Seguramente, la conciencia humana es el invento más complejo de toda la historia universal. Es más embrollado e intrincado que el cerebro deforme del juez Marchena. Laberintiforme, como el teatro del absurdo. Irracional. Pero, al mismo tiempo, es el más diáfano de los órganos invisibles llenos de nudos de todos los géneros y formas. Debe ser como un ovillo de lana desovillada. Me gusta esa figura metafísica literaria. Un ovillo de lana desovillada. Un buen título para una obra de Samuel Beckett o de Eugène Ionesco.

¿Qué es la conciencia humana y para qué sirve? Estoy seguro de que Pablo Casado, Santiago Abascal y Pedro Sánchez lo sabrían responder. Los tres tienen respuestas a cualquier pregunta. No sólo eso, sino que los tres nunca paran de decir que tienen su conciencia bien limpia. Dicen, «yo tengo la conciencia tranquila» y parece que sus problemas –de conciencia– se hayan terminado. Yo no sé cómo lo hacen los políticos, los sospechosos del mal y los jueces del T.S. para tener siempre la conciencia tranquila. Yo no la tengo casi nunca, y eso que soy un ciudadano que paga sus impuestos puntual y religiosamente. Lo que creo que tengo es ‘buena conciencia’, pero no del todo serena y sosegada. Hay cosas demasiado difíciles de entender en este mundo que nos ha tocado vivir. El hecho de tener conciencia me intranquiliza. ¡Qué bien estaríamos si no la tuviéramos! La conciencia es el juez más implacable que conozco. No sé porqué existe el Tribunal Constitucional si todos tenemos nuestro propio tribunal interior: quisquilloso y escrupuloso. Y seguramente más justo.

Ni la ciencia puede entender la conciencia. Nuestro bibliófilo Marià Aguiló ya escribió que cuando nos quitamos la venda de la fe en nombre de la ciencia, nuestra conciencia permanece como una nave a la deriva, en medio de los arrecifes. ¡Uf, qué difícil es entender la condición humana!

Fuente: Última Hora