Los regímenes feudo-monárquicos restaurados en Uganda y Ruanda, en 1986 y 1994 respectivamente, fascinan e inspiran a numerosos políticos africanos.

En las últimas décadas, un tipo de régimen se ha ido extendiendo lenta pero metódicamente por África. Se trata de un modelo de régimen híbrido que podría describirse como una «monarquía republicana». En efecto, se trata de un régimen en el que las funciones de “jefe de Estado» son hereditarias y, por tanto, se asumen de padres a hijos, al tiempo que se conserva el nombre de “presidente de la República».

Nuestras conclusiones demuestran que este tipo de régimen está en funcionamiento en una docena de países, pero en diversos grados.

Además de Ruanda y Uganda, donde la monarquía republicana existe desde hace más de 30 años, otros países han seguido su ejemplo.

En tres países, la monarquía republicana se encuentra ya en su segunda generación. Es el caso de Gabón con la dinastía Bongo, Togo con la dinastía Nyassingbé Eyadema y Chad con la dinastía Idriss Deby.

En otros dos países se ha declarado oficialmente la monarquía republicana. Es el caso de Guinea Ecuatorial, con la dinastía de Obiang Nguema, y de Congo-Brazzaville, con la dinastía de Sassou Nguesso.

Y en otros cuatro países, la monarquía republicana no sólo es posible, sino probable. Es el caso de Camerún, Costa de Marfil, Eritrea y Yibuti.

Por último, en otro país se está intentando instaurar una monarquía republicana a pesar de los riesgos y peligros. Se trata de la República Centroafricana, con una posible dinastía Touadera en ciernes.

¿Por qué la monarquía republicana instaurada por Kagame en Ruanda fascina tanto a ciertos jefes de Estado africanos actuales?

Para responder a esta pregunta, basta con examinar los hechos a todos los niveles –diplomático, judicial, mediático– relativos a la monarquía republicana que Paul Kagame instauró en Ruanda en 1994.

En efecto, el propio monarca Paul Kagame goza de inmunidad como jefe de Estado, pero también de total impunidad por sus crímenes contra la humanidad y los cometidos por sus agentes, y ello por parte de la «comunidad internacional», aunque se apresure a sancionar a regímenes mucho menos canallas y criminales que el del propio Kagame.

Es más, incluso los medios de comunicación más importantes del mundo occidental, que cuando cuestionan a un dirigente africano corre el riesgo de salir perjudicado e incluso de ser expulsado del poder, se autocensuran cuando se trata de hablar del régimen de Paul Kagame.

Y para colmo, incluso las organizaciones internacionales, especialmente las que informan sobre la actuación de los regímenes y el estado del país en términos económicos y sociales, como el FMI, el Banco Mundial, las agencias de calificación, etc., cuando se trata del régimen de Ruanda, estas organizaciones no dudan en falsificar estadísticas y publicar datos completamente falsos en sus informes anuales, con el fin de dar una buena imagen del régimen de Kagame. Entre ellos: la tasa de crecimiento, el nivel de desarrollo, el índice de pobreza, el nivel de endeudamiento, la inflación y el poder adquisitivo del ruandés medio, etc.

Todo lo que pueda publicarse debe demostrar que Ruanda, bajo la monarquía republicana de Paul Kagame, es ya un país desarrollado, el más rico de África y cuya población es la más próspera y feliz de la región e incluso del continente.

Para un ruandés exiliado que vive en Occidente, nada puede explicar el contraste entre las noticias de los medios de comunicación y los informes de las ONG sobre el régimen de Kagame, y la realidad sobre el terreno. Cuando sabe que él mismo, como desempleado sin trabajo, tiene que enviar cada mes 50 o 100 dólares o euros, deducidos de su subsidio de desempleo, a su hermano o a su primo que vive en Ruanda y es profesor (y, por tanto, está en nómina del Estado), para que éste pueda enviar a sus hijos a la escuela, se pregunta de qué tipo de desarrollo de Ruanda se está hablando.

En consecuencia, casi todos los jefes de Estado de África Central y Occidental sueñan con gozar del mismo estatus que Paul Kagame ante las potencias occidentales que gobiernan el mundo. Lo cual es lógico y comprensible.

Por eso Paul Kagame es cortejado e incluso adorado en ciertos países cuyos presidentes están dispuestos a darle todo, incluso pedazos de su territorio, para que les cuente los secretos de la receta del menú que sirve a las potencias occidentales para gozar de ese estatus en casa. Como resultado, Paul Kagame es casi un segundo al mando en países como la República Centroafricana, Congo-Brazzaville, Togo, Chad, Benín y Mozambique.

Esto es sólo una observación, pero el futuro próximo nos dirá si el modelo de «monarquía republicana» à la Kagame de Ruanda se generalizará en África, o si experimentará retrocesos que, desgraciadamente, causarán sufrimientos a las poblaciones pobres que, sin embargo, no pidieron nada como tal, pero ¡ay! con gran desprecio o desvío despectivo de la mirada del Occidente cínico hacia África.

Fuente: Echos d’Afrique

Foto: El presidente de la República del Congo, Denis Sassou Nguesso, y el presidente ruandés Paul Kagame inspeccionan la guardia de honor en el aeropuerto internacional de Kigali el 21 de julio de 2023.

La violencia oculta durante el genocidio ruandés - Judi Rever (cpac, 15.04.2018)
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