Reflexiones en torno a la lúcida Propuesta de solución para la guerra de Ucrania del Grupo de estudio de Los Álamos

Cuando acabe esta década hará justamente dos milenios que Poncio Pilato lanzó esa sublime pregunta, tan sorprendente en aquel primitivo y violento contexto, al extraño reo que tenía frente a él (Evangelio de Juan 18, 38). Seguro que no era consciente de la enorme trascendencia de la cuestión que estaba formulando. Ni, menos aún, podía imaginar que, a lo largo de los siglos, miles de millones de seres humanos revivirían aquella escena y se conmoverían en lo más hondo de su ser. Por el estudio de toda la escena podemos deducir que su pregunta estaba cargada de cinismo. Seguramente pretendió relativizar todo: mentira y verdad, maldad y bondad, perversión y santidad, su propia mezquindad cobarde y el digno coraje del preso torturado y destrozado que tenía ante él…

Pero Jesús no le respondió. Todo lo que tenía que decir, no para aquel prefecto romano de Judea entre los años 26 y 36 sino para toda la Humanidad futura, ya lo había dicho unos instantes antes: “Yo para eso he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la Verdad” (Evangelio de Juan 18, 37). Sabía bien que sus palabras eran para la Historia. Nosotros, por el contrario, al igual que Pilato no somos en absoluto conscientes de la trascendencia eterna de cuanto hacemos y dejamos de hacer frente a la Mentira y la Verdad. Ni, menos aún, de que eso sea el sentido de nuestras vidas. Jesús sabía bien que la Verdad existe, que solo ella es real y que solo ella permanecerá. En el sanscrito que usaba mahatma Gandhi, la raíz de la palabra satyagraha (la fuerza de la verdad) no es otra que sat (lo real). Los términos realidad y verdad son inseparables, incluso sinónimos.

Jesús era el testigo de la Verdad porque la conocía. Los evangelios se refieren con frecuencia al conocimiento que Jesús tenía de los pensamientos y sentimientos que, tras las apariencias, se ocultaban en las mentes y los corazones de aquellos con los que trataba (Evangelio de Mateo 9, 4; 12, 25; 15, 19; Evangelio de Lucas 11, 17; Evangelio de Juan 2, 24). Si, a diferencia de Jesús, nosotros no somos capaces de captar lo que se esconde en el interior de las mentes y los corazones ni de captar el significado de los acontecimientos (de reconocer “los signos de los tiempos”, en expresión de Jesús: Evangelio de Marcos 13, 28), es nuestro problema. Para un cristiano no es honesto decir que todo es la misma farsa. Es en nosotros donde está el problema, no en los hechos, ni en la realidad. Hay víctimas y hay verdugos. Víctimas como tantas mujeres asesinadas y verdugos como sus miserables asesinos. Hay mentiras y hay verdades. Hay personas veraces y dignas de fe como Jesús y cínicos como Pilatos.

Semejante relativismo, siempre superficial y cómodo, y con frecuencia deshonesto, sigue estando a la orden del día actualmente entre nosotros. En una de las últimas entrevistas que se me hizo en televisión, cuando aún no estaba totalmente vetado como ya lo estoy ahora, surgió de nuevo esta cuestión. Yo acababa de exponer que la no-violencia está fundamentada en la verdad y en su capacidad trasformadora. La respuesta de uno de los participantes en mi entrevista no se hizo esperar: “La verdad, si existe, es siempre totalmente relativa”.

Seguramente eso sea cierto en alguna medida. Sobre todo teniendo en cuenta la física actual. Pero, entonces, si no hay ni hechos ciertos ni falsos hechos inventados, si no hay ni percepciones correctas y en gran medida objetivas ni distorsiones cargadas de subjetividad y proyecciones propias, si no hay ni mentiras ni verdades… podríamos afirmar cosas tan extrañas como que Hitler tenía razón, que nuestros países no son en absoluto democráticos y Corea del Norte es una perfecta democracia, o que en Arabia Saudí se respetan mucho más los derechos de la mujer que aquí, o que en Estados Unidos no hay desigualdades económicas y sociales… ¿verdad, compañero?

En definitiva, aunque los escépticos y los cínicos lo nieguen, hay aproximaciones a la Verdad. No es lo mismo una guerra de agresión que una guerra defensiva. No es lo mismo hablar de una guerra que de inacabables guerras imperiales de agresión. Ni es lo mismo hablar de hipotéticos imperios futuros criminales que del Imperio real actual que oprime criminalmente al mundo desde hace décadas. No es lo mismo hablar de mentiras, que hablar del Imperio de la Mentira. El cual solo es uno, por la sencilla razón de que en el presente solo existe un Imperio. Un Imperio decidido a ejercer como tal, cueste lo que cueste, con sus 800 bases militares por todo el mundo, su economía globalista, su feroz control de la información y su legión de propagandistas. No es lo mismo avanzar más y más en un proyecto de dominación mundial unilateral mientras se hace como que se dialoga (es el talk & fire imperial) que defender la subsistencia de la propia nación, etc.

Explico todo esto porque en estos días me están sorprendiendo ciertas tomas de posición que jamás creí posibles por parte de algunos amigos o conocidos. En realidad este artículo está dedicado con todo cariño a ellos. A aquellos que, tras ver y escuchar videos como el que envié de Victor Ternosky, siguen pensando que la mentira y la falsedad se han hecho las señoras de TODO el mundo. A aquellos que, además de eso, siguen denunciando solo la agresión de Rusia a Ucrania. Ninguno de ellos, sin embargo, reaccionó durante ocho años ni frente al genocidio de muchas decenas de miles de habitantes del Donbass ni frente al peligrosísimo acoso a Rusia de los misiles de la OTAN. No recuerdo que ninguno de ellos se refiriese a las mentiras y falsedades del Gobierno de Ucrania, infectado de nazis. ¿Acaso no sabemos que la principal manipulación desinformativa no son las mentiras sino los silencios?

Este artículo está dedicado a aquellos que ahora se escandalizan de que el Gobierno ruso detenga, en plena guerra, a un sacerdote por hacer campaña pública contra la guerra. ¿Tampoco recuerdan que nosotros, los buenos, solemos imponer la ley marcial (Del latín martiālis, de Marte, el dios de la guerra), cuando estamos inmersos en guerras o debemos sofocar rebeliones que hacen peligrar seriamente nuestra existencia? Habría que saber si tal sacerdote levantó su voz también contra el genocidio de Donbass y contra la muy peligrosa agresividad de la OTAN.

En todo caso, es curioso que ahora los eclesiásticos sean tan divinamente estrictos con un país que, por estar en guerra, es en alguna medida comprensible que esté bajo ley marcial. Como es curioso que el papa Francisco pidiese perdón al gran genocida Paul Kagame por el odio de los religiosos extremistas hutus, pero no haya hecho nunca la menor referencia al asesinato ordenado por Kagame de dos arzobispos (uno de Ruanda y otro del Zaire-Congo), dos obispos y cientos de sacerdotes y religiosos hutus.

Como es curioso que no se haya referido nunca al doble magnicidio que el 6 de abril de 1994 desencadenó el genocidio, doble magnicidio cuya autoría es también de Kagame y de los Estados Unidos, como Francisco I debería saber. Ni al odio de Kagame que desencadenó el odio de los extremistas hutus. Ni al asesinato anterior del presidente Ndadaye de Burundi, magnicidio tras el cual ya estuvo la mano de Kagame, el gendarme mayor de los Estados Unidos en África. Ni al asesinato posterior del presidente Kabila en el Zaire-Congo en cuanto este pretendió empezar a crear lazos comerciales con China. Tras nuestra Guerra Civil, ¿aún no sabemos que también en los clérigos y religiosos las pulsiones gregarias y políticas pueden imponerse sobre el Evangelio, como ocurrió también en Ruanda entre tutsis y hutus?

Este artículo está dedicado a aquellos que (pareciéndose en alguna medida al excesivamente benévolo Gandhi frente a Hitler) piensan, al parecer, que los ucranianos de ascendencia rusa masacrados y la misma Rusia, muy seriamente acosada por la OTAN, deberían esperar a que nuestros intelectuales, activistas-pacifistas y buenas gentes que se manifiestan con sus pancartas los salven de los nazis ucranianos y de los misiles de la OTAN cada vez más a punto de acabar con el “régimen autoritario” ruso.

Solo puedo entender la actitud de estas personas tan olvidadizas desde la hipótesis de que no se acaben de creer que la OTAN iba y va en serio, desde la hipótesis de que Putin miente o exagera cuando habla de extremo peligro. Pero, como veremos en la Segunda parte de este artículo, ese peligro no solo era real sino también inminente. O solo puedo entender las exigencias a Rusia (de retirarse de Ucrania y volver a la peligrosa situación que ha soportado durante los últimos años, en que sus demandas han sido sistemáticamente despreciadas), exigencias por parte de estos intelectuales, activistas-pacifistas y manifestantes, desde la hipótesis de que estén dispuestos a dejarse masacrar pacíficamente junto a las gentes del Donbass y a acompañar a los rusos bajo el riesgo, cada vez más serio, que suponen los misiles de la OTAN.

Por el contrario, no me dirijo a los profesionales creadores de opinión de El imperio de la Mentira, colaboracionistas corresponsables de tantos y tan graves crímenes (a los que aludían personalidades como Julian Assange, tan exhaustivamente informadas), crímenes como la desestabilización de Ucrania, el posterior Golpe de Estado, el genocidio del Donbass o el peligrosísimo acoso a Rusia. Ni me dirijo a aquellos que, siguiendo directrices como las de George Soros y doctrinas como las de Gene Sharp (ver el artículo titulado “Gene Sharp: Cuando la CIA recurre a la no-violencia”), utilizan los métodos no violentos de resistencia civil no para liberar a los pueblos del Imperio, como hizo mahatma Gandhi, sino para provocar inacabables y sangrientas “revoluciones” de colores para derrocar gobiernos democráticos.

Ni tampoco me dirijo a aquellos que, por más que se les alerte, siguen tomando como verdades incuestionables, sin el menor filtro o capacidad alguna de crítica, cada una de las mentiras cotidianas de la propaganda de guerra de TODOS los medios occidentales (TODOS ellos en manos ya de muy pocos grandes fondos de inversión, Black Rock y Vanguard sobre todo). Caen de nuevo en la credulidad, a pesar del inacabable historial de mentiras, manipulaciones o ataques de falsa bandera de los “nuestros”: asesinatos de bebés de Sadam Hussein en Kuwait y sus armas destrucción masiva en Irak, bombardeos de Gadafi contra la población de Libia, ataques con armas químicas de al-Ásad en Siria…

Frente a los amigos que me vienen alarmados e incluso molestos porque, según creen, yo justifico o no tengo en cuenta semejantes crímenes rusos televisivos cotidianos, ya he tomado el hábito de cortarlos en seco diciéndoles: “¿Y cómo sabes todo eso, por los medios de Black Rock y Vanguard verdad?… Pues no me hagas perder el tiempo, por favor”. Mientras no dejen de depositar tanta autoridad en estos grandes medios ni dejen de concederles tanto supuesto saber, ni Cristo mismo en persona podría hacer nada por liberarlos de su maligno hechizo.

No me dirijo a aquellos que, siguiendo tal propaganda, no dejan de comparar al presidente Putin con el delirante Hitler de las horas finales del nazismo, pero nunca con Los Aliados. No me dirijo a aquellos que ni se les ocurre comparar los desastres que pueda ocasionar la operación militar de Rusia en Ucrania con los terribles episodios de la Segunda Guerra Mundial de los que los “nuestros” fueron responsables, como el terrible bombardeo británico que dejó Dresde absolutamente arrasada. Sin hablar de Hiroshima y Nagasaki para no despertar ni aún en nuestras mentes, en este momento crítico, el terrible monstruo nuclear.

Tras esta larga introducción iremos ya, en la Segunda parte de este artículo, al núcleo del problema. Núcleo que, a pesar de ser lo fundamental, no necesitará mucho espacio. Hay verdades y mentiras. Negar algunas verdades, como la del holocausto nazi, hasta constituye un grave delito de negacionismo. De ahí que negar los hechos que se dan en la guerra de Ucrania es, cuanto menos, penoso. ¿Cuáles son para mí estos hechos? Y, más importante aún, ¿cuáles son las posibles soluciones?

Lo he intentado explicar desde el inicio del conflicto, pero hoy tenemos a nuestra disposición un magnífico documento: la lúcida Propuesta de solución para la guerra de Ucrania formulada por el Grupo de Estudio de Los Álamos. Así que con esta propuesta y con el artículo titulado “El silencio de Occidente sobre las provocaciones respaldadas por la OTAN que conducen a la guerra en Ucrania”, es decir, los dos últimos artículos publicados en www.l-hora.org , voy a intentar responder a ambas cuestiones.

Pintura: «¿Quid Est Veritas? Cristo y Pilatos» (Nikolai Nikolaevich Ge, 1890). Nikolai Nikolaevich Ge, nacido en 1831 en Voronezh, Rusia, y fallecido en 1894 en Ivanovsky khutor, actualmente Shevchenko, Ucrania, fue un pintor realista ruso de la generación de los Ambulantes. Bajo la influencia de León Tolstói, dedicó los últimos años de su vida a una serie sobre la Pasión de Cristo.

Putin califica Occidente de Imperio de la Mentira (RT, 28.02.2022)