En gran cantidad de programas especiales dedicados en estos días al veinteavo aniversario del 11-S hay un titular que se repite una y otra vez: “El día en que cambió el mundo”. De ahí que yo haya escrito dicha frase entre comillas en el titular. Estas breves frases aclaratorias iniciales serán las únicas diferentes de todas las que seguirán: preguntas, frases entre interrogantes, como las del título de este artículo. Preguntas sencillas, que podría hacerse cualquier persona no especialista interesada en este acontecimiento del 11-S. Son solo preguntas, pero basadas en hechos y elementos incuestionables. Son solo algunas de las muchas que podríamos hacernos. Las respuestas correrán a cargo de cada uno.
¿Por qué ninguno de nuestros “magníficos” grandes medios atlantistas ni de nuestras “respetables” grandes ONG anglosajonas para los derechos humanos nunca se refieren al Estado profundo que, como estaba previsto, desplegó inmediatamente después de los atentados (sin dar cuentas a nadie ni control parlamentario alguno) un enorme y terrible proyecto de dominación global, “una guerra interminable”, una serie inacabable de agresiones internacionales o crímenes contra la paz; un proyecto, a la vez, de silenciamiento y control de cualquier oposición en el interior de Estados Unidos?
¿Cómo puede ser que la gente ni tan solo sepa lo que es eso del Estado profundo, la estructura secreta que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial dirige la política exterior y la política de defensa de Estados Unidos más allá de las apariencias democráticas; la estructura secreta descrita perfectamente por verdaderos expertos, como Peter Dale Scott, exdiplomático, analista político, amigo de Daniel Ellsberg y autor de una veintena de libros que son de referencia en las academias militares y diplomáticas (el Estado de seguridad del que habla Julian Assange?).
¿Por qué nuestros grandes expertos atlantistas tampoco se refieren nunca al proyecto denunciado por el general Wesley Clark, comandante supremo de la OTAN durante la Guerra de Kosovo, proyecto que precedió a los atentados del 11-S (atentados que fueron posibles gracias a un conjunto de extraños “errores” de la enorme e impresionante red de inteligencia y seguridad estadounidense); un proyecto para “tomar siete países en cinco años empezando por Irak, después Siria, Líbano, Somalia, Libia, Sudán y para terminar Irán”; un proyecto que el general conoció ya perfectamente elaborado en el despacho de secretario de Defensa Donald Rumsfeld tan solo 10 días después del 11-S?
¿Por qué siendo saudís quince de los diecinueve terroristas del 11-S, el Estado profundo atacó Afganistán e Irak en vez de Arabia Saudí? ¿Por qué asesinaron a Bin Laden a pesar de encontrarlo desarmado, en vez de llevarlo a Guantánamo o Abu Ghraib, al igual que hicieron con otros terroristas de menor nivel y con mucha menos información que su líder? ¿Por qué nadie pudo ver el cadáver, que, según nos dicen, arrojaron al mar? ¿Cómo la gente puede creer en masa semejantes patrañas?
¿Si el 11-S no fue un evento de falsa bandera, como tantas otras veces, o si no hubo ninguna conspiración interna, cómo podemos explicar multitud de cosas tan extrañas como lo es el hecho de que los terroristas eligiesen exactamente el día y la hora en la que la NORAD (acrónimo de North American Aerospace Defense Command) iba a desviar al Atlántico los aviones que podían detener sus atentados; o como el hecho de que el Edificio 7 del World Trade Center, que no sufrió ningún ataque, se derrumbase desde la base de modo semejante a las demoliciones controladas; o como el hecho de que no exista foto alguna del supuesto avión estrellado en el Pentágono; o como el hecho de que el presidente Trump desistiese finalmente de desclasificar la documentación existente con el argumento de que temblarían los cimientos del Estado; o como es igualmente extraño el hecho de que tantos acontecimientos tan incompatibles con la doctrina oficial no hayan sido explicados durante veinte años ni, de hecho, haya modo de desclasificar la gran cantidad de información existente?
¿Por qué nuestros “grandes” expertos occidentales, llenos de premios como el Pulitzer o el Ortega y Gasset, jamás se refieren a los correos, publicados por WikiLeaks, en los que Hillary Clinton se congratula de que Al Qaeda trabaje en Siria para Estados Unidos? ¿Por qué estos expertos “de reconocido prestigio” han abandonado a su colega Julian Assange en manos de sus propios patronos, unos auténticos genocidas?
¿Cuánto tardarán las sociedades europeas en darse cuenta de que si las élites globalistas, que se sirven de la Administración de Estados Unidos para su plan de dominación, consiguen su anhelado enfrentamiento con China y Rusia (que son los nuevos grandes enemigos de “la libertad”, una vez que “la lucha contra el terrorismo” ya no les funciona), abandonarán a su suerte a Europa, al igual que han abandonado a Afganistán, dejándonos solos y hundidos en un terrible conflicto?
¿Nos acordaremos entonces de aquello del pastor luterano alemán Martin Niemöller: “Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío. Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí.”?
¿Aprenderemos a tiempo la lección de que el 11-S en realidad no cambió nada sino que solo fue el “evento” que justamente se necesitaba para justificar el proyecto ya anteriormente decidido (el 1 de febrero de 2007, durante una audiencia ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, el mismísimo Zbigniew Brzezinski mencionó la posible organización por la administración Bush de un atentado en suelo estadounidense, atentado que sería falsamente atribuido a Irán para provocar una guerra)?
¿Entenderemos que ese “evento” que fue el 11-S, que puso en marcha un proyecto terrible y colosal, debe ser integrado en una larga serie de eventos semejantes; como los incidentes del Gofo de Tonkin que justificaron la guerra de Vietnam (como quedaba en evidencia en los llamados Papeles del Pentágono de Daniel Ellsberg); o como los asesinatos de los hermanos Kennedy y Martin Luther King, que deben ser considerados un verdadero Golpe de Estado; o como, más recientemente, el doble magnicidio del 6 de abril de 1994 en Ruanda, al partir del cual se desencadenaron las mayores masacres habidas tras la Segunda Guerra Mundial?
¿Cuándo tardaremos en darnos cuenta de que tales élites han logrado infiltrar sus lacayos en todos los cargos de verdadera capacidad de decisión (económica, militar y de todo tipo) en Europa, lacayos que se ríen de nuestras “decisiones” (tan solo pretensiones) democráticas, lacayos que hacen y deshacen en Europa al antojo de sus patronos globalistas?
¿Por qué a los ojos de Dios cada una de las 3.000 víctimas mortales de las Torres Gemelas no es más importante que cada uno de los 9.000 indefensos ruandeses acampados en Kibeho (en su mayoría mujeres, niños y ancianos) que, ante los sorprendidos e impotentes cascos azules, fueron asesinados en masa el 25 de abril de 1995 por orden de Paul Kagame (autorizado por dichas élites globalistas occidentales para ejecutar impunemente la multitud de crímenes que ha llevado a cabo desde finales de 1990)?