Para un Israel ya espiritualmente muerto, su propia autodestrucción podría ser un imprevisto y terrible daño colateral de su propio belicismo criminal y de la práctica de la Directiva Aníbal

¿Estará por llegar la propia autodestrucción de Israel como un imprevisto daño “colateral” de su desproporcionada respuesta al reciente ataque de Hamás (en realidad, más que una respuesta a Hamás está siendo un ataque brutal a todo el pueblo palestino)? Se trataría de un daño colateral que al parecer Israel jamás consideró seriamente que fuese posible. Al igual que le sucedió a la Alemania nazi y a tantos otros pueblos que no frenaron los grandes crímenes de sus propios prepotentes y expansionistas gobiernos, el “poderoso” y “triunfante” Israel jamás volverá a ser ya el mismo.

Si es que logra sobrevivir, este Israel en el que hay sectores que incluso pretender restaurar su antiguo territorio (que excedería ampliamente los límites del actual Estado de Israel), habrá perdido la poca legitimidad moral internacional y la escasa propia autoestima que a estas alturas hubiesen podido quedarle. Israel ya ha muerto espiritualmente, se ha convertido en un pueblo supremacista asesino de niños y civiles.

Ya se ha convertido, paradójicamente, en el pueblo que un día sufrió un gran genocidio pero que acabó convirtiéndose él mismo en genocida. Algo inimaginable cuando, hace un siglo, cientos de miles de judíos buscaban protección frente a las inacabables persecuciones que sufrían. Para recuperar “la Tierra Prometida”, aquel que se considera “el pueblo elegido” ha acabado siendo el autor de una increíblemente inmisericorde y cruel limpieza étnica. Pero si tales categorías teológicas no fuesen mitos sino realidades, eso significaría que aún estaríamos en los tiempos bíblicos. Los tiempos en los que Yahveh realizaba durísimos reproches a los suyos por sus infidelidades y crímenes, a la vez que, por culpa de tal comportamiento, les anunciaba grandes catástrofes.

Catástrofes como la que sufrió tras su derrota en la primera guerra judeo-romana entre el 66 y el 73 después de Cristo: Jerusalén fue conquistada, el Segundo Templo destruido, un millón de judíos perdieron la vida y multitud de supervivientes huyeron al exilio. O como la que sufrió tras el aplastamiento por el emperador Adriano de la rebelión de Bar Kojba, que tuvo lugar entre el 132 y el 135 después de Cristo: los judíos fueron expulsados definitivamente de la que ellos consideraban su tierra, Jerusalén fue reconstruida como capital de la colonia romana con el nombre de Aelia Capitolina e incluso fue cambiado el nombre de Judea por el de Palestina (derivado del término philisteos, los antiguos adversarios de los judíos).

Quienes, tras el secuestro de unos centenares de israelís, son desbordados internamente por el rencor, mientras olvidan que en las prisiones de Israel hay dos millares de palestinos que son menores o adultos sin expediente, ¿pretenden que, en una guerra asimétrica, como es esta, los palestinos se sigan enfrentado con piedras a los tanques y que no recurran a acciones como el secuestro? Israel debería asumir todas las consecuencias de haber optado por someter de modo inmisericorde al pueblo que habitaba mayoritariamente Palestina hace un siglo. Los pueblos oprimidos son creativos y osados.

Pero no solo no asume sus propias responsabilidades, sino que además ha optado por una huida hacia adelante en el camino del odio, la venganza del ojo por ojo (en realidad cien ojos palestinos por cada ojo israelí) y la confrontación asimétrica. En este proceso de decadencia espiritual de Israel, la Directiva Aníbal sería el golpe definitivo. Si el Gobierno actual de Israel opta por acabar brutalmente tanto con secuestradores como con secuestrados (encubriendo semejante decisión con la mentira mediática), estará revelado por fin con el mayor descaro su verdadero rostro perverso, su naturaleza profundamente criminal.

Estará optando por el propio suicidio moral o espiritual. Pero, además, estará creando las condiciones que harán posible su propia autodestrucción política y material. Una autodestrucción tan terrible o más que las vividas ya antes en las citadas dos catástrofes que se dieron un poco después de la aparición allí de la figura histórica de Jesús de Nazaret.

Foto: Una madre palestina con sus hijos en el hospital Al-Shifa (Mohammed Al-Masri – Reuters, 23.10.2023).

La guerra se prepara. Estados Unidos implica a Europa. Israel no cede. 7 de octubre: lo que no te han explicado. (La Magia de la Bolsa, 31.10.2023)