Desde hace un tiempo, se ha puesto de moda calificar de «supremacistas» a determinados dirigentes del independentismo catalán y, por extensión, a todo el movimiento soberanista. La palabra proviene de Estados Unidos y se refiere a la ideología que considera que la blanca es una raza superior y que, por tanto, tiene derecho a ejercer un dominio sobre las otras. Es la supremacía blanca, que tuvo su deriva en el nacionalsocialismo de Adolf Hitler que consideraba la raza aria «creadora de cultura», mientras que la raza judía era «destructora de cultura». De aquí que la palabra en cuestión sólo es una extensión de otros calificativos usados con total chulería contra los soberanistas, los cuales, ya por definición son racistas, xenófobos, totalitarios… hasta llegar al clímax, usado por Alfonso Guerra contra el presidente de la Generalitat, Quim Torra, al que calificó de nazi. Conociendo el tenebroso personaje, es evidente que no podía quedarse atrás de toda la parafernalia de tertulianos que, sin haber leído absolutamente ninguno de los escritos de Quim Torra, falsamente, le han atribuido la calificación de bestias a todos los ciudadanos españoles. En realidad, Torra había utilizado la metáfora de bestias para referirse a aquellas personas que se indignan y protestan sólo al oír hablar en catalán, como había pasado con una que protestó airadamente por la utilización del catalán en un avión de una compañía suiza.
La palatina de esta brutal campaña es Inés Arrimada, la lideresa de Ciudadanos en Cataluña. Lanza el insulto, que inmediatamente encuentra amplio eco en la prensa capitolina, para que lo reproduzcan todos los líderes políticos, no sólo de la derecha, sino también de la progresía más quince marciana. Curiosamente, Arrimadas, en sus intervenciones, apela constantemente a los orígenes andaluces y extremeños de muchos catalanes para rebelarse contra lo que considera el yugo del soberanismo catalán. A fuerza de reproducir los insultos, Ciudadanos y el PP han divulgado en el resto del Estado la imagen de una Cataluña muy alejada de la tradición del catalanismo, que siempre ha defendido lo de «es catalán todo aquel que vive y trabaja en Cataluña ». No en vano, Cataluña es uno de los territorios de la Unión Europea donde se hablan más idiomas y conviven más culturas. Lo recordó a Arrimadas una de las andaluzas que participaba en un programa de Jordi Évole, cuando le espetó que difundía una imagen tergiversada de la realidad de Cataluña.
Y es que, si lo pensamos bien, los que acusan de supremacismo al soberanismo catalán acaban por practicar todo aquello de lo que acusan a los catalanes. Así que defender hablar tu lengua materna o votar para decidir el futuro de tu país o manifestarte pacíficamente o querer que una parte mayor de tus impuestos reviertan en tu gente o defender una escuela inclusiva que no segregue por idiomas, para el patrioterismo español son expresiones de supremacismo. Mientras los mismos acusadores consideran ofensivo que se hable catalán en su presencia o ven como un ataque al español que las instituciones defiendan a las otras lenguas oficiales del Estado, que han sido perseguidas por sanguinarias dictaduras, y piensan que es legítimo el uso de la fuerza contra la población indefensa para impedir el voto y no se indignan cuando dirigentes políticos y sociales llevan siete meses encerrados en la cárcel preventivamente, acusados injustamente de rebelión violenta. Y es que, cuando uno se considera superior a otro lo justifica todo, incluso «desinfectar» a los que no piensan como él, como dice Borrell.