No parece muy realista una valoración tan crítica como la de este titular, que hasta ridiculiza al “formidable” sistema occidental. No parece ni cierto ni posible que, con un poderío militar tan impresionante, el Imperio occidental esté fundamentado en ese fatuo paradigma, que, al parecer, tiene tan solo que ver con el etéreo mundo de la moral o de la ética.

Sin embargo, ahí están las ingentes energías dedicadas a la propaganda, al engaño, al lavado de la imagen de los más perversos criminales (como es el caso de Paul Kagame o Volodímir Zelenski, que han promovido y provocado las enormes tragedias de Ruanda y Ucrania), al silenciamiento de aquellas voces que desenmascaran tanta mentira (como es el caso de Julian Assange), al descrédito y criminalización de todos aquellos que son un obstáculo (la lista de ellos en las últimas seis décadas de dominación mundial estadounidense, empezando por Patrice Lumumba hasta llegar a Vladimir Putin, sería casi inacabable).

La legitimidad moral: una fuerza que los “realistas” desprecian pero que importa mucho a las élites

La dedicación de tanta energía a estos menesteres por parte de las élites debería hacernos cuestionar y reconsiderar nuestra propia falta de valoración de la fuerza que ellos mismos llaman la legitimidad moral, verdadero fundamento de incluso los más poderosos imperios. Afirmar que el poder de esas élites no es otro que el que nosotros mismos les concedemos no es solo una verdad evangélica: “No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma (Evangelio de Mateo 10, 28)”. “Ya no le temo a nadie, he visto la Gloria de la venida del Señor”, clamó Martin Luther King presintiendo su muerte muy próxima, tan solo unas horas después.

La certeza de que esas gentes no tiene ningún poder sobre nosotros, no es específicamente cristiana. Ni tan siquiera es una convicción propia solo del ámbito religioso o espiritual. Es verdad que auténticos místicos como el mahatma Gandhi vivieron y murieron fundamentados en ella. Pero, a lo largo de la historia, también millones de seres humanos, movidos por valores sencillamente humanos, como la dignidad, han preferido morir de pie a vivir arrodillados.

Son las leyes supremas que yo mismo llamé Los cinco principios superiores y que, como muy bien proclamaba el mahatma Gandhi, funcionan con precisión incluso en el ejercicio de la acción política. Son ellas las que explican las reiteradas y humillantes derrotas de los poderosísimos Estados Unidos frente a pequeños y pobres países agredidos por ellos. Si nos referimos de nuevo a las últimas seis décadas, podríamos empezar por Vietnam hasta llegar a su reciente salida, urgente y caótica, de Afganistán.

De hecho, esa legitimidad moral es tan digna de ser tenida en cuenta que durante tres meses la propaganda atlantista ha pretendido aplicar estas categorías a las “agresoras” y “desmotivadas” fuerzas armadas de Rusia en Ucrania. Pero los hechos son testarudos. La realidad es contraria a tal propaganda: ya estamos viendo la derrota de las milicias neonazis ucranianas. Milicias que, como sus predecesores nazis ucranianos y alemanes, estaban y están absolutamente carentes de la más mínima legitimidad moral. Si algo sostuvo hasta el final a la delirante camarilla que rodeó a Adolf Hitler, no fue otra cosa que el fanatismo.

Sí, la legitimidad moral es el auténtico fundamento de la paz entre los pueblos. Y todos sabemos que la inestabilidad y la fragilidad o la estabilidad y la fortaleza de cualquier edificio dependen absolutamente de sus cimientos. De ahí que el cuestionar un paradigma tan falsario sea para este sistema imperial la más peligrosa de las acciones subversivas. Y que el dejar al descubierto su inconsistencia sea la más poderosa de la revoluciones contra él. Un sistema responsable desde el fin de la II Guerra Mundial de decenas de millones de víctimas mortales.

Solo en el África Central habría que contabilizar, hasta el día de hoy, una de esas decenas de millones. En uno de sus últimos artículos, Emmanuel Neretse, siempre tan perspicaz y preciso, analiza las claves de la guerra de conquista de Ruanda entre 1990 y 1994 a la luz del actual conflicto de Ucrania. En dicho artículo, nos recuerda la eliminación sistemática desde finales de 1996 de muchos cientos de miles de refugiados hutus en el ex Zaire. A esos muchos cientos de miles habría que sumar otros tantos anteriores (tanto en Burundi como en Ruanda) y los más de cinco millones de víctimas congoleñas posteriores.

¿Seguro que Rusia ya ha perdido la guerra de la opinión internacional?

Visto el éxito arrollador de la propaganda, que ha conseguido incrustar un paradigma tan quimérico en lo más profundo de las mentes de nuestros conciudadanos, pareciera que el fantasioso sea más bien yo, haciendo semejantes afirmaciones tan poco “realistas”. Sin embargo, el tiempo será quien tenga la última palabra. De hecho ya la está proclamando. Pero parece ser que solo la escuchan quienes son capaces de tomar distancia crítica respecto a toda la propaganda con la que nos están infectando.

El tiempo solo existe como un contiuum espacio-temporal. Y el espacio que llamamos Occidente, que los amos de la propaganda han conseguido que confundamos con “la comunidad internacional”, es tan solo una región geopolítica de nuestro precioso y diverso planeta. Es una región en la que unos provincianos, ignorantes o prostitutos (las “presstitutas mediáticas” de Craig Roberts) creadores de opinión adoctrinan a unos inermes y conformistas ciudadanos, haciéndoles confundir una parte con el todo.

Solo dos países “indóciles”, China e India, entre los muchos otros que nuestras insignes élites atlantistas calificaron como países gamberros, constituyen más del 30% de la población mundial (casi 3.000 millones de los casi 8.000 millones de seres humanos actuales). En cuanto a superficie territorial, también solo dos países, Rusia y China, constituyen exactamente la mitad del territorio de la enorme Eurasia. Es decir, más de la mitad de la humanidad sabe muy bien que Occidente es el perverso villano de la película. Y una mayoría aplastante de ella no cree que Occidente sea el bueno de la película y considera que Estados Unidos es la nación más peligrosa de nuestro planeta.

Por añadidura, como muy bien analizaba el pasado 26 de junio Eamon McKinney (eminente sinólogo con más de 40 años de participación en los negocios extranjeros de China, fundador y director ejecutivo de CBNGLOBAL, empresa que ha gestionado más de 300 proyectos importantes entre la China y otros países), “nuestras” élites seguramente cada vez lo tendrán más difícil, cosa de la que son conscientes, y de ahí sus prisas: “[…] ambos países [Rusia y China] deben ser destruidos, al menos económicamente, antes de que el Gran Reinicio pueda imponerse en el mundo. El tiempo, sin embargo, no está del lado de los globalistas, los acontecimientos recientes han demostrado que son conscientes de esto y están acelerando sus plazos”. Esperemos que su urgencia no se convierta en descontrol total y cometan locuras irreversibles.

Este análisis de Eamon McKinney es especialmente lúcido. Brevemente, pero en profundidad, trata los elementos esenciales que configuran en este momento la excepcional y peligrosa situación mundial: el probable derrumbe próximo de los políticos de las élites globalistas y el retorno de Trump, el propósito de la OTAN de seguir provocando gravemente a Rusia, la probable gran crisis del modelo bancario occidental y el paso de decenas de países a la órbita del nuevo sistema económico liderado por China, el probable fracaso a nivel global de la pretensión de las élites occidentales de que las naciones entreguen su soberanía a la OMS, el resentimiento de muchos países hacia quienes han gestionado la Covid 19 de modo tan perjudicial para sus economías, el aislamiento que sufrirá Occidente (restringido a América del Norte y la pequeña Europa Occidental) convertido en tan solo el 15% de la población mundial…

Así que “nuestros ilustres” creadores de opinión, aparentemente tan exitosos, tiene por delante una tarea muy difícil, abocada seguramente al fracaso. Nos repiten, un día y otro también, que Rusia ya ha perdido la más importante guerra, la de la opinión internacional. Pero la realidad es que, un día y otro también, no hacen otra cosa que envenenar a nuestras sociedades con medias verdades, que son peores que las mentiras. Como esa media verdad en la que se presenta a la opinión pública occidental como si fuese la mundial.

El hombre más peligroso de América acertó de lleno: nosotros somos los malos

Algunos conoceréis la fantástica e impactante historia de Daniel Ellsberg, historia que Hollywood, cada vez más sometido a lo “políticamente correcto”, jamás llevó a las grandes pantallas. En realidad Steven Spielberg realizó en 2017 una película, supuestamente dedicada a la lucha de Daniel Ellsberg para revelar los oscuros secretos del Pentágono sobre la guerra del Vietnam. Pero la figura de este héroe estaba prácticamente desaparecida mientras, falseando absolutamente la historia, convertía al Washington Post en el protagonista de aquella valiente epopeya. Había desaparecido todo elemento realmente subversivo frente al criminal sistema imperial estadounidense.

Algunos conoceréis el documental El hombre más peligroso de América, en el que sí se relata honesta y objetivamente el proceso interior que le llevó a hacer públicos los llamados Papeles del Pentágono. Pero lo que quizá no recordéis, ni aun los que habréis visto ese magnífico documental, es que su conclusión definitiva fue la de que el Imperio americano se sustenta en la falacia de que “nosotros somos los buenos”. Esto es lo que escribí al respecto hace ya más de una década en el libro La Hora de los grandes “filántropos:

“[…] la peor crisis, económica y de todo tipo, seguramente aún está por llegar. Están tensando la cuerda hasta el extremo, están llevando al mundo hasta el borde del abismo. Quizá esa Hora no será un periodo breve sino que se prolongará aún por bastantes años. Incluso puede ser que no logren el objetivo final que pretenden. Pero estoy convencido de que para ellos esa etapa final, más o menos prolongada y que tendrá un desenlace que nadie puede garantizar, ya ha comenzado. Sus propias circunstancias no son las mejores para iniciar la etapa final. Pero el hecho es que, y en esto sí tienen razón, están en peligro su hegemonía actual y la hegemonía aún más absoluta que habían planificado para un futuro próximo.

[…] se busca algo más: se trata de estrangular a China y Rusia. […] Estos clubes tienen motivos para temer que sus proyectos imperiales se derrumben en el futuro inmediato. Pero motivos no son razones. Verdaderamente nunca han tenido razón pretendiendo avasallar a todo el mundo con su proyecto de dominación imperial y con sus paranoicas percepciones que les hacen ver como enemigos a todos aquellos países que, sin tener (al menos en este momento) un proyecto propiamente imperial, pretenden cubrir sus crecientes necesidades energéticas y de todo tipo de materias primas.

Parecen estar convencidos de que no hay tiempo que perder. Parecen creer que ha llegado su Hora. Lo cierto es que La Hora del triunfo de los grandes ‘filántropos’ será La Hora de nuestra peor pesadilla. Por eso debemos intentar detenerla. Estamos moralmente obligados a ello. Más aun, podemos transformarla en La Hora de los pueblos. Aunque para lograrlo, el primer y principal requisito es el reconocer una realidad que nos resulta demasiado dura de aceptar. Es la realidad que, hace ahora exactamente cuarenta años, descubrió un analista de la Corporación Rand (un think tank estrechamente ligado al Gobierno estadounidense al que ofrece investigación y análisis para las Fuerzas Armadas) y del Departamento de Defensa de Estados Unidos, Daniel Ellsberg, tras una dolorosa lucha interna: nosotros no somos los buenos de esta historia, ni tan siquiera se trata de que estemos de parte de los malos, es que… ¡somos los malos! El descubrimiento de esta verdad y su aceptación lo transformaron hasta hacer de él, en palabras del secretario de Estado Henry Kissinger, ‘el hombre más peligroso de América’.

Estados Unidos y la Alianza por él liderada no es en absoluto la fuerza benevolente que una poderosa propaganda pretende hacernos creer que es. El mantener esta fe casi religiosa en la bondad imperial, una bondad exitosa, es decisivo para el Imperio occidental. Es tan importante que, aunque tenga que salir derrotado de Afganistán o Irak, el Imperio jamás reconocerá ni su fracaso, ni sus mentiras, ni sus crímenes. En este momento de la historia, el Imperio occidental, anglosajón en realidad (en el que parecen encontrarse tan a gusto los responsables de todos los últimos Gobiernos de España), es ‘el malo’. Pero para llegar a reconocerlo, es necesario un mínimo esfuerzo: hay que encontrar el tiempo para acceder a una información no manipulada; hay que desarrollar la capacidad de ver, escuchar y comprender la realidad; hay que tener el coraje de reconocerla y aceptarla. No es fácil, pero es necesario y vale la pena intentarlo.

Personalmente, hace ya quince años que llegué a la misma conclusión que Daniel Ellsberg. Él llegó a ella al descubrir las mentiras del Gobierno de Estados Unidos sobre la guerra de Vietnam. Yo, por mi parte, al descubrir las mentiras de las potencias occidentales, lideradas por Estados Unidos, sobre Ruanda y el Zaire/Congo. Yo llegué a ella al descubrir que no se trataba de que Bill Clinton se hubiese equivocado al apoyar a ‘el malo’, Paul Kagame, sino de algo mucho más grave: ‘el malo’ Paul Kagame ni tan solo habría existido si el Imperio no hubiese hecho posible su emergencia y si no lo hubiese sostenido enérgicamente a lo largo de los años.

Cuando hace unos meses vi a Daniel Ellsberg en la pantalla del televisor y escuché sus palabras, algo resonó en mi interior. Este hombre recto había dado en la clave hace ya cuarenta años, había dado con el tumor que nos está matando: es nuestro propio Sistema Occidental, cada vez menos democrático y más plutocrático, el que cada día se va pareciendo más a todos los totalitarismos que han existido. Esto ya no es el desembarco de Normandía frente a los nazis. Todo ha cambiado demasiado. Nos guste o no, seamos capaces o no de enfrentarnos a ello, se empeñe Hollywood en engañarnos o en engañarse… ‘nuestros chicos’ son también ahora (en Somalia, Irak o Congo), como antes en Vietnam, los malos de la película. Nuestros dirigentes los han llevado a demasiados crímenes de agresión internacional, a demasiados crímenes contra la paz. Y Hollywood se verá obligado a hacer películas que reflejen esa dolorosa realidad lo mismo que hace ya décadas se vio obligado a hacerlas sobre la cara ocultada de la guerra de Vietnam.”

Hannah Gurman: cualquier atrocidad contra “los malos” y cualquier sacrificio económico propio serán tolerados por una población adoctrinada

En La hora de los grandes “filántropos” recogía también una cita de Hannah Gurman (profesora asistente en la Universidad de Columbia, investigadora de las interconexiones entre la política, la economía, la diplomacia de los Estados Unidos y los conflictos militares) que creo que merece ser retomada ahora. En un artículo titulado “La fatiga de guerra y la falta de crítica de la guerra” publicado en Antiwar.com el 26 de julio de 2011, exponía así la cuestión:

«[…]. A pesar de que podemos y debemos oponernos al abultado presupuesto de defensa, oponerse a la guerra sobre la base de que es demasiado cara, no deja de ser un argumento contra el costo de la guerra. No es un argumento en contra de la guerra misma. Oponerse a los costos económicos de la guerra es lo mismo que decir que, si Estados Unidos tuviera todo el dinero del mundo, en realidad se tendrían que apoyar las guerras en Afganistán y Libia. […].

Ésta no es la primera vez que Estados Unidos experimenta la fatiga de guerra. El caso más pronunciado se produjo en las últimas etapas de la guerra de Vietnam. Observando este fenómeno, Noam Chomsky escribió en 1973: ‘Estados Unidos está cansado de esta guerra, y en los limitados grupos donde se determina la política exterior, hay muchos que la ven como un sinsentido, como una fracasada aventura que debería ser finiquitada. Sin embargo la doctrina oficial prevalece. Es la que establece los términos del debate, un hecho de considerable importancia. Y mientras las víctimas sean designadas como comunistas, [la guerra] resulta un juego justo. Prácticamente cualquier atrocidad será tolerada por una población que ha sido profundamente adoctrinada’.

Como predijo Chomsky, la fatiga de guerra de Vietnam poco influyó para poner fin a la Guerra Fría, que siempre ubicó el conflicto en su propio marco ideológico. De manera fundamental, ese marco ideológico se ha mantenido hasta la actualidad. En lugar de los comunistas de Afganistán, son los islamistas. En vez de apoyar una conspiración comunista internacional, el adversario está llevando a cabo una yihad global. En ambos casos, Estados Unidos alega que están librando una guerra de autodefensa, que es a la vez de interés mundial.»

La OTAN no es una alianza defensiva sino un poderoso y criminal instrumento para la dominación

La OTAN con su expansionismo de dominación, núcleo causante del estallido bélico que se está viviendo en Europa, es un poderosísimo instrumento. Sin embargo, Nixon llegó a afirmar que Daniel Ellsberg, desarmado e incluso posteriormente encarcelado, era “el hombre más peligroso de América”. No se refería ni a un grupo terrorista, ni a una revolución violenta, sino tan solo a un hombre revestido con la legitimidad moral que acompaña a la verdad.

Por el contrario la mentira como fundamento de los imperios me evoca el sueño del rey Nabucodonosor y el derrumbe de su poderoso imperio. Derrumbe anticipado por el profeta Daniel (Libro de Daniel, capítulo 2). Pero, en nuestros días, ¡ni los cristianos creen ya que el profetismo exista! En opinión de muchas comunidades cristianas y muchos de sus guías institucionales, quienes afirman que Dios sigue hablando en lo más profundo de los corazones no solo sobre nuestras cuestiones privadas sino también sobre realidades sociales y políticas, y afirman también que a veces Él ordena que la verdad sea proclamada a tiempo y destiempo (Segunda carta a Timoteo, capítulo 4, versículo 2), son tan solo unos sospechosos “visionarios”.

En esta época, ni aún la mayoría de los espirituales, siempre a la búsqueda de gurús, iluminados, maestros espirituales y santos, saben lo que es el profetismo. Esa mayoría vive en mundos sin casi contacto alguno con el “corrompido” ámbito político. Sin embargo, suelen aceptar fácilmente la versión occidental y políticamente correcta de los acontecimientos, viviendo inmersos cotidianamente en ella. Y suelen rechazar, e incluso calificar como conspiracionismo, cualquier cuestionamiento de dicha doctrina oficial. O, a la inversa, la mayoría de quienes se indignan y rebelan contra tantas injusticias sociales e internacionales, difícilmente entienden el fenómeno del profetismo. Sin embargo, Dios sigue manifestándose, como se manifestó a Martin Luther King en la noche memorable que le cambió la vida. E incluso ordenándonos levantar siempre nuestra voz a favor de la verdad y de la justicia, como se lo ordenó a él.

“Nosotros somos los buenos” es la madre de todas las mentiras que reinan en Occidente. Antes tenía que ver con la guerra de Vietnam, hoy con la de Ucrania. Es una falacia que ha invadido e impregnado las mentes de nuestras sociedades. Incluso las de aquellos que debería ser sus guías y referentes. Cuando el papa Francisco se atreve a decir al patriarca ortodoxo de Moscú, su hermano en la fe en el Señor resucitado, que deje de ser el monaguillo de Putin, es que el virus “nosotros somos los buenos” ha infectado los corazones. Las defensas evangélicas inmunizadoras han sido por el momento derrotadas. ¡Qué difícil es para cualquier occidental, inmerso en la omnipresente mentira, el liberarse de la visión atlantista y distorsionada de la realidad! Esperemos que poco a poco el papa Francisco vaya saliendo, como parece ser, de esta espiral infernal. Aunque unos días después se acerca apesadumbrado a consolar a las esposas de dos nazis comandantes del Batallón Azov.

Incluso son cada vez más frecuentes los llamamientos al asesinato del presidente Putin. Se habla ya hasta de un proyecto en marcha para lograrlo. Es sorprendente, un descaro tal, solo posible gracias al arrogante paradigma del título de este artículo. Si en la frase “asesinato de Putin” cambiásemos el nombre de Putin por el de Biden, o en la frase “instalación en Polonia de misiles apuntando a Rusia” cambiásemos los nombres de Polonia y Rusia por Méjico y Estados Unidos… sería la hecatombe total y el fin de la civilización actual. Tal perversión intelectual solo es posible gracias al citado paradigma.

El presidente Putin tiene tanto sentido común que incluso no tiene problema con que Finlandia entre en la OTAN, a pesar de la extensa frontera que la une con Rusia. Solo tiene problema con la instalación de más misiles en Finlandia. Lo cual desmiente que tenga un proyecto neoimperial. Se trata tan solo de la legítima defensa de un gran pueblo que no está dispuesto a tolerar de nuevo una agresión como la que le costó 26 millones de víctimas mortales. El problema, bien real, al que a veces se ha referido el presidente Putin es el hecho de que aquellos países que entran en la OTAN pierden totalmente su autonomía. Y se trata de una organización que hasta tiene sus propias organizaciones terroristas, que como la Red Gladio, son capaces de llevar a cabo atentados como el de la estación de Bolonia, que ocasionó 85 muertos y 200 heridos.

La principal misión y lema de la OTAN es aquel de “divide y vencerás”. Siempre fue así, desde los estrategas del Imperio Romano hasta, ya recientemente, Halford J. Mackinder y Zbigniew Brzeziński, para los que era crucial evitar la unión de Alemania y Rusia. Estarían felices de ver como ahora se ha conseguido acabar con el Nord Stream 2. Ya hemos visto otras veces la gran aspiración última de “nuestras” élites financieras y “filantrópicas”: evitar, sea como sea, la alianza entre Rusia y China. El pasado 12 de junio Matthew Ehret dedicó a ello otro de sus magníficos artículos: “La carrera para romper la alianza entre Rusia y China, y la ‘Ucrania de Asia-Pacífico’.”

Misión “heroica” por su dificultad, como se analiza en el artículo, a pesar de los impresionante medios y métodos que se están utilizando para destruir a ambas: «[…] las tácticas revolucionarias de colores, seguidas de los ‘Gladio stay behinds’, el cerco militar, la guerra biológica y, finalmente, el uso de las ‘quintas columnas’.» Matthew Ehret estudia detenidamente cada uno de ellos y aporta informaciones de sumo interés que merecen que se le dediquen los minutos necesarios para su lectura.

Entre tales divisiones son también importantes las provocadas entre naciones del mismo Occidente. E incluso las divisiones internas de una determinada sociedad, especialmente las infiltraciones y divisiones en el mismo seno de los movimientos de izquierdas. Y ello gracias además a medios de información y comunicación considerados “alternativos”. Como muy bien analiza Edward Curtin en su artículo del pasado día 13 de junio, titulado “Las sutilezas de la retórica izquierdista antirrusa”:

“Mientras los llamados medios de comunicación corporativos liberales y conservadores –todos taquígrafos de las agencias de inteligencia– vierten la más descarada propaganda sobre Rusia y Ucrania, que es tan llamativa que resulta cómica si no fuera tan peligrosa, los conocedores autodidactas también ingieren mensajes más sutiles, a menudo procedentes de los medios alternativos”.

Como sabe ver Edward Curtin (profesor de sociología en el Massachusetts College of Liberal Arts, autor de múltiples libros sobre cuestiones que tienen que ver con los clásicos, la filosofía, la literatura, la teología y la sociología), un tipo de propaganda mucho más sutil “Funciona especialmente bien con las personas ‘intelectuales’ y muy instruidas”. Un tipo de propaganda en la que se juega a parecer que se reconocen los “errores” imperiales pasados, se elaboran medias verdades sutiles, etc.

Unas élites capaces de recurrir a la más perversa de las guerras, la guerra biológica

Nosotros no solo somos los malos sino que incluso la depravación de “nuestras” élites no tiene parangón. “El mal que [ahora] reside en Washington no tiene precedentes en la historia de la humanidad”, afirmaba con razón Paul Craig Roberts. Una de las más claras evidencias de ello es el hecho de que no tienen escrúpulo alguno ni en desencadenar incluso una guerra biológica. Sin que en Occidente ni tan solo esto llegue a cuestionar en profundidad el paradigma que está llevando a la humanidad cada vez más cerca del abismo.

Como afirma el experto en Oriente Medio Vladimir Platov en su artículo del pasado 14 de junio, “Estados Unidos lleva mucho tiempo demostrando a la comunidad mundial su desprecio por las normas internacionales, junto con su disposición a desencadenar una guerra con el uso de armas de destrucción masiva (ADM) en cualquier parte del mundo. Esto es lo que hicieron los estadounidenses en Japón, cuando lanzaron bombas nucleares sobre la población civil de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. Posteriormente ha habido muchos otros incidentes documentados y comunicados a la ONU que implicaron el uso de armas químicas y bacteriológicas por parte de Estados Unidos contra sus oponentes, no sólo en Corea sino también en otras regiones del mundo. Así, en el período comprendido entre 1949 y 1988, la Unión Soviética presentó a la ONU pruebas sobre 13 hechos de uso a gran y pequeña escala de armas de destrucción masiva con la participación de Estados Unidos.”

Vladimir Platov enumera una larga serie de lugares y momentos de esa terrible utilización. E insiste en la penosa evidencia de que la ONU jamás haya reaccionado frente todas las denuncias y pruebas que le fueron presentadas a lo largo de siete décadas. Finalmente se extiende sobre todos los graves hechos que están apareciendo tras el descubrimiento en Ucrania de las decenas de peligrosísimos laboratorios de Estados Unidos y del material e informaciones que fueron encontrados en ellos. Sorprendentemente, su perturbadora existencia, reconocida incluso por Victoria Nuland, ha pasado desapercibida en el Occidente de “los buenos”. Y por supuesto, las recientes e importantes revelaciones y hechos a los que se refiere Vladimir Platov también pasarán desapercibidos a pesar de su gravedad:

  • La implicación directa de Estados Unidos y Ucrania en el estallido de la pandemia de la COVID-19.
  • Las actividades criminales de Estados Unidos destinadas a desencadenar una guerra biológica global durante la operación militar especial en Ucrania.
  • Los experimentos inhumanos del Pentágono con ciudadanos ucranianos en un hospital psiquiátrico de la región de Járkov (pueblo de Strelechye).
  • La existencia de más de una docena de vehículos aéreos no tripulados (UAV) equipados con tanques y boquillas para rociar agentes de armas biológicas.
  • La implicación en todo ello de otros miembros de la OTAN como Alemania y Polonia.
  • La responsabilidad especial de los dirigentes del Partido Demócrata como ideólogos de estas operaciones biológicas militares estadounidenses en Ucrania.
  • La creación por ellos mismos del marco legislativo para financiar la investigación biológica militar directamente con el presupuesto federal.
  • La responsabilidad también de las organizaciones no gubernamentales controladas por los dirigentes del Partido Demócrata (aportando sus fondos, incluidos los fondos de inversión propiedad de los Clinton, Rockefeller, Soros, Biden, bajo las garantías del Estado).
  • La participación también en todo ello de las principales compañías farmacéuticas (Pfizer, Moderna, Merck, así como Gilead, una compañía afiliada al Pentágono).

Lo cual confirma que también las pandemias forman parte de todo el abanico de perversos instrumentos que “nuestras” élites están dispuestas a utilizar en su proyecto de dominación mundial, disminución de la población y control (mediante las nuevas y revolucionarias tecnologías) de la que quede. Sin estas claves, cada vez resultan más difícil de explicar que se sigan silenciado los impresionantes datos sobre la magnitud del número de efectos graves que se están dando tras la vacunación. Son datos difíciles de ocultar. Vladimir Platov finaliza así su artículo:

“En lugar de garantizar el cumplimiento de las normas internacionales y de las convenciones internacionales firmadas por Estados Unidos para combatir el desarrollo y el uso de armas químicas y bacteriológicas, Washington organiza regularmente campañas de noticias falsas en las que se acusa a otros países del supuesto uso de armas de destrucción masiva prohibidas. Y estas campañas, por desgracia, son promovidas y apoyadas activamente por los medios de comunicación financiados por Estados Unidos y por los representantes de una serie de partidos políticos y gobiernos occidentales de todo el mundo, ocultando así las revelaciones oficiales de las actividades criminales de Estados Unidos.

Hoy en día, los biolaboratorios militares estadounidenses están ubicados no sólo en Ucrania, sino también en muchos otros países del mundo que se enfrentan a un peligro similar de que Washington utilice armas biológicas. Y los Estados Unidos no parecen avergonzarse de contar a la comunidad mundial su ‘derecho’ a hacer planes para cambiar regímenes políticos ‘en países autoritarios si suponen una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos’. En particular, Henry Kissinger, uno de los veteranos más respetados de la política estadounidense, ex secretario de Estado y ex asesor de seguridad nacional del presidente de Estados Unidos, hizo recientemente esta declaración en una entrevista al Financial Times.”