Lo que los neoconservadores de Estados Unidos aún no han comprendido es que no han conseguido subyugar a Rusia a pesar de las humillaciones vertidas sobre su honor nacional, su historia y su envidiable rica cultura. ¿Por qué iba Rusia a normalizarse con Estados que se han apropiado de su riqueza soberana y le han impuesto sanciones tan draconianas para desangrar y debilitar su economía?

El presidente ruso, Vladimir Putin, viajó el lunes a los «nuevos territorios» del país, las regiones de Lugansk y Jersón/Zaporoye, para evaluar la situación militar.

Ha comenzado la cuenta atrás para el «contraataque» ucraniano. La llegada del sistema de misiles Patriot a Ucrania atestigua la magnitud de la movilización para imponer grandes pérdidas a Rusia. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, realizó una visita sorpresa a Kiev, la primera desde que comenzó la guerra.

Los documentos filtrados del Pentágono son escépticos sobre el éxito de la contraofensiva ucraniana, pero Moscú hace sus propias valoraciones. En primer lugar, los neoconservadores no van a desenchufar el régimen de Zelenski, ya que eso significaría abrir la caja de Pandora cuando el presidente Biden está a punto de anunciar su candidatura a un segundo mandato como presidente y no puede aceptar que Ucrania esté perdiendo la guerra.

En realidad, Ucrania está sufriendo una hemorragia. Está en la naturaleza de las guerras de desgaste que, en algún momento, el bando más débil se quiebre y entonces, el final llegue muy rápido. Así ocurrió en Siria, donde una vez ganada la batalla de Alepo, que hacía cinco años que duraba, en diciembre de 2016, las fuerzas gubernamentales arrasaron el país en una serie de victorias militares que bajaron el telón del conflicto.

La guerra de desgaste en Ucrania puede parecer «estancada», pero lo decisivo será qué bando está infligiendo más bajas. No hay duda de que, a pesar de la masiva ayuda militar, de inteligencia, financiera y económica de Occidente, las fuerzas rusas han aplastado al bando ucraniano en toda la línea de contacto.

El embajador ruso en el Reino Unido declaró recientemente que la proporción de bajas en la guerra de desgaste es de aproximadamente siete soldados ucranianos por cada soldado ruso. Para poner las cosas en perspectiva, los informes de los medios de comunicación occidentales estiman que alrededor de 35.000 soldados ucranianos participarán en la próxima contraofensiva a lo largo de la línea del frente de 950 km, mientras que Putin ha declarado que las fuerzas de reserva rusas en la línea del frente suman ¡160.000 soldados!

El sistema de defensa aérea ucraniano se encuentra en estado crítico. Los rusos tienen un predominio en la artillería y han fortificado fuertemente la línea del frente en los últimos 5-6 meses en múltiples capas de defensa, tales como minas, movimientos de tierra y bolardos para impedir el avance de los tanques, etc.

La línea de fortificación rusa

Se trata de una táctica desesperada de Ucrania, que ha perdido gran parte de sus soldados más experimentados (se calcula que ha sufrido 120.000 bajas), para enfrentarse a los rusos, que tienen superioridad aérea y de misiles, superioridad de defensa antiaérea y de artillería, y superioridad de efectivos entrenados, sobre todo.

Las zonas que Putin decidió visitar –Jersón/Zaporoye y Lugansk- son donde más se espera la contraofensiva ucraniana. Putin escuchó de los comandantes la situación militar y, por supuesto, con toda seguridad, eso le servirá para tomar decisiones sobre las contraestrategias rusas, tanto defensivas como ofensivas.

A pesar de las filtraciones del Pentágono y del consiguiente desorden y confusión en Washington y en las capitales europeas (y en Kiev), el contraataque ucraniano seguirá adelante para recuperar al menos parte del territorio perdido. Es una jugada desesperada.

Sin embargo, el pensamiento delirante sigue prevaleciendo en Washington. Así se desprende de un reciente artículo publicado en Foreign Affairs, del que son coautores dos veteranos del establishment estadounidense –el ex funcionario del Departamento de Estado Richard Haass y Charles Kupchan, miembro senior del Consejo de Relaciones Exteriores– titulado Occidente necesita una nueva estrategia en Ucrania: Un plan para pasar del campo de batalla a la mesa de negociaciones.

El artículo se ciñe en gran medida a los mitos engendrados por los neoconservadores –que las operaciones militares especiales de Rusia han fracasado y que la guerra «ha resultado mucho mejor para Ucrania de lo que la mayoría predijo»–, pero tiene ocasionales destellos de realismo. Se basa en el estribillo actualmente en boga en Washington de que «el resultado más probable del conflicto no es una victoria ucraniana completa, sino un sangriento estancamiento».

Haas y Kupchan escriben que «para cuando la ofensiva ucraniana llegue a su fin, es posible que Kiev también se incline por la idea de un acuerdo negociado, tras haber dado lo mejor de sí misma en el campo de batalla y enfrentarse a limitaciones cada vez mayores tanto de sus propios recursos humanos como de la ayuda exterior».

Los autores observan de pasada que los dirigentes rusos también tienen opciones y cálculos, ya que las sanciones occidentales no han conseguido paralizar la economía rusa, el apoyo popular a la guerra sigue siendo alto (por encima del 70%) y Moscú intuye que el tiempo corre a su favor, ya que la capacidad de resistencia de Ucrania y sus partidarios occidentales, y su determinación disminuirán y Rusia debería poder ampliar sustancialmente sus ganancias territoriales.

En el fondo, Haas y Kupchan son de otro planeta. No pueden comprender que Rusia nunca aceptará un escenario en el que el conflicto termine con un alto el fuego, pero la OTAN siga reforzando las capacidades militares de Ucrania e integrando progresivamente a Kiev en la alianza.

¿Por qué querría Rusia jugar a otro juego de sillas musicales mientras Occidente formaliza el ingreso de Ucrania en la OTAN, es decir, consentir una repetición del grotesco interregno entre los Acuerdos de Minsk de 2015 y las operaciones militares especiales de Rusia?

La visita de Putin a los nuevos territorios en esta coyuntura crucial, con la guerra de desgaste en un punto de inflexión, transmite una poderosa señal de que Rusia también tiene un plan ofensivo y no depende de Biden hacer sonar el silbato y suspender la guerra por poderes, por pura fatiga o distracciones apremiantes en Asia-Pacífico o debido a grietas en la unidad occidental o cualquier otra cosa.

Del mismo modo, es improbable que Rusia pueda reconciliarse con el régimen de Zelenski, al que Moscú considera una marioneta de la administración Biden. Pero, ¿cómo es posible que Biden se deshaga o pierda de vista a Zelenski mientras los esqueletos se agitan en el armario familiar?

Lo más importante es que la opinión pública rusa espera que Putin cumpla la promesa que hizo al ordenar las operaciones militares especiales. Todo lo que no sea eso significará que decenas de miles de vidas rusas han perecido en vano.

No es propio de la personalidad política de Putin ignorar la corriente de opinión rusa, ni pasar por alto la herida psique nacional mientras se reproducen imágenes del desalojo forzoso de cientos de monjes de Pechersk Lavra, el complejo de monasterios ortodoxos rupestres del siglo XI en el corazón de Kiev, tachados de quintacolumnistas rusos. Fue una maniobra política calculada por Zelenski con el apoyo tácito de Occidente. (aquí y aquí)

Lo que los neoconservadores de Estados Unidos aún no han comprendido es que no han conseguido subyugar a Rusia a pesar de todas las humillaciones vertidas sobre su honor nacional, su orgullosa historia y su envidiable y rica cultura. ¿Por qué iba Rusia a normalizarse con Estados que se han apropiado de su riqueza soberana y le han impuesto sanciones tan draconianas para desangrar y debilitar su economía?

La secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, ha admitido en la CNN que las sanciones pueden acabar poniendo en peligro la hegemonía del dólar estadounidense. Pero sus comentarios no van lo suficientemente lejos.

Mientras tanto, la asociación estratégica entre Rusia y China se ha fortalecido, y la señal de esta semana ha sido la voluntad de Moscú de coordinarse con Pekín para contrarrestar los desafíos militares en Extremo Oriente. (Véase mi blog China, Russia circle wagons in Asia-Pacific)

Rusia dista mucho de estar aislada y goza de profundidad estratégica en la comunidad internacional. En cambio, a lo largo del último año, el declive sistémico de Occidente y la menguante influencia mundial de Estados Unidos se han convertido en un proceso histórico inexorable.

M.K. Bhadrakumar es un antiguo diplomático. Fue embajador de India en Uzbekistán y Turquía. Sus opiniones son personales.

Fuente: Peoples Dispatch

Foto: El presidente ruso Vladímir Putin llega al Cuartel General del Grupo de Fuerzas del Dniéper, en la provincia de Jersón, el 17 de abril de 2023.

Ucrania no lo tiene fácil con su ofensiva por esto! – Entrevista a Juan Antonio Aguilar (Miguel Ruiz Calvo, 24.04.2023)