Hace ya bastante tiempo que no discuto sobre casi nada. Ni sobre Siria, ni sobre el procés catalán, ni sobre Argentina, ni sobre Venezuela… No vale la pena. El grado de intoxicación que las cadenas de televisión convencionales y los otros grandes medios corporativos han provocado en las mentes de millones de conciudadanos, incluidos muchos que me son muy cercanos y queridos, es desolador. Las profundas divisiones que han creado entre tantas personas que se consideraban amigos, o en el interior mismo de tantas familias, son demasiado dolorosas. Es como si no hubiésemos aprendido nada. Es como si ya no recordásemos cómo se fueron gestando todas las muchas tragedias que la humanidad ha vivido desde la locura nazi. Sin remontarnos más atrás. Y en el ámbito de España, es como si no hubiésemos aprendido cómo se origina el fascismo, cuáles son sus primeros estadios o fases y cuáles acaban siendo sus terribles consecuencias finales.
Me refiero fundamentalmente a las tragedias provocadas -o “aprovechadas” y agravadas- desde la Segunda Guerra Mundial, una y otra vez, por “los nuestros”: desde Corea y Vietnam, hace ya siete décadas, hasta Libia, Siria o Venezuela, los últimos episodios más mediáticos de esta descomunal impostura. Los nuestros son “los buenos”, como los llamaba el analista de la Corporación Rand y del Departamento de Defensa de Estados Unidos Daniel Ellsberg, que tanto sabía de esto. Aunque las tragedias que “los buenos” han desatado desde que se convirtieron en los grandes triunfadores de la Segunda Guerra Mundial son incomparablemente más numerosas y destructivas que las desencadenadas por “los otros”. Tragedias provocadas por el delirio de dominación de aquellos que se presentan en sus poderosos medios de comunicación como los líderes del Occidente democrático, libre e informado. O más aún, que se presentan como la élite de la más noble “comunidad internacional”. Al parecer los “occidentales” somos “la comunidad internacional”, aunque no constituyamos ni la cuarta parte de la humanidad.
Se trata de una élite formada por gentes muy especiales. Gentes que no saben lo que es la culpa ni la empatía más allá de su entorno inmediato. Como Adolf Hitler, capaz de destruir naciones pero tan cariñoso con su perro. O como los torturadores “profesionales”, tan buenos abuelos. Gentes para las que todos estos indescriptibles sufrimientos de masas son tan solo como un Juego de Tronos, o de ajedrez, hecho de frías estrategias sobre un tablero global. Gentes preocupada -dicen- por proteger a los pueblos que sufren tiranía. Pero a las que, en realidad, no les preocupan los tiranos. No les preocupan aquellos que han provocado y siguen provocando las mayores y más increíbles desolaciones recientes (Kagame en Ruanda y Congo, la monarquía de Arabia Saudí en Yemen, etc. etc.). Solo les preocupan aquellos “tiranos” que no son dóciles a sus dictados, que lideran países apetecibles y que, por supuesto, pueden ser sometidos. Por ahora no se atreven a intentarlo directamente con Rusia o China. Pero tienen la obsesión enfermiza de impedir su avance en todos los ámbitos.
Sin embargo, a través de los siglos, traspasándolos instantáneamente hasta nuestros días, siguen resonando aquellas durísimas invectivas proclamadas con poderosa voz: “¡Ay de vosotros raza de víboras que habéis destruido tantos pueblos, envenenado las mentes de los vuestros y dañado nuestro planeta! ¡Ay de vosotros sepulcros blanqueados, relucientes por fuera pero llenos de corrupción en vuestro interior! Corrupción que ocultáis a los hombres y al mismo Dios, que no creéis que exista. ¡Necios! Habéis acumulado un poder y un dinero que vais a dejar en breve. Y se os pedirán cuentas de toda la sangre que habéis derramado y de todos los llantos desgarrados que habéis provocado. ¡No sabéis qué tremenda desgracia habéis atraído sobre vuestras cabezas!”.
Ya sé que las amenazas sobre un juicio divino apocalíptico no están de moda. Suenan a algo demasiado viejo e incluso delirante. Pero aunque las modas pasan, lo real permanece. Y cobarde aquel que se avergüence de proclamar lo que debe ser proclamado. Porque esta prodigiosa Vida tiene dimensiones invisibles y ¡todos seremos juzgados! Estas gentes creen ser los dueños del mundo pero no saben nada de los misterios del Universo, de la Vida y la Conciencia. Es muy fácil pactar y acomodarse a su poderoso y corrupto sistema, como hacen tantos profesionales del ámbito del dinero, la política, la universidad o la información. Pero entonces nos haríamos merecedores de aquellas otras diatribas: “¡Ay de vosotros guías ciegos que guiais a otros ciegos! Ambos caeréis en el agujero”.
Ya no discuto. Ya no expongo más argumentos a personas capaces de, por ejemplo, pasar de largo, sin sacar la menor consecuencia, de la terrible situación actual de una Libia totalmente arrasada. Una Libia tan próspera antes de que la “liberásemos” del “déspota”. Y me refiero solo a esta “liberación” porque en ella ya tenemos la suficiente perspectiva. Tampoco argumentaré nada en este artículo: es solo un hondo lamento del que surgirá una confesión final de fe y esperanza en un futuro mejor, a pesar de todo. Ya no discuto. Cuando alguien insiste en debatir sobre alguna de estas tragedias, simplemente pregunto: “¿cómo y dónde te informas sobre estas cuestiones?”. Entonces la escena siempre es la misma: tras unos instantes de vacilación, el interlocutor acaba reconociendo cuáles son sus fuentes “serias” de información. Y mi respuesta suele ser bastante seca y cortante: “Por ahora no tenemos nada más que hablar. Cuando hayas hecho el esfuerzo de acceder a fuentes de información alternativas a esas que tu consideras tan fiables, ya retomaremos el diálogo”.
Pero en esta gran impostura internacional lo más duro es el fuego amigo, la inconsciencia o traición de quienes están en nuestra misma zona en esa otra gran impostura nacional en la que se ha convertido el proceso al procés catalán. Viendo como mienten y manipulan aquellos que se consideran “constitucionalistas” respetuosos de la ley, los soberanistas no deberían caer tan fácilmente en las grandes imposturas internacionales. Deberían ver que en ellas se utilizan las mismas estrategias y mecanismos que sufren en su propia carne. Pero esto lo dejaré para otro día, para una segunda parte de este artículo, ya que constituye en sí mismo todo un tema.