Nuestras sociedades en shock son incapaces de reconocer las evidencias de la ofensiva final de los grandes “filántropos”

Primera parte

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¡Vacunación, vacunación, vacunación!… incluso tras la aparición de la Ómicron

En nuestros países, con porcentajes altísimos de “vacunación”, lo que ya está llegando no es la inmunidad de rebaño tan pregonada por los “expertos” televisivos. Inmunidad que, según lo que durante meses nos dijeron, debería haber llegado hace tiempo. Lo que está llegando es el gran desastre sobre el que nos alertaron los expertos no solo censurados sino incluso calumniados y desacreditados de modo obsceno. Pero la gente prefiere seguir escuchando a los “expertos” televisivos, asalariados de unas cadenas cuyos grandes accionistas son los mismos que los de las grandes farmacéuticas.

Siempre hay una novedosa y rebuscada justificación para ocultar la evidencia de los hechos: la evidencia de que las “vacunas” no inmunizan; la evidencia de que tampoco nos protegen de acabar hospitalizados, de acabar en las UCIs, ni del fallecimiento; la evidencia de la paulatina pero cada vez más masiva infección de los “inmunizados” y de la aparición en ellos de efectos adversos graves… Incluso sobre la más dura y más reveladora de las casuísticas, la del porcentaje de vacunados fallecidos por la Covid en los países que iniciaron antes la vacunación, un porcentaje mucho mayor ya que el porcentaje de fallecidos no vacunados, no vale la pena insistir ni documentar más. Ya lo hice anteriormente, puesto que eso sucede así desde hace muchos meses.

Se está cumpliendo lo anunciado sobre el daño que las vacunas ocasionan después de cuatro o cinco meses al sistema inmunológico natural. Aunque la propaganda de los medios de las élites, tanto los insoportables NO-DOs de las televisiones como la “información” impresa, nos mienta sistemáticamente, eso es ya así incluso en España, en la que hay un retraso de meses en la “vacunación” (y, por tanto, en la aparición de las nefastas consecuencias de ella). Los datos oficiales del Ministerio de Sanidad a 5 de diciembre muestran que el creciente porcentaje de “vacunados” hospitalizados, o en UCI o fallecidos es ya prácticamente el doble que el de los no “vacunados”.

Aunque lo increíble es que las reiteradas mentiras anteriores no parecen hacer mella en la credulidad de nuestra incauta sociedad frente a las nuevas falsarias reformulaciones de la doctrina oficial. Está sucediendo exactamente lo que anunciaron desde hace muchos meses los verdaderos expertos, pero no hay manera de que se tengan en cuenta sus certeros análisis sobre la responsabilidad fundamental de la “vacunación” en la tragedia que estamos viviendo, que se reconozca que ellos tenían razón, que se frene la “vacunación”, que se entienda y acepte que lo que estamos viviendo es un colosal y criminal engaño que debe ser considerado como un inédito Golpe de Estado Mundial, como vienen denunciando Robert Kennedy y muchos otros auténticos líderes de la humanidad en este momento crítico.

Pero ha aparecido la nueva variante Ómicron. Un gran y providencial regalo de Navidad de esa Vida que durante millones de años se fue abriendo paso gracias a las constantes físicas fundamentales inscritas ya en el Big Bang y a los providenciales eventos e incluso accidentes cósmicos que le permitieron surgir en nuestro prodigioso planeta. El SARS-CoV 2 ha conseguido su objetivo: expandirse mucho más eficazmente pero sin acabar con el sujeto al que parasita. Y lo que es más importante, se trata de una tendencia que seguramente se acentuará en las variantes posteriores, como afirma el epidemiólogo sudafricano Salim Abdool Karim, una de las principales autoridades del país en materia de Covid-19. Además es una dinámica que se reproduciría en el resto de países del mundo: “Esto que vemos en Sudáfrica debería ser, aunque sea provisionalmente, una buena noticia para todos”.

Pero junto a la Vida que renace siempre, aparecen, sin la menor demora, los siervos y emisarios de la muerte. Ya están intentando adjudicarles a las “vacunas” los benéficos efectos de este punto de inflexión en la pandemia. Intentan patrimonializar la gran caída de las hospitalizaciones y de la mortalidad a pesar de la enorme cantidad de contagios. Se trata, claro está, de volver a lo de siempre: ¡Vacunación, vacunación, vacunación! Frente a una gran cantidad de contagios, pero que no revisten la gravedad de las anteriores variantes, algo muy semejante a lo que sucede con las gripes estacionales (como afirman expertos como Robert Malone, el especialista en sociología médica Robert Dingwall de la Universidad de Nottingham Trent o el epidemiólogo estatal noruego Frode Forland), lo lógico sería reforzar la atención primaria y la Sanidad en general, a las que tanto recortaron previamente sus presupuestos. Uno incluso se pregunta si el colapso hospitalario no era parte de esta gran crisis (que cada vez se parece más a una plandemia que no tiene nada de espontánea) y si realmente se puede culpar de él a la Covid.

Por lo contrario, ¿qué es lo que están haciendo nuestros responsables político-sanitarios y los grandes medios corporativos? Han lanzado todas las campanas a arrebato ante el “extraordinario peligro” que obliga al mundo a imponer sin más demora el pasaporte verde, a pesar de que saben que la nueva variante no está causando daños.

La consigna, titular de telediarios, es esta: “¡Acelerar la vacunación!” Continúan con sus criminales manipulaciones, están exagerando ahora la gravedad de la variante Ómicron: “[…] no sabemos por qué se está generando tanto alboroto” denuncia la Asociación Médica Sudafricana. Y nuestros ilustres catedráticos de Bioquímica, Biología Molecular o de lo que sea repiten como un eco: “la temible capacidad infecciosa de Ómicron hace que la dosis de refuerzo sea ya imprescindible”.

De nuevo intentan reconducir aquello que para ellos es un gran contratiempo, la bajísima mortalidad de la nueva variante, hacia su proyecto de control totalitario mediante el pasaporte verde. De nuevo se esfuerzan con una diabólica energía en asustar al mundo con el nuevo Coco, con el descontrolado monstruo llamado Ómicron. Repitiendo de nuevo sus sucios procedimientos, ¿empezarán ahora a adjudicar a dicha variante todas las tragedias que sin duda se irán dando debidas a la “vacunación”? Pero no es raro que estén preocupados: tras sufrir con la variante Ómicron una infección que no acaba siendo grave, quedamos inmunizados y no tenemos ya necesidad ni de sus peligrosas “vacunas” ni de su espantoso pasaporte verde. Y también tendrán que explicarnos la causas de tantas infecciones de personas vacunadas antes de que la Ómicron haya sustituido a la Delta.

Los hechos son cada vez más evidentes. Las contradicciones internas en las que caen la doctrina dominante y todos aquellos que la defienden en los púlpitos mediáticos son cada vez más descaradas. Sin embargo, la obstinación es cada vez más delirante: ¡Vacunación, vacunación, vacunación! Y los arrogantes mediocres que no han hecho los deberes, que repiten como cotorras los slogan de los “expertos” televisivos, que no han dedicado el necesario tiempo a informarse en las fuentes limpias y sanas de las declaraciones de los verdaderos y honestos investigadores… se dedican a repartir títulos de “negacionista” y “anti vacunas” a cualquiera que se salga en lo más mínimo de la doctrina políticamente correcta, incluidos esos auténticos investigadores a los que nunca se molestaron en leer o escuchar. Son verdaderos ignorantes en la materia, pero se creen capacitados para impartir cátedra. Y no ahorran calificativos contra los negacionistas y antivacunas: ¡Conspiranóicos, fanáticos, arrogantes, agresivos… ¡ Es triste ver cómo se puede insultar de esa manera a personalidades grandes en humanidad y conocimientos, como los doctores Malone, Yeadon y un larguísimo etc.

Si no tenemos en cuenta a la gran cantidad de “expertos” mediáticos que de una u otra manera, cobrando en metálico o en especies (cargos, prebendas, regalos), forman parte de la nómina de las grandes farmacéuticas, solo soy capaz de explicar semejante capacidad de negación de tales evidencias y contradicciones, semejante capacidad de sectarismo, por algún tipo de bloqueos emocionales. Como los que sufren aquellos que caen en las redes de las sectas gracias a la verborrea hipnótica de los gurús o los secuestrados que sufren el síndrome de Estocolmo.

Por eso la tesis central de mi último artículo no era otra que esta: nuestras propias debilidades personales son una de las más importantes claves para explicar el extraordinario “éxito” de las farmacéuticas. Unas debilidades que bloquean al parecer toda capacidad de sentido crítico. Y entre tales debilidades me refería en primer lugar al miedo. Un miedo a la Covid al que ahora se añade el miedo a las posibles consecuencias de haberse “vacunado”. O el miedo al derrumbe de todas nuestras seguridades como ciudadanos de un mundo supuestamente democrático, libre e informado. ¿Llegará el momento, al menos para algunos, de admitir humildemente que nos han engañado por completo? Algo que será prácticamente imposible cuando a todos los anteriores ingredientes se añade el narcisismo profesional herido.

Ya en la presentación del libro Los cinco principios superiores, en el año 2015, me veía obligado a recurrir al concepto de hechizo para intentar explicar el inexplicable fenómeno de que nuestra sociedad tolere que el patrimonio más fundamental de los pueblos, la emisión de moneda, así como el reparto que de ella se hace, esté en manos de una élite cada vez más poderosa gracias a ese extrañísimo fenómeno que son los bancos centrales en manos privadas: “Lo califico de hechizo porque se trata de algo más complejo que la mera ignorancia o desinformación. Un hechizo que solo es posible por nuestras propias debilidades emocionales y espirituales, por nuestros propios sentimientos inadecuados y nuestras propias proyecciones: miedo, conformismo, pequeños intereses personales pero insuficiente interés por cuestiones verdaderamente importantes…” Y hablar de bancos centrales es hablar de “vacunación” y pasaporte verde.

Cada vez están apareciendo con más nitidez y frecuencia las temáticas que traté en el apartado 1 de esta Primera parte del presente análisis. Es especialmente llamativa la gran coincidencia que se da con el magnífico e importante manifiesto de más de 2.200 universitarios, médicos y sanitarios franceses que recibí ayer. Su título es este: “Ha nacido en Occidente la nueva religión de la vacunación”. Llama la atención el alto grado de concienciación que existe en Francia y otros países sobre estas importantes cuestiones, muy superior respecto al que se da en España. Pero nuestros responsables político-sanitarios proclaman reiteradamente su gran satisfacción por el bajo grado de negacionismo y “vacunación” que se da en nuestra gran Madre patria.

El manifiesto está encabezado por este certero análisis: “La ideología de la vacunación total y repetida de las poblaciones es una especie de nueva religión, con su dios, sus grandes amos del dinero, sus devotos, sus técnicas de propaganda masiva y sus mentiras descaradas. Al abrir el camino a la vacunación de los niños y al crear una discriminación sin precedentes entre los ciudadanos en regímenes que se reputan democráticos, viola los derechos humanos que se creían ‘inalienables’ y enfrenta a los ciudadanos entre sí”. Y concluye con formulaciones tan lúcidas como esta: “Tiene sumos sacerdotes y sus devotos, que acaparan más que nunca la palabra en las televisiones. Tiene su inquisición mediática que excomulga a los pensadores desviados y sueña con poder quemarlos como lo hacían con las brujas. Y produce masivamente chivos expiatorios (los no vacunados) que son tratados como en el pasado los enfermos de peste o los leprosos, más recientemente las víctimas del sida que J.M. Le Pen quería encerrar en sanatorios”.

Y en el manifiesto van apareciendo muchas importantes cuestiones: una Comisión Europea dirigida por Ursula Von Der Leyen que orquesta la gran operación de vacunas mientras tiene un hijo que trabaja para Mckinsey y un marido que dirige una empresa de biotecnología centrada en terapias génicas; la propaganda masiva facilitada por los periodistas afines los gobiernos; la continua aparición en los medios de supuestos especialistas-profesionales cuyo vínculo frecuente con las industrias farmacéuticas es siempre ocultado; el nuevo enemigo número uno son “los no vacunados”; ya no basta con excluirlos, sino que ahora quieren multarlos, castigarlos y encerrarlos; la base fundamental de esta propaganda está siendo el miedo, que permite situar a los sujetos en un estado de sugestión…”

En ese proceso hipnótico es fundamental la confusión, desconcierto y aturdimiento que crean con sus continuos mensajes confusionales, desconcertantes y aturdidores. Por eso, aunque no creo que valga la pena el seguir intentado mostrar tantas increíbles contradicciones y descaradas falsedades, cada vez más evidentes, a quienes no parecen que quieran verlas, y aunque cada vez hay análisis más certeros y completos, en el apartado 3 de esa Primera parte haré un nuevo esfuerzo de recapitulación sintética de la situación actual. Tras seguir analizando con más detalle la situación creada con la excusa del problema, al parecer enorme, creado por la nueva variante Ómicron, problema “enorme” que está conduciendo hacia la imposición de la “vacunación” obligatoria y del pasaporte verde, quizá valga la pena hacer dicha recapitulación.

Acabo ya este apartado 2 de la Primera parte con las paradojas de la nueva variante Ómicron. Una variante que, siguiendo el proceso habitual de los virus y las pandemias, es mucho más contagiosa pero mucho menos peligrosa. Sin embargo, nuestros responsables repiten unas directrices no solo erróneas sino incluso criminales. Como las de la “vacunación” masiva de los menores, a pesar de que los mismos expertos oficialistas reconocen la práctica inexistencia de consecuencias sanitarias en ellos cuando se infectan. Parece que prefieren dedicarse a proclamar que las “vacunas” ya administradas masivamente no son eficaces frente a la nueva variante, por lo que son necesarias nuevas medidas “contundentes”.

¿Y cuáles serán esa nuevas “contundentes” medidas?: “[…] urge continuar los esfuerzos para aumentar la aceptación de la vacunación completa en individuos que actualmente no están vacunados o que solo están parcialmente vacunados. Se espera que el impacto en la población sea mayor si se administra una dosis de refuerzo a la mayor parte de la población adulta y si esta dosis de refuerzo se administra lo antes posible”. Parece que prefieren construir un nuevo (viejo) relato sobre la nueva (vieja) gravedad de la situación, confundiendo el colapso en una Sanidad colapsada por causa de presupuestos gravemente recortados con una gravedad pandémica. De los colapsos hospitalarios tan frecuentes por la gripe invernal no parecen acordarse.

Muchos expertos están sorprendidos por la alarma injustificada que se está creando en torno a la nueva variante. Solo citaré a la misma doctora que la descubrió. Pero, gracias a ella, han conseguido “poner sobre la mesa” el debate de la obligatoriedad de la “vacuna” y empezarán a avanzar hacia ella. A eso iban y eso es lo que nos impondrán. No importa que se reconozca unánimemente que se trata de una variante mucho menos peligrosa. No importa nada. Ni siquiera importa que el absurdo de extraer de un acontecimiento tan anodino una decisión tan trascendental para la humanidad sea algo realmente inimaginable para quienes creemos tener aún la cabeza sobre los hombros y no en las tripas del miedo, la ignorancia, la cobardía y la sumisión.

No importa que ahora en Sudáfrica, con la sustitución casi total de la variante Delta por la Ómicron, el enorme índice de mortalidad de los infectados (del 10% a finales de noviembre, cuando en nuestros países no llega al 1%), haya caído al 1% en diciembre a pesar de que su sistema sanitario deja mucho que desear. Siempre hay argumentos para afirmar que la situación en Sudáfrica es diferente de la que se da en Europa (las diferencias son evidentes, pero no creo que justifiquen las conclusiones tan radicales  que algunos pretenden). O para insistir en las grandes limitaciones de la inmunidad natural y en la falta de anticuerpos, lo que haría necesaria la vacunación, ignorando lo que afirman grandes expertos sobre la importancia de los linfocitos o células T. O para intentar convencernos de que el colapso hospitalario también se soluciona con… ¡la vacunación! O para asegurar, sin que por ahora existan estudios al respecto, que “la Ómicron no afecta tanto a los vacunados”.

La investigación llevada a cabo por la Facultad de Medicina de Hong Kong confirma los informes proporcionados por Sudáfrica: Ómicron es diez veces menos agresiva que cualquiera de las anteriores variantes en los tejidos pulmonares, tan esenciales para la respiración y la vida; se instala en los bronquios, lo que es menos grave pero le permite ser expulsada mucho más fácilmente al exterior; lo cual la hace setenta veces, al menos, más contagiosa; estos datos la convierten en un virus de características muy parecidas a una simple gripe estacional… Pero nada de esto importa. Hay que seguir atemorizando al mundo y vacunando a diestro y siniestro. No importa que los contagiados y trasmisores sean precisamente los “vacunados”. Lo importante es volver siempre a lo mismo: ¡¡Vacunación, vacunación, vacunación!!

Los primeros contagiados de la nueva variante eran “vacunados”, al igual que los que se están contagiando a marchas forzadas y los que la están contagiando (en Noruega el contagio está siendo espectacular a partir de un solo empleado, vacunado, de una empresa de placas solares llegado desde Sudáfrica), pero hay que ir a por los «no vacunados». Finalmente, dado que es demasiado reveladora tanta alarma por una variante que no solo no es peligrosa sino que incluso nos inmuniza sin necesidad de vacuna alguna futura, los titulares de telediarios ya han vuelto a modificar la doctrina.

Ahora ya no nos dicen: “Esta variante es mucho menos peligrosa aunque mucho más contagiosa. Hay que seguir vacunándose, porque la vacuna funciona”. Sino que ahora la carga de la prueba es para “los negacionistas”: “No se ha demostrado que sea menos peligrosa”. A lo que, paradójicamente, se añade: “Aunque no está siendo muy peligrosa gracias a que la vacuna da gran protección. Por lo que hay que vacunarse, vacunarse, vacunarse”. Finalmente no les está quedando más remedio que empezar a reconocer que realmente es menos peligrosa. Incluso el mismísimo doctor Luis Enjuanes, que lidera el proyecto de la vacuna española, acaba de reconocer que tampoco en los no vacunados parece estar provocando ningún efecto adverso importante. Pero de todos modos la conclusión siempre es la misma: ¡Vacunación, vacunación, vacunación!

¿Qué más necesitarán nuestros conciudadanos para desbloquearse emocionalmente, reconocer tanto absurdo disparate, admitir que nos están engañando y aceptar que nosotros, tan inteligentes y autosuficientes, llevamos décadas perdidos? Es esperanzador que en Holanda, la palabra más votada como palabra del año haya sido Prikspijt, que significa “arrepentimiento por haberse vacunado”. O que en Australia se hayan disparado las reclamaciones de indemnizaciones por efectos adversos de las vacunas. Pero no será fácil que nuestros conciudadanos despierten de este poderoso hechizo.

Por eso vienen a mi mente unas palabras antiguas con las que acabo por hoy: “Teniendo ojos ¿no veis? Y  teniendo oídos ¿no oís?” (Marcos 8, 18); “El que tenga oídos para oír, que oiga. […] se cumple la profecía de Isaías: Por mucho que oigan, no entenderán; por mucho que vean, no percibirán. Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se les han embotado los oídos, y se les han cerrado los ojos.” (Mateo 13, 9-15). ¿Hasta cuándo nuestros conciudadanos seguirán escuchando a los “expertos” televisivos y a los diarios de las élites, unos “guías ciegos que guían a otros ciegos hasta que ambos caigan en el agujero” (Mateo 15, 14)?