El Reloj del Apocalipsis o Reloj del Juicio Final es un reloj simbólico, mantenido desde 1947 por la junta directiva del Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago, fundado en 1945 por Albert Einstein y otros científicos del Proyecto Manhattan. Señala lo cerca que está la humanidad de la medianoche, es decir, de su destrucción total. El cálculo se renueva al inicio de cada año, según los datos del año anterior. En enero de 2022 nos encontrábamos a 100 segundos del Juicio Final. Inicialmente los cálculos estaban basados sobre todo en la amenaza de guerra nuclear global. Actualmente se tienen en cuenta los cambios climáticos y todo nuevo desarrollo científico que significase un gran peligro.
El 25 de enero de 2018, el reloj se adelantó desde los tres minutos para la medianoche, en los que estaba desde el 19 de enero del 2017, a dos minutos y medio. Durante el 2019 ha permaneció a dos minutos. En enero de 2021 se adelantó veinte segundos, quedándose a 100 segundos, lo más cerca del final que se ha situado en su historia. Pero, tras todo lo que está ocurriendo desde hace medio año en Ucrania y las crecientes provocaciones a China, seguramente ya solo debemos disponer de poco más de un minuto para revertir la increíble situación en la que se encuentra la humanidad “gracias” al delirio de dominación de unas élites “filantrópicas” anglo-occidentales.
Unas élites que han conseguido evitar hasta la fecha cualquier reacción significativa por parte de nuestras sociedades mediante un control de la información más sutil y sofisticado que el conseguido en su momento por el nazismo pero tan efectivo como aquel y aún más global. Tal y como señaló esa organización de científicos, todo ha sido exacerbado por una ecosfera de información corrupta que socaba la toma racional de decisiones y que hace que el mundo esté a tiro de piedra de su final.
¿Por qué las élites anglo-occidentales se atreven a provocar tan descaradamente a gigantes como Rusia y China?
El gran problema que hace de esta hora “la” Hora decisiva, una Hora que en su momento llamé La hora de los grandes “filántropos”, es la urgencia. Las élites anglo-occidentales saben que el mundo está cambiando para siempre. Como muy bien analiza Pepe Escobar “vastas franjas del Sur Global -o sea, el 85% de la población mundial– se preparan lenta pero seguramente para comprometerse a expulsar a los capitalistas financieros de sus horizontes nacionales y, en última instancia, derribarlos: una batalla larga y tortuosa que implicará múltiples reveses”.
Cada vez más perdida la batalla en el ámbito económico, a esta élite de seres soberbios y crueles solo les queda el recurso a la mentira, a la violencia y al terror. El recurso a la propaganda masiva, a la fuerza militar y al terrorismo. De ahí la gravedad de la situación. Como veremos en un apartado posterior, en sus mentes calenturientas se plantean seriamente la “legitimidad” e incluso “necesidad” de tener que apretar el botón nuclear. Por lo que, comentando el atentado terrorista con el que se asesinó a Daria Dúguina en el mismo Moscú (asesinato que Christopher Black relaciona directamente con la muerte de Occidente), Pepe Escobar da de nuevo en el clavo:
“Moscú no tardó en evaluar que […] se estaba preparando una peligrosa triple apuesta liderada por Estados Unidos: una inminente blitzkrieg [guerra relámpago] de Kiev contra el Donbass; Ucrania coqueteando con la adquisición de armas nucleares; y el trabajo de los laboratorios de armas biológicas de Estados Unidos. Esa fue la gota que colmó el vaso.
Un análisis coherente de las intervenciones públicas de Putin en los últimos meses revela que el Kremlin -así como el Yoda del Consejo de Seguridad, Nikolai Patrushev- se da cuenta plenamente de cómo los cabezas parlantes de los políticos/medios de comunicación y las tropas de choque del occidente colectivo son dirigidos por los gobernantes del capitalismo financiero.
Como consecuencia directa, también se dan cuenta de cómo la opinión pública occidental está absolutamente despistada, al estilo de la caverna de Platón, totalmente cautiva de la clase financiera dominante, que no puede tolerar ninguna narrativa alternativa.
Por lo tanto, Putin, Patrushev y sus compañeros nunca considerarán que un senil lector de teleprónter en la Casa Blanca o un cómico cocainómano en Kiev ‘gobiernen’ nada.
Como Estados Unidos gobierna la cultura pop mundial, es apropiado tomar prestado lo que Walter White/Heisenberg, un estadounidense medio que canaliza su mal interior, declara en Breaking Bad: ‘Estoy en el negocio del Imperio’. Y el negocio del Imperio consiste en ejercer el poder en bruto, mantenido con crueldad, por todos los medios necesarios.
Rusia rompió ese hechizo. Pero la estrategia de Moscú es mucho más sofisticada que arrasar Kiev con armas hipersónicas, algo que podría haberse hecho en cualquier momento, desde hace seis meses.
En cambio, lo que Moscú está haciendo es hablar con prácticamente todo el Sur Global, de forma bilateral o con grupos de actores, explicando cómo el sistema mundial está cambiando ante nuestros ojos, con los actores clave del futuro configurados como la Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI), la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), la Unión Económica Euroasiática (EAEU), el BRICS+, la Asociación de la Gran Eurasia.
[…] Sobre el terreno, en la futura Ucrania, se seguirán empleando armas hipersónicas Khinzal lanzadas desde bombarderos Tu-22M3 o interceptores Mig-31.
Se seguirán capturando montones de HIMARS. Los lanzallamas pesados TOS 1A seguirán enviando invitaciones a las puertas del infierno. La Defensa Aérea de Crimea seguirá interceptando todo tipo de pequeños drones con artefactos explosivos improvisados. El terrorismo de las células locales del SBU acabará siendo aplastado.
Utilizando esencialmente una fenomenal descarga de artillería -barata y producida en masa- Rusia se anexionará Donbass, muy valiosa en términos de tierra, recursos naturales y poder industrial. Y luego a Nicolaiev, Odessa y Járkov.
Desde el punto de vista geoeconómico, Rusia puede permitirse vender su petróleo con grandes descuentos a cualquier cliente del Sur Global, por no hablar de sus socios estratégicos China e India. El coste de extracción alcanza un máximo de 15 dólares por barril, con un presupuesto nacional basado en 40-45 dólares por un barril de Urales, cuyo valor de mercado es hoy casi el doble.
Es inminente una nueva referencia rusa, así como el petróleo en rublos, tras el exitoso plan de gas por rublos.
El asesinato de Daria Dúguina provocó un sinfín de especulaciones sobre la posibilidad de que el Kremlin y el Ministerio de Defensa rompieran por fin su disciplina. Eso no va a ocurrir. Los avances rusos a lo largo del enorme frente de batalla de casi 2.900 kilómetros son implacables, altamente sistemáticos y profundamente invertidos en una Gran Imagen Estratégica.
Un vector clave es si Rusia tiene la posibilidad de ganar la guerra de la información con Occidente. Eso nunca ocurrirá dentro del ámbito de la OTAN, incluso cuando se produzca un éxito tras otro en el Sur Global.
Como ha demostrado magistralmente Glenn Diesen en su último libro, Rusofobia, el Occidente colectivo es visceralmente impermeable a admitir cualquier mérito social, cultural e histórico de Rusia.
Ya se han catapultado a la estratosfera de la irracionalidad: la trituración y desmilitarización de facto del ejército proxy imperial en Ucrania está volviendo literalmente locos a los responsables del Imperio y a sus vasallos.
Pero el Sur Global nunca debe perder de vista el ‘negocio del Imperio’. Esa industria sobresale en la producción de caos y saqueo, siempre apoyada por la extorsión, el soborno de las élites locales y los asesinatos a bajo precio. Todos los trucos del libro ‘Divide y vencerás’ deben esperarse en cualquier momento. Nunca subestimes a un Imperio amargado, herido, profundamente humillado y en declive.
Abróchense los cinturones para ver más de esta tensa dinámica durante el resto de la década.
Pero antes de eso, en toda la atalaya, prepárense para la llegada del General Invierno, cuyos jinetes se acercan rápidamente. Cuando los vientos empiecen a aullar, Europa se congelará en las noches oscuras, iluminada de vez en cuando por sus capitalistas financieros dando caladas a sus gordos puros.”
¿”Nuestros” líderes políticos no han entendido o no quieren entender que, actualmente, apretando el botón nuclear no acabaremos con “los malos” sino con nosotros mismos?
Volviendo a la cuestión de la disposición de las élites y sus políticos lacayos a apretar fácilmente el botón nuclear, según un reciente estudio, incluso una guerra nuclear limitada destruiría el planeta. La utilización de menos del tres por ciento de armamento nuclear existente podría llevar a la hambruna masiva y a la muerte de hasta 2.500 millones de personas en todo el mundo. Y una guerra nuclear total entre Estados Unidos y Rusia provocaría más de 5.000 millones de muertes. ¿La anhelada disminución poblacional?
Son cifras que solo se refieren a las consecuencias posteriores al estallido. Consecuencias como la hambruna causada por la cantidad de hollín que bloquearía el sol durante años, al ser inyectada en la atmósfera y la estratosfera después de las tormentas de fuego tras la detonación de las armas nucleares. Son cifras que no incluyen los cientos o miles de millones de víctimas causadas en el momento mismo de las explosiones nucleares. Curiosamente, el descenso de la temperatura global no afectaría tanto al sur. En especial, casi no afectaría a Australia y Nueva Zelanda.
Lo cual nos ofrece la importante pista que nos faltaba sobre los motivos por los que “nuestras” elites, tan “filantrópicas” ellas, se dedican ahora a construir sus lujosos refugios allí (a donde se desplazarían rápidamente con sus “ecológicos” super mega yates) y a experimentar allí con gobiernos e imposiciones cada vez más dictatoriales, realizando allí a gran escala un verdadero modelo del mundo que pretenden instaurar tras su Gran Reinicio. Una de las últimas medidas del Gobierno de Australia consiste en reducir el sueldo a los profesores no vacunados. Así, después de haberse enfrentado a meses de suspensión sin sueldo, los profesores se enfrentan ahora a nuevas medidas punitivas por negarse a cumplir una norma que ya ni siquiera está en vigor. Se trata de una medida para castigar ostensiblemente el “incumplimiento”. Pero sobre todo para evitar que el sistema nacional de adoctrinamiento se derrumbe.
En uno de los apartados de un artículo sobre el citado reciente estudio, su autora, Jasmine Owens, hace la siguiente reflexión, que se detiene tan solo en la alta posibilidad de un accidente nuclear o de un error de cálculo, pero no en la perturbadora cuestión del posible delirio o perversión de las élites que tiene verdaderamente en sus manos la decisión de arrasar la vida humana sobre la tierra:
“Al basar el movimiento por la abolición de las armas nucleares en datos y datos concretos, este último informe hace que sea extremadamente difícil argumentar en contra de la extrema necesidad de deshacerse de estas armas. Los críticos dirán que ningún líder de un estado con armas nucleares utilizaría jamás estas armas, por lo que no tenemos que preocuparnos por los efectos de una posible guerra nuclear que alteren el mundo.
Aunque este argumento se basa en la falsa suposición de que todos los líderes serán siempre racionales y sensatos en su papel de árbitros de la fatalidad, todo lo que se necesita es un accidente o un error de cálculo para hacer posible lo imposible. Las armas nucleares de Estados Unidos existen actualmente bajo alerta de gatillo fácil, lo que significa que un presidente tiene unos seis minutos para decidir si quiere o no lanzar un ataque nuclear si cree que Estados Unidos está siendo atacado. Si combinamos esto con la larguísima lista de accidentes e incidentes que se han producido a lo largo del tiempo desde los albores de la era nuclear, es fácil ver cómo podría comenzar una guerra nuclear por error.
Desde que Estados Unidos lanzó las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945, hemos sobrevivido gracias a la suerte. A día de hoy, ninguna infraestructura sanitaria de un país puede sobrevivir a un ataque nuclear. Sin embargo, los nueve estados con armas nucleares -Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Israel, Rusia, Pakistán, India, China y Corea del Norte- siguen modernizando y aumentando sus arsenales, a pesar de saber que tienen el poder de destruir la civilización moderna tal y como la conocemos.”
¿“Nuestras” élites han perdido el sentido de realidad o están poseídas por el Mal -ya sea de modo consciente o como unos auténticos zombis-?
Pero la evidencia de que el delirio o la perversión de “nuestras” élites, al igual que la sumisa mediocridad de “nuestros” líderes políticos, deben ser tenidos mucho más en cuenta, no hay que ir a buscarla ni en la lejana Corea del Norte (el verdadero lugar del que, según un amigo, habría que esperar una locura nuclear), ni muy lejos en el tiempo. Sólo hace unos días, la ministra de Asuntos Exteriores del Reino Unido y candidata para liderar a los conservadores británicos, Liz Truss, ha afirmado que estaría dispuesta a apretar el botón nuclear en caso de que finalmente fuese la elegida para reemplazar a Boris Johnson, caído en desgracia tras sus últimos escándalos: “Creo que es un importante deber como primer ministro. Estoy lista para ello”.
Y no me refiero al anciano presidente Biden, que, tras sus intervenciones, se gira y levanta su mano para saludar a personas invisibles, puesto que se supone que son otros los que le dicen qué es lo que debe hacer en cada momento. Es evidente que “nuestros” líderes políticos occidentales actúan como simples lacayos. Su arribismo, su afán de escalar en el colofón y de ganarse el favor de las élites son ya en sí mismo un gran peligro. Pero sobre el comportamiento de las élites anglo-occidentales que manejan los hilos en todos los catastróficos y terribles acontecimientos que estamos viviendo desde hace unos años, me pregunto: ¿cómo se atreven a provocar de una manera tan absurda, beligerante e in crescendo a dos gigantes como Rusia y China?
Existen diversos estudios sobre la cuestión de si la cúpula nazi estaba compuesta por locos o por seres perversos. Estudios que, al parecer, no son concluyentes. Mi interpretación personal de esta imposibilidad de llegar a conclusiones definitivas es que ello se debe a que, al tratar sobre las cuestiones de la libertad humana, del Bien o del Mal, nos encontramos frente a los misterios últimos de la existencia. Al igual que cuando tratamos sobre Dios. Por eso evito el debate entre los profesionales sobre si la psicopatía es o no enfermedad y planteo tan solo un dilema entre la pérdida de sentido de realidad o la perversión como las dos posibles explicaciones de un comportamiento como el que tuvo dicha cúpula nazi.
Los encargados de realizar los exámenes psicológicos a los nazis juzgados en Nuremberg fueron el psicólogo de ascendencia austríaco-judía Gustave Gilbert y el psiquiatra Douglas Kelley. El tribunal militar internacional necesitaba saber si aquellas personas que iban a juzgar tenían alguna enfermedad mental, si eran hombres malvados o si se limitaron a acatar órdenes. Y si no hay consenso científico sobre si los factores más relevantes para explicar el comportamiento criminal de esa cúpula son el narcisismo, la crueldad o el autoritarismo en el que fueron educados, sí parece estar claro que lo determinante en aquella locura colectiva fue la sumisión y la complicidad de demasiados millones de alemanes.
De ahí la importancia de los estudios, como los magistrales del profesor Mattias Desmet, sobre la psicología del totalitarismo y la formación de masas. Un fenóm eno en el que las gentes no solo se vuelven radicalmente ciegas a todo lo que va en contra de lo que el grupo cree, aunque se trate de las creencias más absurdas, sino que incluso se vuelven personas dispuestas a sacrificar radicalmente el interés individual en aras del colectivo y, lo que aún es más grave, radicalmente intolerantes con las voces disidentes. Como afirma el profesor, “De este modo, el totalitarismo se basa siempre en ‘un pacto diabólico entre las masas y la élite’ (véase Arendt, Los orígenes del totalitarismo)”. Y así concluye:
“Secundo una intuición articulada por Hannah Arendt en 1951: un nuevo totalitarismo está surgiendo en nuestra sociedad. No un totalitarismo comunista o fascista, sino un totalitarismo tecnocrático. Un tipo de totalitarismo que no está dirigido por ‘un líder de la banda’ como Stalin o Hitler, sino por burócratas y tecnócratas aburridos. Como siempre, cierta parte de la población resistirá y no caerá en la formación de masas. Si esta parte de la población toma las decisiones correctas, al final saldrá victoriosa. Si toma las decisiones equivocadas, perecerá. […]
La crisis del coronavirus no surgió de la nada. Encaja en una serie de respuestas sociales cada vez más desesperadas y autodestructivas a objetos de miedo: terroristas, calentamiento global, coronavirus. Cada vez que surge un nuevo objeto de miedo en la sociedad, sólo hay una respuesta: aumentar el control. Mientras tanto, los seres humanos sólo pueden tolerar una cierta cantidad de control. El control coercitivo conduce al miedo y el miedo conduce a más control coercitivo. De este modo, la sociedad es víctima de un círculo vicioso que conduce inevitablemente al totalitarismo (es decir, al control gubernamental extremo) y termina en la destrucción radical de la integridad tanto psicológica como física de los seres humanos.
Tenemos que considerar el miedo y el malestar psicológico actuales como un problema en sí mismo, un problema que no puede reducirse a un virus o a cualquier otro ‘objeto de amenaza’. Nuestro miedo se origina en un nivel completamente diferente: el del fracaso de la Gran Narrativa de nuestra sociedad. Esta es la narrativa de la ciencia mecanicista, en la que el hombre se reduce a un organismo biológico. Una narrativa que ignora las dimensiones psicológicas, espirituales y éticas del ser humano y que, por tanto, tiene un efecto devastador en el plano de las relaciones humanas. Algo en esta narrativa hace que el hombre se aísle de sus semejantes, y de la naturaleza. Algo en ella hace que el hombre deje de estar en armonía con el mundo que le rodea. Algo hay en ella que convierte a los seres humanos en sujetos atomizados. Es precisamente este sujeto atomizado el que, según Hannah Arendt, es el bloque de construcción elemental del estado totalitario.
A nivel de la población, la ideología mecanicista ha creado las condiciones que hacen a las personas vulnerables para la formación de masas. Ha desconectado a la gente de su entorno natural y social, ha creado experiencias de ausencia radical de sentido y propósito en la vida, y ha llevado a niveles extremadamente altos de la llamada ansiedad, frustración y agresión ‘flotantes’, es decir, ansiedad, frustración y agresión que no están conectadas con una representación mental; ansiedad, frustración y agresión en las que la gente no sabe por qué se siente ansiosa, frustrada y agresiva. Es en este estado cuando las personas se vuelven vulnerables a la formación de masas.”
¿Cómo hemos permitido que la ridícula propaganda de “nuestras” elites divida de tal manera a las familias y a los amigos?
A la ridícula acusación, a la que ya me referí en mi anterior artículo, de que el ejército ruso estaría bombardeando la planta de Zaporiyia, que él mismo controla desde marzo, se añade ahora otra ridiculez mayor si cabe: la solución a esta peligrosa situación consistiría en que Rusia devolviese a Ucrania la central. Así, en manos ya del “noble” y “heroico” Zelenski, toda Europa podría dormir tranquila. La Europa a la que las élites anglo-occidentales, que manipulan desde las sombras a esos “heroicos” y “nobles” dirigentes ucranianos, están llevando al borde del abismo nuclear con esos peligrosísimos ataques a la central.
Pero los hechos son demasiado elocuentes, otra cosa es que no se los quiera ver. Los ucranianos están atacando un día tras otro la central. Incluso ahora, con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), encabezada por el director de este, el argentino Rafael Grossi, ya aprobada y a punto de llegar a la central. Y si continúan atacándola incluso ahora, seguramente lo hacen para obstaculizar la visita de la misión. Rusia hasta ha sugerido la posibilidad de que algunos miembros de la misión puedan quedarse de forma permanente en la planta, en la que siguen trabajando profesionales ucranianos.
Sería interminable la enumeración de las muchas estupideces semejantes difundidas en “nuestros” medios de “información”. Estupideces tan burdas, que dan a entender que los responsables de tales medios están seguros de haber ya logrado estupidizar a la sociedad, lo que les permite semejante descaro. Así por ejemplo, hace unos días escuché con asombro como en una de las más importantes televisiones españolas se referían a los miembros del neonazi batallón Azov que se rindieron en Mariúpol como “los ucranianos secuestrados por Putin”.
¿Y qué decir respecto a las ridículas “informaciones” sobre las también ridículas “sanciones” económicas a Rusia? La Unión Europea no solo sigue comprando energía a Rusia, sino que está pagando un 89% más que hace un año, cuando esta energía ya empezó a encarecerse abusivamente (a pesar de que aún no había empezado la guerra en Ucrania) debido sobre todo a los perversos y malévolos sistemas mediante los que se fijan los precio de ella. Un 89% más, 13.916 millones mensuales frente a los 7.330 millones mensuales anteriores, a pesar de recibir un volumen un 15% menor de carbón, petróleo y gas rusos. Y Rusia no tiene ninguna necesidad de vender a Europa su energía.
Además, como podemos leer en ese artículo anterior enlazado, “Esta fuente de ingresos para el Kremlin, unida a la caída de las importaciones por las sanciones internacionales, ha disparado el superávit por cuenta corriente de Rusia hasta multiplicarlo por más de 3 entre enero y julio de este año para alcanzar una cifra de 166.600 millones de dólares, según los datos del Banco Central de Rusia”. Como afirma, no exento de ironía, el analista sénior del centro de estudios Bruegel Georg Zachmann, “Europa no ha sancionado el gas ruso, es Rusia la que nos está sancionando”. O como acaba de afirmar el ex vicepresidente ejecutivo de Saudi Aramco, Sadad Al-Husseini: No hay suficiente capacidad en el mundo para reemplazar el suministro de gas de Rusia a la Unión Europea, mientras que Moscú tiene muchos mercados a los que vender su energía.
También hay que decir que el otro gran beneficiado es de nuevo Estados Unidos, gracias a las grandes ventas a Europa de su carísimo gas licuado, gracias a nuestra consiguiente dependencia creciente del gran “padrino” atlantista y de nuestro consiguiente debilitamiento, que tanto le interesa. Entre tanto, “nuestros” grandes medios se empeñan en hacernos creer que debemos soportar tantos y tan costosísimos sacrificios a fin de debilitar al criminal Putin, el único responsable del abusivo costo de la energía en Europa, de los difíciles inviernos que se nos avecinan y también, al parecer… ¡del exorbitante enriquecimiento de “nuestras” empresas! Pero como afirma Tyler Durden, “Cualquier persona con sentido común podría haberlo visto venir: Europa está en el precipicio de una crisis económica y social no vista desde la Segunda Guerra Mundial; y básicamente se lo ha hecho ella misma”.
Y también entre tanto, mientras una reducida minoría de marxistas ortodoxos desprecian a un Putin cristiano y de derechas, las élites anglo-occidentales intentan mantener anclada a nuestra gran mayoría social en una realidad que desde hace bastantes décadas ya es pasado: la del mundo de la Guerra Fría en el que solo era la extinta Unión Soviética, junto a sus estados satélites comunistas, la que buscaba la destrucción de su “pacífico” enemigo, el Occidente “libre y democrático”.
Según un tal Oleg Chupryna, que al parecer pretende desenmascarar el mito fundamental de la actual propaganda rusa, tal mito no sería otro que este: la OTAN se está expandiendo hacia el este, amenazando la seguridad de la actual Rusia. Un mito que, increíblemente, algunos occidentales seguimos repitiendo. Cuando en realidad es Putin el que quiere expandir Rusia hasta hacer de ella de nuevo la Rusia imperial de los zares.
¿Nos consideramos tan pequeños que creemos que nada podemos hacer frente a la guerra y en favor de la Paz o es que preferimos no complicarnos la vida?
Si, considerándonos cristianos, así lo creemos… entonces lo que seguramente nos sucede es que, en realidad, el mensaje vivo que nos trasmite el Señor en el Evangelio aún no ha arraigado ni en nuestras mentes ni en nuestros corazones. No me dirijo a aquellos que están alejados de las categorías evangélicas y espirituales. Aquellos que nunca han entendido absolutamente nada de la No violencia. Aquellos que solo saben de eficacia y resultados inmediatos, pero nada sobre la misteriosa transformación provocada por una insignificante cantidad de levadura o sobre la poderosa fuerza que existe latente en un pequeño grano de mostaza (Mateo 13, 31-33).
Solo me refiero a aquellos cristianos que no acaban de descubrir aquello que llamo el tercer principio superior: las leyes de la generosidad que multiplica. La condición que hace posible tantos prodigios de multiplicación es la entrega absoluta y confiada al designio y a la acción poderosa de Dios o de Jesús. Sin tal entrega generosa no hay multiplicación: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; si no ponemos en común todos nuestros panes y peces, por insuficientes que sean, no conoceremos la dicha profunda de la fraternidad y de la solidaridad multiplicadora; si no echamos de nuevo las redes, porque Él así lo pide, aunque estemos cansados y desanimados, el prodigio no será posible…
Y mucho menos aún me refiero a aquellos que, desde la soberbia propia de la esfera mental, creen ser los realistas y los que saben cómo funcionan las cosas. Aquellos que, a lo largo de los años, me han “regalado” toda una serie de “cariñosas” valoraciones: omnipotencia, activismo que tranquiliza conciencias, ingenuidad, infantilismo… Aquellos que siempre despreciaron la “inútil”, generosa e impresionante lucidez de seres como el austriaco Franz Jägerstätter, objetor de conciencia que se negó a jurar lealtad a Adolf Hitler durante la Segunda Guerra Mundial y acabó siendo ejecutado por los nazis en 1943, pero que en el año 2007 fue declarado mártir y beatificado por la Iglesia.
En la extraordinaria película Vida oculta, dedicada a él, Terrence Malick ejemplifica (como pocas veces he visto ya sea en el ámbito literario o en el cinematográfico) lo que en mi libro Los cinco principios superiores califico como el quinto y más elevado de esos cinco principios: la fidelidad gratuita e ‘ineficaz’ a aquello que mahatma Gandhi llamaba la suave voz interior. O en otros términos menos místicos: la dignidad. O en otras palabras más fáciles de entender para mucha gente: el hacer siempre lo correcto, sean las que sean las consecuencias.
Muy pocos entienden hoy el gran poder de esa ley superior al igual que casi nadie de su entorno entendió en su momento la grandeza del ‘ridículo’ posicionamiento de Franz y de su ‘absurda’ obstinación. Bastaba poner su firma bajo un texto en el que se prometía lealtad a Adolf Hitler para poder seguir actuando, desde un hospital, por ejemplo (tal y como le proponían), de un modo posibilista y ‘realista’ frente al nazismo que dominaba en Austria.
Seguramente algunos cristianos aún no han entendido que, en la Biblia, la Paz es el don mesiánico por excelencia. Y que en el Nuevo Testamento el saludo profético eficaz del Señor resucitado, “Shalom”, es el momento culminante de la escena culminante de la Historia del Universo. Pero son muchos más los que no consideran que la Paz sea misión suya porque ese gran don supera nuestra pequeñez como los inmensos cielos están por encima de la reducida superficie terrestre. Sin embargo, lo cierto es que, paradójicamente, el Señor de la Historia, que sí tiene poder sobre los acontecimientos, necesita de nuestras manos. Así es en verdad. La Paz es un don, pero un don que se le concede a los esforzados y valientes (Mateo 11, 12).
En un santuario católico hay colgado un letrero que proclama “La paz y la guerra están en nuestro interior”. El problema es que, como se jura en los juicios de las películas, se trata de decir no solo la verdad sino además “toda la verdad y nada más que la verdad”. Por lo que en el citado letrero falta una parte muy importante de la verdad total: la guerra está en Ucrania, en el Congo, en Etiopía… Que se lo pregunten a quienes sufren tantas y tan crueles guerras. Para ellos su sufrimiento no es un Samsara ilusorio. Pero claro, la Verdad completa interpela y compromete mucho más que la mera búsqueda de aquella paz interior que, sentándonos y respirando tranquilamente en silencio, supuestamente irradiaremos después al mundo. Un letrero en el que se leyese “La paz y la guerra también se juegan en nuestro interior” sería mucho más preciso pero más incómodo e incluso perturbador.
Aunque, curiosamente, es también desde Oriente desde donde a veces se nos recuerda y se nos vuelve a mostrar el camino del Evangelio que los cristianos hemos perdido. En el inicio mismo de la página de nuestra Fundación se pueden leer estas frases del mahatma Gandhi: “Hemos de cumplir nuestro deber y dejar en manos de Dios toda otra cosa. La plegaria ha salvado mi vida. […] El mundo no se encuentra fundamentado sobre la fuerza de las armas, sino sobre la fuerza de la verdad y del amor. Así como hay una fuerza de unión en la materia, así también hay una entre los seres vivos, y esta fuerza es el amor. Las armas de la verdad y del amor son invencibles”. Ya lo anunció Jesús: “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos (Mateo 8,11)”.
Al parecer, estamos a poco más de un minuto del Apocalipsis Final de la humanidad. En todo caso, los años vuelan y en cualquier momento nos puede llegar nuestra propia hora. Por tanto, si tengo que concluir de algún modo este atípico artículo, lo haría así: Cuando a cada uno de nosotros nos llegue esa hora, nada nos consolará tanto como el habernos atrevido a hacer cuanto haya estado en nuestra mano frente a la guerra y en favor de la Paz. “La Guerra es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”, cantaba Leon Gieco. Por eso, en su insuperable canción, solo le pedía a Dios que la guerra no le fuese indiferente. Nada es más terrible que ese monstruo. Cuando aparece en el horizonte, todos nuestros problemas cotidianos empequeñecen. Todo aquello que queremos y hacemos para nuestros hijos, ¿de qué servirá cuando se agote ese minuto que le resta a la humanidad?
No lo dudemos, en nuestra hora final, todo lo que habremos hecho o dejado de hacer en este precioso tiempo de gracia que es la vida, estará “ahí”, en un intemporal instante. Millones de personas lo saben. Porque han pasado por ello. Yo conozco a alguna. Y todos los que han retornado voluntariamente de ese estado de muerte clínica momentánea, solo lo han hecho, al menos en todos los casos que yo conozco, para acabar su misión sobre esta tierra. No para tener experiencias místicas en una interioridad que, supuestamente, sería la decisiva para la guerra y la Paz. Ni tampoco han retornado para buscar la iluminación con la que les bendecirá aquella Luz que ya han visto y a la que han decidido renunciar hasta terminar lo que les corresponda hacer en esta vida.
Se trata de una hora bendita. Pero también de una hora que no deseo ni a mi peor enemigo. Así que, siguiendo aquel consejo del Señor, «Caminad mientras tenéis luz, antes de que os sorprendan las tinieblas» (Juan 12, 35), la última pregunta con la que hoy acabaría sería esta: ¿Qué podemos hacer aún por la Paz cada uno de nosotros?
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