herald Tribune y frecuente colaborador de la New York Review of Books] describe la oscura evolución de estas Fuerzas desde sus inicios tras la Segunda Guerra Mundial hasta el día de hoy. Concluye augurando la derrota segura del Imperio estadounidense, al enfrentarse a la fuerza más poderosa de la historia moderna, el nacionalismo, que integra la identidad moral y el sentido de destino de los pueblos.”
Estamos refiriéndonos a gentes poderosísimas. Gentes como David Rockefeller, que fue capaz de lograr que un presidente estadounidense, Richard Nixon, impusiese al mundo (como explica Nomi Prins en su libro All the Presidents’ Bankers) un dólar fiduciario que, perdiendo de la noche a la mañana su respaldo y paridad con el oro, no tuvo en adelante otra garantía que las supuestas solvencia y honestidad de los banqueros respaldados por el Estado. O lo sumo la de un petróleo, controlado a base de guerras imperiales. Un dólar fiduciario gracias al cual ha sido posible esta financiarización enloquecida que ningún estado es capaz de controlar. Sin embargo, frente a estas gentes, nunca deberíamos de perder la conciencia de que en la soberanía y la dignidad de los pueblos reside en última instancia la fuerza más poderosa de la historia.