Cuando informé por primera vez sobre la pobreza infantil en Gran Bretaña, me llamaron la atención los rostros de los niños con los que hablé, especialmente los ojos. Eran diferentes: vigilantes, temerosos.

En Hackney, en 1975, filmé a la familia de Irene Brunsden. Irene me dijo que le acababa de dar a su hijo de dos años un plato de cereales. «No me dice que tiene hambre, sólo se queja. Cuando gime, sé que algo anda mal.»

«¿Cuánto dinero tienes en la casa?, pregunté.

«Cinco peniques», respondió.

Irene dijo que podría tener que ejercer la prostitución, «por el bien del bebé». Su marido Jim, un camionero que no podía trabajar por enfermedad, estaba a su lado. Era como si compartieran una pena privada.

Esto es lo que hace la pobreza. En mi experiencia, su daño es como el de la guerra; puede durar toda la vida, extenderse a los seres queridos y contaminar a la siguiente generación. Aturde a los niños, provoca una gran cantidad de enfermedades y, como me dijo el desempleado Harry Hopwood en Liverpool, «es como estar en la cárcel».

Esta prisión tiene paredes invisibles. Cuando le pregunté a la hija de Harry si alguna vez había pensado que algún día viviría una vida como los niños más acomodados, me dijo sin dudarlo: «No».

¿Qué ha cambiado 45 años después? Es probable que al menos un miembro de una familia empobrecida tenga un trabajo, un trabajo que le niegue un salario digno. Increíblemente, aunque la pobreza es más disimulada, innumerables niños británicos siguen yendo a la cama con hambre y se les niegan despiadadamente las oportunidades.

Lo que no ha cambiado es que la pobreza es el resultado de una enfermedad que sigue siendo virulenta pero de la que rara vez se habla: la clase.

Estudio tras estudio muestra que las personas que sufren y mueren prematuramente por las enfermedades de la pobreza –provocadas por una dieta deficiente, viviendas de mala calidad, y las prioridades de la élite política y sus hostiles funcionarios de “bienestar”– son gente trabajadora. En 2020, uno de cada tres niños británicos en edad preescolar sufre de esta manera.

Al hacer mi reciente película, «La guerra sucia contra el Servicio Nacional de Salud» (The Dirty War on the NHS), me quedó claro que los salvajes recortes al Servicio Nacional de Salud (NHS) y su privatización por parte de los gobiernos de Blair, Cameron, May y Johnson habían devastado a los más vulnerables, incluidos muchos trabajadores del NHS y sus familias. Entrevisté a una trabajadora del NHS mal pagada que no podía pagar su alquiler y se veía obligada a dormir en las iglesias o en la calle.

En un banco de alimentos en el centro de Londres, vi a madres jóvenes mirando nerviosamente a su alrededor mientras se apresuraban a salir con viejas bolsas de comida de Tesco, y detergente en polvo y tampones que ya no podían pagar, con sus hijos pequeños aferrándose a ellas. No es exagerado que a veces sentía que estaba caminando sobre las huellas de Dickens.

Boris Johnson ha afirmado que 400.000 niños menos viven en la pobreza desde 2010 cuando los conservadores llegaron al poder. Esto es una mentira, como ha confirmado el Comisionado de Niños. De hecho, más de 600.000 niños han caído en la pobreza desde 2012; se espera que el total supere los 5 millones. Esto, pocos se atreven a decirlo, es una guerra de clases contra los niños.

El ex-etoniano Johnson es tal vez una personificación de la clase de los nacidos para gobernar, pero su «élite» no es la única. Todos los partidos en el Parlamento, en particular o especialmente los Laboristas –como gran parte de la burocracia y la mayoría de los medios de comunicación– tienen poca o ninguna conexión con las «calles», con el mundo de los pobres, de la «economía de los pequeños trabajos», de la lucha contra un sistema de Crédito Universal que puede dejarte sin un centavo y en la desesperación.

La semana pasada, el primer ministro y su «élite» mostraron dónde estaban sus prioridades. Ante la mayor crisis sanitaria que se recuerda, cuando Gran Bretaña tiene el mayor número de muertos por Covid-19 en Europa y la pobreza se acelera como resultado de una política punitiva de «austeridad», anunció 16.500 millones de libras esterlinas para «defensa». Esto hace que Gran Bretaña, cuyas bases militares cubren el mundo, sea el país de Europa con el mayor gasto militar.

¿Y el enemigo? El verdadero es la pobreza y aquellos que la imponen y la perpetúan.

La película de John Pilger de 1975, «Destrozando a los niños» (Smashing Kids), puede verse aquí. Siga a John Pilger en twitter @johnpilger

Fotografía de John Garrett: Una familia británica de la película Smashing Kids, 1975.

Fuente: John Pilger