Qué gran coraje que se contagia cuando uno se encuentra con personas que piensan como tú en temas fundamentales de la vida como la amistad, la política, la cultura, la religión o la ciencia. Para mí, desde que tuve conciencia de mi realidad personal y nacional, de mi identidad, el tema fundamental es la lengua. Con los años he ido construyendo una sólida camaradería lingüística con un prestigioso enjambre de hombres y mujeres que, virtualmente o presencialmente, nos abrazamos de manera permanente alrededor de nuestra lengua catalana. Hombres y mujeres con los que puedes contar incondicionalmente. ¡Qué felicidad, qué maravilla! Qué alegría que experimentamos cuando vemos que somos tantos, aunque no lo parezca, que cantamos las virtudes de tener y amar una lengua propia.
Es de agradecer que en un Estado español tan hostil a la lengua catalana seamos todavía tantos los que nos dejaríamos cortar el pelo al cero por ella. Digo esto del pelo porque a mí, un perro viejo, me lo cortaron en la mili por mucho menos. Por no haber querido disparar con un Cetme a un blanco de cartón en unos ejercicios en el campo de tiro. Por mi lengua yo me dejaría cortar el pelo y las uñas. Todo lo que fuera menos la misma lengua. Amigas y amigos, familiares y conocidos, vecinos y forasteros, gente delgada y gruesa, rubia y morena. ¿Qué motivo social y político mejor que este puede haber en este valle de lágrimas y pocas risas? La camaradería lingüística es la mejor relación cordial que podemos encontrar en nuestro día a día. Cuando veo que hay tantos enemigos que la quieren romper me invade una multitud de falsos filólogos pantagruélicos que con sus gruñidos y sus dientes amarillos me golpean durante días y semanas.
Suerte tengo de los pocos camaradas del sentido común que comparten conmigo su entrega activa a la causa. No todos los mallorquines están avergonzados de decir que su lengua es el catalán. Suerte.
Fuente: Última Hora