Este trágico estado de cosas, justificado por una enfermedad con una tasa de supervivencia superior al 99%, no puede continuar indefinidamente.

Aunque los estudios científicos demuestran que las vacunas por sí solas no pueden sacar a la humanidad de la crisis de la Covid-19, los gobiernos se precipitan hacia la creación de una «economía vacunada» sin tener en cuenta las consecuencias. Es la hora de una inyección de cordura y de un debate democrático informado.

Esta semana ha sucedido algo sorprendente que, de no ser por el complejo industrial de los medios de comunicación que mima y consiente a los poderes fácticos, debería haber incitado a los periodistas a poner el grito en el cielo por nuestro planeta cada vez más aprisionado. Lo que el mundo obtuvo en cambio fue la ensordecedora cacofonía de los grillos.

Cuando un periodista preguntó a la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, sobre la posibilidad de que la nación insular del Pacífico se fragmentara en dos clases distintas de ciudadanos –los vacunados y los no vacunados–, Arden no perdió el tiempo y respondió con su característica sonrisa de Cheshire: «Eso es lo que hay. Así que sí. Sí».

Después de que el deferente periodista le preguntara por qué estaba a favor del apartheid, Ardern, que ya ha impuesto las vacunas a los empleados del gobierno, respondió, de forma poco científica, que «la gente que ha sido vacunada querrá saber que está rodeada de otras personas vacunadas; querrá saber que está en un entorno seguro».

En condiciones normales –es decir, antes de que la investigación científica fuera enviada de vuelta a la Edad Media–, el escandaloso comentario de Ardern habría sido acogido por un fuerte y vigoroso debate tanto de la comunidad política como de la médica. Al fin y al cabo, los vacunados deberían sentirse absolutamente tranquilos mezclándose con los no vacunados en lugares públicos cerrados, dado que están, supuestamente, protegidos… ¿No es ese el objetivo de las vacunas, proteger a los vacunados y hacer que volvamos a una cierta apariencia de «normalidad»? Si no es así, ¿por qué la incesante presión para vacunar a todas las personas del planeta, y no sólo una vez, como se prometió inicialmente, sino varias veces? La respuesta, al menos según la reina Ardern, es para que todos puedan volver a sentirse «seguros» entre sus semejantes. Esto no tiene ningún sentido, sobre todo porque los nuevos estudios no muestran ninguna disminución perceptible de las tasas de infección entre los vacunados. Así que, ¿por qué arriesgarnos cuando parece estar ocurriendo justo lo contrario?

En un estudio reciente realizado por investigadores de Harvard, publicado en el European Journal of Epidemiology, se descubrió que, observando las estadísticas de todo el mundo, «no parece haber una relación discernible entre el porcentaje de población totalmente vacunada y los nuevos casos de COVID-19…» A continuación, los investigadores asestaron un brutal golpe al pensamiento (político) convencional al revelar que «la línea de tendencia sugiere una asociación marginalmente positiva, de manera que los países con un mayor porcentaje de población totalmente vacunada tienen un MAYOR (énfasis añadido) número de casos de COVID-19 por cada millón de personas».

Se trata de un descubrimiento realmente impactante, que merece un debate público serio ahora que se está implantando un régimen de vacunación obligatoria -repleto de pérdida de puestos de trabajo y vidas- en gran parte del mundo. Pero en lugar de abordar la crisis sanitaria con un mínimo de moderación y humildad, muchos políticos están aprovechando alegremente la pandemia, utilizándola como una oportunidad para acumular cada vez más poder político. Esta inquietante tendencia se da en gran parte del hemisferio occidental, donde, en lo que debe ser una de las mayores coincidencias de los tiempos modernos, una camarilla de líderes liberales afines tiene el destino de la humanidad en sus propias manos. Esto no puede considerarse algo bueno ni mucho menos. Aunque puede que estos individuos no deban ningún favor especial a la industria farmacéutica, sus acciones colectivas –negando a los no vacunados los mismos derechos inherentes a la libertad que a los demás ciudadanos, incluyendo a la clase empresarial– no apoyan tal premisa.

Entonces, ¿cómo explicar esta toma de poder sin precedentes que está ocurriendo en todo el mundo? Lo mejor es examinar el incomparable poder de los medios de comunicación que promueven el mensaje de los autoritarios de la Covid, como Jacinda Ardern, y su inquebrantable devoción por un estado fragmentado de apartheid. Todo en nombre de la salud, por supuesto.

La comentarista política Chantelle Baker dijo a Sky News Australia que Ardern disfruta prácticamente del «control total» de la narrativa en Nueva Zelanda porque el gobierno ha pagado «cientos de millones» a los medios de comunicación. Ahora, a cambio, los ciudadanos están a merced de periodistas entregados que «sólo impulsan la promoción de Jacinda y… sus ideas ideológicas».

Alrededor del globo, en otro punto caliente del poder liberal, el primer ministro canadiense Justin Trudeau también goza de no poco apoyo de los principales medios de comunicación. En su presupuesto de 2019, el gobierno federal concedió subvenciones a determinados medios de comunicación por valor de 600 millones de dólares, y la mayor parte de la generosidad fue a parar a las publicaciones de izquierdas, por supuesto.

«El rescate de los medios de Trudeau no salvará el sector de la prensa», advirtió Derek Fildebrandt, editor del Western Standard, una de las últimas voces de los medios libres e independientes de Canadá. «Lo pondrá en un estado complaciente y comatoso, con respiración asistida, temeroso de que si actúa en contra de su amo, el enchufe podría ser desconectado en cualquier momento».

Al sur de la frontera, en los Estados Unidos de la Sumisión, los medios de comunicación dominados por los liberales están alineados casi al 100% con Joe Biden y su régimen de vacunas obligatorias. El encubrimiento del tema por parte de los medios de comunicación se produce incluso cuando varios estados, entre ellos Texas, Florida y Arizona, han trazado una línea en la arena, permitiendo a sus ciudadanos lagunas para escapar de la postura salvajemente draconiana de «vacúnate o pierde tu trabajo».

Volviendo a la cuenca del Pacífico, en Australia, donde los nuevos casos de Covid se han reducido a un goteo, el primer ministro de Victoria, Daniel Andrews, está esnifando fuertemente del alijo de poder absoluto, tratando de hacer aprobar un proyecto de ley que le facultaría para declarar, como cualquier César degenerado, todas y cada una de las futuras pandemias y las disposiciones de emergencia necesarias.

En un delicioso documento titulado «Hoja de ruta» –que se parece un poco a una secuela de Mad Max– Andrews, que aparentemente tiene un pluriempleo como doctor cuando no pretende ser un líder, postula que «llegará un momento en que los victorianos que decidan no vacunarse se quedarán atrás…» mientras los australianos comienzan «la transición a una ‘economía vacunada’ en este estado, y se aseguran de que tenemos los sistemas adecuados».

Se trata de unas palabras realmente inquietantes, que poca gente esperaría que fueran pronunciadas alegremente por un líder occidental en el siglo XXI. De hecho, van en contra de la teoría democrática hasta el punto de que no se puede descartar la cuestión del abuso de poder. Sospecho que ésta es la verdadera razón por la que los radicales «progresistas» que ahora hacen horas extras en Estados Unidos para fracturar las sociedades de todo el planeta son los mismos que desean eliminar a Thomas Jefferson de los anales de la historia estadounidense, empezando por las representaciones en piedra de su existencia.

Jefferson, en el segundo párrafo de la Declaración de Independencia, de la que fue autor, afirma de forma célebre «Sostenemos que estas verdades son evidentes, que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador con ciertos Derechos inalienables, entre los cuales están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad».

En la llamada alianza de los Cinco Ojos, compuesta por Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, una tiranía interna basada en un apartheid sanitario progresivo está amenazando «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad» peor que todos los tiranos de la historia juntos. La Covid-19 no ha creado las condiciones insoportables que ahora sufren millones de personas desde Auckland hasta Alaska; lo que ha creado nuestra crisis actual es la imprudente respuesta a la Covid-19, que cada vez más parece no estar basada en la ciencia médica, sino en un crudo oportunismo político. Esta trágica situación, justificada por una enfermedad con una tasa de supervivencia superior al 99%, no puede continuar indefinidamente. De hecho, tiene que terminar inmediatamente.

Fuente: Strategic Culture Foundation

Inmunólogo Dan Stock: sobre los vacunados que se infectan y el sinsentido de los pasaportes covid (08.08.2021)

Estudios a los que se hace referencia en el video: https://hancockcountypatriots.blogspot.com/2021/08/dr-dan-stocks-presentation-to-mt-vernon.html