“Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tu cuando hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22, 31 y 32)

El día anterior a su repentino fallecimiento, es decir el mismo día de la Resurrección de su Señor, el papa Francisco realizó su bendición anual Urbi et Orbi (para la urbe de Roma y para el orbe entero). Y de su mensaje previo cabe destacar el llamamiento contra el gran proyecto europeo de rearme. Un rearme europeo que tiene un presupuesto que dobla al que antes se tragó la COVID. Lo dobla a pesar de que la lucha contra la pandemia ya “gozó” de una descomunal y desproporcionada partida económica dedicada a la compra de una cantidad absolutamente innecesaria de vacunas. En su mensaje, Francisco se refirió también a tragedias como la de Gaza, la de Ucrania o la de la RD del Congo.

En sus doce años de papado fueron frecuentes, como es lógico, estas referencias a los más variados y sucesivos conflictos. Y algunas veces también realizó llamamientos al desarme. Pero esta vez, tal llamamiento revistió una carga especial, ya que en este momento el rearme europeo es el proyecto estrella de las élites globalistas que, desde la amplísima red de políticos y medios que controlan, tanto mimaron siempre a Francisco política y mediáticamente. Así que podría ser considerado como un importante correctivo a esas élites, o incluso un verdadero enfrentamiento con ellas. Algo bastante excepcional en un Francisco que siempre había colaborado con los proyectos de estas. Este llamamiento tiene también una trascendencia excepcional por el hecho de que él sabía que sus horas estaban contadas y que seguramente se trataba de su último mensaje solemne.

Sin embargo, todo esto, que se está dando en un complejísimo marco geopolítico mundial, debe ser analizado con una sagacidad y un discernimiento que vayan más allá de las consabidas, manipuladas y manipuladoras categorías de siempre. Categorías como las de izquierdas o derechas, conservadurismo o progresismo, democracia o autocracia, capitalismo o comunismo, liberalismo o estatalismo, etc. Son bastantes los motivos para no dejarnos enredar en tales categorías ya obsoletas. Enumeraré tan solo tres de tales motivos:

– El terriblemente destructor capitalismo de financiarización, que desde hace más de un siglo han conseguido imponer en todo Occidente “nuestras” elites “filantrópicas” dueñas de la Fed, poco tiene que ver con el capitalismo semiestatal de China, basado en una economía real /industrial así como en el control estatal de los mayores bancos. Y sin embargo, ambos pueden ser considerados capitalismos.

– La ideología progresista Woke es tan solo una máscara para legitimar y volver electoramente atractivas a unas “izquierdas” políticas que trabajan para tales elites. Gracias a ellas han logrado asegurar los objetivos que realmente les importan: el control de la impresión y el flujo del dólar y el euro, el asegurar su condición de moneda mundial de referencia, las guerras de agresión internacional, el pillaje de los recursos, el control de las vías de trasporte de recursos como el petróleo o el gas…

– Existen muchos puntos en común entre anti globalistas opuestos entre sí, como son Trump y Xi Jinping o Trump y Putin, mientras que son prácticamente irreconciliables las diferencias entre estadounidenses: el estadounidense Trump (o su vicepresidente James D. Vance) y los globalistas/demócratas estadounidenses con su ideología Woke.

Para algunos, el papa Francisco fue, como lo calificó el mismo presidente Milei, un imbécil zurdo hijo de puta, el representante del mismo Satanás. Para otros muchos fue, sin duda alguna, un masón infiltrado en la Iglesia católica hasta llegar a su misma cúpula. Incluso un ilegítimo obispo y papa. Por el contrario, para otros ha sido un gran papa, realmente progresista, incluso el mejor papa de la historia. Un papa que ha fustigado al liberalismo y optado por los pobres; que ha clamado contra el cambio climático; etc. El análisis de los diferentes posicionamientos sobre las cuestiones de moral planteadas por Francisco exigiría por sí solo un artículo en el que se diferenciase claramente entre el progresismo sincero y la perniciosa influencia de la ideología Woke, en la que, por ejemplo, el maltusianismo ocupa un lugar clave.

En cuanto a las críticas a Francisco sobre cuestiones litúrgicas y el daño causado por el Concilio Vaticano II, del que Francisco fue un fiel seguidor, ni tan solo merecen mi atención. ¿Cómo, invocando la Tradición, se le puede acusar de haber acabado con la Misa Tridentina de 1570, cuando en realidad fue ese rito de san Pio V el que despreció la verdadera tradición, la que venía desde la misma Cena celebrada por el Señor la noche antes de su apresamiento? El Concilio Vaticano II tan solo hizo lo que debía haber sido hecho sin más demora: preguntarse en serio que es lo que hacía Jesús cuando nos invitó a hacer lo mismo, pero ahora “en memoria” suya (1Corintios 11, 24-26). Aquello que los primeros cristianos llamaban La fracción del pan en las casas (Hechos 2,46), que a partir del siglo IV fue llamada la Misa (de “Ite missa est”: palabras finales de despedida) es totalmente incomprensible si lo desarraigamos de las antiquísimas categorías del Peisaj judío (la Pascua).

Personalmente no me identifico con ninguna de esas dos posiciones tan opuestas, o extremadamente crítica o extremadamente elogiosa, a las que acabo de referirme. Los análisis y argumentos a favor de una u otra han saturado en estos días los medios de comunicación. Ni aunque todos debamos un gran respeto a cualquier fallecido, no puedo participar en la avalancha de elogios post Mortem, tan acríticos, como ahora se le están dedicando. Por mi parte, fundamentaré mis valoraciones sobre Francisco y su papado no en informes de segunda mano sino en mis propias experiencias personales, como suelo hacer últimamente respecto a las más diversas cuestiones.

En cuanto a tales experiencias personales no puedo dejar de referirme al muy decepcionante comportamiento de Francisco durante más de una década, tanto respecto a nuestras propias peticiones, que le fueron entregadas directamente en mano por nuestro amigo y maestro en la no violencia Adolfo Pérez Esquivel, como respecto a otros importantes asuntos internacionales directamente relacionadas con dichas peticiones. Sin embargo, prefiero ser de nuevo benévolo y quedarme finalmente solo con su último mensaje Urbi et Orbi. Lo cual no me impide optar por una posición considerablemente crítica.

Acabo de utilizar la expresión “de nuevo” porque en el momento de su elección como papa, ya opté por juzgar de la manera más benévola posible su comportamiento en el caso de su supuesto abandono de dos compañeros jesuitas secuestrados por la dictadura. Es lo que hizo también Adolfo Pérez Esquivel, mucho mejor conocedor que yo de todo lo referente a Jorge Mario Bergoglio. Adolfo siempre defendió que Francisco no colaboró con la dictadura, aunque no se hubiese enfrentado a ella con la energía con la que lo hicieron algunos otros clérigos. Algunos de ellos llegaron a ser asesinados: los obispos Enrique Angelelli y Carlos Ponce de León, así como más de cuarenta sacerdotes y religiosas. Adolfo incluso prologó el libro La lista de Bergoglio, en el que se relata como este ayudó a un centenar de personas a escapar de la dictadura.

Esa mirada benévola sobre Bergoglio me llevó incluso al enfrentamiento con el director de un conocido diario que, contrariamente a lo que yo hice, optó por apoyar las críticas (excesivas desde mi punto de vista) de analistas como Horacio Verbitsky. Aunque tal enfrentamiento tuvo también que ver con el hecho de que me resultó extremadamente duro que dicho diario fuese tan intransigente con el supuesto colaboracionismo de Francisco (acusándolo de no haber defendido a sus dos compañeros jesuitas), mientras, tan solo unos meses antes había sido totalmente tolerante con Moratinos, el ministro “socialista” que recibió en Madrid al monstruo Paul Kagame (responsable de millones de crímenes) con sonrisas y palmaditas en la espalda.

La no colaboración de Francisco con la dictadura es algo que parece ser confirmado hasta el día de hoy por diversos investigadores, como es el caso del historiador y periodista Marcelo Larraquy. Aunque una cosa muy diferente es la elogiosa valoración que Marcelo Larraquy hace de los logros de su papado. Una valoración también excesiva desde mi punto de vista, al igual que desde el punto de vista de verdaderos expertos vaticanistas como Eric Frattini. Una valoración excesivamente elogiosa que, sin embargo, es muy mayoritaria en Occidente y que arrasa en todos los medios corporativos y estatales controlados por Black Rock y Vanguard. Este es la sinopsis con la que Marcelo Larraquy promociona su libro Código Francisco: Cómo el Papa se transformó en el principal líder político global y cuál es su estrategia para cambiar el mundo:

“Desde la Santa Sede, Francisco ha alzado la voz para denunciar las feroces consecuencias del cambio climático y del capitalismo salvaje, la vulnerabilidad de los pobres, la trata de personas, el narcotráfico, las mafias y la desgraciada marcha de millones de refugiados e inmigrantes. Del mismo modo, con su diplomacia y discernimiento logró reanimar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, reactivar las estancadas conversaciones de paz en Siria y afrontar el avance yihadista en Medio Oriente promoviendo el diálogo ecuménico e interreligioso. Su llamada a la misericordia y la comprensión en favor de los divorciados, los homosexuales y las nuevas familias ha animado una discusión que incluye a feligreses y consagrados, pero ha puesto en alerta a los sectores conservadores que resisten su heterodoxa manera de entender el mensaje bíblico.”

Seguro que la mayor responsabilidad de la falta de resultados concretos a la que se refiere Eric Frattini no fue de Francisco, sino de sus oponentes. No podemos, por tanto, ser críticos con él por este motivo. Pero tampoco podemos afirmar que se hayan dado logros que en realidad no fueron alcanzados. Una cosas son las palabras reformistas o las declaraciones de intenciones y otra cosa son los hechos. El astuto Obama se presentó electoralmente como un reformador del oscuro mundo de las finanzas, pero era en realidad un cómplice de ellas, un hombre de las elites financieras.

En el caso de Francisco no hablo de complicidad como la de Obama. Simplemente cuestiono la realidad de todos esos logros que enumera Marcelo Larraquy. Simplemente recuerdo que de las palabras a los hechos hay un trecho. Y los gestos simbólicos (renuncia a vivir en los aposentos papales del Vaticano, hacer de Lampedusa, con sus cientos de africanos acogidos, el destino de su primer viaje…) son importantes, pero no pueden se considerados “logros” en el sentido habitual del término. Algo semejante se podría decir de las encíclicas y otros documentos.

Por otra parte, existen diversos elementos dignos de ser tenidos en cuenta. Algunos demasiado oscuros. Está más que documentado que, por ejemplo, las elites que tanto protegieron a Francisco hicieron, por el contrario, la vida imposible a Benedicto XVI. Llegando incluso a negar al IOR del Vaticano el código SWIFT, imprescindible para cualquier transferencia internacional. Posibilitaron así intencionada y eficazmente el acceso de Jorge Mario Bergoglio al papado. Hillary Clinton, muy preocupada por la transparencia del Banco del Vaticano (¡¡oh, que buena mujer!!), presionó extremadamente (en representación de Obama y Soros) a Benedicto XVI.

Pero la clave está en que no podemos desconocer hechos como aquel de que Benedicto XVI era totalmente incompatible con la “progresista” ideología Woke. Una ideología que para dichas elites se ha ido convirtiendo en una estrategia imprescindible para entronizar en el poder político a unas “izquierdas” que, gracias a su máscara progresista Woke, deben convencer a la mayoría electoral y, una vez en el poder, ejecutar las políticas de dominación unipolar globalista. No podemos desconocer hechos como el de que Benedicto XVI tuviese el firme propósito de estrechar lazos con el Patriarcado de Moscú. Un verdadero tabú para unas elites para las que también era clave el separar a Rusia de Europa.

No es extraño sino sumamente revelador que Benedicto XVI, el primer papa que empezó a enfrentar en serio el problema de la pederastia, sea tan sistemáticamente acusado de encubrirla, mientras que el encubridor Juan Pablo II ha sido elevado a los altares. “Casualmente” el rusófobo papa polaco, gran aliado de Reagan y la Thatcher, fue una pieza fundamental para el derrumbe de la Unión Soviética, así como un ariete contra las veleidades de aquellos que pretenden hacer una lectura de los textos evangélicos y bíblicos en clave de liberación integral.

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Por tanto, mi primera pregunta sería esta: Al igual que Karol Wojtyla no logró integrar en un marco de análisis geopolítico global su propia experiencia vital en la Polonia atacada por la Unión Soviética, de modo que su rusofobia condicionó toda su ideología… ¿le habría ocurrido algo semejante a Jorge Mario Bergoglio, quien, desde su mentalidad y simpatías progresistas, fue al parecer incapaz de intuir el feroz rostro que se escondía tras las amables máscaras progresistas con las que se cubrían gentes como Obama, Soros o Lynn Forester de Rothschild?

Diversas veces me he referido ya al hecho de que “Jesús percibía los pensamientos de aquellas élites que acabarían con él, los conocía bien y sabía lo que escondían en su interior (Mateo 9, 4; Juan 2, 24). […] ¡Qué fácil es dejarse manipular por el poder y sus trampas! ¡Qué difícil es descubrir el verdadero rostro tras las máscaras y las intenciones ocultas en los corazones!”. Reitero esta pregunta de modo más alarmante aún: ¿La luciferina propaganda de las elites globalistas logró atrapar a Francisco gracias a esa misma educación, amabilidad y astucia propias de Satanás contra las que él mismo alertaba al clero y a los obispos? Un Satanás a quien el mismo Francisco consideraba no como una nebulosa sino como un ser personal.

Y mi segunda pregunta sería esta: ¿La toma de posición de Francisco, el día de Pascua, contra el rearme europeo promovido por las elites globalistas podría ser considerada como un distanciamiento respecto a esas elites y un retorno al Crucificado/Resucitado? Un retorno realizado en las horas que él sabía que eran las últimas de su vida antes de tener que enfrentarse a Él cara a cara y a su propio juicio final.

Completaría esa segunda pregunta con otra que me obliga a entrar ya en la segunda gran temática de este artículo: ¿Este proceso interior de Francisco podría ser aquella posible conversión a la que me referí en el último de los cuatro durísimos artículos que escribí en 2017 (justamente también un sábado de Vigilia de Pascua)? Fueron unos artículos que trataban sobre su solemne y vergonzosa petición de perdón a Paul Kagame, el responsable de las enormes masacres llevadas a cabo en Ruanda y en Zaire/RD del Congo desde el primero de octubre de 1990. Petición de perdón a Paul Kagame, el más importante y sanguinario “gendarme” genocida africano de esas mismas élites globalistas con las que Francisco parecía tener tanto feeling.

¿Qué diríamos de Pio XII si hubiese pedido perdón solemnemente a Adolf Hitler por los crímenes que cometieron los judíos en el levantamiento del gueto de Varsovia o los que cometió la resistencia francesa contra los ocupantes nazis y sus colaboracionistas? Tal comparación es absolutamente pertinente. Quienes honestamente y con una dedicación suficiente se interesen en conocer lo realmente sucedido (tan ocultado y tergiversado) en dichos países africanos en las últimas décadas, podrán confirmar por sí mismos la pertinencia de esa comparación. La única diferencia entre un caso y otro estriba en que los pueblos de la profunda África negra no interesan a “nuestros” medios ni, en consecuencia, a nuestras sociedades tan desinformadas. ¿Pero esos pueblos no deberían haber importado al vicario de Cristo en la tierra, precisamente por ser los últimos, aquellos con los que Él se identificó?

Por acción y omisión, el penoso comportamiento del papa Francisco en esa enorme tragedia africana es inexplicable sin un factor clave: su cercanía y simpatía hacia los demócratas, que desde Bill Clinton son el principal brazo político de las elites globalistas occidentales y que, en particular, lo han sido en el sangriento expolio de los extraordinarios recursos naturales de la inmensa RD del Congo. Unos demócratas que han gozado siempre de la simpatía no disimulada de Francisco. A diferencia del “impresentable” Trump, con sus “nefastas” políticas (de emigración, por ejemplo, o de cuestionamiento del cambio climático), que ha sido tratado siempre con dureza por el “progresista” papa Francisco, mientras adoptaba punto por punto la agenda globalista.

Posteriormente a aquel histórico encuentro con Paul Kagame, Francisco volvió a desconcertar totalmente a quienes habíamos depositado en él alguna expectativa de salvación para los sufridos pueblos de Ruanda y la RD del Congo: sorprendentemente, nombraba como primer cardenal de la historia de Ruanda a Antoine Kambanda, compañero de fechorías de Paul Kagame. Nunca respondió a nuestros documentos que le fueron entregados en mano en los que le solicitábamos que recibiese a algún legítimo representante de las víctimas mayoritarias de Ruanda, víctimas que se cuentan por millones.

En un primer momento le fue entregado un extenso documento, traducido al castellano, en el que el superviviente de la matanza de Gakurazo el 5 de junio de 1994 relata cómo fueron asesinados el arzobispo de Kigali, dos obispos, nueve sacerdotes y un religioso por orden de Paul Kagame, que se refirió a ellos con el término “basura”. Más de un año después le fue entregado un sencillo documento, de una sola página, en el que le solicitábamos que escuchase a las víctimas mayoritarias. Nunca nos respondió. Por el contrario, durante años fue recibiendo a cientos de deportistas, empresarios, etc. Y, por supuesto, recibió a Paul Kagame, al que pidió perdón, como ya he explicado. Finalmente, con el nombramiento del nuevo cardenal, Francisco, el amante de los pobres y las víctimas, caía en algo muy difícil de calificar, mucho más que un simple error.

Es muy triste que Francisco haya vuelto a repetir lo mismo que hizo Juan Pablo II, en una tragedia incomparablemente menor que la de Ruanda/Congo (mis citados cuatro artículos llevan por título “La pasión de Cristo hoy en el Vaticano”, este es el primero de ellos, este es el segundo  y este es el tercero), como nos recuerda Eric Frattini (minuto 1:14:40 al 1:19:30 de este video): no quiso recibir a monseñor Romero, que viajó a Roma para explicarle lo que estaba sucediendo en el Salvador. Ni tampoco hizo la menor declaración sobre lo que sucedía en la Argentina de la dictadura del 76, a pesar de haber recibido abundantes y detallados informes sobre ello.

En los anteriores proyectos estrella de dichas élites (el de la vacunación y control social masivos, el de la utilización de Ucrania para provocar el derrumbe de Rusia o el de imponer la Agenda 2030) el papa Francisco ha sido (aunque sea desde la inconsciencia o la confusión) un eficaz colaborador de ellas. Recordemos que, por ejemplo, el Vaticano estuvo en la vanguardia de todos los estados del mundo en la imposición de la obligatoriedad de la vacunación. O el sorprendente llamamiento a todo católico a ponerse la vacuna “por amor a los demás”. ¡Qué gran error, visto desde la actual perspectiva, en la que cada vez más científicos e instituciones confirman los estragos provocados por unas “vacunas” que debían frenar una pandemia cuyo origen artificial es cada vez más evidente!

O recordemos la arrogante reprimenda de Francisco al patriarca ortodoxo ruso Kirill, acusándolo de ser “el monaguillo de Putin”. U otros muchos posicionamientos lamentables frente a la guerra de la OTAN y Rusia en Ucrania. O su adhesión entusiasta a la Agenda 2030. O a otras iniciativas globalistas como la del nuevo Capitalismo Inclusivo, adhesión que igualmente me atreví a criticar inequívocamente en su momento. O su análisis tan atlantista del siglo XX en su encíclica Laudato si’, mi’ Signore. En el punto 104, Francisco recuerda “el gran despliegue tecnológico ostentado por el nazismo, por el comunismo y por otros regímenes totalitarios al servicio de la matanza de millones de personas”. Grave silencio sobre tantas y tantas guerras de agresión o crímenes contra la paz, con tantas decenas de millones de víctimas mortales, de los que es responsable el Occidente cristiano y, en especial, Estados Unidos.

Pero semejante colaboración de Francisco con “nuestras” elites y sus políticos progresistas pareció haberse cortado finalmente con la condena del gran proyecto europeo de rearme. En tal caso, seguramente se habría tratado de un proceso gradual. De modo que aquellas primeras tomas de posición tan tendenciosas fueron paulatinamente moderándose. De modo que hasta el mismo presidente Putin, un cristiano convencido y generoso, acaba de referirse al papa Francisco como una persona noble y amante de Rusia. Así el mensaje Urbi et Orbi de Francisco, en su último día de vida, habría sido el colofón de un positivo proceso en el que hay que inscribir sus muchos posicionamientos y sus muchas actuaciones loables a lo largo de sus doce años de pontificado.

Geopolítica con Juan Antonio Aguilar – Hasta el minuto 17:40 (El Mundo por Montera, 22.04.2025)