«Una vez que has estado en Camboya, nunca dejarás de querer matar a golpes a Henry Kissinger con tus propias manos».
Anthony Bourdain, A Cook’s Tour (2002)

Si un currículum cargado de crímenes es garantía de longevidad, sin duda Henry A. Kissinger (HAK, para abreviar), debe contar como un buen espécimen. La lista de carnicerías atribuidas a este centenario, directas o no, es extensa, su mano en ellas, gorda y ocupada.  Están las intromisiones asesinas en América Latina, los conflictos de Vietnam, Laos y Camboya (se dice que las intervenciones en Laos y Camboya dejaron 350.000 laosianos y 600.000 camboyanos muertos).  Luego vino la selectiva vista gorda en Indonesia y Pakistán, y el despiadado patrocinio de golpes de Estado en África.

En cuanto a la guerra de Vietnam, la desviación de este pornógrafo del poder y su intento de ganarse los favores de Richard Nixon, candidato a la presidencia en 1968, no tuvo límites.  Con acceso privilegiado como asesor del Departamento de Estado de EEUU, se convirtió en el conducto de información de la campaña de Nixon para sabotear los esfuerzos de la Administración Johnson por negociar una paz anticipada con Vietnam del Norte.  Se trataba de convencer a Vietnam del Sur de que las condiciones de paz que podrían negociar serían mucho más favorables bajo una administración Nixon.  Las perspectivas de paz se echaron por tierra; la guerra continuó y, finalmente, se concedió un miserable Premio Nobel de la Paz al Doctor en 1973.  Las fuerzas estadounidenses se retiraron pronto, dejando a los impotentes survietnamitas en manos de sus más fuertes oponentes del norte.

La victoria electoral de Nixon en 1968 marcó el comienzo de una era de despiadada subversión del orden internacional, una era que se repite en estos tiempos difíciles de ascenso de China y ansiedad imperial estadounidense.  Kissinger, trabajando con Nixon, pensó que convencer a Ho Chi Minh de Vietnam del Norte para que volviera a las conversaciones sería más fácil si se atacaban las rutas de suministro norvietnamitas en Laos y Camboya.  Con un cinismo que revolvía el estómago, estas operaciones de bombardeo recibieron varios nombres gastronómicos: Operación Menú, Plan Desayuno. Cuando el programa encubierto de bombardeos fue sacado a la luz por el New York Times el 9 de mayo de 1969, Kissinger dio cuerda al director del FBI, J. Edgar Hoover, para que no sólo pusiera bajo vigilancia a varios periodistas, sino también a un selecto número de funcionarios del gobierno, incluidos sus ayudantes en el Consejo de Seguridad Nacional.  Uno de estos últimos, Morton Halperin, demandaría posteriormente a su antiguo jefe, Nixon y al Departamento de Justicia, por escuchas ilegales de los teléfonos de su casa y de su oficina.

En Chile, Nixon y Kissinger envenenaron las aguas de la política de ese país, desestabilizando el gobierno democráticamente elegido del presidente socialista Salvador Allende y allanando el camino para un sangriento golpe que instaló al general Augusto Pinochet.  Apenas ocho días después de la elección de Allende, en septiembre de 1970, Kissinger, en conversación con el director de la CIA, Richard Helms, declaró enfáticamente: «No dejaremos que Chile se vaya por el desagüe».  Tres días después, Nixon, en una reunión que incluía a Kissinger, dijo infamemente a la CIA que «hiciera rechinar la economía [chilena]».

En noviembre de 1970, Kissinger demostró un nivel de pericia casi insensible al afirmar en un memorándum que la elección de Allende «tendría un efecto sobre lo que ocurriera en el resto de América Latina y en el mundo en desarrollo, sobre cuál sería nuestra futura posición en el hemisferio y sobre el panorama mundial en general». Permitir gobiernos socialistas elegidos democráticamente en las Américas siguiendo las líneas «titoístas» del gobierno de Allende «sería mucho más peligroso para nosotros que en Europa», creando un modelo cuyo «efecto puede ser insidioso».

La venalidad de Kissinger, y su complicidad como matón de escritorio, nos proporcionan una reserva sin fondo.  Para conmemorar la ocasión de su centésimo aniversario de nacimiento, Nick Turse, de The Intercept, ha revelado una serie de ataques no denunciados contra civiles camboyanos durante la guerra secreta, lo que sugiere que el programa fue más expansivo y despiadado de lo que se había supuesto anteriormente. «Estos ataques fueron mucho más íntimos y quizá incluso más horribles que la violencia ya atribuida a las políticas de Kissinger, porque las aldeas no sólo fueron bombardeadas, sino también ametralladas por helicópteros de combate e incendiadas y saqueadas por tropas estadounidenses y aliadas».

Los incidentes son demasiado numerosos para enumerarlos, dejándonos un catálogo de crueldades macabro y desesperante.  Sin embargo, sus propios relatos apenas arrojan luz sobre tales hazañas. Los Años de la Casa Blanca son estériles en cuanto a sus sangrientos logros, y las memorias son un relato selectivo extraído de memorandos, notas y teleconferencias que este falso Metternich había generado mientras ocupaba el cargo.  En 1977, como era de esperar, Kissinger se hizo con más de 30.000 páginas de transcripciones diarias de conversaciones telefónicas en las que había participado, documentos que él llamaba taimadamente «papeles personales».  En su gloria autorreflexiva, podía hurtar, cortar y ajustar.

Se han hecho esfuerzos para lograr su merecida detención, aunque todos han acabado en un callejón sin salida legal y práctico.  En enero de 2015, manifestantes de CODEPINK se aventuraron a realizar una detención ciudadana durante una audiencia del Comité de Servicios Armados del Senado estadounidense.  En el Reino Unido, el activista de derechos humanos Peter Tatchell también hizo una tentativa en abril de 2002, al solicitar una orden judicial al Tribunal de Magistrados de Bow Street en virtud de la Ley de Convenciones de Ginebra de 1957.  Los cargos afirmaban que «mientras era asesor de seguridad nacional del presidente de EE.UU. de 1969 a 1975 y secretario de Estado de EE.UU. de 1973 a 1977, [Kissinger] encargó, ayudó e instigó crímenes de guerra en Vietnam, Laos y Camboya».

El juez de distrito Nicholas Evans no estaba dispuesto a seguirle el juego, obstaculizado por poderes superiores.  Para proceder, era necesario el consentimiento del fiscal general.  A falta de eso, «no puedo hacer nada».  Ese es el modo de operar de HAK, un brahmán oleaginoso por encima de los demás.  Que pillen a Pinochet; el que está detrás siempre se escapa.

Lo mejor, entonces, es concluir este saludo al hombre en el día de su cumpleaños  reflexionando sobre los comentarios del más crudo y delicado de los comentaristas culinarios (y sociales), Anthony Bourdain.  En su visita a Camboya para su serie Cook’s Tour, sólo pudo reflexionar sobre por qué un hombre así no compartía banquillo en La Haya con otros criminales de guerra.  «Nunca podrás abrir un periódico y leer sobre esa escoria traidora, prevaricadora y asesina sentado en una agradable charla con Charlie Rose o asistiendo a algún evento de etiqueta para una nueva revista de moda sin atragantarte».  Lamentablemente, muchos en el cosmos Kissinger continúan haciéndolo sin siquiera inmutarse.

El Dr. Binoy Kampmark fue becario de la Commonwealth en el Selwyn College de Cambridge.  Actualmente es profesor en la Universidad RMIT.

Fuente: Global Research

Henry Kissinger: Secretos de una superpotencia, Stephan Lamby, 2008