La dificultad que tienen muchos, tanto desde el Occidente cristiano como desde el marxismo, para reconocer que el presidente Putin es cristiano, es muy reveladora de todas las incomprensiones que despertó la figura de Jesús de Nazaret y que aún sigue despertando. Al igual que todos aquellos que realmente lo entendieron, siguieron sus pasos e integraron los mismos aparentes opuestos que él mismo integró.

Multitud de declaraciones y actuaciones del presidente Putin hacen prácticamente imposible negar una faceta de su personalidad que parece ser bastante molesta para unos y otros: la de sus convicciones cristianas. En función de la brevedad me limitaré a citar una sola intervención suya en la que, en julio de 2018, dejó absolutamente claro que su horizonte histórico es mucho más amplio que el de la Revolución bolchevique de 1917:

“El presidente Vladímir Putin dijo el sábado que la adopción del cristianismo hace más de 1.000 años en lo que luego sería Rusia fue el punto de partida del propio país.

Putin hizo declaraciones durante una ceremonia en ocasión del 1.030 aniversario de la adopción del cristianismo por el príncipe Vladimiro, líder de la Rus de Kiev, una federación de tribus eslavas que precedió al estado ruso.

Ante una multitud de clérigos y fieles en torno a la gran estatua del príncipe frente al Kremlin, Putin dijo que la adopción del cristianismo fue ‘el punto de partida de la formación y desarrollo del estado ruso, el verdadero nacimiento espiritual de nuestros antepasados y la determinación de su identidad. La identidad, el florecimiento de la cultura nacional y la educación’.”

Incluso en discursos de gran trascendencia internacional no ha tenido reparo alguno en declarar que, en última instancia, lo que el propone es un mundo fundamentado en valores espirituales como la veracidad, la integridad, la justicia o la solidaridad. Y es que tales convicciones religiosas no pueden menos de condicionar desde la raíz los comportamientos de quienes se sienten real y auténticamente cristianos. “[…] hoy no es posible separar moralidad de valores religiosos”, afirmaba en la entrevista publicada en 2007 en la revista Time. Y el presidente Putin es tan solo el rostro más visible tanto de un gran despertar religioso en Rusia como de una renacida tolerancia mutua que va sustituyendo tantas intransigencias e incluso fanatismos del pasado.

Son unas convicciones que, a mi entender, han inspirado, por tanto, toda la ecuanimidad y moderación (y, por supuesto, valentía y coraje) con las que se está comportando este gran estadista que, junto con su círculo de colaboradores, no está cayendo en las peligrosas e inacabables provocaciones de unas elites anglo-occidentales cada vez más delirantes, provocaciones que podrían habernos llevado ya al Armagedón. Son unas convicciones que no solo son compatibles sino incluso complementarias, por decirlo de algún modo, de aquellas que, desde mi punto de vista, constituyen el núcleo más valioso del análisis marxista. Un análisis que expone a plena luz tanto la realidad de la explotación de una clase social por otra mucho más reducida como los mecanismos económicos y de todo tipo que se utilizan en el capitalismo para llevar a cabo tal explotación.

Personalmente en cuanto a las cuestiones referentes a la economía he sufrido un proceso paralelo al que también sufrí frente a la cuestión de los derechos humanos: lo realmente importante es centrarse en los principios de Nuremberg, centrarse en los crímenes de agresión internacional, origen de todas las violaciones de los derechos humanos individuales. De modo semejante, lo que ahora me interesa en cuanto a las cuestiones económicas es el paroxismo del capitalismo: el surgimiento de los grandes monopolios de las grandes “familias” estadounidenses, que, siguiendo el camino trazado anteriormente en Europa, el de la creación y control de los bancos, alcanzaron en 1913 el gran monopolio final, el del dólar, mediante la criminal apropiación de la Fed.

Creo que esta ha sido la mayor desgracia que ha sufrido la humanidad. Así como la OTAN es el mayor peligro. Y en ese proceso me encontré con aquella frase del Che Guevara, que tuvo una mayor perspectiva que Marx y Engels, fallecidos a finales del siglo XIX: “Pueden [los banqueros internacionales] darse el lujo hasta de financiar una ‘izquierda controlada’ que en modo alguno ni denuncie ni ataque el corazón del Sistema: el Banco Central y los ciclos de expansión-inflación / recesión-deflación”. De ahí que en mi libro La hora de los grandes “filántropos” haya dado un lugar central a aquello que considero el gran desastre para la humanidad y a su muy probable relación con los asesinatos de diversas grandes figuras como A. Lincoln o J.F. Kennedy

Por una parte, las elites de un Occidente socialmente cristiano, elites que controlan absolutamente “nuestras” agencias de prensa y “nuestros” grandes medios de “información”,  eluden habitualmente esta “inconveniente” faceta cristiana de “el malo” de la costosísima y ruinosa película en la que pretenden hacer pasar como acontecimientos reales lo que tan solo son sus propios fanáticos y enloquecidos sueños de dominación: la admirable y heroica Ucrania invadida sin motivo alguno por Putin, el nuevo zar despótico e imperialista.

Pero, por otra parte, esa faceta cristiana de la personalidad del presidente Vladímir Putin es igualmente ignorada más o menos inconsciente o intencionadamente por muchos marxistas que no solo permanecen inamovibles en los valiosos análisis económicos citados sino también en un materialismo que no tiene por qué acompañar necesariamente dichos análisis. Mucho más en esta etapa de la humanidad en la que la Física, en especial la mecánica cuántica, ha demolido el cientificismo, el empirismo, el positivismo, el racionalismo, el determinismo, el materialismo y cualquier otro chato reduccionismo de siglos pasados.

Es hasta cierto punto comprensible que, en su época, Marx y Engels afirmasen cosas como aquella de que el materialismo dialéctico está necesariamente vinculado y es inseparable del ateísmo científico, puesto que solamente lo que es material es perceptible, conocible, nada es conocido de la existencia de Dios. Y que el avance de las ciencias destruye toda convicción espiritual. Pero lo que está sucediendo es exactamente lo contrario. En mi último libro, El Shalom del resucitado, recogía esta cita del catedrático de Física de la materia condensada, poeta y ensayista David Jou:

“Cuando afirmamos que ‘solo somos materia’, ¿somos suficientemente conscientes de lo misteriosa y sorprendente que es la materia, tanto en sus raíces cósmicas como en sus complejidades moleculares?

[…] Hemos visto que el materialismo clásico veía el mundo como un conjunto de átomos que se movían, se agrupaban o separaban según leyes mecánicas deterministas, y que suponía –en una extrapolación metafísica– que esa era la única realidad, la cual excluía a Dios o permitía prescindir de él. ¡Qué lejos estamos, sin embargo, del materialismo de las postrimerías del siglo XIX, con su materia hecha de bolitas minúsculas concretas inmutables y eternas y sometidas a leyes estrictamente deterministas! Tal como ha ocurrido con las matemáticas y la geometría, que nos han revelado indecidibilidades y sutilezas, la visión de la materia se ha vuelto más sutil y compleja. Hoy día la materia, más que cerrar toda metafísica, es una invitación a la metafísica […]. Todo ello, como si la materia se fuese acercando al espíritu: matematizándose, estructurándose, energetizándose, informatizándose.

Más allá de la multiplicidad inagotable de detalles y precisiones, esos aspectos mueven a reflexionar sobre la naturaleza de la realidad […]. Reflexionar sobre ellos puede abrir una vía hacia el pensamiento religioso: la realidad se ve compleja, misteriosa, rica, como un don que rebasa nuestras dimensiones y capacidades (Dios, Cosmos, Caos, páginas 105, 114 y 115. Ediciones Sígueme, 2015).”

Es tan solo una de los centenares de citas semejantes que podría aportar ahora. Muchas de las cuales, que recopilo en el libro Los cinco principios superiores, son de los mismísimos geniales padres de la Física actual. Y todo ello, sin salir del teísmo. Si ampliamos el horizonte incluyendo a espiritualidades no teístas, la evidencia se hace mucho más contundente aún. Para el materialismo incluso la conciencia es un producto de la materia. De modo que, tras la muerte, al desaparecer el cerebro, esta también desaparece. Pero son millones los seres humanos que saben por propia experiencia que eso no es cierto. Es, por tanto, un sinsentido proclamarse un entusiasta seguidor del presidente Putin y, al mismo tiempo, despreciar la fe de los teístas.

Y mucho más aún hacer de esta cuestión una fisura entre nosotros los antiimperialistas. Seguro que las elites anglo-occidentales se frotan las manos contemplando este despellejamiento que nos hacemos entre nosotros. Que nos hacemos entre aquellos que, conociendo de sobra aquello de “Divide y vencerás”, deberíamos, como mínimo, respetarnos en nuestras diferencias y no ser tan sabi-hondos ni tan autoconvencidos de nuestro liderazgo intelectual. Las elites, por el contrario, saben hacer piña en poderosos clubes y organizaciones criminales.

Seguramente muchos ateos militantes ni han oído hablar nunca de la milenaria teología apofática cristiana, aún más radical que ellos mismos en la negación de la existencia de un Dios personal. En esencia, muy simplificadamente, el apofatismo afirma que, dado que Dios está más allá no solo de toda imagen sino incluso de todo concepto, no le podemos aplicar ni tan solo aquello que nosotros entendemos por existencia. Así que, en pura lógica, Dios no existe. Esa paradójica oposición (¡una teología atea!) es seguramente demasiado para los arrogantes incapaces de integrar los opuestos en un marco más amplio. Sin embargo, la línea dorsal de todos los avances científicos no es otra que la de la unificación de las realidades y leyes más diversas, incluso la de aquellas aparentemente incompatibles entre sí.

Y aquellos brillantes teólogos apofáticos de hace siglos aún no sabían nada del llamado átomo inicial, del astrofísico y sacerdote católico belga Georges Lemaître, el padre (junto el matemático y meteorólogo ruso Alexander Friedmann) de las actuales teorías sobre el origen del Universo: la teoría de su expansión acelerada y la que sostiene que este se originó a partir de un “átomo inicial”, teoría a la que se acabó llamando teoría del Big Bang.

Átomo inicial que fue una singularidad tal que, para él, igual que para Dios, no valen ni aún conceptos tan elementales como el de existencia, tiempo o espacio. No me puedo resistir a recordar aquí que los motivos por los que inicialmente muchos físicos eminentes rechazaron las formulaciones de Lemaître, especialmente Albert Einstein (a partir de cuya Teoría de la relatividad el sacerdote belga había llegado a sus extraordinarias conclusiones) no fueron otros que estos: el belga era un sacerdote católico y, por añadidura, la teoría del Big Bang nos acercaba demasiado al metafórico relato bíblico de la creación. Esta debería ser una lección que nos ayudase ahora a nosotros a ser capaces de poner entre paréntesis todas nuestras subjetividades, proyecciones, filias, fobias anti eclesiásticas, etc. en el momento de enfrentarnos a cuestiones ya sean metafísicas, como las referentes al teísmo, o ya sean históricas, como las referentes a Jesús de Nazaret.

Y refiriéndonos precisamente a las metáforas, seguro que muchos de esos ateos militantes tampoco conocen la otra gran vía teológica para enfrentar el misterio de Dios: la vía de la analogía. Una vía teológica milenaria que ha vuelto a recobrar su actualidad, validez y fuerza gracias a unos padres de la física cuántica que fueron bien conscientes (y lo formularon sin reparos, al estilo del presidente Putin) de que no podemos dejar de referirnos a la realidad, que ahora es ya subatómica, a pesar de que todas nuestras categorías son inadecuadas frente a ella. Y de que, por tanto, el único lenguaje válido para referirnos a ella es el metafórico.

Nuestros sentidos y nuestra mente solo son capaces de manejarse en realidades bidimensionales (mapas) y tridimensionales (eso que nosotros llamamos la realidad). Pero la verdadera realidad no es tan solo tridimensional. Desde Albert Einstein sabemos que, como mínimo, nuestro espacio tridimensional es inseparable de la dimensión temporal. Así, las metáforas de los físicos cuánticos o las parábolas a las que recurría Jesús de Nazaret nos son muy útiles frente a la realidad subatómica o frente al misterio de Dios. Tan útiles como nos son los mapas frente al reto de conocer el globo terrestre.

Frente a la imagen de África en un mapamundi, la vía apofática (que se mueve en el “ámbito” de la realidad multidimensional) nos diría: eso no es África (es tan solo el mapa de África). Es decir: no existe un Dios personal. Y la parábola, que se mueve tan solo en el “ámbito” de la realidad tridimensional (así como el mapa es tan solo un ámbito bidimensional) nos diría: esa es África (y así es ciertamente, bien diferenciada de los otros continentes). Es decir: las categorías personales son las menos inadecuadas para acercarnos al misterio inefable y maravilloso que los teístas llamamos Dios. Ambas vías teológicas son complementarias y se necesitan mutuamente.

Por mi parte, aun cuando sea incomprendido y hasta caricaturizado por confesarme inequívocamente cristiano, me sigo sintiendo entrañablemente unido a todos los compañeros de lucha antiimperialista. Unido a todos aquellos que, más allá de sus proyecciones y fobias personales, se indignan ante la injusticia o ante el silencio y el consentimiento de la gran masa de “los buenos”. Unido a aquellos que siempre ponen en el centro de su discurso las inacabables y enormes mortandades causadas por el actual imperio anglo-occidental.

Entiendo no solo el visceral anticlericalismo de muchos de estos compañeros sino incluso su igualmente visceral anticristianismo. Pero me sorprende que personas tan inteligentes no sean capaces de trascender tantos prejuicios e ir más allá de todo aquello que las elites occidentales hayan hecho a lo largo de los siglos con la figura del semita Jesús de Nazaret. O que, antes de emitir juicios sobre este ser extraordinario y sobre su mensaje no se hayan informado un poco más. Y que, a estas alturas, algunos incluso aún se cuestionen su existencia. Y acabo recordando que el presidente Putin es solo un ejemplo, excepcional ciertamente, de los muchos heroicos líderes antiimperialistas que fueron o son profundamente cristianos.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, asiste al servicio religioso ortodoxo de Pascua en la Catedral de Cristo Salvador en Moscú, el 16 de abril de 2023.

Putin celebra la Navidad en la misma iglesia donde recibió el bautismo (EFE, 07.01.2020)