Qué admirable es el celo con el que algunos ideólogos de la izquierda, como en España el podemita Santiago Alba Rico (que al parecer se ha hecho con el control de la importante página Rebelión.org), o algunos defensores de los derechos humanos, como el secretario general de Amnistía Internacional, Salil Shetty, se han empecinado en investigar las violaciones de derechos humanos cometidas por Bashar al Assad y en denunciarlas con la ayuda de los poderosos medios globalistas! Como antes hicieron con las cometidas por Muhamar Gadafi. ¡Y qué valientes han sido sus llamamientos a la comunidad internacional para que “se haga algo en Siria, como ya se hizo antes en Libia”! Podríamos incluir también aquí a los lúcidos y atrevidos analistas que dichos medios globalistas tienen en su propia nómina, como John Carlin en El País. Pero, para no ampliar demasiado el marco de este artículo, dejemos hoy tranquilos a estos últimos, estrellas rutilantes que de todos modos son inalcanzables para los simples mortales e inmunes a lo que sobre ellos podamos escribir en sencillos medios locales.
Hoy ocupémonos solo de los héroes progresistas que no parecen formar parte del establishment: de aquellos intelectuales aparentemente independientes que son un referente para muchas gentes de las izquierdas y de aquellos defensores de los derechos humanos que dirigen las grandes y aparentemente independientes ONG. Ocuparnos de ellos ya es un objetivo suficientemente ambicioso e importante, porque, como intentaré mostrar, su papel ha sido decisivo en unas agresiones internacionales que fueron llevadas a cabo precisamente bajo la bandera de la causa humanitaria, la defensa de los derechos humanos y la democracia o la responsabilidad de proteger a las poblaciones. Hecha ya esta observación, aquí va, antes de continuar, otra aclaración necesaria: en este artículo son tantas las palabras o expresiones usadas de modo impropio o irónico que debería recurrir en exceso a la utilización de las comillas, así que prescindiré de ellas; todo el artículo es en sí mismo impropio e irónico, solo utilizaré las comillas para las expresiones y citas textuales.
Tal y como he escrito al inicio, es sin duda admirable el celo de estos héroes. Pero hay algo que no acaba de entender un simple analista de a pie como soy yo: ¿por qué entre las muchas decenas de regímenes violadores de derechos humanos que hay en el mundo, estos héroes siempre tienen que dedicarse a investigar y denunciar a aquel régimen que en ese mismo momento está en la agenda imperial como el régimen a derribar. Deben ser las increíbles sincronías de la Providencia: ¡qué maravilla que las agendas de estos héroes de la izquierda y de la defensa de los derechos humanos hayan coincidido con tal precisión -año tras año, intervención liberadora tras intervención liberadora- con la agenda del Imperio! La verdad es que se trata de algo casi milagroso.
Podían haberse centrado en la explotación laboral (auténtica esclavitud) existente en Arabia Saudí, o en la sumisión a la que someten allí a la mujer (es solo la llamada tutela masculina, dicen), o en las ejecuciones sumarias (hasta cincuenta decapitaciones en un día), o en su creación y financiación de tantos grupos terroristas tafkirís (incluido el Daesh), o en sus terribles crímenes actuales en Yemen (ignorados por nuestro Occidente liberador de países), o en el hecho de que algunos miembros oficiales de su inteligencia y algunos destacados miembros de su Gobierno diesen apoyo a los 15 terroristas saudís del 11S (durante quince años han estado embargadas las veintiocho páginas que tratan sobre esta cuestión en el informe del Congreso estadounidense sobre el 11S, pero lo extraño es que ahora, cuando ya se conoce su contenido, ninguno de nuestros héroes izquierdistas y de los derechos humanos parece estar interesado en referirse a los graves hechos que revela). Y Arabia Saudí es solo un ejemplo.
Es bien cierto que, de vez en cuando, estos héroes hacen algún tipo de informe sobre otros países, informes con los que se cubre el expediente (para que no se diga). Pero dedicarse de verdad a investigar, lo que se dice dedicarse en serio, siempre lo hacen solamente sobre aquel régimen que, según la agenda imperial, es el que ahora “toca”. Podrían haberse centrado en decenas de regímenes ilegítimos. Es verdad que los regímenes que han provocado las mayores mortandades mundiales, como el régimen estadounidense, entran en una categoría aparte, la de los demasiado grandes para caer (como los bancos llamados sistémicos). Sin embargo, excluidos, como debe ser, estos grandes e intocables regímenes, quedaban y aún siguen quedando muchos regímenes ilegítimos para ser investigados. Pero, ¡oh maravilla!, la agenda de estos héroes coincide siempre, milagrosamente, minuto a minuto y milímetro a milímetro, con la agenda imperial! Porque es evidente que existe una agenda. Es una hoja de ruta con la que se persigue preservar y fortalecer la hegemonía mundial de Estados Unidos, como proclaman, sin reparo alguno, diversos documentos de la Administración estadounidense (como el Joint Visión 2020, publicado por la Dirección de políticas y planes estratégicos del Ejército en junio del año 2000).
Ya en 2011 transcribí en mi libro La hora de los grandes “filántropos” las denuncias del general Wesley Clark (comandante supremo de la OTAN durante la guerra de Kosovo), un general que no llegaba a salir de su asombro ante el descaro con el que los jefes políticos (Cheney, Rumsfeld, etc.) tenían tomada ya en 2001 la decisión de derrocar los regímenes de los siete países que, tras la reciente invasión de Afganitán, figuraban en la lista de los objetivos para los próximos años: empezando por Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia y Sudán y, para terminar, Irán. Como Ellen Brown explicó ya en su momento, estos países compartían también otra circunstancia a la que los grandes medios occidentales de información no parecen querer prestar atención: ninguno de ellos figuraba entre los 56 miembros del Banco de Pagos Internacionales (banco central de bancos centrales, con sede en Suiza), lo que los ponía fuera del alcance del largo brazo de sus regulaciones.
Pero en la actualidad tenemos muchas más evidencias de la existencia de tal hoja de ruta, en la que una tras otra se enumeran futuras y terribles liberaciones. En los famosos correos electrónicos de o sobre Hillary Clinton, hechos públicos recientemente por WikiLeaks, queda al descubierto lo que ya muchos sabíamos (yo mismo lo expuse en mayo de 2011 en un artículo titulado “Libia: mucho más que petróleo”): el plan para derrocar el régimen libio, a fin de impedir que Muhamar Gadafi crease una moneda africana tan potente (con el oro libio como respaldo) que haría peligrar la supremacía mundial del dólar (y, por supuesto, la del franco CFA utilizado en ocho países que ocupan un área de 3.500.000 km² en el África Occidental), se inició con una operación secreta, autorizada por el presidente Barack Obama, en la que se armó y financió a diversos grupos de yihadistas tafkirís.
Grupos terroristas entre los que, según explican analistas muy bien informados como Manlio Dinucci, “se hallaban los núcleos de lo que sería el Emirato Islámico. Posteriormente, esos núcleos recibieron armamento a través de una red de la CIA (lo cual fue documentado por el New York Times en marzo de 2013) cuando, después de haber ayudado al derrocamiento de Gadafi, pasaron a Siria en 2011 para derrocar a Assad y seguidamente atacar Irak en momentos en que el gobierno de al-Maliki se alejaba de Occidente y se acercaba a Pekín y Moscú”. Merece ser comentado aquí, otro sorprendente resultado de la poderosa propaganda que está obnubilando al ciudadano occidental: en ningún momento se debate en los grandes medios sobre la perversa e incuestionable realidad que revelan los nuevos cables de WikiLeaks de o sobre Hillary Clinton así como tampoco sobre las gravísimas responsabilidades criminales que de ellos se derivan; solo se debate sobre la autoría de tales filtraciones.
El 11S cambió la historia. A partir de aquel día terrible y extraño (extraño, entre otros muchos motivos, porque los Bin Laden, socios de los Bush, fueron sacados rápida y sigilosamente de un país, Estados Unidos, cuyos aeropuertos y fronteras estaban estrictamente cerradas), comenzó una heroica guerra contra el terror. Una guerra tan extraña como el mismo 11S: a pesar de que la práctica totalidad de los terroristas que aquel día cambiaron la historia eran saudís, el Estado profundo estadounidense que desde la Segunda Guerra Mundial toma rápidamente las riendas del país (y del mundo) en las situaciones de emergencia (o cuando simplemente lo deciden) sin consulta alguna a la sociedad por la que vela (no hay tiempo que perder, claro), puso en marcha una agenda (que ya tenía previamente decidida) según la cual había que derrocar uno tras otro a los más diversos regímenes, sirviéndose para ello… ¡precisamente de Arabia Saudí!. Estaban en aquella agenda todos los malos, todos los regímenes que, aunque nada tuviesen que ver con el 11S, debían ser derrocados. Derrocados… ¡con la inestimable ayuda de Arabia Saudí, principal financiadora de cuantos grupos de heroicos muyahidines fuesen necesarios para llevar a cabo tal agenda!
Lo verdaderamente importante, lo que en realidad quiero destacar, es que, queramos o no, nos vemos encerrados, una vez más, en el artificial y estéril debate que nos ha sido impuesto: el que trata única y exclusivamente sobre la existencia y magnitud de los crímenes reales o supuestos de Bashar al Assad. No existe nada más. Y aquel que pretenda sobrepasar los márgenes de tan estrecho y agobiante debate e interesarse por un marco de análisis más amplio, será sin duda considerado un extraño personaje marginal. O peor aún, un defensor del déspota, alguien que incluso debe estar dispuesto a que sus conocidos se molesten y se alejen de él. El que no quiera tener problemas, lo mejor que puede hacer es someterse a la agenda imperial, limitarse a debatir sobre la cuestión de los crímenes del déspota y olvidarse de resto de los muchos acontecimientos que están estrechamente relacionados con tal cuestión.
En conclusión, para arrasar Siria (sí, para arrasar a Siria como pueblo, no solo para derrocar el régimen, ya que no ha habido manera de separarlo de la mayoría de ese pueblo) con hordas de salafistas ideologizados en las madrazas financiadas por las petromonarquías del Golfo y devastar las ciudades sirias con bombardeos liberadores (que, a diferencia de los de la Federación Rusa, no fueron solicitados ni autorizados por el legítimo Gobierno sirio, que goza del derecho a la propia defensa), lo primero era convencer al mundo de los muchos crímenes del déspota y su régimen. Después ya vendría el siguiente paso: soltar a las fieras, a los terroristas moderados, bombardear y arrasar.
Es la doctrina del «caos creativo», ejecutada por la administración neoconservadora de George W. Bush y su secretaria de Estado Condoleeza Rice. Pero es también, a la vez, el antiguo “divide y vencerás” convertido por Zbigniew Brzezinski en la estrategia fundamental de las administraciones demócratas, desde la de Carter hasta la de Obama. Lo exponía con todo descaro en El gran tablero de ajedrez, el libro de cabecera de estas gentes: “para decirlo en una terminología que se remonte a la época más brutal de los antiguos imperios, los tres grandes imperativos de la geoestrategia imperial son mantener a los vasallos dependientes en cuestiones de seguridad, mantener tributarios dóciles y protegidos, y evitar que los bárbaros se junten”.
El hecho es que, una vez que la verdad de los crímenes del déspota ha sido ya asentada, la necesidad de una intervención humanitaria y protectora, de bombardeos y hordas terroristas, parece seguirse como una consecuencia inevitable. Lo cual es una grave y criminal falacia. ¿Acaso estos héroes progresistas se hubiesen atrevido a afirmar ante sus devotos que durante nuestra propia guerra civil hubiese sido necesario bombardear Valencia o Barcelona, dadas las muchas decenas de miles de víctimas mortales ocasionadas por la represión llevada a cabo desde el bando de la República española (represión mucho mayor que aquella que estos héroes atribuyen a Bashar al Assad e incomparablemente mayor que aquella que son capaces de documentar)?
Para la justificación de esta última intervención humanitaria y protectora de las población siria, los citados ideólogos de las izquierdas y los citados responsables de las grandes ONG han sido unos auténticos alfiles en este gran tablero de ajedrez. Es lo que trataré en la tercera parte de este artículo. Hasta tal punto es oportuna esta imagen, que Zbigniew Brzezinsky, el geoestratega del gran tablero de ajedrez, fue de hecho directivo de Amnistía internacional. Y en el caso de Human Rights Watch todo este trajinar de cargos y sillas entre altos responsables de la política y de las grandes ONG es aún más descarado (son, una vez más, las llamadas puertas giratorias). Un trajinar tan descarado, que hasta algunos premios Nobel, como Adolfo Pérez Esquivel o Mairead Corrigan, han sentido la obligación de denunciarlo junto a cientos de profesores y activistas estadounidenses. Pero, como ya he dicho, esto quedará ya para otro sábado. Así que, si quieren seguir leyendo sobre todo ello… ¡bienvenidos a los márgenes de la realidad!