Hace unas semanas, con motivo de una conferencia de Adela Cortina en Palma, el Diario de Mallorca publicaba una entrevista a esta reconocida catedrática de ética con un titular sorprendente por lo osado. Más o menos era este: El gran problema es que las izquierdas no se han atrevido a controlar las grandes finanzas. Digo que ese era el titular “más o menos” porque dicha entrevista es prácticamente imposible de encontrar en la Red. Ya me extrañó encontrarla en su momento. Y su desaparición era lógica. Como ha desaparecido de las páginas de historia la lucha del presidente Franklin D. Roosevelt contra las familias financieras y su triunfo sobre ellas tras las regulaciones bancarias que les impuso en torno a la ley Glass-Steagall. Dado el estado de desinformación sistemática en el que vivimos, el citado titular era ciertamente osado. Pero, objetivamente, era bastante benévolo: solo hacía referencia a unas izquierdas en principio honestas, pero no a aquellas directamente creadas, llevadas al poder y sostenidas en él por los grandes financieros.

Tras siete artículos sobre el coronavirus en los que el marco de mis análisis era mundial, ahora me estoy refiriendo fundamentalmente al ámbito nacional e incluso local. Llevamos meses oyendo proclamar a nuestros dirigentes políticos las loas del rescate que están llevando a cabo. Pero la realidad parece ser otra, parece ser la que vengo temiendo desde el segundo de mis siete artículos: es muy probable que tampoco este rescate llegue a quienes de verdad lo necesitan.[1] Es muy probable que miles de pequeñas empresas y autónomos sean abandonados a su suerte. Como se optó por dar las plazas disponibles en las UCIs a quienes tenían más posibilidades de sobrevivir.

Desde el dogma liberal de la libre competencia todo este malthusianismo sanitario y económico sería comprensible si también se dejase caer a los bancos. Bancos que, además, no entraron en crisis por una epidemia ajena a su propia gestión, sino que, según las conclusiones del 27 de enero de 2011 de la Comisión del Congreso estadounidense para la supervisión de los Servicios Financieros, entraron en crisis por la desregulación en el año 2000 de los controles estrictos ya existentes (Glass-Steagall) sobre las políticas de supervisión de créditos e hipotecas de alto riesgo; por la ambición y la avaricia de los banqueros que se enriquecieron con exorbitantes beneficios mediante inversiones arriesgadas y acompañadas de presuntas violaciones de la ley, violaciones cuyas pruebas la Comisión remitió al Departamento de Justicia y a los fiscales generales de los Estados; por la oposición de dichos banqueros a una supervisión exhaustiva de sus actividades, por considerar que la interferencia gubernamental sofocaría la “innovación financiera”; por la inacción negligente de las altas instancias federales que, frente a esas violaciones, optaron sistemáticamente por no actuar…

La Comisión afirmó que la crisis era evitable y, lo que es peor, que las estructuras básicas del sistema financiero que llevaron al derrumbe no solo seguían firmemente en pie sino que la concentración de activos financieros, en los bancos comerciales y de inversión más grandes, era significativamente mayor entonces que antes de la crisis, como resultado del vaciamiento de algunas de las instituciones y de la unión y fusión de otras para conformar entidades más grandes. Y concluyó: “La mayor tragedia sería aceptar que nadie vio que esto se avecinaba y por consiguiente que no se podía hacer nada. […] De aceptar este corolario, volverá a ocurrir”. Y ha vuelto a ocurrir, como muchos expertos honestos venían alertando. El coronavirus habrá sido solo el detonante.

Todo este maltusianismo sería también quizá comprensible si no hubiese recursos para todos, pero la realidad es que, una vez más, las elites están ya recibiendo cantidades ingentes de ellos. Mahatma Gandhi supo verlo con toda claridad: Los recursos de nuestro mundo son suficientes para todos pero no alcanzan para satisfacer la ambición de unos pocos. Sin referirnos a los criterios bancarios sobre dar prioridad a los clientes “preferentes” en el momento del reparto del dinero que se dedicará efectivamente al rescate.

El último de mis artículos sobre el coronavirus estaba centrado en lo que califiqué como la gran mentira: nosotros somos los buenos. Pero esa estrategia clave para la dominación hegemónica mundial tiene su reflejo en nuestras emociones y comportamientos cotidianos: es el buenismo. De hecho, el título inicial de este artículo, que finalmente acorté a fin de destacar lo esencial, era este: “La escandalosa indefensión de los profesionales de la Sanidad y el buenismo”. En ese buenismo hay que inscribir los aplausos diarios de las 20h. de quienes se limitan tan solo a eso y no se interesan en saber por qué se han infectado tanta decenas de miles de sanitarios y han fallecido tantas decenas de ellos, por qué estaban tan faltos de los más elementales implementos (máscaras, batas, etc.), por qué la Sanidad ha sufrido unos recortes tan draconianos e injustos desde la crisis de 2008…

Está muy bien manifestar nuestro cariño, admiración y apoyo a estos profesionales que han sufrido, como nadie, en sus propias carnes, las consecuencias de unos recortes sistemáticos. Recortes realizados al mismo tiempo en el que, también sistemáticamente, una reducida élite se beneficiaba escandalosamente de la impresión incontrolada de billetes de papel por parte de esas maquinarias terroristas que son los bancos centrales de las grandes “familias” financieras. Papeles que para llegar escasamente al ciudadano que lucha día a día, deben pasar antes por esos “intermediarios”, necesarios según nos dicen, que son los bancos. Como ya he recordado otras veces, “En el momento en el que la deuda pública era equivalente al 90% del Producto Interior Bruto, el economista Eduardo Garzón calculó cual sería la deuda pública del Estado español si hubiera tenido un Banco Central que le hubiera prestado [directamente] dinero al 1% de interés, sin tener que recurrir a la banca privada pagando los elevadísimos intereses que ha pagado: [la deuda pública sería de] un 14% del Producto Interior Bruto. Lo que significa que no hubiesen sido necesarios los duros recortes sociales que se vienen realizando.”

Sí, maquinarias terroristas, porque generan grandes e injustas desigualdades, sufrimiento y pánico masivos en millones de ciudadanos que van engrosando día a día el territorio de la pobreza, de la exclusión, de los sin techo, de los mayores para los que no hubo plazas en las UCIs, de los sanitarios que se han tenido que auto fabricar batas con plásticos… Porque si hay algo escandaloso en la actual situación generadora de una concentración cada vez mayor de dinero y poder en una reducida élite, a la vez que una masa cada vez mayor de excluidos, eso es la indefensión de los profesionales sanitarios, tantos de ellos contagiados e incluso fallecidos por haberse dedicado sencilla y heroicamente a su noble profesión. ¿Cuánto faltará aún para que nuestras sociedades abran los ojos y aprendan la lección?

Buenismo sin “lucha” por la justicia es sumisión. Espiritualidad o mística sin profetismo es narcisismo elitista. Durante los años setenta viví en la región andina la eclosión de sectas espiritualistas en Latinoamérica, financiadas por gentes como los Rockefeller. Actualmente, vivimos en Europa un boom de “espiritualidades” (más bien espiritualismos muchas de ellas) narcisistas de auto crecimiento y auto realización personal en las que casi no hay modo de encontrar la empatía por ninguna parte. Y menos aún una enérgica dedicación a acciones sociales y políticas liberadoras. La moda ahora es aquello de que “para querer a los demás primero hay que quererse a uno mismo”. Pero la realidad es que casi nunca se va más allá de lo primero. Es moda aquello de que “lo importante es ‘meditar’ y pacificarnos nosotros mismo para que la Paz llegue a todo el mundo”. Pero eso, está claro, siempre –como canta Silvio Rodríguez en su Canción en harapos– “al alcance de la vidriera y el comedor”. Es incluso moda la idealización no ya de espiritualidades exóticas admirables sino incluso de culturas en las que existen millones de intocables y se asesinan a miles de bebés por ser niñas…

Opto por la espiritualidad del profetismo bíblico, más allá de los muchos desastres que existen también en nuestra cultura judeocristiana. Y en especial opto por el profeta Jesús de Nazaret, que siempre clamaba “con voz fuerte” a favor de los anavim, los pobres de Yahvé. Dos mil años después, la figura de Jesús sigue desbordando incluso las mismas categorías cristianas. Seguro que si ahora volviera, añadiría alguna obra de misericordia más a la lista de las tradicionales (dar de comer al hambriento, etc.): la de denunciar toda injusticia.  Jesús se retiraba a orar, enseñaba, curaba… ¡y se enfrentaba frontalmente a las razas de víboras que provocaban tanto sufrimiento en los anavim de su tiempo! Porque la auténtica misericordia exige ir a fondo, ir a las causas profundas del sufrimiento humano.

Dedicado con toda admiración y gratitud a los profesionales de la Salud. En especial a aquellos que han dado su vida por los demás. No hay mayor amor que el de dar la propia viva (Evangelio de san Juan 15, 13).

[1] https://www.ultimahora.es/noticias/local/2020/04/28/1160645/estado-alarma-baleares-bancos-niegan-creditos-ico-empresas-deudas.html