Son muchas las cosas que me cuesta entender en torno a la CUP y sus últimos posicionamientos. O mejor, en torno al sector liderado dentro de ella por Endavant y su carismática Anna Gabriel. Quizá la cuestión que me resulta más decisiva y a la vez más indescifrable es que dicho sector tenga unas reservas tan insalvables respecto a la persona del presidente Artur Mas (por culpa –según dicen- tanto de la corrupción que ha existido en CDC como por las posiciones de ese mismo partido en cuestiones sociales) pero que, al mismo tiempo, tal sector esté dispuesto a iniciar un proceso soberanista con la misma CDC de Artur Mas a la que consideran demasiado corrupta y responsable de políticas tan antisociales. 

Y el misterioso núcleo de tan misteriosa cuestión es que, como los miembros de la CUP saben bien, al actuar así están convergiendo y hasta ensamblándose perfectamente con una poderosa y ya larga campaña españolista. Una campaña sostenida por los poderes fácticos nacionales y diseñada y conducida por gentes bien conocedoras de la importancia del liderazgo personal en los procesos de liberación. Una campaña decidida a acabar con aquel a quien consideran como el único capaz de liderar en este momento un proceso soberanista catalán, Artur Mas. Una campaña decidida a acabar con él tanto por su carisma y energía personales como por ser el depositario de la confianza y el voto de un importante sector del electorado catalán, sector sin el cual no será posible avanzar en dicho proceso. Personalmente estoy también convencido de que estos poderes conocen muy bien la situación: al menos en este momento y por un plazo mínimo de uno o dos años, si Artur Mas no lidera el proceso, no habrá proceso.

Frente a tales consideraciones solo se me ocurre una explicación benevolente hacia los posicionamientos de este sector de la CUP: como anticapitalistas que son, seguramente han antepuesto las políticas sociales de izquierda a la cuestión soberanista. Pero, llegados a este punto surge otra contradicción, en mi opinión insalvable: si son auténticos anticapitalistas seguro que saben que, frente a la actual y poderosa globalización neoliberal, no hay otra vía de escape que la soberanía nacional; seguro que saben que, frente a la Troika y a quienes desde arriba de ella mueven los hilos, solo existe la alternativa de las democráticas decisiones cercanas y enérgicas desde abajo; seguro que saben que, frente a las estrictas políticas de austeridad y recortes impuestas por los grandes poderes financieros, el margen económico de la Generalitat para otras políticas más sociales es bastante irrisorio.

Corre por la red un vídeo en el que Anna Gabriel afirmaba con energía en septiembre pasado:

“En este sentido nosotros nos negamos también a reducir el debate a [la cuestión sobre] qué tipo de presidente investiremos. Es decir, nos parece absolutamente ridículo y nos parece absolutamente esperpéntico que algunos quieran reducir el momento político e histórico de este país [la cuestión sobre] a quién será el próximo presidente de este país: el próximo presidente que necesita este país será el presidente que quiera declarar la independencia, nos da igual como se llame […]. Por tanto, ante las preguntas que os hagan, que seguramente os las harán, de decir ‘¿qué hará la CUP en el momento clave, a quien investirá?’… [podéis responder que] investirá a quien se atreva a proclamar la independencia, no hay más respuesta. [Grandes aplausos en el auditorio tras estas palabras].”

¿Qué ha pasado desde entonces por la cabeza de esta mujer o qué ha pasado en su vida? ¿O es que, ya entonces, lo que decía no concordaba con lo que en realidad pensaba? El caso es que, intentando desvelar todos estos misterios de la CUP, me han venido a la mente otros acontecimientos que creo que sería oportuno recordar: aquellos que durante los años treinta del pasado siglo XX tuvieron por protagonistas a la CNT-FAI. Guardando las distancias (y no me refiero a las distancias temporales sino a las que tienen que ver con la gravedad de los crímenes y otros acontecimientos de los que la CNT-FAI fueron responsables), creo que podríamos extraer algunas lecciones. Lecciones que si no tienen que ver con los métodos de entonces, absolutamente incomparables -por criminales- con los de ahora, sí tienen al menos que ver con las estrategias y estilos de actuación. Por muy inadecuado, excesivo e incluso injusto que sea el comparar a Endavant con la FAI, una cosa es cierta: hay procesos que se sabe como empiezan pero que nunca se sabe como acaban, sobre todo si existen poderosas fuerzas empeñadas en desactivarlos por las vías y métodos que sean necesarios, incluida la infiltración y los atentados de falsa bandera. Por todo lo cual, los análisis que siguen no son tanto comparaciones entre dos realidades demasiado diferentes como autoreflexiones que encienden en mi interior una alerta naranja.

En primer lugar, cabría recordar el dogmatismo y la intransigencia de las gentes de la CNT-FAI hacia otras opciones republicanas (incluso hacia los otros sectores de la CNT) así como la división que provocaron. Se podría hablar del anarquismo destructivo de la FAI, de fatales consecuencias (que según Joan Sales, Josep Benet y muchos otros historiadores o escritores, acabó dinamitando toda posibilidad de solución), frente al anarquismo constructivo de Joan Peiró (un hombre honesto que, mártir de su honestidad, acabó fusilado por Francisco Franco después de la guerra). La división, especialmente en aquellas situaciones extremas en las que es necesaria la suma de todos, es el principal arma de los más importantes estrategas que a lo largo de toda la historia han trabajado para los poderes opresores.

Por su parte, la estrategia del Endavant de Anna Gabriel ha dinamitado ahora el posible pacto soberanista y a la misma CUP. La democracia es mucho más que votaciones internas. No se puede ser asambleario de cara a dentro y tan dogmático e intransigente hacia las otras opciones políticas republicanas, por más contradicciones que estas puedan tener. Del mismo modo que la democracia no es un arma que permita agredir a otros países menos “evolucionados”. La intransigencia de los “puros” nunca ha producido verdaderas revoluciones. Hay una delgada línea entre la dignidad de aquellos que a veces se quedan solos y, por el contrario, el dogmatismo y la intransigencia; entre la certeza (en mahatma Gandhi, por ejemplo) de que una sola persona puede enfrentarse a todo un imperio y, por el contrario, el fanatismo. Tras la Asamblea de Sabadell, que acabó en un sorprendente empate, Endavant y sus aliados decidieron, de un modo más sorprendente aún, imponer irreversiblemente su voluntad sobre la de todos los demás, incluida la mitad de sus propios compañeros de la Asamblea.

En segundo lugar, y estrechamente relacionado con lo primero, cabría recordar que la FAI intentó forzar de modo irresponsable (con quema de iglesias, asesinatos, etc.) una revolución, de características en buena medida discutibles, para la que, como mínimo, no estaban dadas las condiciones.  Joan Manent, secretario de Joan Peiró, el ministro de Industria de la CNT que denunció ese “peligro [que era la FAI] en la retaguardia”, calificó aquellos acontecimientos de “días de euforia criminal”. Euforia criminal de la que ochenta años después aún estamos pagando las consecuencias. 

Por su parte la CUP, con sus diez diputados, o mejor con solo los diputados que corresponderían al sector más intransigente de ella, se considera ahora con derecho a vetar a aquel que toda una coalición con sesenta y dos diputados ha elegido como líder. Tras la decisión de la CUP de no apoyar su investidura, Artur Mas declaró: “La CUP quiere una revolución social y es legítimo [… pero…] el espíritu revolucionario no tiene futuro con diez diputados […]. Sólo con la gente que quiere la revolución no llegaremos ni a la esquina […no se puede prescindir de…] las clases medias a las que no representa la CUP. […] La mitad de la CUP no puede imponer sus condiciones a todo Junts pel Sí. Diez diputados –aunque realmente serían cinco– no pueden imponerse a los sesenta y dos ni hacer bajar la cabeza a 1.600.000 votantes”. 

En tercer lugar, la CNT-FAI convirtió en mártires a cientos de miembros del clero inocentes. Y por añadidura a la Iglesia católica, cuya jerarquía fue mayoritariamente cómplice de los golpistas, o incluso golpista ella misma. De modo semejante, la CNT-FAI también colaboró para que el irreprochable presidente Francesc Macià fuese igualmente martirizado. La revista de la CNT de noviembre de 1933, por ejemplo, lo dibujaba transformado en la esvástica nazi. 

La CUP, por su parte, potenciando desde adentro del proceso las virulentas y permanentes agresiones que Artur Mas sufre de parte del más intransigente españolismo, prácticamente calcadas de las que en su momento sufrió Francesc Macià, lo está convirtiendo en un líder que suscita cada vez más simpatías por el hecho de ser atacado de un modo tan injusto, excesivo y hasta obsesivo. Un líder que tan solo pide dieciocho meses para poner institucionalmente en marcha el proceso soberanista.

En cuarto lugar, la CNT-FAI fue sistemáticamente infiltrada por elementos pagados con los fondos reservados del Estado. En su libro Cartes a Màrius Torres, Joan Sales se manifiesta convencido de que los agentes franquistas infiltrados en la FAI contribuyeron decisivamente a crear el caos que tanto debilitó al bando republicano. En una carta a Mercè Figueras, el 23 de julio de 1936 escribía: 

«Respecto a estos incendios de iglesias, saqueos y asesinatos que comenzaron la tarde del domingo 19, o sea muchas horas después de vencida la sublevación, son algo de lo más turbio ya que sólo sirven para deshonrar la victoria. La misma Humanitat, el diario de Esquerra, decía que a unos incendiarios de iglesias detenidos el lunes por la policía de la Generalitat se les encontró encima el carnet de Falange. Todo ello es de una confusión en la cual los simples mortales nos perdemos; pienso con asombro lo difícil que es llegar a saber la verdad de hechos que pasan en la misma ciudad donde vives.»

Y en otra carta a Màrius Torres, del 8 de mayo de 1937, refiriéndose a los hechos de mayo de 1937 en Barcelona cuando la FAI se enfrentó al Govern de la Generalitat, presidido por Lluís Companys, produciéndose los combates que debilitaron a las fuerzas republicanas que luchaban contra las fuerzas franquistas, Joan Sales afirmaba:

«¿Cómo no sospecharíamos que este levantamiento contra el gobierno legítimo de Cataluña, tanto más criminal que Cataluña está en guerra, no fue provocado de una u otra manera por el enemigo? Debe de tener agentes muy hábiles metidos dentro de la FAI y ya debían ser ellos los instigadores de los incendios, pillajes y asesinatos que deshonraron la victoria el 19 de julio del año pasado. Entonces se impone, como ahora, la pregunta clásica: ¿cui prodest?»

Ahora, en cuanto a la CUP, yo no sé si alguien desde sus entrañas conoce si alguna infiltración se ha llegado a producir, yo no tengo elementos para afirmarlo. Se han alzado voces que lo afirman, sin embargo yo no he conocido que den ninguna prueba de ello. Pero, en primer lugar, me parece de ignorantes el negar que ese tipo de operaciones son frecuentes. Y en segundo lugar, todo lo que recientemente ha sucedido con la CUP, y en especial el desenlace, recuerda demasiado los típicos procesos de infiltración y caballos de Troya de todas las épocas y naciones: desde los “grises camuflados de civil” para reventar manifestaciones aquí hasta los miembros tutsis del aristocrático Frente Patriótico Ruandés convertidos en dirigentes de los genocidas hutus Interahamwe, pasando por la red secreta de la OTAN, Gladio. Son hechos bien documentados e irrefutables por más que algunos se dediquen, también de un modo curiosamente sistemático, a mezclarlos con conspiraciones (extraterrestres y de cualquier tipo) cada vez que hechos semejantes son descubiertos.