El año 2018 en la historia de la nueva Guerra Fría

Stephen F. Cohen, profesor emérito de política y estudios rusos en Princeton y en la Universidad de Nueva York, y John Batchelor conmemoran el quinto aniversario de sus (normalmente) discusiones semanales sobre la nueva Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia (las entregas anteriores se encuentran en TheNation.com.) Cohen reflexiona sobre los principales acontecimientos de 2018, en parte a partir de los temas de su nuevo libro War with Russia? From Putin and Ukraine to Trump and Russiagate.

La nueva Guerra Fría no es una mera réplica de su predecesora de 40 años, a la que el mundo sobrevivió. En aspectos fundamentales, es más peligrosa, más cargada de guerra real, como lo ilustran los acontecimientos de 2018, entre ellos:

La militarización de la nueva Guerra Fría se ha intensificado, con enfrentamientos militares directos o indirectos entre Estados Unidos y Rusia en la región del Báltico, Ucrania y Siria; el inicio de otra carrera de armamento nuclear con ambas partes en busca de armas más «útiles»; las crecientes, pero totalmente infundadas, afirmaciones de influyentes grupos de presión de la Guerra Fría, como el Consejo Atlántico, de que Moscú está contemplando una invasión de Europa; y la creciente influencia de los propios «halcones» de Moscú. La anterior Guerra Fría también fue altamente militarizada, pero nunca directamente en las propias fronteras de Rusia, como lo es ésta, desde las pequeñas naciones de Europa Oriental hasta Ucrania, un proceso que ha continuado desarrollándose en 2018.

El Russiagate –las acusaciones de que el presidente Trump está fuertemente influenciado por el Kremlin, o incluso bajo su influencia, de lo cual no hay pruebas reales– ha continuado escalando como un factor peligroso y sin precedentes en la nueva Guerra Fría. Lo que comenzó como alusiones de que el Kremlin se había «inmiscuido» en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 se ha convertido en insinuaciones, incluso afirmaciones, de que el Kremlin había puesto a Trump en la Casa Blanca. El resultado ha sido encadenar a Trump como negociador de la crisis con el presidente ruso Putin. Así, por asistir a la cumbre de julio con Putin en Helsinki –durante la cual Trump defendió la legitimidad de su propia Presidencia– fue ampliamente denunciado por los principales medios de comunicación y políticos estadounidenses por haber cometido «traición». Y posteriormente Trump se vio obligado dos veces a cancelar las reuniones programadas con Putin. Los estadounidenses pueden preguntarse razonablemente si los políticos, periodistas y organizaciones que atacan a Trump por el mismo tipo de diplomacia practicada en las cumbres por todos los presidentes desde Eisenhower, en realidad prefieren el impeachment a Trump que evitar la guerra con Rusia.

La misma pregunta puede hacerse a los principales medios de comunicación que han abandonado virtualmente la información y los comentarios razonablemente equilibrados y basados en hechos que practicaron durante las últimas etapas de la Guerra Fría anterior. En 2018, por ejemplo, su acusación surrealista de que «la Rusia de Putin atacó la democracia estadounidense» en 2016 , se ha convertido en un dogma ortodoxo y en el pivote de su narrativa rusa y de la nueva Guerra Fría. También, a diferencia de la anterior Guerra Fría, han continuado excluyendo los informes, perspectivas y opiniones disidentes y alternativas. Aún más, estos medios de comunicación persisten en depender en gran medida de ex jefes de inteligencia como fuentes y comentaristas, a pesar de que el papel de estos funcionarios de inteligencia en los orígenes de la narrativa del Russiagate ahora parece claro. Un ejemplo llamativo de mala praxis mediática fue la cobertura del conflicto marítimo entre las lanchas ucranianas y rusas el 25 de noviembre en el estrecho de Kerch, entre el Mar de Azov y el Mar Negro. Todas las pruebas empíricas disponibles, así como la necesidad desesperada del presidente ucraniano Poroshenko de reforzar sus posibilidades de reelección en marzo de 2019, indicaban claramente que se trataba de una provocación deliberada de Kiev. Pero los principales medios de comunicación estadounidenses lo presentaron como otro ejemplo más de la «agresión de Putin». Así pues, una peligrosa guerra de poder entre Estados Unidos y Rusia fue tergiversada fundamentalmente ante el público estadounidense.

En gran parte debido a esta mala práctica de los medios de comunicación, y a pesar de los peligros cada vez mayores en las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, en 2018 continuó sin haber una oposición significativa contra la Guerra Fría en ninguna parte de la vida política estadounidense, ni en el Congreso, ni en los principales partidos políticos, ni en los centros de investigación, ni en los campus universitarios, solo en muy pocos disidentes individuales. Por consiguiente, la política de distensión con Rusia, o lo que Trump ha llamado repetidamente «cooperación con Rusia», todavía no ha encontrado partidarios significativos en la política dominante, a pesar de que era la política de otros presidentes republicanos, notablemente Eisenhower, Nixon y Reagan. Trump lo ha intentado, pero se ha visto frustrado repetidamente en 2018.

Mientras tanto, la acusación de que Rusia «atacó la democracia estadounidense» y sigue haciéndolo podría aplicarse mejor a los propios promotores del Russiagate. Sus acusaciones han socavado la Presidencia de Estados Unidos como institución y han puesto en duda las elecciones estadounidenses. Al criminalizar tanto los «contactos con Rusia» como las propuestas de «mejores relaciones», y al amenazar con limpiar un conjunto espacioso y difuso de «desinformación» en los medios de comunicación estadounidenses, han menoscabado considerablemente la alardeada ágora estadounidense de libertad de expresión e ideas. También están bajo un creciente acoso los conceptos tradicionales de justicia política estadounidense, que, al menos basados en lo que se sabe con respecto a Rusia, han sido maltratados en los casos del general Michael Flynn y, de manera similar a la soviética, de María Butina. En el peor de los casos, esta joven rusa parece haber sido una defensora no declarada (pero francamente abierta) de «mejores relaciones» y una ardiente defensora de su propio país. Por esto, algo que jóvenes estadounidenses también persiguieron durante mucho tiempo en Rusia, fue retenida durante meses en confinamiento solitario hasta que confesó, es decir, se declaró culpable. Y esto en una nación que durante mucho tiempo ha «promovido» oficialmente la democracia en el exterior.

Por último, mientras que las élites políticas y mediáticas estadounidenses seguían obsesionadas con las ficciones del Russiagate –que cada vez más parece ser el Russiagate sin Rusia y en su lugar es primordialmente el fraude-fiscal-gate y el sexogate– la Rusia postsoviética ha continuado su notable ascenso como gran potencia diplomática, sobre todo, aunque no sólo, en el Este, como se documentaba recientemente en tres publicaciones muy bien informadas, lejos del establishment político-mediático de Estados Unidos y escasamente notadas por él. Mientras tanto, la principal base de aliados de Washington en los asuntos mundiales, la Unión Europea, ha continuado su caída en una crisis autoinfligida y cada vez más profunda.

Stephen F. Cohen es profesor emérito de estudios rusos y política en la Universidad de Nueva York y la Universidad de Princeton, y editor colaborador de The Nation.

Fuente original: The Nation